Con eso de que el día del libro acaba de pasar, no puedo resistirme a seguir hablando, un tiempo después de que empezáramos la conversación, sobre uno de los dos causantes de la ononmástica por la que el citado día se celebra el 23 de abril: William Shakespeare (aunque en realidad parece ser que, si bien tanto él como Cervantes murieron el 23 de abril de 1616, no lo hicieron el mismo día, porque en Inglaterra estaba vigente el calendario juliano y en España ya se aplicaba el gregoriano… pero esa es otra historia). Ya hablamos hace meses sobre su discutida identidad y sobre la más aún autoría de sus propias obras. Más adelante hablaremos sobre el contexto en el que se desarrolla su teatro, que se ha tocado mucho en el cine; sobre las comedias románticas que ha inspirado y qué tienen de ficticio y de real; y sobre algunos derivados francamente redículos que el autor o sus obras han inspirado. Hoy, a modo de celebración, me detengo sobre la que probablemente sea su obra más famosa y, por ello, la más adaptada. Sí, obviamente. Hablamos de ésa.
Romeo y Julieta es una de esas historias que todo el mundo conoce, o que todo el mundo cree que conoce, de tantas veces que se han adaptado, referenciado, parodiado o aludido a ellas. A grandes rasgos, todos conocemos los detalles. Romeo y Julieta se ven, se gustan, se casan. En algún momento de la historia interviene un balcón. Pero, mala suerte (muy mala suerte en realidad), sus padres se llevan mal, muy mal, fatal, a un nivel preocupante, aunque el por qué nunca acaba de quedar claro. Romeo y Julieta mueren.
Viene a ser eso, ¿verdad? Romeo y Julieta acaba mal, y toda historia de amantes que acaba mal es, en mayor o menor medida, Romeo y Julieta. Y, sin embargo, más allá de la parodia hay algo grande ahí, cuando uno logra abstraerse de la carga semántica que la obra ha ido adquiriendo a lo largo de los siglos y consigue centrarse, solo en un teatro a oscuras (o en una sala de cine), en ese “caiga la peste sobre vuestras dos familias”.
Sería una experiencia interesante poder ver ese Romeo y Julieta desde la mirada del público isabelino, ese público que tal vez tenía más imaginación que nosotros y que tenía que apañárselas sin escenarios y sin mujeres (argumento éste muy explotado en el cine) para ver a los dos amantes. Sería interesante desnudar el argumento básico que se repite una y otra vez a lo largo de la literatura y el cine hasta recuperar el original, que no lo es, porque en la mejor tradición de su época Shakespeare continúa y recupera argumentos e historias conocidos por todos (basándose, como en otras de sus obras más conocidas, en antiguos romances italianos). En ese momento, que el argumento sea sorprendente no es importante (ya en el título y los primeros versos se nos avisa de que Romeo y Julieta es una tragedia, aunque cuesta creerlo en realidad hasta la muerte de Mercutio; hasta entonces, todo es celebración). Lo importante es el proceso, que consigue que, una y otra vez, si está bien hecho, uno desee que el caballo de Baltasar, el criado de Romeo, se tuerza el tobillo y no llegue a avisar a su amo de la “muerte” de su esposa; o, mejor aún, que al fraile Lorenzo se le ocurra un plan algo menos enrevesado, algo menos estúpido, con menos lagunas, vaya. Pero nunca ocurre.
Si olvidamos el origen de la obra, y el contexto en el que surge, el comportamiento de los personajes resulta, cuando menos, un poquito difícil de entender, y es que Romeo y Julieta se conocen y se casan en un lapso de menos de 48 horas. Queda algo más claro el asunto cuando recordamos que, según el texto, Julieta no tiene aún catorce años (¡no tiene aún catorce años!), y Romeo debe andar por los dieciséis. Sucesivas adaptaciones de la obra (salvo una, que me encanta, y que os comento más abajo), se pasan esto por el forro para poder utilizar a actores famosos, y para que las audiencias, algo más adultas, puedan identificarse con los personajes. Y sin embargo resulta mucho más fácil comprender las acciones de los personajes y el tipo de amor rápido e irreflexivo del que estamos hablando cuando vemos a Romeo y Julieta como dos niños, casi. De ahí, también, que Julieta tenga a su nodriza tan a mano. Si no, ya me diréis.
