Xena: Warrior Princess fue una serie de televisión emitida entre 1995 y 2001 en EEUU, coproducción mitad norteamericana mitad neozelandesa rodada íntegramente en el país oceánico. Considerada serie de culto, nace casi por casualidad como spin off de Hercules: The legendary journeys, antepenúltima adaptación de las aventuras del semidios griego. La serie, de argumentos sencillos que mezclaban sin demasiadas pretensiones diversos mitos griegos, usaba las entonces novedosas y por mejorar técnicas de animación por ordenador para crear efectos especiales muy limitados por el presupuesto.
Xena nació como personaje secundario de la serie madre, una señora de la guerra antagonista del héroe, a la que conocemos por primera vez cuando seduce a Iolus, el fiel compañero del protagonista. La popularidad del personaje, una especie de mezcla de femme fatale y guerrero temible, que mantiene la obediencia de su ejército combinando la atracción que produce en sus hombres con el miedo que les infunde su espada –cóctel freudiano donde los haya–, la hizo reaparecer para ser redimida por el amor del héroe y, finalmente, acabar mereciendo su propia cabecera.
Así, Xena, encarnada por la actriz Lucy Lawless –que había interpretado previamente hasta tres o cuatro personajes secundarios diferentes dentro de la serie de Hércules, uno de ellos una amazona con malas pulgas que adelantaba algunos aspectos de la “princesa guerrera”– consiguió su propia serie, un spin off que partía de mayor precariedad de medios y argumental que su hermana mayor. La despiadada antagonista de Hércules recibió en el primer capítulo su “Robin” correspondiente, la joven e inocente aspirante a bardo Gabrielle, encarnada por Renée O´Connor, que le sirve de contrapunto.
Los parentescos de Xena dentro de la floresta mitológica, que diría Román Gubern, y del superpoblado imaginario del fandom no son pocos. Para empezar, recuerda poderosamente a la Wonder Woman de DC, con la que comparte el contexto griego, la filiación a las amazonas, el título de princesa y, por supuesto, la capacidad de amenazar al orden patriarcal por su agresividad tanto física como sexual. Xena y Gabrielle interactúan a menudo con las amazonas, aunque no con Hipólita, madre de Wonder Woman en su propio universo, ya que este personaje fue “quemado” por la serie madre. El diseño de la armadura de Xena recuerda también al del traje original de la superheroína de la DC, con la combinación de coraza “escotada”, falda y botas altas. Incluso el ‘chakram’ de la guerrera cuelga de su cintura en posición similar a la del lazo de Wonder Woman.
Sobre las lecturas lésbicas del asunto, cabe citar al psicólogo austriaco Frederic Wertham, creador del tópico sobre la homosexualidad latente de Batman y Robin en su obra Seduction of the Innocent, publicada en 1954 y que dio lugar al Comics Code, equivalente del Código Hays de Hollywood para la industria del cómic, en el cual no sólo tenía dobles lecturas para el vigilante de Gotham City: “Para los muchachos, Wonder Woman es una imagen temible. Para las chicas es un ideal mórbido. Ahí donde Batman es antifemenino, Wonder Woman y su contraparte son definitivamente antimasculinas”.
En la célebre serie de televisión de Batman de los 60, con su estilo desenfadado que se recreaba en el camp y su propio ícono gay en Julie Newmar, una de las tres actrices que interpretaron a Catwoman, los productores introdujeron el personaje de una tía nunca mencionada de Bruce Wayne, y más tarde a Batgirl y su romance con Robin para alejar el fantasma de la homosexualidad. En los cómics, durante los 50, el justiciero enmascarado ya había conocido a Batwoman, diseñada a tal fin. Xena y Gabrielle, además de los múltiples novios encontrados por el camino –incluidos Hércules y Iolus–, recibirían una parodia de estos personajes ideados para “deshomosexualizar”, el torpe Joxer, canijo aspirante a guerrero y eterno pretendiente de Gabrielle.
Xena también es, de manera más o menos explícita, paralela a Red Sonja, el personaje surgido de la adaptación al cómic de las novelas de Robert E. Howard sobre el universo de Conan el bárbaro. Sonja la roja, humilde granjera cuya familia es asesinada por bárbaros saqueadores –y ella misma violada por el líder de la banda–, se convierte en una guerrera sin igual tras pactar con una diosa pagana que utilizará su habilidad para defender a los más débiles –sobre todo a las mujeres– y que sólo se entregará al hombre que sea capaz de vencerla en combate –esto es, al muy testosterónico Conan–. Igual que Sonja, el impulso guerrero de Xena surge al ser su pueblo arrasado por los bárbaros y pactar con Ares, dios de la guerra, del que además se convierte en amante. En este caso, el dios es malvado y la guerrera acabará traicionándolo por amor a su medio hermano Hércules, a cuya sombra comienzan las aventuras de la nueva heroína como las de Sonja lo hacen a la de Conan.
Aquí es preciso subrayar como, pese a su supuesta condición de heroínas feministas, ambas fueron diseñadas para suponer un doble desafío a los muy patriarcales protagonistas tanto en el terreno físico como en el sentimental, desafío además que éstos acaban superando sin demasiados problemas. Comparten igualmente un vestuario inverosímil para una espadachina, diseñado en ambos casos –el bikini de cota de malla de Sonja y la coraza de escote generoso de Xena– para satisfacer la mirada lúbrica del público más que para proteger de inoportunas estocadas, aunque la vestimenta de la heroína televisiva dejase un margen a la comodidad de la actriz y sus dobles a la hora de hacer cabriolas en el aire.
