No era mi primera vez, sin embargo, lo viví como si lo fuera. La inquietud, el placer, la sorpresa me invadieron hace unos días cuando, haciendo zapping en esas horas de sobremesa y sopor, entre los realities infinitos de Divinity y la película-dramón de Antena 3 me topé con una sordidez incomporable: Superman IV: en busca de la paz.
Mis ojos no podían apartar los ojos de la tele; tanta maravillosidad me tenía atrapada. Los looks ochenteros, la idiotez de las féminas protagonistas o esos diálogos dignos del Siglo de Oro me recordaron por qué para mí Reeves será siempre el único Superman de carne y hueso. Y esto a pesar de que la consistencia física argumental de la película es cuanto menos dudosa (algo que ya le pasaba a otras pelis de la saga, y si no, que le pregunten a Sheldon).
Superman vuela. Ok. Hasta aquí no hay problema. Director y espectador llegan a un acuerdo tácito por el que se acepta esto como principio, al igual que la superfuerza. Estamos ante un pacto de
credibilidad emisor-receptor, el mismo que se da cuando vas al teatro, el actor abre un grifo del que brota agua invisible y no te chirría. De hecho, el acto en sí de acudir al teatro supone
aceptar ser engañado durante el tiempo que dura la función, y si no consiguen que te creas la historia, te cabreas, porque tú has ido allí para que te cuenten una mentira como si fuera verdad
(igual que en el cine).
No es un pacto "porque sí". Hay condiciones, y el acuerdo puede romperse en mil pedazos por múltiples razones, como por ejemplo que el argumento no se sostenga dentro de la lógica del universo en
cuestión. Un poner, Doctor Who parte de la premisa de que su protagonista es un viajero en el tiempo cuyo vehículo es una nave con forma de cabina telefónica azul. Cuando me siento a ver
esta serie no puedo ponerme a discutir si el viaje en el tiempo es viable científicamente hablando, no tiene sentido; acepto el viaje en el tiempo y la cabina y punto. Ahora, que no me pongan al
padre de Los Serrano a moverse por el tiempo y el espacio, porque no cuela (como tampoco cuela que todo sea un sueño de Resines, pero esa es otra cuestión que se solucionaría matando al guionista
al que se le ocurrió la brillantez y al productor que dijo que sí, o al productor al que se le ocurrió y al guionista que lo ejecutó, lo mismo me da). (Bueno, no sé si se solucionaría, pero yo me
quedaría más tranquila).
Otro ejemplo: True Blood, una serie ambientada en un mundo en el que existen los vampiros. Genial, lo acepto, pero (y en el pero está la clave), no todo vale. El pacto obliga a que el argumento mantenga coherencia dentro del universo en cuestión, e igual que en Los Serrano, como historia costumbrista, no habría manera de creerse nada si meten a un predator, en True Blood llega un momento en que es difícilmente defendible la consistencia argumental (eso pasa cuando te vas inventando el tema sobre la marcha, sin planificación alguna, y encima le caes mal a tu camello). Y que conste que yo he visto la serie completa. Es de ese tipo de mierda que no soportas, pero no puedes dejar de ver (me refiero a True Blood; Los Serrano es mierda a secas).
Volviendo al pacto de credibilidad, en ese juego (cuyas reglas a efectos prácticos respetamos más o menos según nos conviene) entra el género musical por razones obvias: normalmente la gente no va cantando por ahí, y mucho menos expresando en voz alta lo que dice o piensa al ritmo de la música. Pero en los musicales sí, y nos parece estupendo. Bueno, a unos más que a otros…
"[…] Lo extraño de los musicales, lo forzado que resulta que unos señores se canten las buenas tardes mientras los ojos se les humedecen de la emoción, lo peregrino que se antoja la exaltación anímica de cada segundo vivido" Luis Martínez en su crítica a la última versión de Los miserables en elmundo.es, en la que acusaba a la película de priapismo emocional, olvidando en cierto modo que lo afectado de las interpretaciones forma parte del libreto original. Otra cuestión es plantearse hasta qué punto era necesaria una nueva adaptación de la novela de Víctor Hugo (o de la composición de Claude-Michel Schönberg y Alain Boublil, ya puestos). En eso, desde luego, tiene razón el periodista en que la historia de Jean Valjean (mal que me pese, porque mira que me gusta) está empezando a convertirse en la nueva amenaza del milenio.
Me decía un amigo después de verla que a él, que nunca antes se había acercado a Los miserables (en ninguna de sus formas), le había faltado contexto en el largometraje de Tom Hooper, que en su opinión no dejaba claras, por ejemplo, las razones de la revolución estudiantil. Puede ser, pero es que eso ya es así (con algún matiz) en el musical, en el que la revuelta sirve precisamente para contextualizar a Jean Valjean, que es el importante (aunque a mí el que me mola es Javert, que a diferencia de lo que pueda pensarse no es el malo, simplemente es). Los chavales no son más que otros tantos miserables que pasaban por allí.
De todas formas, a mí ante esta cinta se me plantea otra pregunta: ¿existe realmente el espectador 'virgen' de la historia de Hugo? Yo creo que no. Es imposible, porque Los miserables está ahí,
en todas partes, y lo queramos o no, seamos o no conscientes, todos hemos sido partícipes de ella, ya sea a través de las versiones televisivas, cinematográficas o musicales (o todo un poco), de
Los Simpson (el actor secundario Bob tiene el mismo número de prisionero que Jean Valjean cuando se cartea con Selma) o de Susan Boyle. Como decía Luis Martínez, "tiembla Woody".
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Minister of Silly Walks (lunes, 25 marzo 2013 23:27)
¿Quién dijo que la falta de planificación puede ser un problema? Siempre se puede recurrir a máquinas del tiempo, nazis y por supuesto seres sobrenaturales totalmente fuera de lugar aunque la propia serie parta del argumento más descabellado. Por desgracia, creo que a todos nos vienen a la cabeza infinidad de casos...
El Advenedizo (jueves, 28 marzo 2013 18:42)
Los Miserables, como El Quijote o la Guerra de Troya, ya han abandonado a su referente original para convertirse en constructos. El tema es para qué los utilizamos en cada momento, porque el mariconismo de cada entorno mediático e ideológico acaba creando monstruos. Lo mismo le pasa a Superman, que siempre ha sido un icono liberal, pero muchos lectores descontextualizados lo tienen por fascistoide (como al Capitán América, que representa lo mejor de EEUU y no lo peor, coñe).
El Advenedizo (jueves, 28 marzo 2013 18:45)
No hay más que ver a los Valjean del multiverso en el video: ¿qué cojones sabe un espectador japonés de musicales de Luis Felipe de Orleans o de Victor Hugo? Aquí pegaba ya un enlace al capítulo de 'Atrapado en el tiempo' en el que interpretan el musical 'Man of La Mancha' y ya rematas. Ya no son novelas, son superhéroes...