Este es uno de los aspectos que más cambian en las adaptaciones, pero hay otros dos que no dejan de molestarme: son los papeles que desempeñan dos personajes en la trama: Rosaline y el conde Paris. Seguro que el segundo os suena más como el pretendiente de Julieta aprobado por su familia, los Capuleto (los “capullito”, que dicen en Elcansancio.com). Pero, ¿quién se acuerda de la primera? Pobre Rosaline, que aparece en el primer o segundo acto de la obra como ese amor imposible por el que suspira Romeo, y de la que se olvida inmediatamente cuando ve a Julieta (que además es su prima). En algunas adaptaciones ni se la menciona, por eso de que queda mal que el amante ya estuviera enamorado, y que sea, además, un poco veleta. Que sí, que vale, que Julieta es su amor verdadero, pero aún así… En realidad, lo que hace aquí Shakespeare, desde mi punto de vista, es muy inteligente: nos muestra a un héroe irreflexivo, rasgo de su carácter que se va a desarrollar posteriormente en la trama y va a ser fundamental porque, a) se casa con Julieta, la hija de su enemigo, b) mata al primo de ella en una pelea callejera y c) cuando se entera de que ella “ha muerto”, va y se suicida, así, sin pensar ni nada. Desde el primero momento nos está preparando para que comprendamos por qué actúa como actúa. Es que el chaval es así, impulsivo.
El caso de Paris es, de nuevo, un intento fallido de los adaptadores por intentar que Romeo caiga bien a toda costa. Un caso clásico de lavado de imagen. El pobre conde Paris, que no daba para mucho más pero tampoco es lo que se dice un antagonista, al que Romeo mata en la cripta de Julieta, y que, en casi todas las versiones cinematográficas es borrado de un plumazo, en lo que se refiere a esa escena. Si os fijáis en el final de Shakespeare in love, Paris está ahí, en el suelo, muerto. Pobre.
Mucho más interesante desde mi punto de vista que los amantes y que cualquiera de los personajes es aquél que maldecía a las familias, aquél del que se dice que Shakespeare lo mató a la mitad de la obra, porque seguir escribiéndolo le mataría a él. Aquél, al que, tal vez esto no lo sepáis, interpretó el propio Shakespeare en alguna ocasión sobre el escenario, porque como sabéis, el bardo también era actor de profesión (también interpretó al fantasma del padre de Hamlet).
Con más de 77 adaptaciones sólo al cine, Romeo y Julieta tiene que ser, por fuerza, uno de los argumentos más versionados de la historia. Acabo con una pequeña guía de las versiones más sonadas…
De menos a más, es inevitable hablar de una de aquellas adaptaciones perpetradas de manera cruel. ¿Cuál es el objetivo, me pregunto yo, de cosas como Gnomeo y Julieta? Si se trata de acercar al público infantil un clásico de la literatura, el fallo es estrepitoso, porque uno de los elementos fundamentales, la muerte de los amantes, se pasa por alto (si un gnomo se rompe, gotita superglú y listos. En serio, va así). Así que como adaptación no me sirve. No, si uno de los protagonistas, por lo menos, y me parece poco, no muere, no es Romeo y Julieta. Eso invalida también “versiones” como Romeo debe morir, en la que la tragedia brilla por su ausencia y la base argumental queda reducida a un conflicto racial que no tiene mayor interés.
No tanto por sangrienta, como por bizarra, os traigo una vez más Warm bodies, horriblemente traducida al español como Memorias de un zombie adolescente y en la que el título original de la novela (R y Julie) lo deja mucho más claro. No deja de ser un simple juego de palabras, el conflicto Montescos-Capuletos se convierte en un conflicto, er, zombies comepersonas-personas cazazombies, y, bueno, el tema de la muerte ya está casi resuelto si partimos de que el protagonista está muerto de antemano. Aún así, la tragedia brilla por su ausencia.