Por otra parte, la traición de Xena a su “dios protector” alimentará gran parte del argumento de su serie con los intentos de éste por devolverla al redil de la maldad, sustituirla por su número opuesto –Callisto, otra pacífica granjera reconvertida en máquina de matar al ver cómo era asesinada toda su familia, en esta ocasión, oh ironía de ironías, por el ejército de la propia Xena– o, finalmente, redimirse él mismo a través del explícitamente enfermizo amor que ambos personajes continúan profesándose. El contrapunto a Ares, en todos los sentidos, lo pondrá Gabrielle, y es sobre este equilibrio, que en un primer momento es ingenuamente ajeno a las implicaciones sexuales presentes en la relación del trío de protagonistas, que se construirá la serie.
Podríamos incluso emparentar a Xena con toda una serie de amazonas y “vaginas dentadas” a lo largo de la genealogía mitogénica. Destacan la misma Hipólita y Pentesilea, la amazona defensora de Troya cuyo hipotético romance con Aquiles, inexistente en el mito original, fue desarrollado por obras galantes de los siglos XII y XIII. También Atalanta, compañera de aventuras del Hércules mítico –aparecida como personaje secundario en la serie madre de Xena– y cuota femenina de Los Argonautas, esa suerte de Liga de la Justicia de la Grecia clásica. Igualmente reflejaría a mitos paralelos de otras culturas, como la Mulan china y la Gord Afarid persa, entre otras. Por el camino, podemos volver a citar a Roman Gubern en su célebre Máscaras de la ficción y su análisis de las “mujeres sublimadas” Ayesha, Antinea y Barbarella. Esta última prima lejana de Red Sonja también surgida en cómic.
En última instancia, y en un looping mitogénico, Xena emparenta con Don Quijote por medio de Gabrielle. La aspirante a bardo, que llega a encontrarse con un Homero joven que da sus primeros pasos como narrador, pretende narrar las aventuras de su compañera en un poema épico respecto al cual la guerrera se muestra bastante escéptica. Estas Don Quijote y Sancho avant la lettre, con los papeles intercambiados, se van influenciando la una a la otra mientras la vocación de la Gabrielle da para juegos intertextuales al principio bastante obvios que ganan complejidad conforme avanza la historia.
También cabe destacar que la serie remite explícitamente al mundo de las películas de acción de serie B, no sólo por sus limitaciones en la producción, que también, sino por las peleas, cabriolas y recursos exagerados, propios de cine de artes marciales de Hong Kong –que los títulos de los capítulos homenajean– y el modelo conocido como “pelea de masillas”, en que el héroe –o heroína– se enfrenta a un puñado de rivales sin cara. Igualmente la premisa de la que parte la serie no es muy diferente al de otras como The A-Team, etc., en que el héroe o héroes van de pueblo en pueblo ayudando a campesinos contra mafiosos genéricos, cual pistolero solitario o ronin del japón feudal.
El mérito de la serie, quizás, se halle en un comienzo más que convencional y formulaico, en el que Xena y Gabrielle no pasan de ser contrapartidas femeninas de Hércules y su compañero Iolus con los roles ligeramente trocados –ya que Iolus suele representar un punto de vista más práctico frente al idealista Hércules– que fue evolucionando, casi inconscientemente, hacia un discurso mucho más rompedor, original y falto de complejos que el de su serie madre. Sobre todo, hay que señalar que Xena nace en medio de la ficción en serie propia de los 90 para perecer como una de las primeras pica del “nuevo estilo”, más intertextual, autoconsciente y desenfadado del cambio de siglo –aunque impregnado de la misma y grandilocuente “voluntad de trascendencia” de sus predecesores–. La serie era, en principio, un producto de entretenimiento de serie B –lo cual no tiene nada de malo– destinado a un público más bien joven con el reclamo de la acción, bastante humor y, a qué negarlo, las raciones de piel al aire que el vestuario permitía, tanto de las protagonistas como, en aras de la paridad, del musculado dios Ares y algunos de sus secuaces.
Pero Xena acaba liberándose de la fórmula consabida en la que las dos protagonistas caminan de pueblo en pueblo desfaciendo un entuerto por capítulo, mientras Xena ejerce de mentora y la inocencia de Gabrielle la ayuda a redimirse, con el enfrentamiento a Ares como telón de fondo para los cliffhangers de final de temporada. En lugar de eso, se entregará al más delirante sincretismo histórico y mitológico, ampliando el restringido mundo de aldeas saqueadas por bárbaros impuesto por el presupuesto hasta el punto que las protagonistas llegan a enfrentarse a Julio César o a salvar a Ulises de las sirenas, además de hacer de guardaespaldas de un trasunto de Jesucristo llamado Eli o interactuar con el mismísimo arcángel Miguel, que llega para anunciarles sendos embarazos inmaculados –coincidentes con el primero en la vida real de la actriz Lucy Lawless– que resultarán en el nacimiento de dos niños mesíanicos destinados a provocar la extinción de los antiguos dioses.
Continuará...
El Advenedizo
advenedizo@hotmail.es
Escribir comentario