He aquí un secreto acerca de quien suscribe esta entrada: aunque a veces se esfuerce en negarlo, siente un profundo amor hacia el musical en todas sus formas (teatro, cine, serie), especialmente hacia el musical posterior a los años 80 del pasado siglo.
Ya está. Ya lo he dicho.
Una vez hecha la confesión, que tendrá numerosos ecos en futuras entradas (sí, me mantengo en mi intención ya manifestada en alguna ocasión de explicar, via este blog, por qué Glee es una estupenda serie, mucho más inteligente de lo que parece a simple vista), me detengo, en esta ocasión, en uno de los musicales más llamativos, para mí, de los últimos años, por varios motivos: se trata de un musical bastante famoso en Gran Bretaña y Estados Unidos, pero que por su caracter transgresor nunca ha llegado a calar tanto ni a adquirir la repercusión de los que llevan la marca de la factoría Disney, ni de los más clásicos. En parte, se debe al fondo, ya que es una comedia absurda con tintes negros, negrísimos, y, en parte, a la forma, que requiere a mecanismos que apelan a nuestra infancia para exponer un discurso muy, muy adulto, (del nivel de las comedias, tan en boga hoy, del tipo de Seth McFarlane, creador de Padre de familia y demás). Es muy realista, aunque, viendo sus pósters, nadie lo diría. Y se dirige a un público muy concreto, quizás en exceso… Todo eso ha reducido su impacto de manera inmerecida. Me refiero, ya lo sabéis por el título, a Avenue Q, hasta hace ahora un año en cartel en Madrid.
Aquí tenéis al casting de Avenue Q en su versión española, que fue excelente. ¿Hay algo en los personajes que os resulte familiar, algo que os suene, que despierte, tal vez, algún recuerdo lejano? Efectivamente, son muñecos de peluche, marionetas concretamente, articuladas por actores. Y sí, se parecen mucho a otras que seguramente habéis visto… Pero no dejéis que su aspecto peludo y suavito os engañe, estos muñecos solamente hablan de sexo y drogas. Es el musical con mayor contenido sobre sexo y drogas que he visto, de hecho. Salvo Hair. Y Rent. En cualquier caso, mucho de ambas cosas.
Avenue Q nació en 2002 muy ligado a ese precedente obvio que es Barrio Sésamo. De hecho, sus creadores, Robert López, Jeff Marx, Jeff Whitty y Jason Moore, partieron de este programa de televisión infantil en más de un sentido: uno de ellos trabajó como guionista en el show, y cuatro de los actores del reparto original eran a su vez ventrílocuos del mismo. Además, como podréis ver por la foto, muchos personajes son parodias fácilmente reconocibles de los personajes más famosos del programa.
Pero Avenue Q no tiene nada de infantil, ahí está la clave. No se trata de aprender los números ni los conceptos básicos de la enseñanza que nos ayudan a sobrellevar la infancia y a llegar a la etapa adulta. Más bien al contrario, este musical habla de lo que pasa después. El mensaje de Barrio Sésamo, siempre positivo, se centraba en las enormes posibilidades que tiene todo niño o niña al crecer. Avenue Q habla de qué pasa cuando creces y te das cuenta de que esas posibilidades no están, en su mayor parte, a tu alcance, y la mayor parte de lo que te han vendido sencillamente no era cierto. Habla, en definitiva, de cómo reaccionar ante la pérdida de la inocencia. De ahí el uso de las marionetas: este show nos habla a nosotros, los que crecimos viendo Barrio Sésamo, los que hemos sido defraudados, y lo hace con las mismas herramientas que aquel otro programa.
Pero, además de hablar de la pérdida de la inocencia, Avenue Q nos presenta a un héroe cotidiano que sigue todos los pasos del héroe clásico y que nos presenta, siguiendo el esquema de D.P. McAdams en su obra Making life: the stories we live by, en quien me baso de ahora en adelante en cuanto a terminología, un caso claro de la terapia que supone contar la propia historia y la utilidad de la autonarración ficticia.
Nuestro protagonista y nuestro guía a la hora de introducirnos a Avenue Qes Princeton, a quien os presento, y que se basa en gran parte en la propia biografía de los autores. Princeton es cualquiera de nosotros ahora o hace un par de años: acaba de terminar la universidad con buenas notas, ha estudiado lo que le gusta (una licenciatura en letras, nada menos) y ahora no sabe qué hacer con su vida. Todas sus expectativas se han visto o están a punto de verse traicionadas. El viaje de Princeton responde al esquema narrativo clásico de Bruner: principio, nudo y desenlace. Princeton es, además, un estereotipo, el self made man norteamericano, y sigue el modelo narrativo que McAdams denomina redemptive self: Princeton está convencido de que se dirige a un destino manifiesto, es un elegido. Por favor, escuchad esta canción y decidme, mirándome a los ojos, que nunca os habéis sentido así.
Pero el héroe no está sólo en el mundo. Princeton acaba de terminar la carrera y busca piso, y da con la Avenida Q, y con los numerosos personajes que la habitan, que ya son plenamente conscientes de que el brillante futuro prometido no es tan fácil de alcanzar.
