jue
30
may
2013
Len Wein encargó a Alan Moore a principios de los 80 que escribiese una miniserie sobre los personajes de la Charlton Comics cuyos derechos DC había adquirido recientemente, en una táctica de fagocitar a la competencia tan antigua como la propia compañía, ya en ese momento propiedad de la Warner, y que ha seguido prolongando hasta nuestros días. Como ya es sabido, Moore les dio un tratamiento tan extremo que Wein le recomendó que les cambiase los nombres para respetar el argumento que tenía pensado, pero que las franquicias siguiesen disponibles para DC.
De esos seis personajes, al menos tres de ellos –Peacemaker (The Comedian), Nightshade (Silk Spectre) y Thunderbolt (Ozymandias)– han pasado sin pena ni gloria por Universo DC. Quizás ella, como miembro ocasional de Shadowpact o el Escuadrón Suicida, ha pasado por ser una secundaria de cierto relumbrón, pero poco más. Los otros dos, que ni siquiera fueron creados directamente por Steve Ditko, –la única gran estrella en su apogeo de la que pudo presumir la Charlton, y quien le dio visibilidad a unos tebeos hasta entonces más bien normalitos–, aparecen de vez en cuando de relleno. Y en el caso Peacemaker, está demasiado contagiado por su reverso mooreniano.
Sin embargo el Capitán Atom (Dr.Manhattan), Blue Beetle (Nite Owl) y The Question (Rorschach) sí que son importantes personajes de la mitología DC posterior a Crisis en las Tierras Infinitas, la historia que unificó todas las franquicias en un mismo universo de ficción. Los dos primeros formaron parte de la Liga de la Justicia Internacional de los guionistas Giffen y DeMatteis –y sí, eso ya se considera un clásico–, y el tercero protagonizó a finales de los 80 su propia cabecera, guionizada por Denny O’Neill, que actualizó y suavizó las líneas básicas del personaje de Ditko. Más tarde, Dwayne McDuffie lo adaptaría genialmente en la serie de animación Justice League Unlimited.
El Capitán Atom recibió un aspecto parecido al del Doctor Manhattan cuando fue ‘asumido’ por el UDC. Sin embargo, su nombre no es sólo para impresionar, de verdad es capitán de las fuerzas armadas de EEUU. Así que, más que un héroe cuasi omnipotente alejado de la humanidad, tenemos a una bomba atómica con piernas y mentalidad castrense. Honrado y esforzado, el cuadriculado Nathaniel Adam ha ejercido de líder del ramal europeo de La Liga de la Justicia, gozado varias veces de serie propia y viajado entre universos en más de una ocasión.
Célebre es la anécdota de cómo iba a ser el villano final de ‘Armageddon 2001’, la gran saga de DC para 1989. Un héroe del futuro regresaba más de diez años en el pasado para averiguar qué superhéroe era en realidad Monarca, el dictador que subyugaba al mundo. El principal candidato, por poderes y mentalidad, era Atom, pero fue tan descarado, los fans lo adivinaron con tanta anticipación –y sin internet, listos–, que la editorial decidió cambiar en el último momento.
Curiosamente, el elegido para sustituirlo sería otra creación de Steve Ditko, aunque no de la Charlton, sino de las que hizo para la propia DC: Halcón, de Halcón y Paloma. Sí, un superhéroe neonazi y otro pacifista, hermanos para más inri, formando equipo, una idea muy propia de Ditko. En la versión moderna, se sustituyó al hermano pequeño por una chica como Paloma, para añadir el giro de la relación amorosa entre ambos.
El segundo Blue Beetle, Ted Kord –digamos el equivalente a Dan Dreinberg–, ha sido el eterno pretendiente de Barbara Gordon, la primera Batgirl, parapléjica por acción de Moore en The Killing Joke y reconvertida en Oracle, la genio informático que coordina a la batfamilia, la Liga de la Justicia y el grupo de vigilantes femeninas conocidas como las Aves de Presa. Que Ted financia, prisionero de los ojos verdes de la hija del Comisario Gordon a pesar de saber que no puede competir con Dick Grayson, el primer Robin, independizado como Nighwing.
Tal y como estáis pensando, Ted, igual que Dan Dreinberg, es un superhéroe pringado. Es un genio de la ingeniería, tiene muchos recursos tanto económicos como personales, y es más ágil, fuerte y rápido que una persona normal. Pero comparado con gente del nivel de Batman o Wonder Woman –de la que también está un poco colgado, aunque, en fin, ¿quién no?–, es un pringado que nunca jugará en las grandes ligas. Y un pagafantas de manual, encima.
Sus más grandes aventuras las ha vivido como dúo cómico con Booster Gold, otro héroe cuando menos especial. Booster es un viajero del tiempo en versión Beef de Regreso al futuro: ¿por qué salvar al mundo pudiendo utilizar la información que tienes sobre el futuro para hacerte rico y famoso? La gracia de Booster es que, siendo un inútil inmaduro, se las arregla con mucha cara, algo de encanto y bastante potra para parecer eficiente. Beetle hacía de payaso serio cuando vivían aventuras juntos.
La muerte de Blue Beetle a manos de su antiguo jefe en la Liga de la Justicia, Maxwell Lord, fue el detonante de la gran saga épica de DC Comics a principios del siglo XXI –luego se les fue de las manos y han hecho una saga épica definitiva cada seis meses–. En ella Ted se revela como un detective más que eficiente cuya pringadez le sirve para darse cuenta de un problema tan subterráneo que escapa de la vigilancia de los grandes. Será Wonder Woman quien vengue su muerte, acabando con Max Lord.
La muerte de Ted Kord fue como deberían ser las muertes en la ficción épica en general y en los tebeos de superhéroes en particular: con sentido dentro de la historia y dignidad fuera de ella para el personaje. Provocó, además, el renacimiento de dos series. En primer lugar, su propia cabecera, con un nuevo Blue Beetle, el divertidísimo Jaime Reyes, que adapta a los tiempos al personaje. Si el de los años 30 eran un arqueólogo que recibe poderes mágicos de un escarabajo sagrado y pelea con mafiosos y el de los años 60 un detective millonario que usa mil gadgets para combatir supervillanos coloristas, el Beetle del siglo XXI es un adolescente adicto a la informática y los videojuegos que utiliza una armadura extraterrestre, mezcla de Peter Parker y un joven Tony Stark.
Y luego está la serie de Booster Gold. El guionista Geoff Johns, que da lo mejor de sí cuando resucita personajes por los que ya nadie daba un duro y se diluye cuando se enfrenta a las grandes franquicias, dio la vuelta al planteamiento de Booster convirtiéndolo en el ‘policía del tiempo’ del Universo DC. Michael Carter, jugador de fútbol fracasado del siglo XXIII, debe salvar el tiempo y el espacio sin que nadie sepa que es un héroe, pues sus enemigos podrían viajar al día de su nacimiento y matarlo en la cuna o boicotearlo de mil maneras.
Así, Booster se convierte en el más grande héroe de todos los tiempos… que debe fingir ser un inútil total ante el resto del mundo para poder cumplir su misión. Es, al mismo tiempo, el tutor no oficial del nuevo Beetle, y juntos tratarán de rescatar a Ted Kord, con desastrosos resultados que provocan. Johns, en la mejor tradición de Peter David –hablaremos de él largo y tendido algún día–, retuerce la premisa básica del héroe para convertirlo en un ciclo trágico: está atrapado por su propio destino y no puede escapar de él, como Barbara Gordon no puede escapar de la silla de ruedas o Ted de la muerte anónima para salvar el mundo. Aunque siempre hay resquicio para la esperanza.
Y, finalmente, The Question. Cuando Ditko se independizó completamente de las grandes compañías –ha roto con ellas de manera definitiva dos o tres veces, digamos que esto fue hacia la segunda ocasión que pegó el portazo–, empezó a autoeditar la aventuras de Mr. A. Ya hemos hablado en anteriores entregas como Ditko asumió las ideas de Ayn Rand. El objetivismo se resume en la frase ‘A=A’, es decir, lo que es, es, nada de relativismo, nada de complejidad. Un delincuente siempre será un delincuente. Mr.A deja morir a los criminales porque ellos solos se lo han buscado. Para Ditko, Mr.A era la versión sin censura de The Question.
Sin embargo, Denny O’Neill primero y Dwayne McDuffie después decidieron convertir al personaje en algo a medio camino entre el Rorschach de Watchmen y el periodista conspiranoico con el que soñaba Ditko pero que nunca fue capaz de ajustar. En su propia cabecera, era un héroe y acababa teniendo razón, y O’Neill le añadió un sentido del humor juguetón y algo retorcido que versiones posteriores no han respetado. También porque el guionista captó rápidamente el paralelismo de su origen con el de Spirit: periodista que finge su propia muerte para escapar de la mafia y usa sombrero y gabardina como parte de su disfraz.
Tras Infinite Crisis, la gran historia épica que comenzó con la muerte de Ted Kord, llegó 52, una aventura semanal y coral, un experimento que no ha vuelto a salirle bien a DC Comics, en el que una de las protagonistas era la ex agente de policía de Gotham City, René Montoya. Surgida de Batman: The Animated Series, igual que Harley Quinn –y del mismo modo que Barbara Gordon nació del Batman de Adam West–, el papel principal de la agente Montoya era darle variedad étnica y de género a un departamento de policía de Gotham que hasta entonces sólo gozaba de dos agentes con nombre y apellidos: el comisario Gordon y el detective Harvey Bullock.
Montoya no tardó en dar el salto a los tebeos ante la popularidad que ganó el personaje, convirtiéndose primero en ayudante de Gordon y luego en compañera de Bullock, al que hacía de contrapeso. Posteriormente, el guionista Greg Rucka empezaría a desarrollar el departamento completo, creando toda una legión de policías, que pasarían de las páginas de la clásica Detective Comics a tener su propia cabecera, Gotham Central.
Entre medias, René se convirtió en objeto de enfermiza obsesión por parte de Dos Caras y esperanza para la redención del bueno de Harvey Dent, una pasión no correspondida dado que la detective –sí, también asciende, y de llevar uniforme de madero de infantería pasa a lucir gabardina, como toda la plana mayor del GCPD–, para hacer honor a la tradición no oficial de la batfamilia, es homosexual. Y dura, muy dura, como debe serlo un policía en Gotham City.
Gotham Central desarrollaba las aventuras de Batman desde el punto de vista de los policías de la ciudad, es decir, de personas normales para quienes los supervillanos no son chistes góticos, sino peligros mortales. Ed Brubaker y Greg Rucka se turnaban los guiones, uno escribiendo el turno de mañana y el otro al de noche. Al final de la serie, el compañero de René, Crispus Allen, moría a manos de un policía corrupto que quedaba libre y ella, destrozada, renunciaba.
En 52, Vic Sage, The Question, aparecía de repente en la vida de una autodestructiva René para redimirla y entrenarla como su sucesora. Por el camino, en una historia mezcla de noir y superhéroes, se presentaba Kathy Kane, la nueva Batwoman y novia de la universidad de la agente Montoya. En la batalla final, y tras la muerte por cáncer de Sage, René asumía el manto y salvaba a la chica.
Aunque Montoya tenía más sentido como ‘persona normal’ dentro del ‘bat-universo’, su conversión fue lo suficientemente convincente para los fans. Sin embargo, luego los guionistas no tuvieron capacidad para darles aventuras a la altura de las expectativas que habían creado, ni siquiera el propio Greg Rucka.
La última vuelta de tuerca sobre The Question llegó tras el reinició total del UDC y la llegada de las New 52!. El nuevo Question no es un periodista que fingió su propia muerte y combate al poder en la sombra, tampoco un justiciero filofascista de moral estricta, ni una detective desencantada que lucha por la verdad y la mujer que ama. Ahora es una fuerza fundamental del universo, emparentada con la mismísima Pandora mitológica y el ya no tan misterioso Phantom Stranger. Un cambio, de personaje noir y realista a ‘mágico’, que está por ver cómo funciona, y que desde luego traiciona completamente el planteamiento original del racionalista Ditko –que, todo sea dicho, también fue el creador de la particular estética del Doctor Extraño de la Marvel–.
Entregas anteriores de EXTRAORDINARY WATCHMEN:
Extraordinary Watchmen (I): ¿A quién pertenecen los vigilantes?: Parte 1 y Parte 2.
Extraordinary Watchmen (II): El montaje del director.
Extraordinary Watchmen (III): El Armageddon de las historias.
lun
13
may
2013
Debería, sí, hace bastante tiempo. Pero no quiero engañarnos. Dragon Ball es mi serie de dibujos animados de la infancia. Recuerdo con añoranza las horas pasadas delante del televisor de tubo embobado viendo como Goku y compañía se daban hasta en el cielo de la boca. Entonces, ¿a qué viene esto? Pues a que acaban de estrenar en Japón una nueva película de Dragon Ball y los rumores sobre las intenciones de su creador, Akira Toriyama, parecen apuntar a una vuelta de la mítica serie, así que me he puesto a reflexionar un poco sobre ella.
Lo cierto es que de pequeños no somos conscientes de la calidad de un producto. Podíamos tirarnos horas viendo dibujos animados que, ya de mayores, al volver a verlos nos damos cuenta de lo malos que son. Concretamente, el anime de Dragon Ball es horroroso: pausas eternas, doblaje nefasto y animación floja. Vamos, soy consciente de que el anime de Dragon Ball no lo volveré a ver en mi vida casi con total seguridad. Sin embargo, el manga, su formato original, sí lo disfrute hace poco y volveré a hacerlo. No será el manga perfecto, pero es sencillo, dinámico y terriblemente entretenido. Digo que no es perfecto por que es allí a donde voy. Para mí la historia de Goku debería haber tenido un final concreto, que era genial, pero a Toriyama le pudo el dinero y siguió exprimiendo la gallina de los huevos de oro hasta que lo que quedaba era de latón.
Dragon Ball (o "boladragon" en nuestra infancia) empezó siendo un manga (esto lo digo por si alguien no lo sabe aún, que hace poco alguien se sorprendió cuando se lo dije...), un manga sencillo, fresco y muy divertido. Con humor, pequeños toques eróticos, que todos (TODOS) los niños agradecían vergonzosa y silenciosamente, y grandes combates por ver quién era el más fuerte. Aquí entra en juego la figura del maestro Mutenroshi (el Duende Tortuga o Mauricio Colmenero, ya me entendéis) que enseña al pequeño Son Goku la mejor lección de su vida: por mucho que te entrenes, siempre habrá alguien más fuerte que tú. Lección que le sirve de acicate para seguir creciendo como guerrero y superar todos los límites en teoría insuperables.
Goku crece entre aventuras y cada batalla que supera le hace más fuerte, hasta llegar a ser el número uno del universo tras derrotar a Freezer. El título le duró poco. Aquí entro yo exponiendo que éste debería ser el final: el planeta Namek, dañado por la batalla contra Freezer, explota y Goku desaparece en la explosión, PARA SIEMPRE. La lección de Mutenroshi adquiere aquí una fuerza increíble, es dramático y frustrante, tu héroe favorito se va al mismo tiempo que se convierte en el más fuerte. Brutal... Pero Toriyama (o sus editores, vete a saber) destroza ese mensaje. Goku se salva por poco y continúa sus aventuras. La enseñanza de nuestro querido maestro al infierno. ¿Por qué?: marketing, dinero...
¿Cómo? Si Goku es ya el súper guerrero definitivo... Pues no, no lo es. Resulta que puede haber más de un súper guerrero definitivo... Y hay más, tienen varios niveles de transformación (súper saiyan nivel 1, nivel 2, etc...). ¡Ah!, y pueden fusionarse entre ellos. No voy a enumerar y describir todos los niveles y combinaciones que se han hecho desde que Goku se transforma por primera vez en súper guerrero porque es interminable y cada vez más bochornoso. Lo cierto es que después de la saga de Freezer la historia degenera. Cell mantienen levemente el tipo y el monstruo Bu tiene cierta gracia, pero se nota el cansancio y la repetición de esquemas de combates. Dragon Ball GT, que vino unos años después de acabar la historia principal, fue un fracaso del que el mismísimo Toriyama se desentiende (de hecho, asegura que la nueva película estrenada en Japón ignora rotundamente esa saga). Tantas transformaciones, niveles y fusiones han destrozado el esquema original de Dragon Ball. Una lástima.
Si la nueva película tiene éxito, es posible que Goku y Cia vuelvan en formato anime otra vez. Rezo para que no ocurra porque la propia película, apadrinada por el propio Toriyama, no tiene muy buena pinta y digo más, siguiendo la tradición, habrá nueva transformación: súper saiyan GOD (súper guerrero dios, o algo así...). Juzgad vosotros mismos...
Continuará...
Drender
drender.render@gmail.com
jue
02
may
2013
Con eso de que el día del libro acaba de pasar, no puedo resistirme a seguir hablando, un tiempo después de que empezáramos la conversación, sobre uno de los dos causantes de la ononmástica por la que el citado día se celebra el 23 de abril: William Shakespeare (aunque en realidad parece ser que, si bien tanto él como Cervantes murieron el 23 de abril de 1616, no lo hicieron el mismo día, porque en Inglaterra estaba vigente el calendario juliano y en España ya se aplicaba el gregoriano… pero esa es otra historia). Ya hablamos hace meses sobre su discutida identidad y sobre la más aún autoría de sus propias obras. Más adelante hablaremos sobre el contexto en el que se desarrolla su teatro, que se ha tocado mucho en el cine; sobre las comedias románticas que ha inspirado y qué tienen de ficticio y de real; y sobre algunos derivados francamente redículos que el autor o sus obras han inspirado. Hoy, a modo de celebración, me detengo sobre la que probablemente sea su obra más famosa y, por ello, la más adaptada. Sí, obviamente. Hablamos de ésa.
Romeo y Julieta es una de esas historias que todo el mundo conoce, o que todo el mundo cree que conoce, de tantas veces que se han adaptado, referenciado, parodiado o aludido a ellas. A grandes rasgos, todos conocemos los detalles. Romeo y Julieta se ven, se gustan, se casan. En algún momento de la historia interviene un balcón. Pero, mala suerte (muy mala suerte en realidad), sus padres se llevan mal, muy mal, fatal, a un nivel preocupante, aunque el por qué nunca acaba de quedar claro. Romeo y Julieta mueren.
Viene a ser eso, ¿verdad? Romeo y Julieta acaba mal, y toda historia de amantes que acaba mal es, en mayor o menor medida, Romeo y Julieta. Y, sin embargo, más allá de la parodia hay algo grande ahí, cuando uno logra abstraerse de la carga semántica que la obra ha ido adquiriendo a lo largo de los siglos y consigue centrarse, solo en un teatro a oscuras (o en una sala de cine), en ese “caiga la peste sobre vuestras dos familias”.
Sería una experiencia interesante poder ver ese Romeo y Julieta desde la mirada del público isabelino, ese público que tal vez tenía más imaginación que nosotros y que tenía que apañárselas sin escenarios y sin mujeres (argumento éste muy explotado en el cine) para ver a los dos amantes. Sería interesante desnudar el argumento básico que se repite una y otra vez a lo largo de la literatura y el cine hasta recuperar el original, que no lo es, porque en la mejor tradición de su época Shakespeare continúa y recupera argumentos e historias conocidos por todos (basándose, como en otras de sus obras más conocidas, en antiguos romances italianos). En ese momento, que el argumento sea sorprendente no es importante (ya en el título y los primeros versos se nos avisa de que Romeo y Julieta es una tragedia, aunque cuesta creerlo en realidad hasta la muerte de Mercutio; hasta entonces, todo es celebración). Lo importante es el proceso, que consigue que, una y otra vez, si está bien hecho, uno desee que el caballo de Baltasar, el criado de Romeo, se tuerza el tobillo y no llegue a avisar a su amo de la “muerte” de su esposa; o, mejor aún, que al fraile Lorenzo se le ocurra un plan algo menos enrevesado, algo menos estúpido, con menos lagunas, vaya. Pero nunca ocurre.
Si olvidamos el origen de la obra, y el contexto en el que surge, el comportamiento de los personajes resulta, cuando menos, un poquito difícil de entender, y es que Romeo y Julieta se conocen y se casan en un lapso de menos de 48 horas. Queda algo más claro el asunto cuando recordamos que, según el texto, Julieta no tiene aún catorce años (¡no tiene aún catorce años!), y Romeo debe andar por los dieciséis. Sucesivas adaptaciones de la obra (salvo una, que me encanta, y que os comento más abajo), se pasan esto por el forro para poder utilizar a actores famosos, y para que las audiencias, algo más adultas, puedan identificarse con los personajes. Y sin embargo resulta mucho más fácil comprender las acciones de los personajes y el tipo de amor rápido e irreflexivo del que estamos hablando cuando vemos a Romeo y Julieta como dos niños, casi. De ahí, también, que Julieta tenga a su nodriza tan a mano. Si no, ya me diréis.
Este es uno de los aspectos que más cambian en las adaptaciones, pero hay otros dos que no dejan de molestarme: son los papeles que desempeñan dos personajes en la trama: Rosaline y el conde Paris. Seguro que el segundo os suena más como el pretendiente de Julieta aprobado por su familia, los Capuleto (los “capullito”, que dicen en Elcansancio.com). Pero, ¿quién se acuerda de la primera? Pobre Rosaline, que aparece en el primer o segundo acto de la obra como ese amor imposible por el que suspira Romeo, y de la que se olvida inmediatamente cuando ve a Julieta (que además es su prima). En algunas adaptaciones ni se la menciona, por eso de que queda mal que el amante ya estuviera enamorado, y que sea, además, un poco veleta. Que sí, que vale, que Julieta es su amor verdadero, pero aún así… En realidad, lo que hace aquí Shakespeare, desde mi punto de vista, es muy inteligente: nos muestra a un héroe irreflexivo, rasgo de su carácter que se va a desarrollar posteriormente en la trama y va a ser fundamental porque, a) se casa con Julieta, la hija de su enemigo, b) mata al primo de ella en una pelea callejera y c) cuando se entera de que ella “ha muerto”, va y se suicida, así, sin pensar ni nada. Desde el primero momento nos está preparando para que comprendamos por qué actúa como actúa. Es que el chaval es así, impulsivo.
El caso de Paris es, de nuevo, un intento fallido de los adaptadores por intentar que Romeo caiga bien a toda costa. Un caso clásico de lavado de imagen. El pobre conde Paris, que no daba para mucho más pero tampoco es lo que se dice un antagonista, al que Romeo mata en la cripta de Julieta, y que, en casi todas las versiones cinematográficas es borrado de un plumazo, en lo que se refiere a esa escena. Si os fijáis en el final de Shakespeare in love, Paris está ahí, en el suelo, muerto. Pobre.
Mucho más interesante desde mi punto de vista que los amantes y que cualquiera de los personajes es aquél que maldecía a las familias, aquél del que se dice que Shakespeare lo mató a la mitad de la obra, porque seguir escribiéndolo le mataría a él. Aquél, al que, tal vez esto no lo sepáis, interpretó el propio Shakespeare en alguna ocasión sobre el escenario, porque como sabéis, el bardo también era actor de profesión (también interpretó al fantasma del padre de Hamlet).
Con más de 77 adaptaciones sólo al cine, Romeo y Julieta tiene que ser, por fuerza, uno de los argumentos más versionados de la historia. Acabo con una pequeña guía de las versiones más sonadas…
De menos a más, es inevitable hablar de una de aquellas adaptaciones perpetradas de manera cruel. ¿Cuál es el objetivo, me pregunto yo, de cosas como Gnomeo y Julieta? Si se trata de acercar al público infantil un clásico de la literatura, el fallo es estrepitoso, porque uno de los elementos fundamentales, la muerte de los amantes, se pasa por alto (si un gnomo se rompe, gotita superglú y listos. En serio, va así). Así que como adaptación no me sirve. No, si uno de los protagonistas, por lo menos, y me parece poco, no muere, no es Romeo y Julieta. Eso invalida también “versiones” como Romeo debe morir, en la que la tragedia brilla por su ausencia y la base argumental queda reducida a un conflicto racial que no tiene mayor interés.
