Extraordinary Watchmen (III): El Armageddon de las historias.

Hogwarts Liga Caballeros Extraordinarios

En la tercera entrega de The League of Extraordinary Gentlemen: Century, la batalla final se produce entre Mary Poppins y Harry Potter. La Mary Poppins que aquí se presenta es un cruce entre el referente literario y la Promethea del propio Alan Moore, y Harry es como diez o quince años mayor respecto al que conocemos y está mezclado con el Mark Renton de Trainspotting, con el detalle marca de la casa de ser yonqui de los hechizos.

 

Mina Murray y Orlando, ya situadas en 2009, asisten como meras espectadoras a una pelea en la que Allan Quatermain finalmente se reúne con su creador, en un último acto de inútil heroísmo. En mitad de la batalla, Harry Potter se saca su otra varita y lo mata meándole un rayo cósmico. Justo dos viñetas después de que se reivindique diciéndole a Mina: “Soy las aventuras que leíste de mí cuando eras niña, no este maldito desastre”.

 

Páginas antes hemos asistido a como Próspero, desde el Mundo Llameante del Polo Norte, y escoltado por Ariel y Cáliban, les da instrucciones precisas a los héroes de cómo deben enfrentarse al Hijo de la Luna. Un Anticristo creado por Oliver Haddo, el villano de Century, una parodia ya en el original –la novela The Magician de Somerset Maugham, publicada en 1908– de un Aleister Crowley con el que Alan Moore está evidentemente obsesionado.

 

Haddo ha sido el Dumbledore de una escuela para niños magos destinada únicamente al entrenamiento de su Hijo de la Luna, que ha nacido por la ausencia de vigilancia de La Liga, disuelta desde la desaparición de Mina en 1969. La cabeza de Haddo encerrada en una jaula es todo cuanto queda de él al final, y advierte a Mina y Orlando: el Apocalipsis se ha producido, sólo que ellas –Próspero y Mary Poppins, más bien– han ganado. Controlan el ‘fin del mundo’.

 

Aunque la última página deja la puerta abierta a que exista un volumen 4 de La Liga –presumiblemente adaptando historias de ciencia ficción–, podemos concluir que es el final de Promethea al revés. Allí los buenos también acababan por dominar el Apocalipsis, que no era sino la transición al mundo donde la ficción y sus efectos positivos fluyen en libertad dentro de nuestro mundo. Uno de los pocos tebeos de Moore con un final feliz.

Alan Moore

Sin embargo, el tercer volumen de La Liga, especialmente en la entrega correspondiente a 2009 –es decir, a la ficción actual–, la historia ha descarrilado hacia un enfoque completamente pesimista, mostrando un Londres deprimido en el que las historias se han separado de la realidad y sirven más para alienar a la sociedad que para liberarla. Era el tono también del Black Dossier, que sirvió de transición entre las aventuras de la La Liga original y las versiones actuales, y ambientaba parte de la acción en una Inglaterra de los años 50 dominada por el Gran Hermano.

 

Al fin y al cabo, Próspero, Duque de Milán, ha aparecido siempre con el aspecto de Merlín en Excalibur, de John Boorman, más el añadido de una colección de anillos de mago del caos a sus dedos. Es decir, un mago cascarrabias de desaseada barba blanca y colección de anillos, que maneja a la Liga a su antojo y es el señor del mundo de la imaginación. El propio Alan Moore, en fin.

 

En la última etapa de La Liga de los Caballeros Extraordinarios, además, Moore está retomando el discurso “mágico” de Promethea. Esta colección que desarrollase el de Northampton en el sello ABC Cómics narra las aventuras de la diosa Promethea, el espíritu de la hija de uno de los últimos helenistas, que para salvarla de las hordas cristianas la trasladó al mundo de las ideas. Desde allí, una mujer –u hombre– de cada generación puede convertirse en ella a base de contarlo, en unos casos dibujándola como personaje de cómic, escribiendo sus aventuras o componiendo poemas sobre ella.

 

Promethea es una diosa en el sentido totémico, que recibe su poder del que le otorga la imaginación y la creatividad de quienes depositan su fe en ella. Es la diosa de la imaginación, un ente mágico dentro y fuera del tebeo. Moore utilizó la colección para volcar toda su documentación sobre magia –hay un número dedicado a explicar cada naipe del Tarot, y una saga completa a cada Shepirot del Árbol de la Vida–, esa misma que acumula desde que escribiese From Hell, la obra que cambió tanto su carrera artística como su vida, o al menos su imagen pública.

 

En plena batalla final, Mary Poppins le espeta a Harry Potter que ella está “en cada página de La Biblia, ¿o con quién crees que estás hablando?”. Y el Blaze World de la Antártida que domina Próspero se asemeja, en el Black Dossier, al tránsito de Promethea por el árbol de la vida, con Próspero/Mercurio dirigiéndose directamente al lector. Posteriormente, Haddo felicita a Mina y a Orlando: han ganado, controlarán el Armageddon. Porque el fin del mundo es sólo una transición, como la que dirige Promethea.

 

Así, ser Promethea o controlar al Hijo de la Luna es un objetivo comparable al que tiene en Neon Genesis Evangelion controlar a Lilith –sea a través de un EVA completa, como el 01 que pilota Shinji, como de Adam–: son los artefactos que permiten dirigir la transición entre dos mundos, en un concepto cíclico, de evolución y renacimiento, que lo aleja de la idea apocalíptica cristiana.