Cada uno de ellos (casi todos reconocibles como parodias de personajes de Barrio Sésamo) experimentan uno o varios problemas de identidad, tienen problemas a la hora de explicarse a sí mismos, viven afectados por problemáticas muy serias y muy actuales. Un ejemplo de esta entrada en la vida adulta lo tenemos en Rod (Blas) que comparte piso con Nicki (Epi), y que está secretamente (cree él) enamorado de él, y es incapaz de admitirlo a pesar del evidente apoyo que le muestran los demás personajes. “If you were gay”, uno de los temas más famosos del musical, es un ejemplo de cuánto han crecido los niños que veían Barrio Sésamo.
La sexualidad está muy presente en el musical, como no podría ser de otra manera (¿alguna vez habéis visto a dos marionetas mantener relaciones sexuales? ¿no? ¿queréis hacerlo? Avenue Q no se anda con rodeos), pero no es el único tema: también están el racismo, la frustración laboral, la multiculturalidad, diversos tipos de adicción… Un ejemplo de ello es Trekkie Monster (imaginaoslo en azul), un monstruo peludo que apenas sale de casa porque se pasa el día entero en su apartamento… viendo porno.
Volviendo a Princeton, os decía antes que se trata de un héroe clásico en el sentido de que atraviesa algunos de los pasos habituales del héroe.
Experimenta el romance (de la mano de la profesora de preescolar más bien peluda Kate Monster) y algunos baches en éste (ahí está Lucy la Guarra. Sí, os dije que habían crecido), y, sobre todo, se guía por un objetivo, un propósito claro, el deseo explicito de mejorar las cosas y provocar una diferencia en el mundo.
El problema de Princeton es que aún no se ha encontrado a sí mismo. Está buscando su meta.
Como todo héroe contemporáneo y postmoderno que se precie, Princeton se equivoca una y otra vez, en todas sus elecciones: de novia, de carrera, de vivienda… así una y otra vez, hasta que llega a plantearse la necesidad de regresar al origen, a ese punto de nuestras vidas en el que las expectativas aún no han sido traicionadas y todo un mundo de posibilidades se abre ante nosotros. De nuevo, os lo pido: escuchad esto, queridos lectores que habéis estudiado o no, que habláis idiomas, que tenéis masters y postgrados y doctorados por doquier, y decidme que no os sentís aunque sea un poquito identificados.
Tras un periodo de autoindulgencia, Princeton experimenta un momento de epifanía, un turning point, y decide que su fracaso se debe en parte a su egoentrismo. Se convierte de nuevo en un redemptive self, y decide trabajar para los demás. Se pregunta si su meta no será tal vez hacer realidad la meta de otros, concretamente la de Kate Monster. Posteriormente, en un instante de iluminación incluso mayor, decide que su meta es contar su historia, para compartir su experiencia con otros, con los que vendrán después que él a vivir a Avenue Q, con aquellos que aún conservan su inocencia intacta, y advertirles, prevenirles…
Avenue Q no sería Avenue Q sin ese punto cruel de rechazo, pero el cierre es positivo, si no feliz. Es ilusoriamente positivo, la historia se detiene en un punto en el que todo puede, poco a poco, arreglarse. Tal y como los protagonistas dicen, todo va bien… por ahora.
¿Por qué es importante Avenue Q, aunque haya pasado desapercibido? Porque, lo repetiré una vez más, cuenta nuestra historia. Es interesante, desde el punto de vista escénico, por el terrible esfuerzo que exige a los actores, que interpretan varios papeles simultáneamente al tiempo que manejan los muñecos; que realizan un trabajo tan bueno que, al cabo de un rato, ni siquiera les vemos sobre el escenario, los personajes son las marionetas. Podríamos hablar sobre la interesante propuesta de suspensión de la incredulidad que hace este musical, sobre su enorme comicidad, y sobre su reflexión sobre la importancia de la autonarración y cómo contar nuestra historia nos cura de ella. Pero, sobre todo, es un reflejo de nuestra generación, de la inmediatamente anterior y de la que vendrá. Es el retrato fiel de lo que nos pasa, de esa insatisfacción que, inevitablemente, nos hemos encontrado de repente. Porque el héroe, aunque hable idiomas y tenga una o dos licenciaturas, no está sólo en el mundo, y las promesas que funcionaban en la infancia pierden su valor en el doloroso tránsito de la adolescencia a la vida adulta. Avenue Q recupera los temas clásicos de la literatura y nos los presenta de nuevo, traducidos a nuestro idioma. Es la historia de siempre, la nuestra. Pero con muñecos.
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Eldan (lunes, 22 octubre 2012 10:37)
¡Me encanta la canción The Internet is for Porn! :D
Drender (sábado, 27 octubre 2012 12:08)
Me encanto esté musical. Que lástima que ya no esté, porque me encantaría volver a verlo.
Cpt. Flint Baker (viernes, 09 noviembre 2012 20:10)
¡Gracias, Eldan! Es estupenda y tan realista... Aunque las hay mejores. Busca en youtube "Everyone's a little bit racist", por ejemplo. Es un gran musical. Y gracias, por supuesto, Drender. Me pasa lo mismo.