No tanto por sangrienta, como por bizarra, os traigo una vez más Warm bodies, horriblemente traducida al español como Memorias de un zombie adolescente y en la que el título original de la novela (R y Julie) lo deja mucho más claro. No deja de ser un simple juego de palabras, el conflicto Montescos-Capuletos se convierte en un conflicto, er, zombies comepersonas-personas cazazombies, y, bueno, el tema de la muerte ya está casi resuelto si partimos de que el protagonista está muerto de antemano. Aún así, la tragedia brilla por su ausencia.
Es obligatorio mencionar West Side Story… aunque falten algunos elementos (suicidios adolescentes y cosas así), el argumento, el conflicto, trasladado a unas bandas callejeras en Nueva York, y el sistema de relaciones que se establece entre los personajes, vienen a funcionar igual. No es mi favorita, ni mucho menos, pero es icónica.
Nos vamos acercando… la adaptación que realizó Bazz Luhrmann en 1996 tiene muchos defectos (un montaje mareante, cambios de ritmo brutales, algún que otro error de casting…), pero también muchos aciertos. Junto con West Side Story, es uno de los intentos de hacer la historia más contemporánea, aumentando la edad de los personajes y añadiendo en el cóctel drogas y pistolas. Fundamental en la adolescencia de más de una, destacan su Mercutio drag (que después tuvo la suerte o desgracia de acabar en el 747 de Oceanic), la piscina que sustituye al balcón, la divertida banda sonora y, en general, la estética de los personajes, también muy divertida. En este caso, los Capuletos son algo así como latinos un poco horteras, y los Montescos son… ¿horteras con camisa hawaiana?
Uno de los motivos por los que nos acercamos a este tema: este año se estrena la enésima versión de Romeo y Julieta, con un reparto espectacular que incluye a Paul Giamatti y al sospechoso de Homeland, Damian Lewis (que interpreta al padre de Julieta, a la que en 1996 interpretara Claire Danes… volvemos a la interconexión de fandoms), Hailee Steinfield… Se intenta recuperar la edad de los protagonistas, y se opta por un corte clásico. ¿Es necesaria? No, seguramente. ¿La veremos? Sí. Para qué vamos a mentir. Ya nos quejaremos luego…
La versión de Franco Zeffirelli en 1968. He dicho. Se obvian algunos elementos (Paris…) y no es precisamente el mejor Mercutio de la historia del cine, pero los protagonistas son los mejores. Especialmente Julieta, interpretada por una Olivia Hussey de catorce años que es perfecta en el papel. Es la versión más conmovedora, más clásica (me da que la de 2013 busca algo así), y tiene algunos momentos maravillosos. Disfrutad…
mié
24
abr
2013
No me atrevería a decir que es la historia más veces repetida, pero estoy segura de que se encuentra entre aquellas que más veces ha sido contada y versionada. Caperucita (roja) es un cuento de los de toda la vida, y también una película de animación, y una canción de Ismael Serrano. El madrileño usó al personaje para uno de los temas de su primer disco, que se ha convertido en un imprescindible dentro de su repertorio.
Como puede imaginar cualquiera que haya escuchado alguna vez al cantautor, es una preciosidad… y una auténtica pena de canción, de esas que te dan ganas de ponerte a llorar y, si me apuras, hasta de cortarte las venas. Y es que si Ismael, como reconoce el mismo, no tiene capacidad de síntesis, tampoco puede presumir precisamente de ser la alegría de la huerta.
Él lo sabe, y ha aprendido a convivir con ello, e incluso a reírse del asunto. "La gente es muy ingeniosa en Internet. Hace un tiempo leía un tuit de un chico que decía: "Meterse un disco de Ismael Serrano en el bolsillo y que se te duerma la pierna", comentaba en su último concierto en Granada, desplegando un gracejo que por increíble que parezca hizo que el público se desconojara, sin dejar de preguntarse, eso sí, si se habría comido a Ángel Martín, porque aquello no era normal.
Lo que sí es normal en él es usar en sus letras a poetas como Machado o Neruda, personajes reales (como el Che) o ficticios (como Huckleberry Finn o Ilsa Lazlo y Rick Blaine, los protagonistas de 'Casablanca') o mitos como Casandra. Referencias, referencias y más
referencias (algunas evidentes, otras rebuscadas nivel alfa plus) que convierten a Serrano en un paradigma de la intertextualidad, absolutamente consciente, además.
En su afán por establecer una conexión casi mística entre distintos elementos culturales, el madrileño convierte en leit motiv de uno de los discos (el cuarto) otro cuento: Peter Pan. Para él, el final de la obra de Barrie es uno de los más tristes jamás escrito, porque encierra la peor traición para este infante eterno, La traición de Wendy, que creció y se olvidó de su promesa, como muchos de nosotros.
Esta traición, que podría decirse que es (con matices) lo contrario al llamado complejo de Peter Pan, la comete el propio Peter en 'Hook', donde es el propio niño perdido el que ha dejado de serlo para convertirse en todo aquello que nunca quiso ser y que lo hizo huir de su madre siendo un bebé. Porque, sí señores, Peter huyó, aunque casi nunca nos cuenten esa parte del cuento. Él quería ser pequeño para siempre, y no tener preocupaciones ni obligaciones… pero se le olvidó y se convirtió en Robin Williams, cabeza visible de la película de Steven Spielberg, que tiene un reparto en el que destacan Dustin Hoffman, Maggie Smith o el mismísimo Phil Collins.
Aparte del hecho de que el bebé salga por patas al escuchar los planes que tienen para él, podemos decir sin equivocarnos que el cuento original tiene una carga de violencia y miseria que hace la historia bastante dura. En esta cinta, a esto se une una dosis de amargura (relacionada con todo el tema del hacerse mayor y olvidarse de los sueños y promesas) que obviamente no dura mucho (esto es Hollywood, y Spielberg es muy moñas), pero lo suficiente como para dejarte un regusto inquietante.
Por otro lado, destaca el hecho de que desde el principio se ponga el foco de atención en el capitán Garfio, un malo malísimo se supone, aunque a poco que te pares a analizarlo un poco te das cuenta de que no es más que un viejo resentido que necesita a Peter Pan para dar un sentido a su vida.
Curioso, pues, que en la última versión cinematográfica en imagen real del cuento el mismo actor diera vida al villano y al padre de Wendy. Está claro que este último no necesita a Pan para dar sentido a su existencia, pero en esa parte del cuento sí que es el malo, porque está empeñado en que los niños dejen de ser niños y, por tanto, ejecuten la consabida traición.
Antes de esa versión se hicieron otras muchas; quizás la más famosa sea la que hizo Walt Disney en 1953, pero se rodaron más tanto antes como después. La primera es una película de 1924 en la que daba vida a Wendy Moira Angela Darling la actriz Mary Brian, que trabajó con Cary Grant en 'La maravillosa aventura de Ernest Bliss' (Alfred Zeisler, 1936), entre otras cintas.
En los últimos tiempos destaca 'Descubriendo Nunca Jamás' (Marc Forster, 2004), que recrea la escritura de la obra teatral, que así fue como nació Peter Pan a principios del siglo XX, para transformarse en novela poco después. No es de extrañar, por tanto, que la historia se haya llevado a los escenarios en infinidad de ocasiones (algunas veces en forma de musical), la primera vez en diciembre de 1904 y con una mujer haciendo el personaje protagonista.
La película toma elementos reales, pero lo cuenta todo 'en bonito', aunque se supone que el relato (con sus momentos de realismo mágico y tal) es bastante fiel a lo que pudo ser la relación de
Barrie con los hermanos Llewelyn Davies, que fueron los que inspiraron la obra (y que acabaron muy mal, al parecer). Dicen que George Bernard Shaw describió Peter Pan como "ostensiblemente un
entretenimiento vacacional para niños pero en realidad una obra para personas adultas". Sea cierta o no la cita, estoy de acuerdo. Pero por diversión que no quede.
lun
15
abr
2013
Hablamos de adaptaciones y lo primero que pensamos es en los libros que se convierten en películas, pero Homero adaptó los relatos orales sobre la Guerra de Troya a un poema escrito que llamamos Iliada. Virgilió disfrazó su propaganda política de emulación homérica y dio lugar a la Eneida. Casi dos mil años después, los trovadores del amor cortés demostraron que no entendían nada porque no querían y se inventaron amores entre Aquiles y la amazona Pentesilea, aliada de los troyanos. A principios de este siglo, Wolfgang Petersen se descolgó con lo de ‘el primo Patroclo’ y un final en el que aparece un chavalín cargando con un anciano cojo y dice “Me llamo Eneas”.
En 2010 la BBC estrenó Sherlock, la antepenúltima adaptación al audiovisual de la creación de Conan Doyle. El detective londinense es uno de los personajes más explotados de la historia, hasta niveles de paroxismo agobiantes. La serie de TV se estrenó en paralelo con la primera entrega del Sherlock Holmes, de Guy Ritchie, protagonizado por Robert Downey Jr, y la segunda temporada vino sucedida del lanzamiento de su hermana bastarda norteamericana, Elementary, y el psicodélico experimento de Holmes&Watson: Madrid Days, de José Luis Garci.
La magia de Sherlock, aparte de la habilidad de Steven Moffat para crear ritmo desde el guión aunque el director sea lerdo –y que parece haber perdido en Doctor Who, todo sea dicho–, viene de la capacidad para actualizar, dicho sea esto en el sentido más estricto, las historias de Conan Doyle recuperando la capacidad de sensación. Es decir, consiguiendo que este nuevo Sherlock del siglo XXI cree en los espectadores actuales el mismo shock que supuso para los lectores de finales del XIX la creación original.
Evidentemente cuando digo ‘el mismo’ quiero decir ‘lo más parecido posible dadas las circunstancias’, puesto que los lectores in fabula del XXI están o se creen mucho más resabiados que los compradores de periódicos de la city londinense a los que se dirigía el doctor Doyle. Pero los elementos del primer capítulo, ‘A study in pink’, son los mismos que los de la novela Estudio en escarlata, sólo que trasladados casi 150 años en el futuro. Unas circunstancias que además sirven para reivindicar la irónica actualidad de la obra de Doyle.
En la novela, John Watson es un médico joven que acaba de regresar de la guerra de Afganistán, herido de guerra y hastiado de la vida, que busca con quien compartir piso y tiene mucho tiempo libre, ya que su pensión de veterano se lo permite. Un antiguo compañero le ofrece la posibilidad de irse a vivir con un tipo raro al que nadie aguanta ni nadie sabe muy bien a qué se dedica, Sherlock Holmes. Juntos acaban resolviendo un extraño crimen en el que varios viajeros sin aparente relación entre sí se han suicidado tras coger un taxi. La extraordinaria peripecia con que todo se resuelve permite a Watson salir de su astenia vital
Que Holmes tenga escrito un tratado o suba sus escritos sobre diferentes tipos de ceniza de cigarro a una página web, igual que Watson puede preferir publicar en un blog en lugar de los periódicos, o que se traten de tú y se dirijan el uno al otro por el nombre de pila no cambia ni una coma de ese resumen. Incluso lo de Afganistán se mantiene. Y la sensación que produce Holmes en la serie de televisión es la misma que buscaba el libro –y que a nosotros, ay, nos está vedada por tantos años de lecturas supuestas–: la de un auténtico lunático asocial, o como él mismo se llega a definir “un sociópata altamente eficiente”.
Es la reconversión que todas las franquicias de superhéroes intentan aplicarse cada cierto tiempo y que hemos visto en Los ángeles de Charlie o Star Trek y veremos en Star Wars. Hacer que el producto vuelva a ser guay. Las adaptaciones subsiguientes de El sabueso de los Baskeville o ‘Un escándalo en Bohemia’ utilizan patrón similar, y detalles de fondo de la serie como que John cambie de novia cada capítulo actualizan otros que estaban en forma similar en los originales: el primer doctor Watson se casa hasta tres veces, un ‘pichabrava’ para la moral victoriana. Martin Freeman, además, está muy bien elegido para su papel, el mayor acierto de casting de toda la serie.
Es el mismo mecanismo que en Troya, aunque cueste creerlo, pero con resultados que podemos considerar diferente porque la intención es diferente. Si los trovadores del amor cortés creaban el enamoramiento trágico de Aquiles con su enemiga, la amazona Pentesilea, era mitad por lo sugestivo de la figura de los amantes que luchan entre sí, mitad porque para ellos la homosexualidad de un héroe guerrero era, sencillamente, inconcebible en la ficción. No quiere decir que no se diese en la Edad Media, si no que no era incorporable a una narración de ese calibre. Otra cosa sería, que os digo yo, La Carajicomedia.
Virgilio reescribió la Iliada y la Odisea en orden inverso para dar lugar a la Eneida. La primera parte, el viaje desde Troya al Lacio, es la Odisea, y la defensa de la nueva nación de los troyanos, es la Iliada, sólo que esta vez ganan ellos. Su intención era añadir una obra más al corpus homérico que justificase las pretensiones divinas del emperador Octavio Augusto, y lo adaptaba a un público romano de referentes griegos. Tenía que satisfacer al vulgo con un relato épico, pero también a los entendidos con una construcción académicamente impecable.
Petersen adapta el discurso de Troya a un público que debe ser lo más amplio posible, porque de lo que se trata es de hacer negocio. Podría optar por una historia más fácil, centrándose en alguna historia de amor o poniendo a los troyanos de malos y a los griegos de buenos, hemos visto versiones de ese tipo. Pero decide respetar el espíritu del texto lo más posible, entregando la película a la oposición entre Aquiles y Héctor como líderes de los respectivos bandos, representantes de formas diferentes de entender la vida y la muerte y también prisioneros de su destino.
Y por el camino, saja todo lo que no sea ese para poder conservar el conflicto nuclear, y adapta las cosmovisiones de los dos protagonistas para que puedan ser empatizables para un espectador del siglo XXI. El concepto de honor de un caudillo micénico filtrado por la literatura griega de la Edad Oscura no es concebible por un lector actual, al menos no de manera que pueda caerle bien. Así que Aquiles tiene que amar a Briseida, no considerarla un botín de guerra, y se le ofrecen momentos de guión o de escenografía que la mezclan con Casandra o Polixena para conservar las tragedias de estas dentro de la historia, ya que forman parte de la leyenda asociada a la Guerra de Troya.
Aquiles es una máquina de matar y Héctor un general eficaz y un hombre de familia. Donde el uno es impetuoso, el otro es reflexivo. Mientras el griego vive al límite de sus fuerzas y no deja de viajar y luchar para disfrutar de la eternidad, aunque sepa que morirá joven, el otro es tranquilo, hogareño, y su única aspiración es disfrutar de la única vida que tiene a través de la paz y haciéndose viejo. La eternidad de Aquiles es su muerte, la de Héctor su hijo. Petersen nos ahorra la muerte de Astianacte y la conversión de Andrómaca en concubina del hijo de Aquiles, los broches de la tragedia de Héctor. Pero el núcleo básico está ahí, traducido para lectores actuales.
Christa Wolf traducía la historia en clave feminista en su novela Casandra, recuperando a la hija de Príamo como símbolo de las mujeres oprimidas, no sólo como la voz de la razón a la que nadie escucha en Troya, también como víctima de violación. Alessandro Baricco trató de actualizar el carácter oral y social de la narración original en Homero, Iliada, novela compuesta en lenguaje actual, contando los mismos hechos que el original, y pensada para ser leída en público.
Por supuesto, la relectura y la reescritura forman parte de todo este mecanismo, y la interpretación social o política nunca será la misma cuando los saltos son de siglos o milenios. Los dos soldados que son Aquiles y Héctor, hastiados de la guerra, cínicos y poco dispuestos a creer en los dioses, víctima de las ambiciones políticas o la ineptitud de sus gobernantes, pueden ser leídos en clave de crítica a la Guerra de Irak, y es que ya avisaba Heródoto que la Historia se construye con la alternancia de los ataques entre Oriente y Occidente. El 11-S como el rapto de Helena. Y en un corpus mítico tan amplio, sería igual de ilógico leer Las Troyanas de Séneca en clave feminista como no utilizarlas en ese enfoque en la actualidad.
En la misma medida, cuando Moffat y Gatiss convierten la foto de Irene Adler en un móvil lleno de secretos de estado en manos de una madame de altos vuelos, adaptan el papel de mujer independiente que desafía al orden patriarcal con su resolución que tuviese el personaje original. Al mismo tiempo, al convertir a su víctima en un miembro anónimo de la familia real británica nos recuerdan que el rey de Bohemia del relato original tenía que ser identificado por sus lectores con el príncipe Albert Victor, un calavera notorio que gustaba de la compañía de mujeres –y hombres– de dudosa reputación. Que por cierto, moriría apenas un año después de la publicación del relato.
En el caso de Sherlock, se pretende actualizar la sensación, el tipo de impacto que produjo la obra original, y por eso tampoco es raro que se haga en formato serie de televisión, ya que fueron los relatos episódicos los que lograron la popularidad del personaje originalmente. En el caso de Troya, la traslación de la épica a criterios aceptables por lo políticamente correcto del discurso de la ficción actual –al menos en EEUU– deriva en un alegato sobre el amor heterosexual y el pacifismo impropios, pero respetando el núcleo dramático de la peripecia, con el honor, la eternidad, la ambición, el amor y la muerte como motores de los personajes y, por tanto, de la acción. Las películas son nuestros poemas épicos y el formato, por tanto, vuelve a ser el adecuado.
Así, la habilidad de estas dos obras audiovisuales ha consistido en adaptar el tipo de discurso que proponían las originales a nuestra sensibilidad actual. En otros casos, lo que llamamos adaptación, puesto que traslada de formato un argumento, no pretende tanto actualizar como reformular –para domesticar o censurar el mensaje original– o reutilizar para otro propósito artístico los mismos elementos. O, como suele ser habitual en muchas adaptaciones presentes, pasadas y futuras, usar un concepto que no hay que vender, por tener un público ya establecido, para hacer caja.
jue
11
abr
2013
Recomendación: durante la lectura de esta entrada de blog se recomienda fervientemente escuchar esto.
Una cosa más, en este caso una advertencia: en esta entrada de blog hay spoilers, creo. Probablemente muchos. Aunque si en algún caso ha sido cierto eso de que el destino da igual, lo importante es el camino, es en esta saga, llena de monos, piratas y sentido del humor.
Si nunca has gritado “Detrás tuya, un mono con tres cabezas!” a un enemigo para escabullirte ante sus ojos… Si nunca has dicho, seductoramente, “¿Llevas un recoge-plátanos en el bolsillo o es que te alegras de verme?”… Si nunca has bebido grog hasta hartarte, no has llevado una camiseta en la que se lee “Yo encontré el tesoro de Melée Island”, no has oído hablar del Big Whoop, no sabes lo que es estar atrapado en mitad del océano en un coche de choque, no has sido mangoneado vilmente por Largo Lagrande y has intentado vengarte haciéndole vudú, no has derrotado a la Maestra de la Espada, no has escupido insultos tan icónicos como “Yo soy cola, tú pegamento” o “Qué apropiado, tú peleas como una vaca”, y, hablando de escupitajos, si nunca te has servido del viento para ganar uno, no te emocionas cuando lees la frase “Somewhere in the Caribbean”… En suma, si nunca has escuchado las palabras “Me llamo Guybrush Threepwood, y voy a ser un pirata”, amigo, lo siento por ti. En serio, mis condolencias.
No sabes lo que te has perdido.
Todo esto viene a que, muy recientemente, Disney ha anunciado que echa el cierre a LucasArts, la división de la compañía que a lo largo de exactamente treinta años ha desarrollado las mejores aventuras gráficas de la historia con mayúsculas de los videojuegos: Manic Mansion, Grim Fandango, algunas divertidas entregas de Indiana Jones y, por supuesto, la grande entre las grandes, la saga de la Isla de los Monos: The secret of Monkey Island, Monkey Island II: LeChuck’s Revenge, The Curse of Monkey Island y la algo extraña Escape from Monkey Island.
Una que es capitán, básicamente, por Long John Silver y el capitán Flint, sí, pero también por LeChuck y Guybrush Threepwood, no sabe cómo tomarse la noticia. ¿Es mala porque cierra la casa responsable de estas grandes obras del entretenimiento de finales del pasado siglo, o es buena porque así, tal vez, los derechos de la misma vuelvan a su creador original, Ron Gilbert, que se desvinculó después de la segunda entrega y que fue el responsable directo del maravilloso sentido del humor de la saga? No sé, no sé. Tengo sentimientos encontrados. De momento, gana la pena, una pena empapada en nostalgia, con una levísima esperanza brillando en el fondo.
Si conocéis la saga, seguro que me comprendéis. Si no, os digo varias cosas:
1: Ya estáis jugando. En serio, váis tarde y nunca se es demasiado mayor (ni demasiado inteligente) para jugar al Monkey Island. Recientemente se han editado versiones especiales de las dos primeras entregas con gráficos mejorados (que permiten también el cambio instantáneo a la imagen pixelada, para los más nostálgicos), la tercera está disponible en cualquier tienda de segunda mano que se precie, de la cuarta os podéis olvidar, pero hace poco Play Station ha sacado una continuación de cinco episodios, Tales of Monkey Island, (que aún no he degustado pero está comprada y convenientemente guardadita en la memoria de nuestra Play, entre algodones). En fin, hay muchas posibilidades, y todas apetecibles.
Y 2) Os estáis perdiendo el mejor juego del mundo. ¿Lo he dicho ya? ¿No? ¿No me creéis? Dejadme que os dé algunos buenos argumentos…
El ingenuo, decidido, torpe, testarudo, aventurero, y muy enamorado Guybrush Threepwood, uno de los nombres más extraños y recordados de la Historia Antigua del Videojuego. Con su conocida frase de presentación (“Me llamo Guybrush Threepwood y quiero ser un pirata”, que más tarde evoluciona a “Me llamo Guybrush Threepwood y soy un temido pirata”, con sus diversas variantes que, todas por igual, provocan la hilaridad de sus interlocutores), Guybrush se hizo un hueco entre los personajes memorables del videojuego. Si pasado conocido y con un futuro dudoso, su empeño por convertirse, oficialmente, en pirata, y por vencer al malvado pirata fantasma-zombi-ente ectoplasmático LeChuck es lo que mueve la saga. Es capaz de estar diez minutos sin respirar, y atención que es importante. Está enamorado, y mucho, de la hija del gobernador, Elaine Marley, y es, muy probablemente, el peor pirata del mundo, aunque uno de los más afortunados. Su complejísimo nombre tiene historia: procede del programa informático en el que se diseñó, y del animador que, para guardar el archivo (brush), lo llamó, antes de bautizarlo, el “tío” (guy), es decir, el guy.brush. Su apellido se lo ganó en un concurso.
Sep. Monkey Island tiene aventura, humor, terror (bueno… hay muertos), romance empalagoso y ridículo, y un par de canciones muy grandes. Os dejo las dos mejores: la canción de los piratas, que son capaces de rimar cualquier cosa…
…Y el número de los esqueletos danzarines, todo un gran momento surrealista (atentos al “no traten de reajustar sus monitores”) que, a la postre, resulta esconder uno de los enigmas más puñeteros del juego.
Ya hemos hablado brevemente de Guybrush y Elaine, pero hay muchos más. Sin duda destaca el malvado pirata que va pasando por diversos estados de descomposición (y diversos álter ego), LeChuck, que está desesperado por hacerse con el control de Meleé Island, del Caribe, ganarse el corazón de Elaine y vengarse de Guybrush. O la malhablada calavera-guía Murray. O la tribu de caníbales ilusos. O el náufrago, cuyo nombre siempre me cuesta recordar, o la bruja vudú que se va mudando de isla en isla, o uno de mis favoritos, Stan, el vendedor de barcos usados, posteriormente vendedor de ataúdes usados…
Toda descripción de estas peleas (de insultos) es insuficiente. Mejor les echáis un vistazo:
La dinámica es exactamente la que parece. Tienes que hacerte con todos los insultos del mundo hasta conseguir tenerlos en tu archivo y combinarlos adecuadamente para vencer a los piratas… Una genialidad. Y muy útil en colegios, institutos y similares.