Promethea

En el apocalipsis de Promethea participan otras reformulaciones superheroicas como las que ideó Moore para ABC, entre las que destaca especialmente Las aventuras Tom Strong. Mientras Promethea actúa como tótem y diosa esencialista del principio narrador, Tom Strong es el héroe pulp definitivo, que cumple y actualiza todos los tópicos, recomponiendo mensajes del original arcaico: de violento a pacifista, de racista a multicultural. Etc.

 

Moore escribió la primera entrega de los Caballeros Extraordinarios para ABC, al mismo tiempo que trabajaba en Promethea y Tom Strong, pero también en los guiones de Supreme, la versión de Superman del Universo Image. La colección se convirtió en un homenaje constante a las aventuras del personaje en la Edad de Plata, con su ciencia-ficción loca y sus personajes estereotipados. También a Jack Kirby y su Cuarto Mundo.

 

El proceso de La Liga de los Caballeros Extraordinarios, cuando pasa de ser la enésima vuelta de tuerca a los superhéroes –al fin y al cabo, ya que Hulk es Mr.Hyde, se le otorga a este gigantismo con una suculenta explicación para que refleje su función en unos Vengadores avant la lettre– a una reflexión en toda regla sobre el funcionamiento de la ficción mainstream, en la que Moore acaba por volcar cantidades ingentes de documentación.

 

El final de Century es pesimista y optimista al mismo tiempo. Los buenos ganan y abogan por la liberación de las historias, pero este mundo en el que toda la ficción es real y el destino del universo lo deciden los dioses Próspero y Mary Poppins es un mundo gris y triste, que produce al Harry Potter/Mark Renton, en el que las historias se han ido alejando cada vez de las necesidades reales del subconsciente colectivo, y en lugar de servirlo pretenden esclavizarlo.

 

Un mensaje ciertamente apocalíptico pero contradictorio para el Moore de Promethea, Supreme o Lost Girls, y además que suena a viejo cascarrabias. Adicto a atizar al mito de James Bond, en The Black Dossier lo presenta como el enemigo antiético de lo que representan Mina Murray y Allan Quatermain, que además cuentan como aliados a los mitos más alocados, infantiles y libres del folclore antiguo o reciente de las Islas Británicas.

 

En Century hay cameos de media viñeta ciertamente, sorprendentes, como el de Hiro de la serie de televisión Héroes –un derivado involuntario de Watchmen que pronto trataremos–, el joven geek japonés con poderes de teletransporte. Al mismo tiempo, es un recordatorio constante de la pérdida de la magia respecto al Londres victoriano donde vivieron sus días de gloria Mina y Orlando, con el trípode que servía de monumento y homenaje a la guerra contra Marte del volúmen II yace olvidado y oxidado, y nadie recuerda ya por qué Hyde Park recibe su nombre.

Un ataque, finalmente, al anticristo Harry Potter que se antoja injusto toda vez que lo remueve de su contexto y le lanza una crítica marginal y cascarrabias. Por supuesto, las aventuras del niño mago de J.K. Rowling pueden ser criticadas, y mucho, y más por alguien como Alan Moore –apuntaré, aunque será tema de otra ocasión, como Harry es una inversión del planteamiento del recluta tipo de los X-Men, es un mutante pijo, que, como en Los Increibles, no pone sus poderes al servicio de un bien mayor, sino que se da por superior al común de los mortales–, pero su planteamiento, al mezclarlo con referentes que no le pertenecen, no pasa de lo ingenioso, y pierde el comentario metatextual que pretende componer.

 

¿Insiste Moore en retroceder dos pasos atrás, para replantearnos el camino tomado por la ficción mainstream, y por tanto por el subconsciente colectivo? Pero, ¿no es al fin y al cabo, como ya hemos dicho antes, lo que hizo en los 90, cuando los monstruos que fueron él, con su Watchmen y su MiracleMan, y Frank Miller, con su The Return of the Dark Knight y su Born Again, acabaron fagocitando para mal todo el medio del tebeo anglosajón? ¿No es, aunque sea admirable su capacidad de reciclarse, un poco pesado tanto crear para luego criticar las consecuencias de sus propias acciones como si no tuviesen nada que ver con él?

 

Por supuesto hay otros ‘armageddons’ de la historias que merecería la pena reseñar, aunque no están tan cercanos al tratamiento del Pop! como conjunto que hace Moore en LXG o Promethea. Por ejemplo, el de las fábulas, que plantean tanto Tolkien en El Señor de los Anillos como Michael Ende en La Historia Interminable, y que recoge refractado Bill Willingham en Fables, o Neil Gaiman empapa de erudición pomposa en The Sandman.

 

Las ficciones, y las ficciones ‘baratas’ antes que otras, pueden liberarnos o esclavizarnos. Pueden encerrarnos en un cubículo muy estrecho y sin imaginación –como era el tebeo de superhéroes de los 90 que Moore combatió con denuedo– o abrirnos horizontes que nunca habríamos imaginado –como ocurre con Promethea, desde el principio hasta el final–. La cuestión es si tenemos la capacidad de asimilarlas, y si estamos dispuestos a pagar el precio que la Lectora de Si una noche de invierno un viajero…, de Ítalo Calvino, critica: traspasar la barrera entre quienes los que leen y los que escriben, y ser los dos a la vez. Y volvernos, como Moore, que añora su paraíso perdido, más poderoso que antes pero sintiéndose mucho más pobre.

Entregas anteriores de EXTRAORDINARY WATCHMEN:

 

Extraordinary Watchmen (I): ¿A quién pertenecen los vigilantes?: Parte 1 y Parte 2.

Extraordinary Watchmen (II): El montaje del director.

 

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Comentarios: 1
  • #1

    Juicer Reviews (miércoles, 10 abril 2013 07:29)

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