Con un plano subjetivo que apenas dura unos segundos, la cámara atraviesa una reja que da paso a un camino de tierra. Un coche (ahora vemos que es un vehículo lo que ha entrado en el recinto) recorre el sendero, que conduce hasta una casa señorial de piedra. Del turismo (un Mercedes) baja un chófer, que abre la puerta trasera. Bajan tres hombres, uno de los cuales abre gentilmente la puerta delantera al cuarto pasajero, una mujer cuya rebeca de color rojo intenso contrasta con la sobriedad del resto de vestimentas. Los viajeros entran en la casa pasando junto al que se intuye es el anfitrión. "Todo está preparado, señor", dice el mayordomo, dando paso al argumento y, por tanto, al misterio.
Así comienza, con una apropiada música intrigante de fondo (obra, suponemos, como la sintonía, del autor de la banda sonora de la película El secreto de sus ojos), el octavo capítulo de Los misterios de Laura: 'El misterio del Club Diógenes'. "Vamos, como el que sale en las novelas de Sherlock Holmes", apunta –en un alarde de falta absoluta de sutileza muy propio de este tipo de procedimentales en general y de esta serie en cuestión en particular– durante un interrogatorio uno de sus miembros y a la sazón sospechoso del asesinato de la semana.
El extravagante detective inglés, sin embargo, no centra la trama de este episodio, que bebe de uno de esos clásicos del misterio presentes en el imaginario colectivo y casi cualquier hogar, aunque no entre los libros. ¿Una pista? En principio, todo apunta a que el crimen se cometió en el salón con la pistola. Efectivamente, los guionistas invitan al espectador a jugar una partida de Cluedo (o Clue, que para los que no anden muy duchos en esto del inglés, quiere decir pista o indicio). Una partida en la que tendrán que resolver el asesinato de uno de los miembros del citado club, aficionados a los enigmas que se reúnen para plantear incógnitas y sus respuestas con la condición de no saber nada sobre los otros más allá del pseudónimo asignado.
"Usamos colores, como en el juego de misterio", aclara la chica de la rebeca roja, recalcando una referencia que ya era obvia, por si a alguno se le había escapado. De esta forma, Emilia (que así
se llama) es la Señorita Amapola, uno de los personajes del juego de mesa que uno mejor recuerda a pesar del tiempo. Ellos son los señores Azul, Negro, Amarillo y Verde, colores de las fichas y
las cartas del Cluedo. En el caso del señor Verde, además, la referencia es doble, dado que el personaje es sacerdote, emulando al Reverendo Green que aparecía en las cartas de la versión
anglófona del juego.
Éste es uno de esos 'capítulos-homenaje' que pueden encontrarse en esta serie , que en sí misma es ya un homenaje al género desde su punto de vista más clásico, como ya comentamos hace unas
semanas. Las referencias al mítico juego despiertan la sonrisa entre espectadores que no sólo pueden jugar a resolver el crimen, sino también a encontrar guiños más o menos evidentes, como el
hecho de que uno de los sospechosos convierta en novelas los casos que estudian en el club, a imagen y semejanza de la señora Fletcher o, más recientemente, la doctora Temperance Brennan de
Bones (alter ego de Kathy Reichs, autora de los libros en los que se basa la serie, que a su vez son fruto de la
experiencia de la escritora como antropóloga).
Esos guiños al público de los guionistas de Los misterios de Laura se encuentran también en ‘El misterio del truco imposible’, que tiene cierto toque que recuerda a El fantasma de la ópera (sobre todo en ciertos toques estéticos que se aprecian a simple vista) y, especialmente, a El truco final (una gran película basada en la novela The Prestige, de Christopher Priest).
Nada es inocente, ni siquiera implícito la mayor parte del tiempo. Se trata de un juego constante de intertextualidad a varios niveles con los que parece se quiere llamar la atención de distintos
sectores de un público heterogéneo que, pese a su diversidad, ha bebido a lo largo de su vida de alguna o varias de las fuentes que utilizan, como es el caso del Cluedo (que salió al
mercado en Gran Bretaña a finales de los años 40 y, por tanto, tiene una historia suficiente como para haber marcado a un buen número de generaciones) o sus sucedáneos (llámase Herencia de Tía
Ágata o cualquier otra cosa), o de toda la tradición detectivesca que existe en literatura, cine y televisión.
Literatura y cine, precisamente, se unieron en la adaptación de una obra de Umberto Eco que llegó al gran público de la mano de Sean Connery, si no lo había hecho ya a través de unas páginas cuidadosamente escritas para estar a un tiempo al alcance de todos y de sólo unos pocos. El nombre de la rosa (en mi opinión, cultura pop, por mucho alarde de latín que encierren sus letras) también tiene su homenaje en la serie de Laura Lebrel, que en el capítulo 15 ('El misterio de la abadía del crimen') se ve obligada a resolver un asesinato (que se muestra antes de la entradilla, como es habitual) ocurrido en un monasterio a pocos días de la canonización del fundador de la orden, que no es otro que Guillermo de Baskerville, que lega su papel de investigador a nuestra detective maruja.
Los libros, aquí, no están envenenados, pero pueden ser igualmente mortíferos. El asesino no teme a Aristóteles y su Comedia, pero en sus decisiones influyen las letras que contiene un Tratado de Herbología que escribió un tal Adso de Melk (¿os suena?). También está presente el veneno, aunque no sea en los libros, y hay manuscritos que dejan manchas negras junto a la boca (en lugar de los dedos y la lengua). No se nombra ni a la rosa ni a Eco; no es necesario (ya había suficientes referencias y suficientemente obvias), como probablemente tampoco lo era en los capítulos finales de la segunda temporada de la serie.
No obstante, como ya he dicho, la sutileza no es el fuerte de Laura. Por eso, al poco de empezar 'El misterio de los diez desconocidos' –un episodio doble en el que, como su propio título indica,
una decena de personas que aparentemente no se conocen son invitados a un caserón por un misterioso anfitrión–, uno de los personajes se fija en unas figuras que hay sobre la mesa del comedor.
"Qué muñequitos tan monos", dice. "Son los Diez Negritos de la novela de Ágatha Christie", responde otra, resumiendo a continuación el argumento de la obra. No creo que haga falta señalar lo que
pasa a continuación.
El contenido de las invitaciones varía levemente, se cambia la Isla del Negro por un lugar perdido de la Sierra de Madrid y, como era de esperar, aquí sobrevive alguno (¿cómo vamos a matar a
Laura, con el éxito que ha tenido la serie?). Detalles. Al final estamos viendo a los Diez negritos que otros tantos han versionado, homenajeado o plagiado, desde Shyamalan en el guión
de Devil, hasta Padre de familia, pasando por el manga El Sargento Keroro o el videojuego Y no quedó
ninguno, de The Adventure Company. Todo un reto.
Continuará…
Penelope Cleese
penny.cleese@gmail.com
Escribir comentario