Y eso nos lleva a…
Es evidente, ¿no? Ya os habréis dado cuenta. Más allá del interés de la trama, que lo tiene, Monkey Island es divertidísimo. Es absurdo, surrealista, sorprendente y capaz de hacerte soltar una carcajada en el momento menos esperado. En ocasiones, vale la pena detenerse a charlar con los personajes solamente por escuchar las barbaridades que sueltan. Frases como “Vaya, es la segunda cabeza de mono más grande que he visto en mi vida” se han convertido en clásicos, y diálogos como el que sigue son una muestra del tono general (las transcripciones son de Wikiquote. ¡Gracias, Wikiquote!):
Guybrush: ¡Dame el collar que me hace invisible a los fantasmas!
Cabeza de Navegante: ¡No!
Guybrush: Andaaaaaaaaa por faaaa
Cabeza de Navegante: ¡No te lo daré!
Guybrush: ¿Porfa please?
Cabeza de Navegante: ¡No!
Guybrush: ¿Porfa porfa please?
Cabeza de Navegante: ¡Que no!
Guybrush: ¿Porfa please recubierto de nata?
Cabeza de Navegante: Bueno, está bien, ¡PESADO!
O…
A bordo del barco de LeChuck, Bob el fantasma habla con él para comunicarle la aparición de Guybrush...
LeChuck: En días como éste, uno está satisfecho de estar muerto.
Bob: Ah... sí, señor... satisfecho de estar muerto...
LeChuck: Estás contento de estar muerto, ¿VERDAD?
Bob: Oh, sí, señor.
Bob: Estoy tan contento de que pudierais capturar mi barco y de que asesinarais a todos a bordo...
Bob: ...sí, señor...
Bob: Qué suerte.
LeChuck: Me alegro.
Ya habéis podido apreciarla en algunas imágenes.
Básicamente, te mueves por la pantalla con el cursor y vas combinando objetos y acciones, hasta conseguir posibilidades infinitas…
Algunas, tan emblematicas como “Usar quitagrapas con labios de goma” o “Usar pollo de goma con polea en el centro con cuerda”.
Así de difícil y así de divertido. Lo que nos lleva a…
Pues sí. Es mejor que cualquier sudoku que se precie. Además de plantear una aventura divertida, Monkey Island nos regala los puzzles más enrevesados que me he encontrado nunca en un juego. Tanto que, a mis casi treinta años, todavía tengo que echar mano a la guía de vez en cuando… ¡Y es que encontrar la piedra de mechero en la presa tiene lo suyo! Y orientarse en las catacumbas de Monkey Island. Y escapar del interior de la serpiente. Y encontrar la fórmula para dormir a los temibles Caniches Piraña (Piraña Poodles) y poder entrar en la mansión de la gobernadora. Y la calavera prensada. ¡Siempre me atasco ahí! Veréis, estáis en medio del mar, en un barco, con una tripulación nada trabajadora, y para llegar a Monkey Island tenéis que encontrar una calavera prensada… Pero divago.
¿No os he dicho que la escucharais? Volved a la primera frase de este artículo.
Ya os he hablado de sus peleas de insultos, el pollo de goma con polea y el baile de los esqueletos, ¿no? Ese pollo de goma marcó a una generación… Si a una persona de entre veinticinco y treinta y cinco años le mencionáis un pollo con polea y sonríe, es que ha tenido una infancia feliz. He dicho.
Y las sorpresas ocultas del juego, como esa única manera que hay de matar a Guybrush, que de verdad sólo aguanta la respiración bajo el agua durante diez minutos. Ni uno más.
Bueno, más adelante en el primer juego hay otra manera de matarle… Pero es broma.
En suma, algunas de mis cosas favoritas en el mundo. De hecho, es tan divertido que a veces me pregunto por qué no se ha hecho aún una película de Monkey Island. Claro, que hay quien dice que ya se ha hecho. Cuatro películas, en realidad…
En fin, si aún no os he convencido para que juguéis al mejor videojuego que existe, no hay nada que hacer. A todo esto, ¿cuál es el secreto de Monkey Island que da título a la primera entrega?, os preguntaréis. La cosa es que nunca se revela. Yo creo que es una combinación de todo lo anterior. Todo ello dota a esta serie de juegos de un prestigio y un aura de calidad que es muy difícil encontrar. Y son instructivos. Yo aprendí mucho jugando con ellos. Por ejemplo, a vigilar siempre mi espalda. Ahí atrás puede haber un mono con tres cabezas…
Continuará...
Cpt. Flint Baker
cpt.flint.baker@gmail.com
mié
03
abr
2013
Hace poco fui a ver El Atlas de las Nubes, la nueva película de los hermanos Wachowski. Me encantó, como comentaré más adelante. Pero antes, quisiera abordar una reflexión. Os pongo en situación: los Wachowski son directores de mi devoción; no he visto aún Lazos Ardientes, pero desde Matrix no me he perdido ni una de sus películas. Sucede que cuando vi por primera vez el trailer de El Atlas de la Nubes, adaptación de la increíble novela homónima de David Mitchell, recientemente reeditada en español, comencé a contar los día hasta su estreno... y aquí empieza la parte que me preocupa. El dichoso estreno en España se retrasó y retrasó una y otra vez hasta fijarse definitivamente para el pasado 22 de febrero del presente año. Cuatro meses después que en los E.E.U.U. Bueno, vale, esto puede pasar. Se ha ido estrenando poco a poco en diferentes sitios del mundo durante un lapso de tiempo de 7 meses (desde el 7 de septiembre de 2012 en Canadá al 20 de marzo de 2013 en Bélgica). Esto es raro en películas comerciales pero no en películas independientes que se tienen que buscar la vida para ser distribuidas decentemente. Esto me lleva a preguntarme: ¿tienen problemas los Wachowski para distribuir sus películas?
Parece ser que sí. Pero analicemos un poco la trayectoria de estos hermanos que se dieron a conocer con Lazos Ardientes, y que dieron el salto al estrellato y alcanzaron el éxito arrollador con Matrix. Tal fue el éxito de esta cinta que creó estilo y, todo hay que decirlo, sentenció a sus secuelas al fracaso cuando aún no se habían ni planteado. ¿Por qué? Pues porque la primera dejó un recuerdo tan bueno en el publico que las secuelas, sin ser malas películas, no pudieron igualarla. ¡Ostras!. He osado decir que la 2ª y la 3ª NO son malas... bueno, no son peliculones pero son entretenidas y están bien construidas aunque se les vaya la mano en algunas escenas con un exceso de diálogo. Tienen sus carencias, pero de ahí a decir que son malas hay un trecho. Vean The Last Airbender, de Shyamalan, esa sí que es mala, con mayúsculas, MALA.
En fin, volviendo al tema. Acto seguido tenemos V de Vendetta, aquí como productores, cuyo mayor defecto es tener el comic como referencia. Si no existiera el comic se la consideraría mejor película de lo que se la considera. Luego llegó Speed Racer... aquí creo que está el problema. Cuando vi el trailer he de reconocer que me asusté un poco. La estética de esta película de carreras es atrevida y muchas veces oí decir que parecía infantil, que qué se habían fumado los Wachowski, que nadie iría a verla después de las dos "infumables" secuelas de Matrix... Vamos, la gente tachó la cinta de despropósito antes de verla. ¿Sabéis cuanto estuvo en los cines de Sevilla?. UNA semana. Superproducción de gran presupuesto, una semana en cartel... Yo fui de los pocos que fue a verla y no me da miedo reconocerlo: para mí es una de las mejores películas de 2008 (y para la más que prestigiosa revista TIME. Curioso, ¿verdad?)
Es familiar y un poco cursi en algunos momentos pero la carrera final me tiene agarrado al asiento cada vez que la veo.
Resumiendo, tras el descontento con la saga Matrix, V de Vendetta y el descalabro comercial de Speed Racer, el público y la crítica parecen haber crucificado a los hermanos Wachowski. ¿Por qué? No han hecho malas películas, ni siquiera son ofensivas ni de mal gusto. Pero lo cierto es que con El Atlas de las Nubes les ha vuelto a ocurrir. Inexplicablemente, se les ha agotado el crédito y su ultima creación ha vuelto a estar solo una semana en los cines españoles (parece que los cines son conscientes del ninguneo de los espectadores hacia estos dos cineastas y la programan en consecuencia). Ignorada, nuevamente. Pues bien, me atrevo a afirmar que Argo, la ganadora del Oscar a mejor película de 2013, es peor película que El Atlas de las Nubes. No voy a entrar a valorar los premios politizados y los sobres tras los telones, pero si el cine se valorase como tal otro gallo cantaría y el apellido Wachowski no sería tabú en la industria. No os perdáis el trailer.
Me despido invitándoos a escuchar la banda sonora de El Atlas de las Nubes. Simplemente brillante, de lo mejorcito en años.
Continuará...
Drender
drender.render@gmail.com
lun
25
mar
2013
No era mi primera vez, sin embargo, lo viví como si lo fuera. La inquietud, el placer, la sorpresa me invadieron hace unos días cuando, haciendo zapping en esas horas de sobremesa y sopor, entre los realities infinitos de Divinity y la película-dramón de Antena 3 me topé con una sordidez incomporable: Superman IV: en busca de la paz.
Mis ojos no podían apartar los ojos de la tele; tanta maravillosidad me tenía atrapada. Los looks ochenteros, la idiotez de las féminas protagonistas o esos diálogos dignos del Siglo de Oro me recordaron por qué para mí Reeves será siempre el único Superman de carne y hueso. Y esto a pesar de que la consistencia física argumental de la película es cuanto menos dudosa (algo que ya le pasaba a otras pelis de la saga, y si no, que le pregunten a Sheldon).
Superman vuela. Ok. Hasta aquí no hay problema. Director y espectador llegan a un acuerdo tácito por el que se acepta esto como principio, al igual que la superfuerza. Estamos ante un pacto de
credibilidad emisor-receptor, el mismo que se da cuando vas al teatro, el actor abre un grifo del que brota agua invisible y no te chirría. De hecho, el acto en sí de acudir al teatro supone
aceptar ser engañado durante el tiempo que dura la función, y si no consiguen que te creas la historia, te cabreas, porque tú has ido allí para que te cuenten una mentira como si fuera verdad
(igual que en el cine).
No es un pacto "porque sí". Hay condiciones, y el acuerdo puede romperse en mil pedazos por múltiples razones, como por ejemplo que el argumento no se sostenga dentro de la lógica del universo en
cuestión. Un poner, Doctor Who parte de la premisa de que su protagonista es un viajero en el tiempo cuyo vehículo es una nave con forma de cabina telefónica azul. Cuando me siento a ver
esta serie no puedo ponerme a discutir si el viaje en el tiempo es viable científicamente hablando, no tiene sentido; acepto el viaje en el tiempo y la cabina y punto. Ahora, que no me pongan al
padre de Los Serrano a moverse por el tiempo y el espacio, porque no cuela (como tampoco cuela que todo sea un sueño de Resines, pero esa es otra cuestión que se solucionaría matando al guionista
al que se le ocurrió la brillantez y al productor que dijo que sí, o al productor al que se le ocurrió y al guionista que lo ejecutó, lo mismo me da). (Bueno, no sé si se solucionaría, pero yo me
quedaría más tranquila).
Otro ejemplo: True Blood, una serie ambientada en un mundo en el que existen los vampiros. Genial, lo acepto, pero (y en el pero está la clave), no todo vale. El pacto obliga a que el argumento mantenga coherencia dentro del universo en cuestión, e igual que en Los Serrano, como historia costumbrista, no habría manera de creerse nada si meten a un predator, en True Blood llega un momento en que es difícilmente defendible la consistencia argumental (eso pasa cuando te vas inventando el tema sobre la marcha, sin planificación alguna, y encima le caes mal a tu camello). Y que conste que yo he visto la serie completa. Es de ese tipo de mierda que no soportas, pero no puedes dejar de ver (me refiero a True Blood; Los Serrano es mierda a secas).
Volviendo al pacto de credibilidad, en ese juego (cuyas reglas a efectos prácticos respetamos más o menos según nos conviene) entra el género musical por razones obvias: normalmente la gente no va cantando por ahí, y mucho menos expresando en voz alta lo que dice o piensa al ritmo de la música. Pero en los musicales sí, y nos parece estupendo. Bueno, a unos más que a otros…
"[…] Lo extraño de los musicales, lo forzado que resulta que unos señores se canten las buenas tardes mientras los ojos se les humedecen de la emoción, lo peregrino que se antoja la exaltación anímica de cada segundo vivido" Luis Martínez en su crítica a la última versión de Los miserables en elmundo.es, en la que acusaba a la película de priapismo emocional, olvidando en cierto modo que lo afectado de las interpretaciones forma parte del libreto original. Otra cuestión es plantearse hasta qué punto era necesaria una nueva adaptación de la novela de Víctor Hugo (o de la composición de Claude-Michel Schönberg y Alain Boublil, ya puestos). En eso, desde luego, tiene razón el periodista en que la historia de Jean Valjean (mal que me pese, porque mira que me gusta) está empezando a convertirse en la nueva amenaza del milenio.
Me decía un amigo después de verla que a él, que nunca antes se había acercado a Los miserables (en ninguna de sus formas), le había faltado contexto en el largometraje de Tom Hooper, que en su opinión no dejaba claras, por ejemplo, las razones de la revolución estudiantil. Puede ser, pero es que eso ya es así (con algún matiz) en el musical, en el que la revuelta sirve precisamente para contextualizar a Jean Valjean, que es el importante (aunque a mí el que me mola es Javert, que a diferencia de lo que pueda pensarse no es el malo, simplemente es). Los chavales no son más que otros tantos miserables que pasaban por allí.
De todas formas, a mí ante esta cinta se me plantea otra pregunta: ¿existe realmente el espectador 'virgen' de la historia de Hugo? Yo creo que no. Es imposible, porque Los miserables está ahí,
en todas partes, y lo queramos o no, seamos o no conscientes, todos hemos sido partícipes de ella, ya sea a través de las versiones televisivas, cinematográficas o musicales (o todo un poco), de
Los Simpson (el actor secundario Bob tiene el mismo número de prisionero que Jean Valjean cuando se cartea con Selma) o de Susan Boyle. Como decía Luis Martínez, "tiembla Woody".
mar
12
mar
2013
En la tercera entrega de The League of Extraordinary Gentlemen: Century, la batalla final se produce entre Mary Poppins y Harry Potter. La Mary Poppins que aquí se presenta es un cruce entre el referente literario y la Promethea del propio Alan Moore, y Harry es como diez o quince años mayor respecto al que conocemos y está mezclado con el Mark Renton de Trainspotting, con el detalle marca de la casa de ser yonqui de los hechizos.
Mina Murray y Orlando, ya situadas en 2009, asisten como meras espectadoras a una pelea en la que Allan Quatermain finalmente se reúne con su creador, en un último acto de inútil heroísmo. En mitad de la batalla, Harry Potter se saca su otra varita y lo mata meándole un rayo cósmico. Justo dos viñetas después de que se reivindique diciéndole a Mina: “Soy las aventuras que leíste de mí cuando eras niña, no este maldito desastre”.
Páginas antes hemos asistido a como Próspero, desde el Mundo Llameante del Polo Norte, y escoltado por Ariel y Cáliban, les da instrucciones precisas a los héroes de cómo deben enfrentarse al Hijo de la Luna. Un Anticristo creado por Oliver Haddo, el villano de Century, una parodia ya en el original –la novela The Magician de Somerset Maugham, publicada en 1908– de un Aleister Crowley con el que Alan Moore está evidentemente obsesionado.
Haddo ha sido el Dumbledore de una escuela para niños magos destinada únicamente al entrenamiento de su Hijo de la Luna, que ha nacido por la ausencia de vigilancia de La Liga, disuelta desde la desaparición de Mina en 1969. La cabeza de Haddo encerrada en una jaula es todo cuanto queda de él al final, y advierte a Mina y Orlando: el Apocalipsis se ha producido, sólo que ellas –Próspero y Mary Poppins, más bien– han ganado. Controlan el ‘fin del mundo’.
Aunque la última página deja la puerta abierta a que exista un volumen 4 de La Liga –presumiblemente adaptando historias de ciencia ficción–, podemos concluir que es el final de Promethea al revés. Allí los buenos también acababan por dominar el Apocalipsis, que no era sino la transición al mundo donde la ficción y sus efectos positivos fluyen en libertad dentro de nuestro mundo. Uno de los pocos tebeos de Moore con un final feliz.
Sin embargo, el tercer volumen de La Liga, especialmente en la entrega correspondiente a 2009 –es decir, a la ficción actual–, la historia ha descarrilado hacia un enfoque completamente pesimista, mostrando un Londres deprimido en el que las historias se han separado de la realidad y sirven más para alienar a la sociedad que para liberarla. Era el tono también del Black Dossier, que sirvió de transición entre las aventuras de la La Liga original y las versiones actuales, y ambientaba parte de la acción en una Inglaterra de los años 50 dominada por el Gran Hermano.
Al fin y al cabo, Próspero, Duque de Milán, ha aparecido siempre con el aspecto de Merlín en Excalibur, de John Boorman, más el añadido de una colección de anillos de mago del caos a sus dedos. Es decir, un mago cascarrabias de desaseada barba blanca y colección de anillos, que maneja a la Liga a su antojo y es el señor del mundo de la imaginación. El propio Alan Moore, en fin.
En la última etapa de La Liga de los Caballeros Extraordinarios, además, Moore está retomando el discurso “mágico” de Promethea. Esta colección que desarrollase el de Northampton en el sello ABC Cómics narra las aventuras de la diosa Promethea, el espíritu de la hija de uno de los últimos helenistas, que para salvarla de las hordas cristianas la trasladó al mundo de las ideas. Desde allí, una mujer –u hombre– de cada generación puede convertirse en ella a base de contarlo, en unos casos dibujándola como personaje de cómic, escribiendo sus aventuras o componiendo poemas sobre ella.
Promethea es una diosa en el sentido totémico, que recibe su poder del que le otorga la imaginación y la creatividad de quienes depositan su fe en ella. Es la diosa de la imaginación, un ente mágico dentro y fuera del tebeo. Moore utilizó la colección para volcar toda su documentación sobre magia –hay un número dedicado a explicar cada naipe del Tarot, y una saga completa a cada Shepirot del Árbol de la Vida–, esa misma que acumula desde que escribiese From Hell, la obra que cambió tanto su carrera artística como su vida, o al menos su imagen pública.
En plena batalla final, Mary Poppins le espeta a Harry Potter que ella está “en cada página de La Biblia, ¿o con quién crees que estás hablando?”. Y el Blaze World de la Antártida que domina Próspero se asemeja, en el Black Dossier, al tránsito de Promethea por el árbol de la vida, con Próspero/Mercurio dirigiéndose directamente al lector. Posteriormente, Haddo felicita a Mina y a Orlando: han ganado, controlarán el Armageddon. Porque el fin del mundo es sólo una transición, como la que dirige Promethea.
Así, ser Promethea o controlar al Hijo de la Luna es un objetivo comparable al que tiene en Neon Genesis Evangelion controlar a Lilith –sea a través de un EVA completa, como el 01 que pilota Shinji, como de Adam–: son los artefactos que permiten dirigir la transición entre dos mundos, en un concepto cíclico, de evolución y renacimiento, que lo aleja de la idea apocalíptica cristiana.
En el apocalipsis de Promethea participan otras reformulaciones superheroicas como las que ideó Moore para ABC, entre las que destaca especialmente Las aventuras Tom Strong. Mientras Promethea actúa como tótem y diosa esencialista del principio narrador, Tom Strong es el héroe pulp definitivo, que cumple y actualiza todos los tópicos, recomponiendo mensajes del original arcaico: de violento a pacifista, de racista a multicultural. Etc.
Moore escribió la primera entrega de los Caballeros Extraordinarios para ABC, al mismo tiempo que trabajaba en Promethea y Tom Strong, pero también en los guiones de Supreme, la versión de Superman del Universo Image. La colección se convirtió en un homenaje constante a las aventuras del personaje en la Edad de Plata, con su ciencia-ficción loca y sus personajes estereotipados. También a Jack Kirby y su Cuarto Mundo.
El proceso de La Liga de los Caballeros Extraordinarios, cuando pasa de ser la enésima vuelta de tuerca a los superhéroes –al fin y al cabo, ya que Hulk es Mr.Hyde, se le otorga a este gigantismo con una suculenta explicación para que refleje su función en unos Vengadores avant la lettre– a una reflexión en toda regla sobre el funcionamiento de la ficción mainstream, en la que Moore acaba por volcar cantidades ingentes de documentación.
El final de Century es pesimista y optimista al mismo tiempo. Los buenos ganan y abogan por la liberación de las historias, pero este mundo en el que toda la ficción es real y el destino del universo lo deciden los dioses Próspero y Mary Poppins es un mundo gris y triste, que produce al Harry Potter/Mark Renton, en el que las historias se han ido alejando cada vez de las necesidades reales del subconsciente colectivo, y en lugar de servirlo pretenden esclavizarlo.
Un mensaje ciertamente apocalíptico pero contradictorio para el Moore de Promethea, Supreme o Lost Girls, y además que suena a viejo cascarrabias. Adicto a atizar al mito de James Bond, en The Black Dossier lo presenta como el enemigo antiético de lo que representan Mina Murray y Allan Quatermain, que además cuentan como aliados a los mitos más alocados, infantiles y libres del folclore antiguo o reciente de las Islas Británicas.
En Century hay cameos de media viñeta ciertamente, sorprendentes, como el de Hiro de la serie de televisión Héroes –un derivado involuntario de Watchmen que pronto trataremos–, el joven geek japonés con poderes de teletransporte. Al mismo tiempo, es un recordatorio constante de la pérdida de la magia respecto al Londres victoriano donde vivieron sus días de gloria Mina y Orlando, con el trípode que servía de monumento y homenaje a la guerra contra Marte del volúmen II yace olvidado y oxidado, y nadie recuerda ya por qué Hyde Park recibe su nombre.
Un ataque, finalmente, al anticristo Harry Potter que se antoja injusto toda vez que lo remueve de su contexto y le lanza una crítica marginal y cascarrabias. Por supuesto, las aventuras del niño mago de J.K. Rowling pueden ser criticadas, y mucho, y más por alguien como Alan Moore –apuntaré, aunque será tema de otra ocasión, como Harry es una inversión del planteamiento del recluta tipo de los X-Men, es un mutante pijo, que, como en Los Increibles, no pone sus poderes al servicio de un bien mayor, sino que se da por superior al común de los mortales–, pero su planteamiento, al mezclarlo con referentes que no le pertenecen, no pasa de lo ingenioso, y pierde el comentario metatextual que pretende componer.
¿Insiste Moore en retroceder dos pasos atrás, para replantearnos el camino tomado por la ficción mainstream, y por tanto por el subconsciente colectivo? Pero, ¿no es al fin y al cabo, como ya hemos dicho antes, lo que hizo en los 90, cuando los monstruos que fueron él, con su Watchmen y su MiracleMan, y Frank Miller, con su The Return of the Dark Knight y su Born Again, acabaron fagocitando para mal todo el medio del tebeo anglosajón? ¿No es, aunque sea admirable su capacidad de reciclarse, un poco pesado tanto crear para luego criticar las consecuencias de sus propias acciones como si no tuviesen nada que ver con él?
Por supuesto hay otros ‘armageddons’ de la historias que merecería la pena reseñar, aunque no están tan cercanos al tratamiento del Pop! como conjunto que hace Moore en LXG o Promethea. Por ejemplo, el de las fábulas, que plantean tanto Tolkien en El Señor de los Anillos como Michael Ende en La Historia Interminable, y que recoge refractado Bill Willingham en Fables, o Neil Gaiman empapa de erudición pomposa en The Sandman.