Es obligatorio mencionar West Side Story… aunque falten algunos elementos (suicidios adolescentes y cosas así), el argumento, el conflicto, trasladado a unas bandas callejeras en Nueva York, y el sistema de relaciones que se establece entre los personajes, vienen a funcionar igual. No es mi favorita, ni mucho menos, pero es icónica.
Nos vamos acercando… la adaptación que realizó Bazz Luhrmann en 1996 tiene muchos defectos (un montaje mareante, cambios de ritmo brutales, algún que otro error de casting…), pero también muchos aciertos. Junto con West Side Story, es uno de los intentos de hacer la historia más contemporánea, aumentando la edad de los personajes y añadiendo en el cóctel drogas y pistolas. Fundamental en la adolescencia de más de una, destacan su Mercutio drag (que después tuvo la suerte o desgracia de acabar en el 747 de Oceanic), la piscina que sustituye al balcón, la divertida banda sonora y, en general, la estética de los personajes, también muy divertida. En este caso, los Capuletos son algo así como latinos un poco horteras, y los Montescos son… ¿horteras con camisa hawaiana?
Uno de los motivos por los que nos acercamos a este tema: este año se estrena la enésima versión de Romeo y Julieta, con un reparto espectacular que incluye a Paul Giamatti y al sospechoso de Homeland, Damian Lewis (que interpreta al padre de Julieta, a la que en 1996 interpretara Claire Danes… volvemos a la interconexión de fandoms), Hailee Steinfield… Se intenta recuperar la edad de los protagonistas, y se opta por un corte clásico. ¿Es necesaria? No, seguramente. ¿La veremos? Sí. Para qué vamos a mentir. Ya nos quejaremos luego…
La versión de Franco Zeffirelli en 1968. He dicho. Se obvian algunos elementos (Paris…) y no es precisamente el mejor Mercutio de la historia del cine, pero los protagonistas son los mejores. Especialmente Julieta, interpretada por una Olivia Hussey de catorce años que es perfecta en el papel. Es la versión más conmovedora, más clásica (me da que la de 2013 busca algo así), y tiene algunos momentos maravillosos. Disfrutad…
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El Advenedizo (viernes, 03 mayo 2013 12:15)
'Romeo debe morir' es una adaptación, aunque sea infame. El pobre Jet Li aún se arrepiente de haber rodado ese engendro de Satán, pero por mala que sea, lo es. No recuerdo ni a Mercuccio, ni a Julieta ni a nada. En Francia, eso que lo desarrolle la Srta. Cleese, tienen un musical con el Mercuccio más gay que vieron los siglos.
Tengo en la cabeza dos ejemplos comiqueros. Uno es muy malo pero tiene un giro gracioso al final, en la Patrulla-X. Uno de los hermanos de Bala de Cañón, cuya familia son los típicos rednecks de pueblo perdido de Kentucky, se enamora de la hija del cacique rival. Son enemigos, en realidad, por mutantes y humanos, claro, y hay partes de la historia que fusilan directamente diálogos de la obra (te lo juro). En fin, lo que sea. El tema es que Jay (el romeo mutante) cuando descubre a la chica muerta, no puede suicidarse por mucho que lo intenta porque tiene factor de curación. Y son adolescentes, claro.
La otra es de Ralph König, y ya os lo podéis imaginar. Es una mezcla de Otelo, Macbeth y Romeo y Julieta, pero todo en gay. Julieta es un hijo de un comerciante londinense del XVII y Romeo un negro de dos metros de alto con la polla más grande al sur del muro de Adriano. Una historia preciosa. Y al final no mueren tampoco...
Penny Cleese (lunes, 06 mayo 2013 16:16)
Efectivamente, a principios de siglo hicieron una versión musical de Romeo y Julieta en Francias con el subtítulo "Los niños de Verona". En 2010 lo llevaron de nuevo al escenario. Decir que Mercuccio es una maricona parda es quedarse corto, claro que estos chavales no andan muy sobrados de testosterona en ningún caso. Eso sí, el espectáculo mola un puñao en general.
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