Las ficciones, y las ficciones ‘baratas’ antes que otras, pueden liberarnos o esclavizarnos. Pueden encerrarnos en un cubículo muy estrecho y sin imaginación –como era el tebeo de superhéroes de los 90 que Moore combatió con denuedo– o abrirnos horizontes que nunca habríamos imaginado –como ocurre con Promethea, desde el principio hasta el final–. La cuestión es si tenemos la capacidad de asimilarlas, y si estamos dispuestos a pagar el precio que la Lectora de Si una noche de invierno un viajero…, de Ítalo Calvino, critica: traspasar la barrera entre quienes los que leen y los que escriben, y ser los dos a la vez. Y volvernos, como Moore, que añora su paraíso perdido, más poderoso que antes pero sintiéndose mucho más pobre.
Entregas anteriores de EXTRAORDINARY WATCHMEN:
Extraordinary Watchmen (I): ¿A quién pertenecen los vigilantes?: Parte 1 y Parte 2.
Extraordinary Watchmen (II): El montaje del director.
mar
05
mar
2013
Es una verdad universalmente reconocida que Orgullo y Prejuicio, la mejor novela de las seis obras completas que escribió Jane Austen, ha cumplido a finales de enero de 2013 200 años desde su publicación, que se produjo en 1813 con el título “Orgullo y Prejuicio. Una novela del autor (sic) de Sentido y Sensibilidad”.
En otra ocasión probablemente escribiría un análisis de la ideología de género que subyace a la obra (y, por extensión, a todas las de la autora), los roles femeninos y masculinos que funcionan en el argumento, el retrato que Austen hace del mercado matrimonial y su aguda descripción de un microcosmos muy particular, la sociedad georgiana, y concretamente la clase media-alta georgiana británica. O tal vez hablaría de Austen como escritora, de su trayectoria vital (casi desconocida en lo personal, mal que nos pese a muchas), sus obras inacabadas, su particular visión de su profesión, que no era tal. ¡Pero estamos de fiesta! Es un cumpleaños. Así que, en lugar de todo eso, voy simplemente a celebrar mi novela favorita de Jane Austen, que dos siglos después sigue siendo la más conocida, la más divertida y desde mi punto de vista la mejor.
¿Por qué es OyP generalmente considerada la novela más perfecta de Jane Austen? Su estructura es similar a la de las anteriores, pero en este caso está más perfeccionada que en Sentido y Sensibilidad, por ejemplo: nos encontramos en un universo femenino, en el que la única realización posible para la mujer (si la hay; finalmente, adentrarse aunque sea de puntillas en el discurso de género es inevitable) es a través del matrimonio: con quién me puedo casar en base a la renta de mi padre (y más me vale hacerlo antes de los treinta para que no tengan que cargar conmigo), con quién no me puedo casar, en qué circunstancias, dónde voy a vivir, dónde vivirán mis hermanas, con quién se casarán ellas… Así pues, como comentaba, la estructura es siempre la misma: protagonista femenina de situación económica determinada (clase media-baja como las Bennet y las Dashwood, baja pero residente con los primos ricos, como Fanny Price, alta, como Emma Wodehouse…), que se encuentra disponible en el mercado matrimonial. Se produce un encuentro con un potencial marido, marcado por las dificultades iniciales (un compromiso previo, por supuesto de él, una mala reputación, equívocos...), aparece un personaje que resulta muy atractivo, pero resulta tener una más que dudosa moral, la protagonista sufre un par de reveses y aprende un par de lecciones, y el final feliz, encarnado sin excepción en la figura del matrimonio, finalmente llega. No se trata de una crítica, sino de un hecho, que las novelas de Jane Austen responden a un esquema muy claro. Pero su calidad está por encima de esa repetición, por su exquisito uso del lenguaje, por su mordacidad y por sus insuperables retratos de personajes.
Además, OyP es más fácil de leer y divertida, por ejemplo, que Persuasión, bastante más amarga; más asequible que La abadía de Northanger, que por tratarse de la parodia de un género concreto (la novela gótica del XVIII) está algo más alejada de los lectores actuales; y su protagonista es bastante más agradable, por ejemplo, que Emma Wodehouse, que resulta a veces bastante repelente…
Pero es en los retratos de personajes, como decía más arriba, donde reside el mayor encanto de OyP: esa familia Bennet cargada de hijas, cada una más real y definida que la anterior, con la insoportable madre y el desesperado (e irresponsable) padre de familia; ese reverendo Collins, tan ridículo y reconocible; y ese Mr. Darcy, el protagonista masculino de Jane Austen por antonomasia, el más taciturno, orgulloso, inalcanzable, inteligente y romántico héroe de Austen.
Así pues, celebremos, y hagámoslo a través de Lizzy Bennet y Mr. Darcy, y, como no podría ser de otra manera, sus numerosas encarnaciones en la pantalla a través de los años. Existe una escena, un momento en particular en OyP, que define la relación que se establece entre estos personajes, la base equívoca de su romance, el tratamiento que Austen hace del amor romántico y la descripción de su sociedad inmediata: el baile de Netherfield. Se trata del momento en que Lizzy y Darcy confrontan sus posiciones (acerca del tercero en discordia, ese personaje de dudosa moral que Austen describe en todas sus obras, al que yo llamo El Cazafortunas y que en este caso se llama George Wickham) y comienza a cambiar su relación. Es el momento que todos los lectores de OyP esperan con ansia en cualquier adaptación (ése y el de la declaración, claro…). De la decena de adaptaciones de OyP al audiovisual que existen, dos conozco especialmente.
Una de ellas es la más reciente y está protagonizada por Keira Knightley y Mathew McFayden, ambos buenos actores que tienen las edades adecuadas y, sin embargo, carecen del carisma de sus predecesores inmediatos, de los que ahora hablaré… Esta versión es buena, pero no ofrece casi nada nuevo. Es más, se esfuerza tanto por acercar al gran público el mundo de Austen que peca de simple, y pierde en gran medida una de las mayores virtudes de la autora: su uso del lenguaje. En ese sentido, Lizzy y Darcy no hablan como Lizzy y Darcy, sino como sus versiones de principios del siglo XX, un poco demasiado marisabidilla ella y apático él… Podéis verlos en el baile.
Esta versión hace explícito lo implícito de manera a veces elegante (la ausencia de otros bailarines) y a veces burda (la ironía nada fina de Lizzy…), pero no está mal. No del todo. Pero hay otra versión mejor, mucho mejor, tal vez porque sus seis horas de duración (creo recordar) la convierten en una versión casi literal de la novela que, sinceramente, es lo que los lectores (y, sobre todo, las lectoras) queremos en realidad. Hablo, por supuesto, de la adaptación de 1995 de la BBC (hubo una anterior en los años 60), que protagonizó Jennifer Ehle (recientemente vista en Zero dark thirty, la actriz originalmente destinada a encarnar a Catelyn Tully) y que convirtió en un galán romántico al hierático (y perfecto Mr. Darcy) Colin Firth.
Para cualquier fan de la novela que se precie, ellos son los personajes. Aquí os dejo la misma escena tal y como se retrata, de manera más fiel a la obra, por literal, en la serie. Resulta importante el asunto del baile porque, en ese mercado matrimonial antes descrito, el baile es la única oportunidad de socialización, el mejor escaparate, por así decir. Atentos a la música (una pieza real de la época), al nada sutil plano de las manos y, si queréis echar unas risas, a los demás bailarines. No tienen desperdicio.
El uso del lenguaje, en este caso, es perfecto, absolutamente fiel a la época. Ay que ver estos ingleses, que con un exceedingly y un indeed bien remarcados te están insultando, eso sí, con más clase que nadie…
La relevancia de OyP en la obra de su autora es tal que, incluso las veces en que se ha intentado adaptar, con éxito moderado, la vida de Jane Austen al cine, es esta novela y no otras la que se ha utilizado como base. Así, en la película Becoming Jane, protagonizada por la recién escarizada Anne Hathaway, se reconstruye de manera bastante ficcionalizada la juventud de la autora reescribiendo su vida según los parámetros de OyP. Mr. Darcy y Wickham se funden en el protagonista masculino, el posteriormente jurista James McAvoy-Tom Lefroy (que nadie sabe, en realidad, qué clase de relación mantuvo con la autora), se muestra la tierna relación de Jane con su hermana mayor Cassandra (la Jane Bennet de la novela), y ahí están también la madre, el padre, la terrible lady Catherine de Bourgh (o su equivalente “real”, interpretado por Maggie Smith). A su vez, Jane es Lizzy, pero también es Lydia, o una versión suavizada de Lydia Bennet, pues para condensar y acercar la obra de la autora al público y para hacerla reconocible se atribuyen a Jane Austen y a sus familiares cercanos todas las acciones más conocidas de sus personajes, incluyendo esa fuga, en el caso de la Jane ficticia frustrada. Y, por supuesto, está presente el baile, en el que cristaliza la relación romántica de la protagonista. Atentas, lectoras, al minuto 1:10.
La importancia de OyP en la adaptación de la vida de la autora queda remarcada por la escena final, en la que una Jane Austen envejecida (para los parámetros de la época: debía rondar los treinta y muchos) ante una audiencia muy especial un fragmento de su obra. Lee, por supuesto, de OyP.
Termino con una breve referencia a las adaptaciones más curiosas que se han hecho de la obra al cine, que son aquellas en las que se ha intentado actualizar, con mayor o menor éxito, el discurso. El problema de intentar llevar a Jane Austen a la época actual es que el mercado del matrimonio georgiano, con esos rígidos patrones de conducta, ya no existe tal cual en nuestro entorno más cercano, y muchas de las implicaciones de la obra (y las motivaciones de las protagonistas, que no sólo quieren casarse sino que lo necesitan) se pierden. Por eso, donde mejor funciona es en contextos muy concretos. Es el caso de la, llamémosla peculiar Bodas y prejuicios, versión Bollywood de la novela que llevó a cabo Gurinder Chadha (directora de la más comercial Quiero ser como Beckham), que lleva a las hermanas Bennet a la India. No deja de tener gracia, aunque es bastante poco sutil en muchos aspectos. Como toda versión de OyP que se precie, tiene su escena del baile, aunque en este caso es el primero, en el que los protagonistas se conocen. Por favor, no os perdáis la adaptación de este rito de socialización al universo Bollywood. Y atentos al actor que interpreta al equivalente hindú de Bingley. A ver si os suena de algo…
Para intentarlo en otro contexto más o menos adecuado, en 2003 se adaptó la novela al cine llevándola a la Utah actual, con el título de Pride and Prejudice, a alter-day comedy, haciendo referencia directa a la Iglesia de los Santos de los Últimos Días. No la he visto, aunque viendo el trailer no acabo de estar muy convencida.
Existen versiones más extrañas, (creo que hay una que sitúa la historia en Galilea) y ya os hablé en una ocasión de su flirteo con los zombies… Pero sin duda la adaptación actualizada más conocida y exitosa es El diario de Bridget Jones, que incluso tiene a un protagonista masculino llamado Mark Darcy, calcado del original austeniano, que, encima, en la versión cinematográfica del libro interpreta, por supuesto, Colin Firth (de hecho, en el libro se hace referencia directa al visionado de la versión de la BBC por parte de la protagonista). Aquí os dejo lo que sería el equivalente de la escena del baile según Bridget Jones.
Ah, no. En realidad en Bridget la escena del baile está casi al principio, está muy condensada y cumple una función distinta. Lo que acabáis de ver es, ni más ni menos, que la declaración de Mr. Darcy, que aquí os dejo en la versión de la BBC, calcadita del libro. Disfrutad.
Por supuesto, no puedo concluir un comentario de las adaptaciones de Orgullo y Prejuicio a la pantalla sin hacer referencia a esa escena tan comentada de la versión de la BBC, esa que Jane Austen no escribió jamás (la escribió, pero sin tantos detalles y, desde luego, sin nadie quitándose la ropa), pero que seguro que pensó. Aquí está. Lo estabais deseando. Además, como decía, esto es una celebración. ¡Felicidades, Orgullo y Prejuicio! Venga, ahora sí, disfrutad. La escena del lago…
Continuará…
Cpt. Flint Baker
cpt.flint.baker@gmail.com
mié
27
feb
2013
La pasada madrugada, hora española, del miércoles al jueves se presentó en sociedad la futura y flamante PlayStation 4. Por temas supersticiosos se pensaba cambiarla de nombre pero finalmente la marca PlayStation mucha marca es, así que lo único nuevo en su nombre es un escueto "4". Pero lo cierto es que de tan soñada máquina sólo se vio eso (un número), el que será el nuevo mando, muchos datos técnicos "apabullantes" (lo destaco entre comillas porque es un eufemismo, ya me explicaré más adelante) y muchos vídeos demostrativos de impresión.
¿Mereció la pena tanto hype previo? Y es que durante la semana antes del evento de Nueva York, donde se hizo pública tan ansiada noticia, Sony demostró una gran maestría al dosificar los rumores y consiguió impedir cualquier tipo de filtración (aunque estuviera cantado que sería PS4), algo extremadamente difícil en los tiempos que corren, pero que provocó el previsible aumento hasta cotas estratosféricas de las expectativas de las masas. Al final los jugones nos hemos llevado una gran decepción. Queríamos VER la nueva máquina...
Ahora bien, pensándolo ya en frío, varios días después, las conclusiones que uno puede sacar de todo esto son varias. Por un lado, Sony mueve ficha antes que Microsoft pero lo hace en falso para provocar que éstos piquen y anuncien una nueva Xbox antes de tiempo. Si es así, Sony podrá replantearse la consola y mejorar la oferta de Microsoft argumentando que la máquina aún estaba en desarrollo. Nos han dado unas especificaciones técnicas, sí, pero qué más da. Para empezar aún siendo potentes no son increíbles, es decir, el PC sigue y seguirá estando por encima y, saque lo que saque Microsoft, Sony podrá tratar de contrarrestar cualquier eventualidad. Todo esto son hipótesis y depende de los movimientos de las compañías, pero lo que me queda claro es que Sony el pasado jueves nos vendió humo. Humo muy bonito, si, pero humo en el fondo.
Parece ser que la nueva consola no será retrocompatible con los juegos actuales. Esto, a estas alturas, molesta. Teniendo en cuenta que la evolución tecnológica es cada vez más rápida es lógico pensar que la vida media de un consola vaya reduciéndose (aún pienso que compré mi PS3 ayer). Por tanto, un juego que compré hace tres años no podré usarlo en una nueva máquina de la misma empresa. Una máquina que, por cierto presume de ser, la estación multimedia definitiva... Es como comprar un bote de engrasador 3 en 1 y sólo poder engrasar las bisagras de la puerta del cuarto de baño, para la de salón compre 3 en 1 PLUS... En fin, que no van a parar de sacarnos los cuartos.
Gráficamente es una pasada, no hay por qué negarlo. Los videos de demostración son increíbles, llama la atención el trailer de Deep Down, con el motor gráfico Panta Rhei. Pero, como ya he dicho, los PC siguen a la vanguardia en este apartado. No hay que irse a finales de año (época en la que supuestamente saldrá PS4) para disfrutar de gráficos punteros. Ahí tenemos Crysis 3. Ahora bien, dentro del sector profesional todo parecen ser críticas positivas. Parece ser que es fácil y cómodo programar para la consola, asignatura pendiente de PlayStation desde siempre que parece que por fin se ha tomado en cuenta desde Sony. Si es así: ¡bravo!
Mi conclusión es clara: para mí es pronto para una nueva generación. Aún estoy disfrutando grandes juegos en PS3 como Ni no Kuni o Assassin's Creed 3 y esperando como agua de mayo The Last of Us. Siempre he sido de los de comprar la nueva PlayStation el día de su lanzamiento cueste lo que cueste (soy de la Play) pero esta vez siento que la PS3 no ha sido explotada al máximo aún. Por lo tanto cambiare de táctica por una vez y me esperare un par de años.
lun
18
feb
2013
Efectivamente, señoras y señores. NO vamos a hablar de los Goya. En este bonito lunes de febrero vamos a dedicarle un ratito a todo un ejercicio de popularización de la cultura pop: las coplas de Carnaval, del Carnaval de Cádiz, concretamente, por la parte que nos toca (que no es que sea mucha, pero nos pilla más cerca que el de Canarias o Badajoz).
'Los de Gris' es la chirigota ganadora de este 2013 del Concurso Oficial de Agrupaciones de Carnaval de Cádiz, que acoge cada año el Gran Teatro Falla. No voy a entrar en lo merecido o no del
premio, ni en hasta qué punto lo que se ve sobre las tablas del Falla representa al auténtico Carnaval de Cádiz. Lo cierto es que, nos guste o no, para alguien que no pueda pasearse por las
calles de la ciudad de la Bahía en estas fiestas, el concurso, televisado y difundido luego en Internet, es la manera más fácil de acceder a estas coplas carnavalescas.
También llegan a la red muchas de las callejeras ('ilegales' las llaman también), pero son más difíciles de encontrar para los legos y la calidad de la grabación de un móvil nunca puede ser la de
una cámara televisiva. Pero ahí están, y llegan a veces a tu bandeja de entrada, provocando sonrisas y no poca confusión. La razón: la gente posee una imaginación desbordante, y necesita crear y
compartir historias que adquieren la categoría de verdad absoluta cuando llegan a manos de quienes no han entendido todavía que no te puedes creer todo lo que lees en Internet (creédme. O
no…).
Surgen así correos en los que se asegura que de verdad verdadera (te lo juro por Snoopy, que se muera Cocoliso) una agrupación ha sido censurada por el contenido de sus letras y Televisión
Española la ha eliminado de su programación y ha quemado los VHS donde se grabó la actuación para que nadie NUNCA se entere de que se han metido con Bibiana Aído. Yo ante esto solo puedo decir: muchacho, ¿cuándo ha televisado TVE el Carnaval de Cádiz? No hay más preguntas.
Estos bulos provocan que cuando se produce un escándalo de verdad (como ha ocurrido este año, en el que la Policía revisó las pancartas que uno de los grupos iban a mostrar sobre el escenario A
VER QUE PONÍAN ESTOS TITIRITEROS…), nadie se lo crea. ¿Habéis oído alguna vez la historia de Pedro y el lobo? No hay más preguntas.
El caso es que todas estas cuestiones son secundarias (pero no quería dejar de mencionarlas), porque aquí estamos para hablar de continuismo (en cierto modo, lo que estábamos contando lo
es, a su manera). ¿Y qué puede haber más continuísta que usar el musical 'Grease', un artefacto pop en
toda regla, como argumento de una chirigota de carnaval, toda una expresión de cultura popular?
Bien es verdad que la historia de Danny y Sandy está tan impregnada en el imaginario colectivo que no debería sorprendernos que aparezca por doquier. De hecho, no nos sorprende, pero el caso es
que está ahí, y aunque surgió como artefacto pop, ahora es algo más. Se ha popularizado el elemento pop, el producto de consumo, integrándolo en una manifestación cultural profundamente enraizada
en la sociedad (gaditana o andaluza, en este caso) y profundamente (o bastante, al menos) crítica. Para algunos, estaríamos hablando de terrorismo cultural. También tiene que ver con la apropiación o apropiacionismo, un concepto artístico que aboga por apropiarse de iconos ya existentes.
Más ejemplos chirigoteros (sí, hay más tipos de grupos, pero la chirigota, además del más divertido, es muy popular, en el sentido más amplio de la palabra). (No, no tan amplio).
¿Te suena? ¿No? Te doy una pista:
Exactamente. La chirigota del Love (este año, 'Los optimistas') usaron para su presentación la música y parte de la letra del clásico de los Monty Python 'Always look on the bright side of life', como puede comprobarse al escuchar este fragmento de 'Spamalot' (el musical basado en 'Los caballeros de la tabla cuadrada'), donde vemos que el estribillo es calcadito.
Arriba, un ejemplo de grandiosidad. José Luis García Cossío, más conocido como Selu, es todo un maestro de la ironía, como demuestra en este pasodoble de 'Las verdades del banquero', cuyo protagonista y, sobre todo, su risa apagada, no puedo evitar que me recuerde al (escuálido en esta ocasión) director de Banca de 'Mary Poppins'.
Bueno, bueno, bueno, aquí hay tela marinera que rascar. Para empezar, el nombre de la chirigota, 'Contigo aprendí' (la agrupación de 'El Canijo de Carmona'), que evoca al mítico bolero; en los cuplés, 'Sexo en Nueva York'; en el forillo, un megaestuche de los Pitufos, que viene a ser una popularización de lo pop del tipo que decíamos antes, y que ya ejecutó magistralmente hace unos años esta misma chirigota con 'Las muchachas del congelao'.
Y podríamos seguir, pero vamos a dejarlo aquí, no sin dejar otro pedacito de Carnaval, de las fiestas que a mí en febrero me gustan más.
mié
13
feb
2013
Febrero es el mes del amor, o eso dicen todos los banners que nos acosan en Internet, y Continuará no ha podido resistirse al influjo de Cupido. Porque el amor, y concretamente el amor en la ficción, apenas han cambiado desde que un sacerdote romano llamado Valentín se dedicara a casar a escondidas a los soldados romanos (que, por entonces, lo tenían prohibido), lo que acabó costándole la cabeza… El fondo y la forma siguen siendo los mismos.
Y es que en Continuará nos hemos puesto a pensar, buscando la tendencia dominante, la más llamativa, aquella que represente el signo de nuestro tiempo, y nos hemos dado cuenta de que hay algo que sí se repite, un patrón llamativo e innegable… Sí. Lo siento de veras. Voy a tener que hablar de Crepúsculo.
¿Os habéis parado a mirar a vuestro alrededor? ¿No habéis notado una persistente e incluso molesta abundancia de seres sobrenaturales de pulsiones amorosas incontrolables que pueblan la ficción contemporánea hasta niveles de hartazgo insospechados? Hablaba de Crepúsculo, pero el vampiro tornasolado es sólo la punta del iceberg. Al fin y al cabo, el vampiro es un monstruo romántico, salvo notables excepciones, casi desde su nacimiento para la literatura occidental (véase El Vampiro, de Polidori, que ya era un seductor; y ahí está su contrapartida femenina, Carmilla, de Sheridan LeFanu, mucho más transgresora e interesante). Pero la cosa no se acaba en el vampiro (ni éste en Crepúsculo: ahí están True Blood, Moonlight, y tantas otras series. Tenemos licántropos (de nuevo en Crepúsculo), por ejemplo. Y los fantasmas enamorados son un clásico: alguien a quien aprecio enormemente lleva mucho tiempo enamorada del fantasma de El fantasma y la señora Muir, película de 1947 en la que una muy viva Gene Tierney se enamoraba del fantasma del capitán de barco interpretado por Rex Harrison.
Uno de los elementos más divertidos, y la prueba de que esta, llamémosla, sobrenaturalización del romance en la ficción está alcanzando todos los límites imaginables, se encuentra en el monstruo más desagradable y, probablemente, más maloliente de todos: el zombie. ¿Creíais, ávidos seguidores de The walking dead, que los muertos vivientes, esos que muerden, no se enamoran? Estabais muy equivocados. La prueba de que sí lo hacen nos la trae un proyecto de aspecto bastante divertido, la película Warm bodies, que se estrena el verano que viene (en España con el horrendo título de Memorias de un zombie adolescente), y que narra, con bastante ganas de cachondeo, el romance entre un joven zombie y una cazadora de zombies. Basada en una novela que en español se titula R y Julie (¿pilláis la referencia shakespeareana?), la cosa promete empezar bien, aunque posteriormente avance por los derroteros convencionales.
En cualquier caso, los muertos que se enamoran tampoco son ninguna novedad, aunque las versiones femeninas son infinitamente más interesantes. Ahí está la Clarimonde de Teophile Gautier en La muerta enamorada, un clásico de la literatura breve que nos presenta a esa mujer fatal, mezcla de vampiro y muerta viviente, nunca acaba de quedar muy claro, que, a pesar de que su corazón no lata, se alimenta de las pasiones humanas. Hace pocos años Tim Burton (antes de la perversión post-Disney en la que va camino de convertirse si no pone remedio pronto) nos regaló su peculiar versión de esta obra en La novia cadáver, pero su Clarimonde es Emily, mucho más inocente y nada siniestra.
¿Cuáles son las características de estos romances sobrenaturales, que siempre se repiten y nos permitirán reconocerlos? Ante todo, el conflicto entre los amantes, pues todas estas lecturas beben de dos fuentes principales. Una es, claro, Romeo y Julieta: un zombie y una cazadora de zombies, un vivo y una muerta, un vampiro y una apetitosa humana (según él)… Son romances dolorosos (sic), difíciles, en los que el elemento sobrenatural aporta el elemento trágico y melodramático.
La segunda fuente de la que todos beben es, sin duda, la de los cuentos clásicos. Todas estas imágenes repetidas no son sino reescrituras de uno de los cuentos clásicos que más arraigados están en el inconsciente colectivo y de mayor trasfondo mítico: La bella y la bestia. Desde la mitología griega hasta hoy nos encontramos con innumerables ejemplos de romance interespecies, en el mejor sentido de la palabra, entendiendo por especie desde a un dios que se ha transformado en toro a cualquier otro tipo de ser superior: ángeles, demonios, El Demonio, y la entidad más oscura de todas, La Muerte misma, que también se ha enamorado de humanos y humanas a lo largo de su interminable existencia. Ello nos lleva a otra característica común de todas estas historias: el embellecimiento físico. Son monstruos, sí, pero son, en su mayoría, muy atractivos, irresistiblemente atractivos. Es la condición sine qua non, la única que permite saltar esa barrera infranqueable que su carácter de sobrenatural supondría si estos monstruos no tuvieran, por ejemplo, el aspecto de Nicholas Hoult (para ser un zombie no está mal), Arnold Vosloo (esa momia de Stephen Sommers)… ¿Quién no se enamoraría de la Muerte si se le plantara delante con la cara de Brad Pitt?
La versión más siniestra, peligrosa, retrógrada e irritante de esta tendencia a emparejar variados monstruos con a menudo insustanciales humanos está en el fenómeno literario que en peor deja a la comunidad lectora, así en general: el, de nuevo, siniestro, peligroso, retrógrado e irritante Christian Grey, el de las Cincuenta Sombras.
Que sus trajes italianos y su helicóptero no os lleven a engaño (ésa es, por cierto, otra categoría que suele repetirse: estos monstruos enamorados suelen ser de buena familia o de posibles, como se decía antes; claro, si tienen una isla privada el hecho de que quieran chuparte la sangre parece de repente mucho menos importante…): Christian Grey es un auténtico monstruo moderno. Su (supuesto) atractivo y su fortuna lo convierten en un ser sobrenatural, y sus hábitos y su, supongo, oscuro pasado, en un monstruo, no por la moralidad de sus acciones, que ni os importa ni estamos en condiciones de juzgar, sino por la percepción que de él tiene la incompetente narradora de la historia (¿Por qué le gusta? ¿Porque de vez en cuando la lleva en helicóptero y la abofetea? ¿en serio?).
Y la pregunta inevitable es: ¿por qué? ¿Por qué esta antigua obsesión con lo sobrenatural, qué lo hace tan atractivo, y, sobre todo, tan recurrente? Nuestros estereotipos no cambian en su esencia, pero varían sutilmente en la forma. En una época en que los príncipes azules ya no engañan a nadie y resultan mortalmente aburridos, lo peligroso añade un plus de interés o morbo. Digo yo. Ésa es la superficie. El fondo es algo más preocupante: lo sobrenatural aporta al romance algo extraordinario, algo inexistente, algo que eleva la historia por encima de las posibilidades reales, creando expectativas desmesuradas. Los receptores de esas historias se escapan de la realidad, se sitúan por encima de ella (y, por tanto, por encima de los que no las reciben). Atentos al tráiler de otro de estos fenómenos, la adaptación al cine de Ciudad de huesos, el primer volumen de la saga The dark instruments, de Cassandra Clare (de quien hablaremos largo y tendido en otra ocasión). Atentos al apabullante término con el que los personajes se refieren a los que no son otra cosa que humanos…
Pues sí. Mundanos, somos mundanos, y ellos son elegidos. Mientras esta moda llega, culmina y, supongo, pasa, desde Continuará nos preguntamos: ¿qué será lo siguiente? ¿qué monstruo o personaje mítico será el próximo infortunado en enamorarse trágicamente de un humano o una humana? ¿Bigfoot? ¿Nessie? Esperamos ansiosos la respuesta. Entretanto, monstruos y monstruas, desde aquí os deseamos un feliz día de San Valentín, como decían en aquella genial y menospreciada serie, Duckula, “seáis lo que seáis”…
Continuará...
Cpt. Flint Baker
lun
04
feb
2013
¿Alguien sabe qué grado de parentesco une al Conde Laszlo de Almásy con Porco Rosso, Antoine de Saint-Exupery o Corto Maltés? Cualquier diría que todos son primos hermanos, o que son la misma persona cambiándose de nombre y de avión oportunamente. Los cuatro desaparecen en las brumas de la Segunda Guerra Mundial peleando por ser los últimos héroes románticos, a punto de ser tragados por la vorágine de la ciencia-ficción, a la que sólo los americanos, como Superman o Indiana Jones, han tratado de adaptarse.
¿No es Laszlo de Almásy, protagonista de El paciente inglés, el mismo Saint-Exupery que retrata Hugo Pratt en El último vuelo, un caballero galante pero introvertido, un héroe contra su propia voluntad, que vuela una y otra vez fascinado por la inmensidad del desierto, en el que se esconden los secretos mismos de la existencia?
Existió un Laszlo Almásy real, que descubrió la célebre Cueva de los Nadadores donde Katherine Clifton encuentra la muerte. Pero Almásy, que no era conde de nacimiento sino que recibió el título por sus gestas miliares, poco tenía que ver con su contrapartida ficticia más allá de ser ambos aviadores y exploradores enamorados del desierto. Para empezar, sí que combatió en la Segunda Guerra Mundial, además en el bando del Eje, aunque dentro del ejército húngaro. Y, al contrario que el personaje que encarnase Ralph Fiennes, era homosexual. Michael Ondaatje lo cogió como plantilla para el protagonista de su novela, pero hizo con él lo que quiso.
(Hoy en día La Cueva de los Nadadores, según su descubridor una prueba del cambio climático ocurrido en el Sáhara en tanto las pinturas debían tomarse como descripciones de la vida cotidiana en el momento que fueron realizadas, sufre serios problemas de conservación. Desde que se rodase la película en 1996, el volumen de turistas se ha ido incrementando exponencialmente, algunos tan cafres que se han llevado pedazos de la pared como recuerdo, en lugar de limitarse a un delicado dibujo como el de Katherine Clifton).
La Biblia, Homero y Heródoto crean el relato de nuestro subconsciente colectivo. Existen otras historias y otros lugares, pero harán falta más generaciones para que alguien como yo pueda asimilarlas. El Conde Almásy viaja con Heródoto, como Kapuscinski. Katherine Clifton es, al mismo tiempo, la esposa de Candaules y una de las princesas occidentales secuestradas con las que comienza el intercambio de golpes entre Europa y Asia que prefigura la guerra de Troya y justifica las guerras médicas y las conquistas de Alejandro Magno.
(Es fácil juzgar a Heródoto como un mentiroso en el peor de los casos y un exagerado en el mejor, siempre con un sesgo cultural importante a la hora de valorar a los vecinos griegos, pero Robin Lane Fox en El Mundo Clásico ya nos advierte que con él nace el cosmopolitismo en la cultura helénica y que, en su contexto, demuestra una apertura de miras y predisposición a la investigación ejemplar).
El biplano de Laszlo es el de Porco Rosso. También el mismo Laszlo es un escorpión del desierto. David Caravaggio, al que encarna Willem Dafoe, es Rasputín sin Corto para domesticarlo, pero con una conciencia en sustitución, y Hannah, con la cara y el acento de Juliette Binoche tratando de pasar por canadiense, una de las enfermeras de Adiós a las Armas.
A Saint-Exupery el desierto le inspiró su otra narración total, la obra que dejó a medias en el momento de su muerte: Ciudadela. Ciudadela es la contraparte de El Principito. Donde aquél es cuento y busca la sencillez, Ciudadela es la narración total y épica, el relato bíblico y la voz de Dios surgiendo desde el fondo de la arena. El reino del desierto al que remite el relato es una suerte de antigua Atlántida perdida en el Sáhara, una referencia a los mitos regurgitados por la literatura barata del XIX tipo Ayesha, novela publicada cuando el autor francés tenía cinco años y que muy bien pudo leer en su juventud. Es el reino perdido de los emperadores negros, los atlantes tuareg monoteístas precristianos.
Mucho más directo en la relación del aviador y el desierto es Tierra de hombres, relato basado en el accidente real que sufriese en diciembre de 1935 el mismo Saint-Exupery junto a su navegador, André Prevot. Tras cuatro días perdidos en el Sáhara, estuvieron a punto de fallecer por deshidratación tras sufrir toda clase de alucinaciones, pero un tuareg los rescató.
Los tuareg, guardianes de la sabiduría ancestral del antiguo vergel, los atlantes que ya no existen, son los héroes evidentes en el Tuareg de Alberto Vázquez-Figueroa, y villanos traficantes de esclavos en su mismo León Bocanegra. En El cielo protector, tanto la novela de Paul Bowles como la película de Bernardo Bertolucci –una prima hermana cinematográfica de El paciente inglés en muchos aspectos–, los tuaregs son un exotismo peligroso, una amenaza sexual ante la que la occidental sucumbe. En El viento y el león, de John Milius, más de diez años anterior a aquellas, Hollywood no pudo resistirse a convertir a El Rasouli en un émulo de los nobles immouchar, cuando bereberes y tuaregs no pueden ser más diferentes.
Saint-Exupery se perdió para siempre en los cielos del Mediterráneo en 1944, con la guerra cada vez más cerca de terminar, sobre todo para Francia. No se sabe si fue derribado, sufrió un fallo mecánico o simplemente siguió ascendiendo con su avión hasta de verdad desaparecer. Hugo Pratt, el autor de tebeos más completo que haya dado Europa, retrató este hipotético viaje final en El último vuelo, donde las nuevas alucinaciones del autor, similares a las de su primer accidente, sirven para hacer repaso de su vida y del significado último de sus creaciones.
Perderse entre las nubes es el destino, también alucinatorio, de Berlini, el tópico mejor amigo de Marco, el protagonista de Porco Rosso, de Hayao Miyazaki, el hombre que más obras maestras produce desde su estudio de animación, dos o tres por década desde los 80. El cerdo rojo es un piloto de hidroavión en la Italia de entreguerras que se gana la vida como mercenario, combatiendo a los piratas del aire, mientras evita ser reclutado por la aviación fascista.
El momento cumbre de la película no es el duelo con Curtis, el piloto americano con aspiraciones a estrella de cine -un Errol Flynn de opereta y autoirónico-, sino la historia que narra Porco a Fío, su pupila y mecánico de apenas 17 años, la noche antes. Durante un combate casi al final de la guerra, Marco, aún humano, es herido a bordo de un avión averiado y pierde el conocimiento convencido de que va a morir.
En algo que nunca llegamos a saber si es realmente una alucinanción, el piloto ve a su hidroavión cabalgando sobre una llanura de nubes y observa una estela blanca surcando el cielo sobre su cabeza. Cuando los aviones de amigos y enemigos empiezan a surgir del mar de nubes y sobrepasarlo -incluído Berlini-, Marco descubre que la estela es una fila infinita de aviones caídos en combate, de todos los bandos, volando juntos hacia el horizonte. Entonces vuelve a perder la conciencia, para despertar con su hidroavión flotando en medio del mar.
Fío, desde su saco de dormir, especula: “Dios te dijo: ‘No vengas todavía’, ¿verdad?”. Porco se ríe y responde “La verdad es que a mí me pareció oírle: ‘Volarás sólo para el resto de tu vida’”.
El final de la película nos muestra a Gina y los piratas como ancianos, y lo narra la misma Fío ya adulta, pero nunca sabemos cuál es el destino de Porco, si sobrevive a la batalla final con la aviación fascista y escapa sin que sepa a volverse de él, si se sacrifica junto a Curtis o si vuelve y se declara al fin a Gina, renunciando a ser un cerdo y aceptando su condición humana -la cerditud de Marco, al fin y al cabo, es una opción, porque "los cerdos no tienen ni país ni ley"-.
Corto Maltés no tiene final. La leyenda dice que Hugo Pratt tenía pensado que Corto participase en la Guerra Civil española, la última guerra romántica de la Historia, quedando ciego en ella, o perdiéndose sin que se conozca su paradero. Tal vez en ella habría coincidido con el Max Fridman de Vittorio Giardino, otro héroe cansado. La misma leyenda afirma que la muerte de Corto, ya anciano, llegaría en el Chile de Allende, durante el golpe militar. Quién sabe. Al fin y al cabo, él mismo se trazó la línea de la vida con una navaja cuando el destino que le había predicho una gitana no le satisfizo.
Así que ni ellos ni Saint-Exupery acaban por morir nunca. Seguramente, el Conde Almásy no los envidie.
dom
27
ene
2013
Cuando uno lleva un tiempo en esto de ser fan, o, en ocasiones, muy fan, comienzan a ocurrir cosas... De vez en cuando no es más que un chispazo, un levísimo haz de luz que ilumina un rostro o una escena y algo nos resulta de repente familiar. Otras veces, en cambio, es como si se encendiera un foco de repente, dotando a la obra en cuestión, cinematográfica o televisiva, de una nueva perspectiva, a veces hilarante, a veces en cierto modo profunda, y otras veces, la mayoría, completamente desprovista de sentido, pero siempre interesante.
Aviso, va a haber spoilers. Muchos spoilers. Millones de spoilers…
Lo más divertido es que todos, absolutamente todos los fandoms, están interconectados, de manera más o menos evidente. No pretendo presentar aquí una argumentación, solamente una mera divagación: seguir el hilo de un pensamiento y ver a dónde nos lleva, ¿os parece?
Podemos empezar con cualquier fandom, pero lo haremos por uno de mis favoritos. No es el más popular, ni el que más fanfiction o fanart genera. Poca gente de mi generación recuerda la serie original, y el reboot fue breve (menos mal, su brevedad impidió que se convirtiera en Perdidos, y aún así estuvo a punto de perderse en sus disquisiciones pseudoreligiosas). Aún así, ¡qué ratos geniales me hizo pasar! Así pues, empezaremos con Battlestar Galactica.
Ningún hombre es una isla, y ningún fandom se construye solo… Y Gattlestar Galactica cuenta con varias relaciones, aunque no son las más espectaculares. Son, más bien, curiosas.
Tal vez no recordéis que Gaius Baltar es el amigo gay de Bridget Jones, o no sepáis que mi personaje favorito, nunca suficientemente valorado, Felix Gaeta sale en una escena eliminada de Watchmen, y es el dr. Emil Hamilton en Smallville. Pero, sobre todo, ¡Galactica tiene a Xena, la mismísima Xena, que interpreta a D’Anna Biers! ¡Xena es una cylon!
Cuál es mi alegría cuando, hace un par de días, veo a Helo Agathon, de Galactica, interpretando a uno de los malos de la cuarta temporada de Castle. Castle, esa serie que me encanta y que protagoniza Nathan Fillon, que fue el prota de la hermana lista de Star Wars, la genial Firefly, y que de vez en cuando homenajea a Firefly en Castle, y que se trae a sus amigos, como ese capítulo, no era de los mejores, pero valió la pena, en el que el actor que interpretaba al matón Jeyne en Firefly interpreta al policía matón Slaughter en Castle…
Nathan Fillon, que fue el Cpt. Hammer del Dr. Horrible Sing Along Blog, que dirigió Joss Wheddon, con Neil Patrick Harris como protagonista.
El mismo Neil Patrick Harris que es Barney, la espina dorsal de Cómo conocí a vuestra madre, en la que, por cierto, aparece también Allison Janney, que fue Willow en Buffy (de Joss Wheddon), y que es Lily aquí.
El wheddonverse no tiene límites, como demuestra la aparición de Cobie Smoulders (Robin en Cómo conocí a vuestra madre) como miembro de Shield en Los vengadores…
Pero no se acaba aquí. Ahí está ese genial Jason Segel, que interpreta a Marshall en Cómo conocí a vuestra madre, y que es el principal instigador de la nueva versión de The Muppets, en la que, por cierto, aparece en un cameo nada más y nada menos que Jim Parsons. Sí, ese Jim Parsons, el mismísimo Sheldon Cooper, que en esta versión de Los teleñecos es la versión humana de Walter, el hermano de Segel…
Jim Parsons, el dr. Sheldon Cooper de The big bang theory, que cuenta con un personaje protagonista bastante repugnante pero a veces entrañable, Howard Wolowitz (nada de doctor, en este caso), al que interpreta Simon Helberg, que aparecía brevemente en Dr. Horrible Sing Along Blog como Moist, el sidekick del Doctor Horrible.
En realidad, Big Bang es una mina, ya que se construye, precisamente, en torno al universo fan, de manera que por ella han pasado, bajo la forma de innumerables cameos, miembros de todos los anteriormente mencionados, desde Katee Sackhoff (la Starbuck de Galactica) a Summer Glau (la River Tam de Firefly y Serenity, porque siempre volvemos al wheddonverse…).
Y podemos continuar, porque a los protagonistas de Big Bang les encanta sentarse a ver Dr. Who , en la que el genial David Tennant (que fuera Barty Crouch Jr. en el universo Potter) interpreta al décimo doctor, y que tiene a Steven Moffat como uno de sus propulsores actuales… Sí, el mismo Moffat que se ha encargado de recrear a Sherlock Holmes en el siglo XXI junto con Mark Gatiss, en otra de mis series favoritas de todos los tiempos, Sherlock, que también es una mina (y no hablaremos de Elementary,que no he visto, pero en la que Sherlock Holmes es interpretado por Jonny Lee Millar, el repugnante y aterrador Jordan Chase de la quinta temporada de Dexter…). Me encanta Sherlock y me encanta su protagonista, Benedict Cumberbatch, al que es un crimen doblar pero que comparte doblador en español con Sawyer de Perdidos, con Fry de Futurama y con… sí, con Castle, de Castle. Cumberbatch es Holmes y Martin Freeman es Watson, y Martin Freeman es Bilbo y Benedict Cumberbatch es el dragón Smaug en la nueva versión de El Hobbit dirigida por Peter Jackson, de la que tanto hemos hablado y tanto queda por hablar aquí. Pero no es sólo eso, además Benedict Cumberbatch es… ¡Sauron! Porque Benedict Cumberbatch es el Nigromante, y el Nigromante, sí, efectivamente, es Sauron…
Y aún seguimos, porque El Hobbit no es más que la precuela de la trilogía de El Señor de los Anillos, en la que no sólo tenemos al niño de Los Goonies, al menos pirata de todos los piratas de Piratas del Caribe (sí, hablo de Legolas, por supuesto, que, por cierto, comparte cartel con Tito Pulo, de Roma, en la que posiblemente sea la peor versión jamás perpetrada de Los tres mosqueteros..), o al Charlie Pace de Perdidos vestido de hobbit. No, es más que eso. En El Señor de los Anillos está Boromir, que es Eddard Stark.
Y no debemos detenernos en Juego de Tronos, en la que también aparece una criada de Downton Abbey, y el nuevo Conan, y el César de Roma (¿os he hablado de Roma? ¡Decimotercera!) interpretando a Mance Rayder (en la tercera temporada), y Ana Bolena de Los Tudor como una pérfida pero algo talludita Margaery Tyrell, y el mismísimo Bruto de Roma como Edmure Tully (también será en la tercera)… No, además, en Juego de Tronos está Gorgo, la reina Gorgo de 300, que aquí se disfraza de Cersei Lannister. 300, esa peli que tanto me divierte y en la que el segundo al mando de Leónidas es el mismo actor que fuera segundo al mando de los mirmidones de Aquiles, en esa Troya sobre la que el Advenedizo y yo tendremos alguna vez que debatir largo y tendido…
¿Quién dijo Troya? En Troya está de nuevo Légolas interpretando (es un decir) a Paris, y está Eric Bana en el papel de Héctor. Ese Eric Bana que, os lo creáis o no, fue el malvado romulano Nero en la nueva versión de Star Trek.
Teníamos que hablar de Star Trek, todos los caminos del fandom nos llevan a ella, desde Big Bang, con lo cameos y múltiples menciones de Leonard Nimoy, el Spock original, hasta Héroes, que coprotagoniza Zachary Quinto, el nuevo Spock. Ese nuevo Star Trek, en cuya secuela el nuevo villano será Sauron, es decir, Sherlock, es decir, Benedict Cumberbatch, que a lo mejor, no lo sabemos con certeza aún pero estamos todos seguros, es Khan.
Y, como os decía, todo está conectado. Al final no hacemos más que dar vueltas y vueltas, porque sucede que ese Star Trek es obra de J. J. Abrahms, el mismo que creó Perdidos, el mismo que, si los rumores son ciertos, dirigirá la séptima película de Star Wars. Star Wars, que protagonizó Harrison Ford como Han Solo. Ford, que fue el cazador de replicantes Deckard en Blade Runner. Blade Runner, en la que Edward James Olmos interpretaba al extraño hacedor de origamis. Edward James Olmos, que fue el fascinante Will Adama en el reboot de Battlestar Galactica.
Sí, al final hemos regresado a Galactica, porque tal vez todos los fandom sean el mismo, o sean la misma cosa, o porque todo esto ha ocurrido antes y volverá a ocurrir. Eso decimos. O qué sé yo.
Continuará…
Cpt. Flint Baker.
Cpt.flint.baker@gmail.com
mié
23
ene
2013
Bueno, retomo mi senda de los efectos especiales aprovechando que se acercan los Oscars. Voy a tratar de analizar las cinco películas candidatas a los mejores efectos visuales y hacer un resumen de las que se quedaron a medio camino y quizás, para mi gusto, hubieran merecido un poco más. Éste es un apartado de los Oscars muy difícil de pronosticar porque siempre da la impresión de que los académicos no saben valorar los FX de una película y tienden a nombrar ganador al que más simpatías despierte. No pretendo entrar a valorar esto en profundidad así que voy a pasar directamente a repasar los candidatos.
Empiezo por el regreso de Peter Jackson a la Tierra Media. Reconozco que soy amante de la obra de Tolkien y adoro las pelis de PJ, pero siendo justo El Hobbit no debería llevarse este año el Oscar. ¿Por qué? Pues porque es más de lo mismo pero mejor. No estoy quitándole mérito a la labor de Weta Digital, la película es impecable en este apartado (quizás los ojos de los goblins sean un poco raros) pero centrándonos en el caso de Gollum, por poner un ejemplo, éste es una versión 2.0 del de la trilogía anterior. Ahora bien, volviendo al tema de la elección por simpatía de los académicos, es muy probable que se decanten por ésta, no por su calidad como película (que en esto hay opiniones dispares) sino por vivir de la renta de los éxitos de El Señor de los Anillos.
Ésta es el gran descubrimiento del año. Se estrenó sin llamar mucho la atención y poco a poco fue ganándose el beneplácito del público hasta convertirse en uno de los taquillazos de 2012. Es la primera película en muchos tiempo que consigue hacerme dudar de si los animales son reales o generados por ordenador. La vida de Pi aúna destreza técnica con sentido en su utilización, no son efectos porque sí sino que tienen un motivo y dibujan escenas verdaderamente bellas como la aparición de la ballena. Es, sin lugar a dudas, la más merecedora del Oscar.
Si con La vida de Pi tenemos la técnica en favor de la historia aquí la tenemos en el del espectáculo. Medidas escenas de acción que pueden llegar a saturar (servidor las disfrutó como un niño chico). Es tal el despliegue de la película de Joss Whedon que llega a mostrarnos un largo plano secuencia de los héroes en acción que simplemente es apabullante. La película grita: ¡dadme el Oscar, nos hemos gastado una pasta increíble, dadme el Oscar! Pero esto ya lo intentó Michael Bay con sus Transformers y se quedó con las ganas. Es la más fácil de premiar porque no se pueden confundir.
Éste es un caso curioso. La película no ha sido lo que muchos esperaban y sus críticas han sido bastante malas en general (a mí personalmente me gustó, cualquier cosa mejor que las Alien vs Predator...) pero sus FX funcionan a la perfección. Al igual que La vida de Pi no son gratuitos sino necesarios para crearle un marco creíble a la narración. Ridley Scott se esmera tanto en crear ese universo que llega a olvidarse de la historia. Un detalle que gusta mucho es el uso de animatronics (la escena de la cabeza del arquitecto sobre la mesa de autopsias es sencillamente brutal) devolviendo en parte a la saga a sus orígenes en este apartado. Se merece el Oscar y sería justo.
Esta candidatura no la entiendo... No lo entiendo. No sé qué razón ha llevado a los académicos a auparla hasta los finalistas existiendo otras que le ganan por mucho. Este puesto era de El Caballero Oscuro: La Leyenda Renace de Christopher Nolan que posee mejor acabado técnico pero por alguna extraña razon se ha quedado fuera en favor de Blancanieves. No es que sean malos sus FX, al contrario, mantiene el buen nivel de una superproducción y los enanos están muy bien hechos teniendo en cuenta que sus actores no lo son (esta es quizás su mejor aportación). Pero no veo qué más aporta la película para merecer un Oscar. Destaca más en los apartados de maquillaje y vestuario que en éste.
Brevemente destaco algunas de las que se han quedado a las puertas de la nominación. Por ejemplo El Caballero Oscuro: La leyenda Renace, que es la gran perjudicada por la decisión de nominar a Blancanieves. También tenemos The Amazing Spideman y Battleship, ambas sobresalientes también en este apartado. La gran olvidada John Carter (no entiendo lo que pasó con esta película, no es mala pero se llevó un gran palo en la taquilla) cuyos seres animados tienen el sello Pixar. Y por último destaco una película que por el simple hecho de ser extranjera parece no tener sitio en este apartado: Kon-Tiky, nominada a mejor película extranjera, sus efectos están a la altura de La vida de Pi. Una imagen vale más que mil palabras:
And the Oscar goes to...: La vida de Pi. Creo que de las candidatas es la que más opciones tiene. Aúna talento y sentido, no busca espectacularidad sino belleza. Es, digamos, la pequeña de las cinco y eso siempre gusta mucho. Y, por si fuera poco, detrás está Ang Lee y eso siempre huele a Oscar.
mar
15
ene
2013
Con la resaca de los recién entregados Globos de Oro, parece que ya se nos hayan olvidado las nominaciones a
nuestros premios Goya y el revuelo que han causado (como suele pasar, por otra parte). La sorpresa de unos, la justa indignación de otros y la alegría de tantos han dado paso al silencio
generalizado (con excepciones, por supuesto), porque esto es así, la vida sigue, y ya tendremos tiempo de alabar o despotricar en febrero, cuando se entreguen los galardones.
Yo, sin embargo, he decidido que no quiero esperar a entonces para sacar fuera lo que me ha rondado estos días por la cabeza, al ver la lista de candidatos finales. Más allá de lo acertada (o no)
que nos parezca que haya estado la Academia eligiendo a estos y no a otros finalistas, lo que está claro es que las ausencias y presencias emiten un mensaje sobre lo que se supone que es o quiere
ser tanto el cine español como la propia Academia. Las casualidades no existen, y no importa que el discurso sea más o menos consciente. Es. Punto. Es un hecho. La cuestión es qué dice ese
discurso.
Decía Santiago Segura en la gala de los Goya del año pasado que los académicos eran unos cachondos, y yo creo que no le falta razón. Bajo una capa de fingida trivialidad, el amiguete explicaba
con sorna un criterio a la hora de votar que no creo que se aleje mucho de la realidad. Porque, si te paras a pensarlo, ¿qué hace que gane uno y no otro actor un premio? ¿Ser el mejor del año?
¿De verdad? Todos sabemos que no es así. Es cierto que para gustos, los colores, y que hay ocasiones donde el vencedor es más que evidente, pero ay, amigo, otras veces…
Y llevando esto al paso previo, al que acaba de dar la Academia, ¿qué hace que los nominados de este año sean Antonio de la Torre (Grupo 7), Daniel Giménez-Cacho (Blancanieves), José Sacristán (El muerto y ser feliz) y
Jean Rochefort (El artista y la modelo)? ¿Cuál es la razón de que los largometrajes que opten a convertirse en la Mejor Película del año sean Blancanieves, El artista y la
modelo, Grupo 7 y Lo imposible? ¿Por qué?
Blancanieves es la originalidad del año y, más importante, era la apuesta española para los Oscar. Un fracaso, porque no se ha quedado ni cerca, pero la Academia tenía
que 'apostar por su apuesta' y nominarla, en una suerte de autoafirmación. Conste que no seré yo quien diga que la película es mala, pero la nominación es lo que es, y que se apostara por ella de
cara a Hollywood, teniendo en cuenta el triunfo del año pasado de The Artist… Pero bueno, salen toros y mantillas, y por alguna razón se piensa que esa imagen de España vende.
El artista y la modelo… Bueno, es Trueba, ¿quién le dice que no con esa carita? Además, tiene un elenco europeo, con un poquito de aquí y otro poquito de allá… Y habla
de la postguerra… Fuera de España, pero de la postguerra a fin de cuentas, que mucho criticar, pero si no tiene presencia en los Goya la Guerra Civil de una manera u otra parece que nos va a dar
algo.
Grupo 7. Una peli de acción, y cuota andaluza en un año donde el cine andaluz tenía mucho que decir, aunque algunas producciones, como El mundo es nuestro, se hayan quedado por el camino. Precisamente su director forma parte del reparto de Grupo 7, pero ésta última tiene un respaldo
que no tiene la otra, y un Mario Casas que llena toda la pantalla con su torso y su incapacidad para vocalizar…
Por último, Lo imposible, que tenía que estar ahí, porque a la Academia le encanta hacerse la cosmopolita y meter en la lista de finalistas a estrellas internacionales
(a poder ser, hollywoodienses…), para que den glamour a la gala… Por eso nominan a Naomi Watts, o nominaron en su día a Salma Hayek, a Benicio del Toro o a Nicole Kidman. La mayoría, si se
presenta, se suele comer un mojón (ya lo decía Santiago, con toda la razón del mundo).
Por eso se nomina también por sistema a Penélope Cruz, haga lo que haga, porque 'eh, es P., la conocen fuera de España y si anda por aquí a lo mejor se fijan en nosotros y nos toman en serio'.
Suena patético, pero es la única explicación que se me ocurre, por ejemplo, para que opte a llevarse el Goya a Mejor Actor Revelación el (puto, con perdón) niño de Lo imposible. ¿No
debería un premio español a un actor joven premiar a un actor joven, español, o por lo menos de habla hispana? Tom Holland sólo cumple uno de los requisitos.
Pero la Academia se cree muy guay y tiene que demostrarlo. ¿O no? A lo mejor está tan acomplejada que tiene que usar los Goya para crear una ilusión, esa imagen del cine español que debería ser
de la que hablábamos antes, cogiendo una pizca de cine comercial, una dosis de esnobismo, un poco de calidad, un mucho de rollo y un buen puñado de estrellas para montar un escaparate con el que
ganar visibilidad y prestigio a nivel mundial. Porque, señores, por si alguno todavía no se ha enterado, los Goya no son los Oscar; ni siquiera son los Bafta. Son lo que son, y aunque no sea malo
que quieran crecer, al final los juegos de artificio no son más que eso, y en este caso está claro tanto el truco como la intención.
dom
06
ene
2013
ALBERTO LÓPEZ.– Si nos vamos más atrás, esto puede ser incluso un capítulo de las novelas ejemplares, o sea, picaresca andaluza, picaresca nacional.
ALFONSO SÁNCHEZ.– Realmente viene de toda esa tradición, de Miguel Mihura,
de Valle-Inclán…
AL.– Incluso esperpéntico.
AS.– El único problema que tienen los Álvarez Quintero, y por lo que no han
sido valorados como otros autores, por ejemplo Rafael Azcona, es que les faltaba el elemento crítico,
aunque como crónica de la época funcionan muy bien.
AL.– Está dentro también del objetivo del entretenedor, y en eso estaban ahí y formaban parte del negocio. Que te impliques más en la crítica o no es una opción, pero sí que es verdad que no se
olvidaban del público. Lo bueno que tiene El mundo es nuestro y las pelis que se siguen haciendo, es que cada vez que vaya pasando más el tiempo, las generaciones van a beber más de más
puntos de referencia, y eso, en un país como España, que culturalmente es muy rico, aunque no haya una industria cultural sólida, es fantástico. A este hombre [señala a ALFONSO SÁNCHEZ]
le cabe todo el cine español en la cabeza. Lo decía Antonio Dechent después de ver la peli [imita la voz y la
gesticulación de DECHENT] "Alfonso, te cabe todo el cine español en la cabeza".
ALFONSO SÁNCHEZ (Sevilla, 1978) y ALBERTO LÓPEZ (Sevilla, 1976) conversan con Continuará… durante el Enterismo Tieso On Tour junto a parte del equipo de El mundo es
nuestro. Dos de sus acompañantes son DANIEL MORILLA (el novio) y JOSE RODRÍGUEZ QUINTOS
(Fermín, el 'hombre-bomba'), miembro de la compañía de teatro Álvarez Quintero durante 15
años. El lugar, un páramo desolado, un multicine donde además de la película sevillana se proyectan la penúltima entrega de Ice Age o Tengo ganas de ti.
ACTO I
AS.– Tiene mucho de Almodóvar, pero Almodóvar es la Mancha. Lo que hace es coger películas que a él le gustan y pasarlas por su imaginario personal. Realmente tú trincas y, estructuralmente,
Átame es El coleccionista y Todo sobre mi madre es Opening night. A veces es de poca vergüenza, pero bueno. Creo que cada plano de la película tiene una referencia, tiene el cine
de mi vida. En el mundo, las dos cosas que más quiero son mi mujer y el cine, y no sé si por ese orden. Es lo que hay.
El mundo es nuestro tiene algo de La estanquera de
Vallecas, de Pulp Fiction o de Dos hombres y un destino. También tiene elementos de Atraco a las tres o incluso la resolución de Evasión o victoria para la huida de los protagonistas. Aunque la
comparación más habitual que ha recibido el fenómeno de El mundo es nuestro es con la saga de Torrente.
AS.– En este país no se hace comedia, se imitan los moldes de comedia americanos, tipo Fuga de Cerebros y
estas polladas que se hacen para sacar pasta con chavalitos de la tele. Qué ocurre, que cuando sale una comedia, más soez o menos soez, que usa idiosincrasia propia de aquí, que es lo que se hace
en la comedia española y tenemos una tradición cultural muy rica, se hace la comparación. Pero es diferente el punto de vista desde el que se arranca, porque en Torrente es desde la parodia de la
ficción para contar una realidad, y nosotros arrancamos de una cosa más cotidiana. También hablando de qué Torrente, porque la primera película es una cosa y la saga es otra
distinta.
Las comparaciones más elaboradas que ha recibido el estilo apuntan a Berlanga o Tarantino.
AS.– Mucha gente la compara con Capra y es cierto. Qué bello es vivir es una gran fábula sobre la
bondad del ser humano, y yo creo que ahora mismo es hacia donde hay que ir. El mundo es nuestro es un drama del carajo, y es España. Pero si tú te pones a hablarle a la gente de prima de
riesgo, de tal y tal, desconecta. El público no entiende de números, entiende que a las ocho tiene que entrar a trabajar y que a las seis de la tarde tiene que recoger al niño en el colegio. Si
encima como sistema eres tan cruel como para exigirle a un minero, que ha estado a 100 o 200 metros bajo tierra comiendo gases durante 12 horas, que tenga un pensamiento crítico, o le ilustras en
un programa de debate con gurús de economía… yo soy el minero, y le pego una hostia a la televisión que me cago en la puta [sic]. Entonces, nosotros hemos intentado hacer una peli muy didáctica,
muy a lo Capra.
Todo muy pensado, muy medido.
AS.– Son tres actos, dividido cada uno en dos, cada uno con un planteamiento, un nudo y un desenlace. La estructura es la estructura aristotélica del viaje del héroe, lo que pasa que aquí, en lugar de un héroe, hemos hecho dos.
El Culebra y el Cabeza no son ni malos ni buenos, son capaces de lo mejor y de lo peor. Fermín es un tío que se ha metido en un banco cargado de explosivos; eso es terrible, pero tiene una
motivación y una humanidad. Yo siempre les dije: ‘tíos, tenéis que tenerles cariño a los personajes cuando acabe la película’.
ACTO II
DANIEL MORILLA.– El 80 por ciento de la película transcurre en un banco. Si no se teatraliza y coreografía, se cae y es aburrida. Entonces, el planteamiento de las escenas es muy teatral, muy de
entradas, salidas… muy medidas, muy ensayadas…
AL.– La prensa especializada nos pregunta por la improvisación y tal. Vamos a ver, que sois prensa especializada, tú no puedes improvisar un diálogo a esa velocidad y menos cuando el diálogo es
una partitura. Hay cosas que están tan medidas que si cambiabas una palabra, Alfonso te decía 'no, si me quieres colar otra, que me entre musicalmente y no me distorsione el texto'. Porque
tampoco es un director que tenga una disciplina muy férrea a la hora de cortarle las alas a la creatividad de los actores.
La cuestión es cómo dominar personajes tan dados a la exageración, por su propia idiosincrasia, como el Culebra y el Cabeza, sin caer en la parodia.
AL.– Lo importante del trabajo de personajes ha sido el mes y medio de ensayos que hemos tenido. Normalmente en cine no tenemos tiempo para eso, porque el cine es muy caro. Cuando te dan la
oportunidad de preparar tu personaje durante tanto tiempo, el trabajo cambia. Eso el espectador lo recibe y tú como actor lo notas. En un mes y medio de ensayo ocurren muchas improvisaciones y
hay momentos de locura, y cuando algo no es creíble, se corta. El guion de un buen actor está todo lleno de manchurrones, de anotaciones, de historias. Entonces, después de tantos ensayos no se
te va a ir la cabeza, porque sabes que es una película que no se lo puede permitir.
DM.– El tratamiento de los personajes está hecho desde el trabajo más realista posible. Cada uno tiene sus miserias, sus alegrías, pero siempre tratado desde la mayor naturalidad y la mayor
realidad posible. Por lo menos yo fue el trabajo que me planteé desde el principio.
JOSÉ RODRÍGUEZ QUINTOS.– Yo durante dos meses, y ahora otros tantos, soy Fermín. Porque desde el primer momento le cogí un cariño enorme al personaje, porque es tan real, hay tantos miles de
Fermines ahora mismo... Miras a tu alrededor y ves a tanta gente en la misma situación… Pero afortunadamente a nadie se le cruzan los cables como a este hombre. Muchos no por falta de ganas.
ACTO III
AS.– Lo que he intentado es convertir a los personajes en pequeños dioses. Representan toda una manera de ser y una manera de contar, usando el arquetipo. Fernando Fernán Gómez tiene una frase
cojonuda. Dice que lo que deberíamos hacer los artistas es coger las grandes ideas y los planteamientos universales y traerlos a lo cotidiano, para que la gente lo entienda. Creo que eso es un
poco lo que hacía el hombre medicina en la tribu. Se iba al campo, se ponía allí a hablar con los árboles, a ver cómo se ponía el sol, las estrellas… y entonces venía y contaba los cuentos
a la gente de la tribu. Creo que eso es la raíz de por qué no funciona el cine actualmente: los artistas nos hemos quedado pajas mentales. Yo el primero. Hice un corto, que se llama
La Gota, que es una paja mental. Fue elegido de los mejores cortos por la crítica ese año y tuvo más de 50
premios nacionales e internacionales. Pero al público no le enganchó. Y yo aprendí mucho. Lo mismo le paso a George Lucas, que en su día se dio cuenta de que con THX1138 no iba ningún lado e hizo La guerra de las galaxias. No hay una película más política que THX1138,
pero La guerra de las galaxias es una manera muy didáctica de explicar el bien y el mal.
Convertido en una especie de maquis o bandolero contemporáneo, ALFONSO compara la batalla de proyectos como el suyo con la lucha del Vietcong contra el ejército americano.
AS.– Lo de la guerra de guerillas… a lo mejor nos quedamos simplemente como un momento de echarle cojones. Si no acertamos, porque en esta película yo tengo puesta mi vida ahora mismo, pues
espero que quedemos como un icono y que la gente se ponga camisetas con el Culebra y el Cabeza, como hacen con el Che o el MakiNavaja.
'Semos' peligrosos.
En su caso, parece claro que la aspiración del artista debe ser siempre remover las conciencias.
AS.– Pero es que remover conciencias está mal entendido, se adscribe siempre a revolución. No se trata de eso, se trata de sanar el espíritu de la gente. La gente está muy enferma, necesita ver
cosas que no son reales para huir de la cotidianidad. La ficción nos ofrece paraísos artificiales. Es un placebo. Ahora mismo no funcionan los dramas porque la gente ya vive un drama. Pero es
consciente de ello y sabe que es infeliz. Entonces necesita drogarse. Y lo hace a través de la televisión, a través de ver a Mario Casas quitándose la camiseta, a través de ver Ice Age…
Pero es una droga, y una droga importada de EEUU, además. El cine es una estrategia de marketing, y eso los americanos lo saben del carajo. Llevan años y años vendiéndonos su way of
life desde allí, todos sus productos y todo lo que ellos hacen.
Si la ficción está funcionando como una droga y la construcción de historias que se defiende en El mundo es nuestro es la que ayuda a crear identidades, entonces la crítica que
realizan al cine y la cultura popular actuales es que han pervertido su esencia primitiva.
AS.– Por supuesto. La morfina es un paliativo del dolor, pero si la usas para adormecerte, es una droga. La morfina no es mala, es el uso que tú le des. Eso es lo que pasa con el arte. El arte es
una herramienta superpoderosa, mucho más de lo que cree la gente, por eso ahora mismo es tan importante.
jue
03
ene
2013
Eduardo Segura (Oviedo, 1967) es profesor en el Departamento de Filología Inglesa y Alemana de la Universidad de Granada y es uno de los mayores expertos en España y en español, sino el mayor, en J.R.R. Tolkien y el círculo de los Inklings. Aunque lo que más nos gusta cuando vamos a verlo es que tiene la recopilación en tomos completa de El Príncipe Valiente. “Es que he prologado alguno de los tomos”, explica.
En 1997, Segura se encontraba en la Universidad de Saint Louis, en Missouri, EEUU, trabajando en su tesis doctoral sobre Tolkien –“que más que defenderla, tuve que defender a Tolkien como autor que merecía la pena para ser estudiado”– con Tom Shippey, uno de los mayores tolkienistas del mundo, al que además estaba traduciendo al castellano su célebre El camino a la Tierra Media. Cuando New Line se puso en contacto con Shippey, buscando expertos para asesorar en la adaptación de Peter Jackson que daría lugar a la trilogía de El Señor de los Anillos, este recomendó a Segura para que se uniese al equipo.
Un equipo que se dedicaba a discutir con Peter Jackson vía correo electrónico y del que Segura sacó una conclusión “El Señor de los Anillos [ESDLA] es un tipo de narración que no puede acabar de funcionar en pantalla. Aunque fuesen 40 películas en lugar de las tres que se hicieron, el problema es como los personajes pierden al quedarse sin contexto”.
Segura afronta las adaptaciones con la misma esquizofrenia con la que Jackson el guión: “nos preguntaron qué no debería echar de menos Tolkien si viese la película… pero nos avisaron que la hacían para quienes no habían leído el libro”. De la misma manera “Jackson nunca me pareció el mejor director para la adaptación, pero tengo que reconocer que las películas rozan la obra maestra en muchos momentos”.
“Mi crítica no sólo es a Jackson. Es a la paradoja de que los directores que rescataron el cine de Hollywood en los 70, apoyándose en los efectos especiales –Spielberg, Cameron, Lucas, Ridley Scott– dieron lugar a una generación esclava de la tecnología, una trampa en la que ellos mismos han caído, como se ve en Prometheus o la cuarta entrega de Indiana Jones. Es pura pirotécnica. El Hobbit parece más de lo mismo en ese sentido”.
Eso sí, “la tecnología permitió rodar ESDLA respetando la estética de Tolkien, con secuencias brutales cinematográficamente, como la carga de Gandalf en el Abismo de Helm”. Jackson y los suyos “se aceleraban, querían meter cada vez más acción, y ESDLA no debería enfocarse como quien se acerca a adaptar Lara Croft, por ejemplo”.
Las lecturas anacrónicas
El profesor compara las actualizaciones de la lectura de Peter Jackson con las de Troya de Wolfgang Petersen, algo que está a punto de desviarnos de la conversación: “Homero dice en la Iliada que los dioses están asomados a las murallas de Troya. Si los eliminas de la historia, no se entiende, igual que habrá quien no comprenda por qué muere Aquiles cuando una flecha se le clava en el talón”. A nuestro apunte de que se trata de una actualización que busca volver ‘realista’ respetando al máximo el argumento para que lo acepte un espectador actual, responde: “pero es que entonces es otra historia”.
Y así llegamos a los “anacronismos” de Jackson: “Aragorn y Frodo dudan constantemente durante Las Dos Torres, planteándose si deben aceptar su destino. En Tolkien, son personajes épicos, que no tiene esa lectura psicológica que es más actual”. Lo mismo para visionar a Saruman, Isengard y los orcos “como El Triunfo de la Voluntad de Leni Riefensthal. Es una transmisión, una lectura superpuesta que Tolkien negó. Es irse a lo fácil, y no creo que facilitase la lectura del espectador del siglo XXI”.
De la misma manera, cuando los Ents acaban transformados en un panfleto ecologista “se desvirtúa su papel en la epopeya. Tolkien era un amante de la naturaleza, pero no entendía eso como un ‘ismo’”. John Ronald Reuel era “un niño que creció en Birmingham a finales del siglo XIX y vio como la Segunda Revolución Industrial destruía la campiña. Para él eso fue una tragedia, y eso es lo que transmite en la destrucción del bosque de los Ents por parte de Sauron. Pero la crueldad de los Ents, a mí por lo menos, me parece gratuita en la película”.
Y otra lectura que se pierde: “Barbol es Tolkien. Barbol habla, piensa y actúa como un filólogo, incluso al principio se resiste a darle su nombre a los hobbits, porque cree que ya sería decirles demasiado y que con él pueden reconstruir su historia”. Los Ents “son uno de los grandes fracasos, son como animatrónicos sin vida, espectaculares visualmente, graciosos, pero sin el alma del libro”.
Finalmente, la lectura más contemporánea aplicada al guión, que él mismo ha vivido como profesor: “la acusación de machista a Tolkien, que contrasta cuando se compara con el supuesto feminismo de las hazañas de Eowyn. Pero cuando Eowyn le dice al Jinete Oscuro que no es un hombre antes de matarlo, es una reivindicación femenina, sin ‘ismo’”. En cualquier caso, la necesidad de un personaje femenino importante acabó con Arwen ganando minutos en el guión.
“Es un tic de Hollywood, el empeño en que la historia de amor sirviese para catalizar el drama. Tolkien ya avisaba de que el amor entre Aragorn y Arwen era la base de El Señor de los Anillos”. El cambio principal que se evitó fue la presencia de Arwen en la batalla del Abismo de Helm. En el primer borrador del guión, era ella quien llevaba la espada de Isildur a Aragorn en lugar de Elrond. Incluso Liv Tyler llegó a recibir clases de esgrima. “Pero los asesores les dijimos que no”.
Supresiones y añadidos
Sin embargo, es en Arwen donde se encuentra el añadido que más gusta a Segura –y a muchos otros aficionados, nos atrevemos a añadir– con la secuencia en Las Dos Torres en la que, mientras discute con Elrond, imagina cómo será su vida si envejece con Aragorn. “Es una de las pocas escenas que capta la nostalgia que se suponen que deben transmitir los elfos, pues para ellos la vida es encontrar y perder. Y es mérito de Phillipa Boyens y Fran Walsh, la mujer de Peter Jackson, que coescribieron con él el guión y son unas grandes conocedores de Tolkien”.
La supresión más acertada, la que criticaron muchos fans e incluso colegas asesores de Segura pero él apoyo: “la de Tom Bombadil. Es un personaje tan importante en la mitología de Tolkien y que iba a perder tanto fuera de contexto, pareciendo un bufón, que era mejor no sacarlo. Así La Comunidad del Anillo se aliviaba de minutos, además”.
Mucho peor, y aquí se reconcilia con el sentir de los lectores del libro, es el papel al que quedan relegados Légolas y Gimli. “En el libro Légolas es pura nostalgia, en la película una especie de Rambo con flechas. Gimli se convierte en el alivio cómico inevitable. Así se pierde la magia de muchas de sus conversaciones, como cuando se despiden de Galadriel. A Gimli no lo detuvo la oscuridad, pero lo detiene la belleza. Y en la película se pierden los matices”.
La religión de Tolkien
Eduardo Segura se define como católico “pero no me gustan los sermones”. Tolkien también era católico “pero la Tercera Edad de la Tierra Media es una época pagana, sin religión. En todo el libro, la única muestra es cuando Faramir y sus hombres, antes de comer, se ponen de pie y miran hacia el oeste en silencio para bendecir los alimentos. Frodo y Sam se sienten ignorantes y pequeños ante ese gesto de religión que no entienden”.
Tolkien, al contrario que su amigo CS Lewis, que en Narnia encara la alegoría de manera directa, “intentó separarse lo más posible del cristianismo. La providencia de la Tierra Media es completamente distinta de la cristiana”. Mientra Eru Ilúvatar es “el relojero cósmico de Spinoza”, que se aparta del mundo tras crearlo con sus leyes, esos dioses menores tan parecidos a la jerarquía angélica católica, los Valar, son similares a los de la mitología griega. Y en los Maiar de Gandalf llegan los dioses nórdicos: “Gandalf es Odín, y Tolkien lo admite, porque los dos se pasean por la tierra con el mismo aspecto”.
El sentido de lo sagrado en la Tierra Media “está en el propio mundo. Tolkien es un romántico, quería hacer desaparecer el mensaje dentro del mito. Si antes de la obra creas una intención, para él es ideología. El cristianismo de Tolkien es el punto de vista sobre el mundo, el valor del sacrificio y la visión sobre la muerte. Por eso digo que Tolkien no es ecologista, es que para él todo es sagrado”.
La verdad de Gandalf
¿Por qué? “Porque Tolkien, después de volver del infierno de las trincheras en la Primera Guerra Mundial, tomó una decisión consciente, la de ser un optimista. Era un existencialista optimista, y eso no tiene buena prensa. Por eso y porque no se entendió cómo utilizaba el concepto de mito, quedó fuera del canon y se enfrentó a la palabra fantasía como algo peyorativo, infantil. Hay que reconocer que las películas ayudaron a combatirlo, pero hoy Tolkien sigue exiliado del canon estricto que defienden críticos como Harold Bloom”. Aunque “yo lo enseño en clase porque me da la gana”.
¿Por qué? Porque Tolkien fue más allá de Coleridge. Este formuló la idea de la voluntaria supresión de la incredulidad, pero Tolkien “cree que hace falta crear fe secundaria. Creer que lo que pasa en ese mundo es verdad, aunque no sea real”. Segura lo formula de manera contundente, para regalarnos el titular de esta entrevista: “El hecho de que Gandalf no exista no quiere decir que no sea verdad. La verdad incluye la irrealidad”.
Tolkien era un romántico y un existencialista, creía “que las grandes verdades de la Historia de la Humanidad sólo son accesibles mediantes los mitos”. Por eso “le habría encantado saber que hay gente que se disfraza para celebrar el cumpleaños de Bilbo y Frodo cada 22 de septiembre. Vivió el principio de esa cultura, vio como los hippies pedían que Gandalf viniese salvarlos. Tolkien recibió en sus últimos años cartas de miles de cartas de admiradores, y al mismo lo disfrutaba y no se lo creía”.
¿Por qué? “Porque los hobbits son los vecinos de Tolkien en la campiña de Birmingham. Porque todos somos Bilbo. Porque Bilbo es Ulises, y por eso me gusta el actor, Martin Freeman, que sabe hacer muy bien de persona normal. Porque Ítaca, como decía Kavafis, es el propio viaje, y Bilbo descubre una valentía dentro de sí mismo que no sabía que tenía”. Y, pese a todas las críticas “Peter Jackson los refleja bien porque se siente un poco hobbit, igual que se sentía Tolkien”.
dom
30
dic
2012
Watchmen (2009), de Zack Snyder, la película, es una reformulación de derechas del original. O conservadora, como prefieran ustedes formularlo. Lo es porque reconstruye, a partir de los mismos elementos, un mensaje que invita a conclusiones conservadoras, opuestas completamente a las que ofrece el tebeo. Y tiene, además, otro problema. Terry Gilliam ya quiso dirigir la adaptación y no pudo, así que la pregunta de '¿qué habría echo Terry Gilliam con este argumento?' es obligada y catastrófica.
Más allá de la dirección de Snyder, que tiende a espectacularizar un tebeo que en su plantamiento original pretendía ser romo a base de imitar –que no calcar– el estilo de dibujo y parte del diseño de los años 40 –que no el estilo narrativo–, en la opinión de este humilde juntaletras Ozymandias y Búho Nocturno son personajes clave en la interpretación de la película. La relación entre ambos y con el espectador son marcas discursivas que tenemos que analizar para comprender la reformulación que supone la película. Rorschach también se lleva su carga, pero es mucho menos sutil, más directa. Más 300. Parece hecho a propósito.
Ozymandias es claramente hipócrita, decadente, ecologista y gay, nos trata con condescendencia –porque somos Búho Nocturno–. No existen los grises de su versión original, es que es malo y tonto, y punto. En el tebeo, Búho es una persona "normal" a la que la situación lo sobrepasa. En la película, Búho es "guay". En el tebeo, Espectro de Seda se queda con él porque lo quiere por ser normal, una persona con la que puede comunicarse abiertamente. En la película, se lleva a la chica por ser guay. No es ninguna tontería. Es el mismo problema de la adaptación al cine de Kick-Ass, pasan de "ser superhéroe en la vida real sería jodido" a "qué guay es pegar a los malos".
Porque en el caso de Búho Nocturno, tanto Snyder como Patrick Wilson, el actor, interpretan bien que es la encarnación del punto de vista de los lectores –y no Rorschach, que está loco y es una fantasía oscura, o Manhattan, que es Dios y es una fantasía de poder–. Hasta que llega el momento de la revelación –sí, son los trajes, y lo ponen como una moto–, Wilson calca la interpretación clásica de Clark Kent que nos regalase Christopher Reeve en Superman de 1977, es de suponer que a conciencia.
En el libro, la esencia de Dan Dreinberg está en su artículo sobre pájaros: 'Sangre en el hombro de Palas'. Cuando nos ponemos a medir el perímetro las alas en lugar de observar la combinación de los colores de las plumas, perdemos visión de conjunto sobre la belleza del ave. Sustituye al pájaro y la medida de sus alas por el número de viñetas, piensa en Si una noche de invierno un viajero… de Italo Calvino, y en Lotaria, la hermana de la lectora, y su empeño en reducir los libros a colecciones de palabras. Una lección que Moore no se ha aplicado a sí mismo en retrospectiva.
El problema es que Snyder no se contenta con dejar a Dan como la persona normal que se maravilla ante la épica, pero que queda reducido a la nada frente a los auténticos 'supers', el Doctor Manhattan y Ozymandias; o el hombre corriente que conoce la sordidez en la que se mueven los vigilantes como Rorschach o El Comediante, pero prefiere evitar o, directamente, fingir que no existe.
Snyder, o su intención, necesitan que Dan 'gane', no sólo llevándose a la chica –en lo que es superior a Manhattan, claro, pero porque este ya ni siquiera es humano, para Laurie es imposible relacionarse con él–, sino también a nivel discursivo. De ahí que añada a la escena final en la Antártida esas dos intervenciones suyas que no estaban en el tebeo: su ridícula asistencia pasiva a la muerte de Rorschach y la aún más ridícula "paliza" a un Ozymandias que ha demostrado que puede vencerlo cuando quiera.
¿Se supone que tenemos que entender que Adrian está derrotado por la atrocidad del crimen cometido, que ha comprendido tras las últimas palabras de Jon, y por eso se deja pegar? ¿Qué la justa indignación de Dreinberg -provocada por la muerte de Rorschach, más que por la catátrofe, además- lo sobrepasa? En el tebeo, Ozymandias no se arrepiente de su camino al infierno empedrado de buenas intenciones, pero su derrota queda plasmada en cómo Manhattan, ya completamente un Dios que piensa en crear vida por su cuenta, lo deja con la palabra en la boca, desvelándole la futilidad de romper con la espada los nudos gordianos: "Nada acaba nunca".
Esto es relevante porque el enfoque de Adrian está marcado por cómo Snyder se recrea sin vergüenza alguna en todas las referencias culturales que, o bien estaban en el tebeo, o se las han añadido las lecturas posteriores. La música de Bob Dylan o La cabalgata de las valkyrias acompañando al Doctor Manhattan en Vietnam, son dos muestras. Y la sala de crisis del Pentágono, donde se decide el destino del mundo, aunque sabemos que es la misma, más que remitir a la del tebeo, tiene una ambientación sacada directamente de ¿Teléfono Rojo?: Volamos hacia Moscú. Incluso en los chistes incómodos.
Es ahí quizás donde más interesante resulta la película, cuando no es un calco directo del tebeo. Los momentos que copian viñetas no tienen más remedio que parecer paródicos y acartonados, como lo resultan algunos de los peinados, o ese Nixon que parece un guiñol antes que un personaje.
(Nota: En sus adaptaciones de X-Men y Batman, Bryan Singer y Christopher Nolan marcaron un camino de la verosimilitud narrativa más alejado del calco que ha funcionado mucho mejor: lo que no queda 'realista' en pantalla no se adapta y punto, por eso Tormenta no vuela ni el Hombre de Hielo se transforma en un muñeco de nieve en movimiento. De lo que se tratará luego es de que la propuesta conceptual se respete según el medio al que se da el salto. Snyder se confunde al intentar exportar el modelo 300, allí el calco funcionaba porque no se trataba de adaptar la Batalla de las Termópilas, sino la particular de visión de la misma de Frank Miller).
Por eso es tan relevante que todo lo que rodea a Ozymandias pretenda parodiar a la especie de Steve Jobs con superpoderes que se supone que es. Implícitamente gay y socialista, es un traidor y un asesino a sangre fría manipulador. ¿Lo era el original? Si, más o menos igual de psicópata que Rorschach, pero desde la otra perspectiva. Al fin y al cabo, ambos pretenden salvar el mundo, y recorren el manido camino al infierno empedrado de buenas intenciones, aunque Rorschach acabe resultando mucho más honesto.
Pero el cinematográfico no. Este es malo, así que los magnates del petróleo a los que mata son buenos, o al menos víctimas de un megalomaníaco. Los abronca y amenaza, y luego los tirotea el pistolero que ha contratado para fingir su propio intento asesinato. De hecho, se cubre con al menos dos de ellos, usándolos como escudos humanos, dejando claro que no tiene respeto ninguna por las vidas de aquellos a quienes desprecia, ya que en última instancia utiliza a esos rivales económicos para protegerse de sí mismo.
Así, Ozymandias brinda por los faraones y compara a los físicos que le han ayudado a construir el ‘motor Manhattan’ con los sirvientes a los que se enterraba cuando se acababa la pirámide. A esas alturas de la película, Rorschach ya es un protagonista de Sin City, un héroe duro pero de buen corazón que se enfrenta a los poderosos en un mundo amoral. Rorschach, por los cambios en el villano, acaba convertido en su propia e irreal autoimagen de héroe crepuscular. Cosa que no debería pasar, porque Rorschach está loco y no es un ejemplo a seguir. Se supone.
Por supuesto, que Rorschach sea percibido como heroico en un sentido ejemplar no era la intención última del original, es una lectura superpuesta. Porque Snyder está más cerca de Miller que de Moore, aunque los haya adaptado a ambos. En el tebeo, empiezas odiando a El Comediante y sintiendo escalofríos con Rorschach. Cuando acabas, al menos les reconoces cierta honestidad, sobre todo al segundo. La película lo asume rápidamente como el héroe.
Así, en su "capítulo", Rorschach le reprocha al psicólogo que tenga "sensibilidad liberal". Además, el secuestrador de la niña, en su escena epifánica con los perros, le suplica con un "lo confieso, arréstame, tengo un problema, necesito ayuda, arréstame" y Rorschach, más The Question que nunca, le espeta: "A los hombres se los arresta, a los perros se los sacrifica". Son diálogos que no están en el tebeo, que se añaden para la película, igual que se cambia la muerte del secuestrador y la 'epifanía' de Rorschach del hachazo al perro al hachazo al hombre. Así que no es una elemento gratuito, es un inserción consciente y deliberada y que tiene una interpretación obvia que no podemos intentar ignorar porque no nos apetece.
Aunque quepa aplicarle este análisis a cada personaje por separado, es igual de interesante si se atiende a otros detalles de dirección o de guión. Entre los primeros, que en el tebeo, de un ataque en exclusiva a Nueva York, se muestran imágenes de su cobertura en todo el mundo. En la película, de un ataque a capitales de todo el mundo, al único que se muestra es a Nixon, multiplicado hasta el infinitio por las pantallas de Veidt, emitiendo un mensaje monolítico y unívoco, en contraste evidente y posiblemente buscadocon la confusa multiplicidad de voces en el texto de Moore.
En la misma línea, los ralentizados y demás alardes de acción, que reproducen las técnicas que le saliesen bien a Snyder en 300, aquí no vienen a cuento. Búho Nocturno no tiene que ser impresionante, El Comediante tiene que resultar desagradable y Rorschach rozar lo vomitivo. Convertirlos, sobre todo el primero, en una héroe que reparte estopa y luego pone posturita para quedar chulo es traicionar la esencia del personaje, el significante tras la construcción compleja de la personalidad de Dan Dreinberg, que es de lo que suele ir esto, y no de intentar crear "personajes que parezcan personas", una impostura muy gringa pero muy estúpida.
Mención especial al polvo de la nave. Primero, es mucho más explícito y con banda sonora pastelera a juego. Luego, con la metáfora de la llamarada coordinándose con el orgasmo, subrayándolo de manera chocante. Finalmente, porque la escena posterior otorga, de nuevo, a Dreinberg, una postura más ‘heroica’ en el sentido clásico que el original, donde "sale del armario" y afronta, como los lectores, como Nemo en La Liga de los Caballeros Extraordinarios, la energía que le da la peripecia por sí misma.
Hay otros alardes de ausencia de sutileza, como insistir una y otra vez en recordarnos que el Doctor Manhattan ve el tiempo de manera simultánea, algo que en el tebeo se va insinuando hasta que llega su número y se explica. Claro, es un recurso más propio del cómic, contemplar todas las viñetas en conjunto, uniendo pasado y futuro. Antes que Animal Man o Hulka, Osterman ya era capaz de viajar de viñeta en viñeta rompiendo el cuarto por razones narrativas internas y sin que nos diésemos cuenta.
Además, le añaden poderes extraños de ser capaz transmitir el efecto a los demás para provocar la catarsis de Laurie. Curioso, porque en el tebeo, aunque queda claro, no se verbaliza que El Comediante sea su padre. En la película te lo repiten tres o cuatro veces después de dejarlo caer de la manera más chabacana.
El cambio del insecto gigante por un falso Manhattan, por otra parte, es lógico, en aras de eliminar subtramas como la de los artistas, y bien llevado en su introducción dentro de la peripecia principal. De hecho, es demasiado evidente lo que va a pasar si has leído el tebeo, pero es que, insistimos, donde el tebeo es sutil, la película es obvia. Al menos no se oculta: esto es lo que hay, y te lo vamos a repetir en lo posible.
Aunque hay que tener en cuenta un cambio de enfoque en el 'castigo' sobre la Humanidad: no es un accidente cósmico, "la abeja que pica sin saber que va a morir", que nos recuerda nuestra humildad y nos vuelve hermanos en la tragedia, como a Bernie y Bernard en el quiosco, sino Dios, que nos mira desde lo alto. Y como nadie sabrá qué ha pasado con Manhattan, hay que portarse bien. Un cambio de enfoque sobre el cataclismo del momento, para Moore era la Guerra Fría, para Snyder el 11-S. Discursivamente, no es gratuito.
Por supuesto, Watchmen el tebeo es kitsch porque es un tebeo de superhéroes, que debe serlo por definición, pero dentro de su género no lo es. Watchmen la película lo es por elección propia. Una traición más profunda a nivel estético lo habría sido menos a nivel conceptual y temático. La deconstrucción superheroica en cine se llamó Los Invisibles, y era una relectura mucho más derechas y randiana… Sé nazi en familia, era el mensaje. Pero eso otro día, en el que también hablemos de El Protegido, por ejemplo.
Watchmen la película es, además y como señalaba Brian Azzarello, inevitablemente retro, porque la Guerra Fría ya no tiene sentido para nosotros. Pero el desastre de Nueva York que cierra la historia si tiene un equivalente en el 11-S, ya lo hemos dicho, sólo que se traduce para la película a escala global. Y, en la escena del multiNixon antes mencionada, dándole una respuesta local. Es, repito, una posición discursiva, y por tanto, política. Y Snyder, aunque se lo haga, no es idiota.
¿Convierte todo esto en mala película a Watchmen? No, por supuesto que no, en la misma medida que calcar viñetas no la convierte en una buena adaptación. Ejemplo de adaptación fiel, aunque corta y rasga, pero mantiene el mensaje del original y hasta lo actualiza, la de El Gatopardo, de Visconti. Adaptación infiel que produce una gran película, Blade Runner. Ponernos a analizar el eterno “te mató porque te quiero” sería muy complejo y daría para otra serie más larga de artículos, sobre todo cuando quien suscribe defiende Troya, de Wolfgang Petersen.
El problema no es que nos guste algo o no, personalmente a mí me encanta 300, tanto el cómic como la película, y disfruto de obras de autores tan alejados de mi pensamiento como puedan ser Mario Vargas Llosa o, los santos nos valgan, Fernando Sánchez-Dragó. El problema es que pretendamos desdeñar las lecturas discursivas o ideológicas porque algo nos gusta, y si nos gusta "es bueno". El viejo silogismo ilógico que recuerdan muchas veces los Wu Ming: "yo soy de izquierdas, me gusta el chocolate, luego, el chocolate es de izquierdas". Claro que sí.
Así que, desde este punto de vista, es normal que a Alan Moore le moleste la adaptación. Es una reinterpretación de derechas de su obra, y él es un anarquista de izquierdas. Y, por supuesto, es posible defender la película más allá de esta consideración, y a Dave Gibbons, que tiene el mismo derecho que él a reclamar Watchmen como propio, le encantó.
¿Y a vosotros?
Entrega anterior de EXTRAORDINARY WATCHMEN:
Extraordinary Watchmen (I): ¿A quién pertenecen los vigilantes?: Parte 1 y Parte 2.
mié
26
dic
2012
Vale, sustituir las voces originales grabadas para un audiovisual por otras, ya sea para mejorarlas o para traducirlas a otro idioma. Esto es, resumido y por encima, el doblaje. Creo que no estoy contándole nada nuevo a nadie. Es una práctica que ha tenido detractores y defensores durante toda la historia del cine. Servidor se encuentra entre los primeros, les aviso de antemano. Los detractores argumentamos que un doblaje desvirtúa la esencia de un personaje, que no estamos disfrutando el trabajo real detrás de una película. Los defensores se escudan en que no todo el mundo sabe idiomas, que hay que facilitar que la cultura llegue a todo el mundo. Para eso están los subtítulos, decimos unos. Los subtítulos manchan la imagen y distraen al espectador, claman otros. El eterno debate...
Antiguamente, cuando el cine era mudo, existía la figura del explicador, persona que se encargaba de contar al público lo que ocurría en pantalla e incluso doblaba en ocasiones. Pero luego llegó el cine sonoro y la cosa cambió. Debido al desconocimiento de idiomas generalizado se comenzó a doblar a otros idiomas. Hablamos de 1901 en el caso español, con la película Entre la espada y la pared. Aunque su trabajo de doblaje se realizó en Francia y no fue hasta 1932 cuando se creó el primer estudio en Barcelona, comenzando así la industria de doblaje en España. Con el paso de los años el trabajo de doblaje ha ido evolucionando. Al principio los actores debían aprender páginas de textos que luego interpretaban de tirón. Luego, con la llegada de los medios digitales, los procesos se simplificaron y agilizaron. Ahora se ruedan pequeñas tomas de forma que el actor no tiene que aprenderse el texto, sino los tiempos marcados para encajar las frases.
Reconozco que se han hecho grandes doblajes, sin irnos muy lejos el Gandalf de El señor de los anillos es soberbio. Por poner otro ejemplo, José Mota ha hecho grandes trabajos poniendo voces a personajes de animación porque no se ha limitado a leer el guión sino que ha hecho suyos los personajes dándoles detalles de cosecha propia. Y es cierto que no nací viendo cine en versión original por lo que ver a Will Smith, Julia Roberts o Clint Eastwood en su idioma natal se me hace cuando menos raro. Pero cuanto más cine, serie o juego veo en su idioma original más estoy convencido de que la invención del doblaje fue un gran error. La defensa de que no todo el mundo sabe inglés no me vale. En una sociedad que ha crecido gracias a internet, en el que, teóricamente, los niveles de analfabetizacion han disminuido y en la que se anima al ciudadano a estudiar idiomas debería darse más relevancia a la versión original, ya sea inglés, alemán o chino mandarín.
No digo que no se doble nada, sino que haya más versión original y se doble menos y, ya de paso, bien. Porque casos como los de famosetes de turno que doblan a un personaje sin tener ni p... idea de hablar correctamente claman al cielo.
El caso con el que me encontrado recientemente es el de Los Miserables, que raya la desgana más absoluta e incomprensible. Toda la película esta en inglés con subtítulos en español porque doblar las canciones de este musical ardua tarea es, hasta ahí perfecto. Pero existen cinco o seis excepciones, así porque sí y no sé muy bien para qué. Sin exagerar: media hora de metraje en inglés, frase de DOS segundos doblada al castellano, otra media hora en inglés y vuelta a empezar. NECESITO que alguien me lo explique. Alguien, en las altas esferas, cree que el espectador medio es un imbécil que no es capaz de entender una frase sin importancia cuando lleva toda la película escuchando en inglés y ayudándose de los subtítulos. ¿Realmente era necesario? Me sentí insultado...
No deseo prohibirle a nadie que vea su película favorita en su idioma favorito, pero el día que pueda ver mi película favorita en mi cine favorito y en el idioma que quiera lloraré de felicidad. Mientras tanto me conformaré con el único y pequeño cine en toda una provincia en el que puedo ver en versión original algunas, que no todas, de mis pelis favoritas.
¡Felices fiestas!
mar
18
dic
2012
Aún con la resaca del estreno de El Hobbit a cuestas, continuamos nuestro especial Tolkien con este post, dedicado, no ya a los antecedentes, al proceso de creación, a los efectos especiales o al fenómeno fan, sino al alma máter de nuestro blog: las continuaciones, en este caso en forma de versiones cinematográficas. Y es que la obra de Tolkien ha conocido numerosas traslaciones a otros géneros. Pasando por alto algunos de ellos, como el cómic, género por el que la obra de Tolkien ha pasado sin pena ni gloria (salvo excepciones algo polvorientas, el género más conocido de todos, y el que más tinta nos va a ocupar, es el fílmico, pero no es el único… aunque para ello tendréis que llegar hasta el final.
Todos sabéis que Peter Jackson no fue el primero en intentar adaptar al cine el universo de Tolkien, pero tampoco fue Ralph Bakshi, al que conoceréis. En realidad, fue el dúo formado por Jules Bass y Arthur Rankin, que en 1977 adaptaron en una versión para televisión de El hobbit, con un tono alegre y desenfadado, (al principio), y un diseño de personajes bastante cercano a la obra original (un enano, otro enano, otro enano…), salvo por una excepción que comentaré a continuación. El resultado es, desde el punto de vista gráfico, algo simplón. Pobres hobbits, qué feos los pintan siempre…
La excepción arriba mencionada se refiere al diseño del que sin duda es el personaje más interesante de Tolkien: Gollum/Smeagol, que aquí, seguramente por eso de que Bilbo se lo encuentra en una caverna y por su afición al pescado, es una especie de anfibio gigante, un ser más parecido a una rana que a la criatura patética y apasionante que conocemos gracias a las ilustraciones de Alan Lee. En cualquier caso, es una rareza digna de verse.
La segunda adaptación cinematográfica de la saga épica de Tolkien, que muchos conoceréis, fue un intento valiente y temerario de, por así decir, adaptar lo inadaptable, en el único formato que por aquel entonces podía soportar la riqueza de la imaginación de Tolkien: los dibujos animados. Tras un par de intentos infructuosos por parte de varios estudios de llevar al cine la historia en una sola película, fue Ralph Bakshi, conocido animador para adultos (Fritz el gato es una de sus obras más conocidas, y también tuvo algo que ver con la infausta Cool World), el valiente que se propuso, en principio, hacer dos películas. El resultado, teniendo en cuenta las circunstancias, es más que digno, y hoy puede verse con cierto disfrute. Tiene un regusto añejo, pero no está mal. La película, famosa, además, por ser la primera en utilizar rotoscopia de imagen real combinada con los dibujos animados (Drender, por favor, corrígeme y amplía esta barbaridad que estoy segura de haber cometido desde el punto de vista técnico a tus anchas en los comentarios), también tiene el honor de ser el primer trabajo cinematográfico de Tim Burton (que empezó a dibujar aquí). Otra curiosidad: John Hurt pone la voz de Aragorn. Desde mi punto de vista, tiene dos aspectos reseñables: el primero son sus innumerables gazapos: desde la confusión que se produce con algunos nombres (Sauron y Saruman son intercambiables, por visto, y éste último a veces se llama Aruman), al peculiar diseño de los personajes (en mi mente infantil, la primera vez que la vi, Aragorn era un indio americano, y Boromir el vikingo, por supuesto; de nuevo, Galadriel y Eowyn son intercambiables), pasando por el cambio de color del pelo o la ropa de algunos personajes a lo largo del metraje. El segundo aspecto reseñable es que, con todos sus errores y ese aire solemne que hoy resulta algo ridículo, algunas escenas y diseños han sido heredados, prácticamente idénticos, por las versiones de Peter Jackson: el diseño de Gollum, los caballos de agua del vado del Bruinen, los jinetes oscuros acechando a los hobbits en la comarca… O decisiones argumentales, como la eliminación de Tom Bombadil y Glorfindel de la trama (su papel en esta versión lo cumple Legolas; en la de Jackson, Arwen: pobre Glorfindel, ese elfo prescindible...), o el hecho de situar a Eomer como salvador del día en el Abismo de Helm… Con todo y con eso, su final abrupto (tras la batalla del Abismo de Helm: “y así comenzó la batalla por la Tierra Media”) es bastante insatisfactorio.
De nuevo, fueron Arthur Rankin y Ralph Bass, y no Bakshi, los responsables de este especial para televisión que se emitió en 1980, y que, en realidad, no es una secuela de la película de Bakshi, sino de El Hobbit, como demuestra que se mantenga el extraño diseño de Gollum, que se mantiene. Curiosamente, no hay continuidad entre El señor de los anillos de Bakshi y esta película, y cuando ésta empieza Frodo está ya captivo en Cirith Ungol (ea, así, de golpe, sin araña gigante ni nada).
El problema de esta adaptación no está en realidad en el diseño de personajes (que, insisto, da bastante grima), o en su corta duración, sino en el tono, excesivamente alegre a ratos para mi gusto. A ver, El retorno del reyes, como mínimo, un libro oscuro y serio, y en la película se producen saltos curiosos en este sentido. ¿El tono es erróneo, o se dirige a un público inadecuado? En cualquier caso, las canciones chirrían bastante, así como algunas decisiones argumentales. Lo de los orcos que cantan me supera…
Las adaptaciones de Peter Jackson, tanto de El Hobbit (sí, ya la hemos visto, y algo me dice que se avecina un post… o más de uno), como de El señor de los anillos (de esto sí que no vais a poder libraros) se merecen, por sí solas, comentarios aparte, por su complejidad y su amplitud. Pero, como decíamos al principio, no sólo el cine se ha nutrido de la obra de Tolkien y ésta, muy recientemente, ha conocido otras encarnaciones: audiolibros, partituras y música inspirada en ella, merchandising ilimitado, postres, calendarios, bestiarios, libros de mapas… Todo tipo de exploraciones y ampliaciones de las obras originales. Sin embargo, no me gustaría cerrar esta breve introducción a las versiones de Tolkien sin mencionar una de las más divertidas: El señor de los Anillos, el musical.
Sí, en serio, existe.
Ya, yo pensé exactamente lo mismo.
Primero: ¿a quién se le ocurrió? Y, segundo, ¿cómo condensar 1.200 páginas de libro en un musical de pocas horas (entre tres y tres horas y media, la duración media de una ópera)?
La respuesta a la primera pregunta es A. R. Rahman, Christopher Nightingale y la banda finlandesa de folk Värttinä, a los que desconocía hasta 2006, cuando el musical se estrenó en Toronto, (aunque es la versión del West End londinense la más famosa). La segunda respuesta es más sorprendente: con relativo éxito, haciendo mucho hincapié a La comunidad del anillo y muy poquito a Las dos torres y El retorno del rey. Se conservan algunos episodios fundamentales (los jinetes negros, la fiesta de cumpleaños, el concilio de Elrond, Moria, Gollum, Lothlorien…) y se eliminan otros (casi todos los personajes humanos, las batallas, de las cuales se conserva una, simbólica, las desventuras de Sam y Frodo en Mordor…). Igualmente, se potencian los personajes femeninos (Arwen, que ejerce casi de narradora, y Galadriel, que pierde su sutileza y se convierte en una especie de hechicera benéfica; curiosamente, el único personaje femenino de Tolkien que vale la pena, Eowyn, está completamente ausente). Sin haberlo visto entero, me resulta imposible hacer una valoración realista de la obra. Sin embargo, y a pesar de todos los prejuicios que pueda despertar, hay algo que se debe reconocer a esta producción: la música tiene un aire innegablemente Tolkieniano.
Hay mucho que contar sobre las adaptaciones de Tolkien al cine y a otros géneros, tanto que las versiones cinematográficas de Peter Jackson (¡las mejores!) tendrán que esperar. Pero llegarán, sin duda, en próximas entregas de este especial. Las que hemos analizado aquí difieren en su aspecto (más o menos infantil, épico o solemne), en su grado de fidelidad a las obras originales y en su universalidad y capacidad para apelar al gran público (sin entrar en si esto es o no necesario). Pero todas comparten algo: su amor por la fuente original, por su esencia, que se resume en la que, sin duda, es la mejor canción del musical. En serio, sin prejuicios. Escuchadla.
Continuará...
Cpt. Flint Baker
cpt.flint.baker@gmail.com
mié
12
dic
2012
Nunca (y cuando digo nunca es NUNCA) olvidaré el día en que el Cp. Flint Baker me dijo que se iba a celebrar el cumpleaños de Frodo. ¿Qué persona en su sano juicio organiza una fiesta o acude en masa al bar pseudomedieval de turno cada 22 de septiembre a festejar el aniversario del nacimiento de un enano de pies peludos que, para más inri, no existe? Es como si el 10 de agosto nos fuéramos a la tasca del pueblo a celebrar el cumple de Manolito Gafotas.
El caso es que en su sano juicio no sé, pero haberlas, hailas, y no pocas. No hay más que ver el revuelo que está causando el inminente estreno de la primer parte de El Hobbit, que puede llegar a saturar al seguidor más acérrimo de la saga de Tolkien. Facebook es una mina en ese sentido: lo mismo te encuentras a un tío vestido de algo parecido a Gandalf tocando la gaita sobre un monociclo que una boda rollo élfico en plena sierra de Córdoba.
Lo de la boda todavía lo consiento, porque, ya que uno normalmente se disfraza para este tipo de eventos, al menos que sea de algo divertido y original. Pero, ¿qué me decís de esto?
¿Pero qué me estás contando? ¿¿EN SERIO?? Si no fuera lo suficientemente bizarra (en el más galo estilo de la palabra) la conjunción del mago con la machacona cancioncita del gordito coreano, Universal se ha puesto tontorrona y estos artistas han cambiado el 'Gangnam style' por un fondo musical cuanto menos inquietante. Flipante, vamos, como lo es también lo de estos chavales, con los que parece que nadie se ha metido de momento. Frikismo alfa plus, con Masacre de prota y Bane o un tranformer como artistas invitados.
Hasta cierto punto, estas cosas hacen hasta gracia. Te echas unas risas y a otra cosa mariposa. ¿Pero qué hacer cuando descubres vía Twitter que, como diría un amigo, el frutero s'a volvío tó nenuco? Y es que el amigo Santi Rodríguez, con ese bigotazo de macho español que tiene, ha puesto de foto de perfil un montaje en el que aparece de laíllo, como si fuera el susodicho Frodo en el cartel El señor de los anillos.
Vale, Santi es un cachondo, pero es que hay notas que hacen estas cosas en serio y se quedan tan anchos. Y yo me pregunto: ¿en qué momento de tu vida consideras necesario colocarte unas orejitas de elfo de plástico para ir a un estreno? Yo al estreno de la próxima peli sobre la Guerra Civil que hagan (la habrá, de eso podéis estar seguros) voy a ir vestida de Pasionaria, porque yo lo valgo.
Nos hemos acostumbrado a ver a señores y señoras hechos y derechos haciendo el capullo para demostrar lo fans (con ese, que es más intenso, siempre lo digo) que son de algo tan único e irrepetible que se parece a otras diez mil cosas. Porque a mí que me dejen de historias, Aragorn, hijo de Arathorn, tiene tantos ascendientes como Cristo, Frodo da tanto asco como Harry Potter y… ¿cómo se llama el Voldemort de El señor de los anillos? Pues eso.
¿Qué hace, por tanto, que la gente se vuelva tan loquita? No sabría decirlo; lo cierto es que no es nada nuevo. Ya ocurrió con los trekkies (los megafans de la serie Star Trek, que por tener tienen hasta una película y su secuela) o con los seguidores de La guerra de las galaxias. Antes estuvieron los Beatles, Elvis Presley o Marilyn Monroe. El fenómeno fan no es nada nuevo, sin embargo, parece que sus años no lo hacen perder fuerzas, sino todo lo contrario. Así que nada, nos dejaremos llevar por la histeria colectiva e iremos a ver El Hobbit agachados, con calcetines de pelitos y orejitas puntiagudas. Espero, al menos, que salga Aragorn… o su hijo…
mié
05
dic
2012
El género de épica y fantasía lleva 50 años luchando entre la infantilización y el plagio de Tolkien. Primero lo hizo en el mundo anglosajón, y luego, al poco tiempo, las invasiones de la cultura pop americana –que cuando quieren algo intelectualmente elaborado lo cogen de Gran Bretaña– se lo contagiaron al resto de la Humanidad. Benditos sean esos perros yanquis.
George R.R. Martin se pone tantas ‘erres’ en la firma como homenaje al maestro, pero es difícil pensar que su obra supone la superación de ‘lo tolkiano’. Es sólo la última iteración, un intento de salto hacia adelante hiperrealista, que intenta convencernos con cada giro y cada muerte que es lo más de lo más. Algo que satura, de tan pesado.
El antecedente inmediato de J.R.R. fue E.R.Eddison. Sí, erre que erre. Su obra La serpiente Uróboros era admirada por Tolkien y es un precedente obvio de El Señor de Los Anillos, en el sentido de reformular elementos de la mitología germánica para ponerlos al servicio de una narración épica propia. Eddison es, quizás, más esotérico que Tolkien, aunque elabora menos genealogías, nombres e idiomas.
Amigo de Tolkien era el estreñido de C.S.Lewis. No creo que sea este el lugar para analizar Las crónicas de Narnia, pero pensad en eso como libros como una rama del mismo árbol que se truncó. Los neandertales se extinguieron, triunfaron los sapiens, que eran otra especie, y aquí estamos. Eso es Narnia respecto a la Tierra Media. Por suerte o por desgracia.
Pero antes que todos ellos vivió y murió Robert E. Howard, coetáneo de otro tipo llamado Howard P. Lovecraft. Howard creó a Conan, el bárbaro, héroe de la Era Hyborea, cimmerio para más señas, una mala bestia que arranca las cabezas de sus enemigos y se refocila con mozas de distinto pelaje mientras se pone hasta las trances de vino, hidromiel o el fermento que le pille más a mano. Combate por igual a hombres, monstruos y brujos y acabará siendo rey. Un rey muy cafre, además.
Interludio: Sí, sí, sí. Antes están Burroughs y sus hombres espaciales, y las Minas del Rey Salomón de Haggard. Antes está todo ese humus pulp del XIX inglés. De ahí viene Conan, y Thomas luego lo mezclaría con Tolkien y con Lovecraft. ¿Contentos? No cabe todo aquí, chavales.
Por dos oleadas, Conan iba a marcar el imaginario del género de espada y brujería –que cuando se pareciese más a él, se iba a llamar así, y cuando tuviese afeminados elfos, ‘Fantástico’– en dos oleadas. La primera configuraría el mito de Conan tal y como lo tenéis en la cabeza, y no como lo escribió Howard, en los tebeos de la Marvel Cómics de los 70 guionizados por Roy Thomas.
Brevemente, Thomas encontró en Conan una forma de torear el restrictivo Comics Code –el ‘Codigo Hays’ del mundo del tebeo, que restringía sexo y violencia– para, sin pasarse, dar algo más de carnaza a su público adolescente. El escritor reformuló a su conveniencia todos los personajes del original, creando de la nada algunos como Red Sonja, para configurar el universo de Conan tal y como lo conciben los fans hoy.
Diez años después, a comienzos de los 80, precisamente cuando los tebeo de Conan empezaban a decaer por el nuevo auge de los superhéroes –que ahora eran “realistas”–, llegó la película protagonizada por Arnold Schwarzenegger. El éxito incontestable, además de las secuelas, provocó una serie de imitaciones explotation, que igual que los comics una década antes, trataron de recuperar otros personajes de Howard a ver si colaba, como Kull el Conquistador.
La estética ‘bárbara’ se contagió al género de aventuras de tal manera que acabó fusionándose con otros géneros, como el postapocalíptico. Si unes Conan con Mad Max, sale El guerrero del amanecer. Y si lo pones en el agua, ya tiene Waterwolrd. Se contagiarían incluso series ambientadas en contextos mitológicos más asentados, como las chapuceras y ya vistas aquí Hércules y Xena, que acaban por ser remedos griegos más comedidos de Conan y Red Sonja. Kevin Sorbo, que interpreta a Hércules en ambas, también protagonizaría una tv movie sobre Kull.
Claro que en los 80 Conan competía con el auge las otras dos iteraciones del fantástico que iban a configurar el imaginario de los autores actuales y sus lectores senior, además de algunos tópicos sobre la cultura ‘freak’ de cara al exterior. Dos universos más cercanos a Tolkien, aunque más infantiles. Dragonlance y Dragones y mazmorras.
Un inciso. En Tolkien hay dragones pero casi ni se ven. En Eddison lo mismo. Tad Williams, al que ahora llegamos, saca uno y de pasada. Martin los tiene en un programa de recuperación de especies más precario que el del lince ibérico. ¿Traducción? Guarda los dragones, que son un coñazo difícil de manejar.
En fin.
Dragones y mazmorras es un juego de rol creado en los 70 al calor de la popularidad de Conan había recuperado para el género y que pensaba también en los fans de Tolkien. En los 80 daría para una serie de televisión, y en los primeros 2000 para una película de efectos especiales horrorosos con la que Jeremy Irons pagó sus deudas de juego, espero.
A Dragones y mazmorras jugaba todo ‘freak’ digno de tal nombre –os invito a que sigáis esta línea de pensamiento durante un rato– y entronizaba todos los tópicos de Tolkien y de Conan, recreaba escenarios que tampoco es que fuesen la bomba y ponía las bases para el World of Warcraft. Me he saltado pasos intermedios, pero, ¿a quién le importan? La cosa es que todo se vuelve menos sutil, se complica innecesariamente y vuelve al lector-jugador-espectador un poco más tonto, o al menos lo intenta.
Dragonlance es un derivado directo. Sus autores lo crearon como una historia de complemento para los juegos de rol y ahora es una serie de trilogías que se extienden hacia el infinito, atrás y adelante, en una especie de sueño húmedo de George Lucas. Gente que entrena dragones, se pelea y vive mucha pasión desgarradora. No conozco a nadie que lo haya leído todo y siga vivo.
Ya puestos, podemos rastrear todo esto hasta sus versiones Disney, como el tebeo para chicas preadolescentes Witch, que era una mezcla lisérgica entre parafernalia de espada y brujería, estructura de equipo de superhéroes, argumento y dibujo estilo manga y diálogos de serie de instituto. Al final, con su estructura del ‘héroe elegido’ claramente empatizable por lector-niño, Las memorias Idhún, de la española Laura Gallego, encajan en la misma estética, aunque eso mezcla a Harry Potter con Narnia… espera un momento…
Aunque los verdaderos bastardos de Tolkien, los que llevan hasta Martin, son un montón de autoruchos de baja estofa, de deliciosas relecturas psicoanalíticas y plumas baratas, que se han dedicado a pergueñar sagas de tomos y tomos, con especies de seres pequeñitos que tienen otros nombres que no son hobbits, y elfos, muchos elfos, porque esos no tienen por qué ser plagio directo, estaban ya en la mitología céltica, o germánica, o una de esas, tampoco nos pidas tanto.
(La BD también acaba creando mundos imaginarios de estos, pero no valen para nada. En serio).
En medio de toda esta transición regurgitante que tenía que tener su cúspide hiperrealista, pasa Tad Williams, autor de la saga Añoranzas y Pesares, tres capítulos editados en cuatro tomos que a algún crítico harto de hidromiel le dio por bautizar como ‘el Guerra y Paz de la fantasía heroica’ –nombre molón que combina la violencia y el sexo descerebrados de Conan con los buenos sentimientos moñas de Tolkien–.
¿Por qué? Porque Añoranzas y pesares cuenta la historia de Seoman ‘rizos nevados’, que pasa de pinche de cocina a rey en medio de un montón de guerras, muertes, traiciones, razas que son elfos pero se llaman de otra manera, épica, nostalgia, enanos, magia y etc. Bien escrito, no como otras cosas, con un héroe que lo es casi por accidente y va madurando a trancas y barrancas y cambios de escenario y punto de vista al estilo de los de Tolkien pero con sofisticación más cercana a la literatura de los 90.
Es decir, un protoMartin. Que por la misma época en que Williams acababa su saga, estaba comenzando Canción de hielo y fuego, su gran obra, que quizás acabe siendo hasta póstuma. Estilo narrativo de serie de televisión, complicación hasta el infinito en tramas y personajes, genealogías interminables y misterios a la altura de Lost por cómo se van dejando por el camino y nunca se recuperan.
Juego de Tronos no es realista. Salen dragones, por el amor de Dios. Tampoco es naturalista. Eso es otra cosa, y ya no lo hace nadie, o si lo hace, no lo lee nadie, porque es un coñazo para espectadores hartos de videojuegos y lectores que prefieren tebeos con figuritas de colorines. Es hiperrealista. Es –presunto– realismo espectacularizado.
Es un problema de la ficción estadounidense que arrastran desde los 80: para que algo sea realista, tiene que ser ‘oscuro’, ‘triste’ y ‘violento’. En otras palabras, malo, jodido. Cuando se respeta el final feliz, porque así queda esperanzador pero de verdad. Cuando acaba mal, porque así uno va de supermaduro y superprofundo. Khal Drogo es el hijo de Genghis Khan y Conan, y no sólo porque el actor coincida.
George R.R. Martin lleva las dos erres como homenaje a Tolkien. Por supuesto. ¿Cómo no va a homenajear a Tolkien? A menos de un siglo vista, todos homenajean a Tolkien, desde el primero hasta el último. Sin él, no existirían, o serían mucho más ‘Narnias’ o mucho más ‘Conan’. Y nadie quiere eso…
¿Verdad?
lun
26
nov
2012
Hoy día estamos saturados de franquicias sobrexplotadas. Tenemos Crepúsculo, Harry Potter, Los Juegos del Hambre, Piratas del Caribe, Ice Age, Madagascar... La lista puede ser más larga si uno se pone a escarbar. Unas se inclinan descaradamente por el amasamiento de fortunas (dividir en dos películas libros que no dan ni para una...), otras respetan más a sus fans pero siempre con las finanzas debajo del brazo y unas pocas, como el caso que nos ocupa, consigue transcender el mero negocio, tengamos presente que siempre lo es, para ser algo más. Porque, aunque haya quien le pese, El señor de los Anillos de Peter Jackson es lo que ni siquiera George Lucas consiguió con su Galaxia: la conjugación perfecta entre obra de autor y puro marketing. Sólo hay que tener en la estantería las ediciones extendidas de estas películas para darse cuenta de que son algo más que una simple sobre explotación de un producto. Esta trilogía es una obra cuidada hasta el más pequeño detalle. Recomiendo ver el material extra de estas películas, tienen un nivel de profundización en la producción de los filmes que raya lo enfermizo y se descubren infinidad de anécdotas y secretos que en muchas ocasiones dejan con la boca abierta. De esta manera descubrí a Peter Jackson describiendo su rodaje como: la película de bajo presupuesto más cara de la historia.
Pero, ¿cómo empezó todo? Parece ser que después de terminar The Frighteners, gran película de fantasmas con Michael J. Fox de protagonista, Peter Jackson tenía en su poder un equipo de desarrollo técnico (Weta Digital) que no sabía en qué emplear y entonces surge la loca idea de llevar a la gran pantalla nada menos que El Señor de los Anillos. Dicho así parece muy sencillo, pero aquí comienza una búsqueda de derechos, de negociaciones, un complejo juego que no llego a entender. De alguna manera, NewLine Cinema poseedora de los derechos por aquel entonces de El Señor de los Anillos decide apostar por un director semidesconocido para llevar adelante una superproducción "imposible" de adaptar.
¿Y qué hace Peter Jackson? Pues, en mi opinión, lo más inteligente que se puede hacer en estos casos: se rodeó de buenos artistas conocedores de la obra de Tolkien que sabes que simplemente por amor a ella no van a dar el cien por cien sino el doscientos por cien. Contacta con John Howe y Alan Lee, ya conocidos y reconocidos mundialmente por los fans por todas esas bellísimas ilustraciones que acompañan a los libros, para que lleven a la gran pantalla sus bocetos. El imaginario colectivo partía de las ilustraciones de estos dos señores así que Peter Jackson decide partir de ellos para crear algo nuevo pero al mismo tiempo familiar. Jugada inteligente a la par que obvia. Aparte desarrolla una industria cinematográfica cerrada en Nueva Zelanda, es decir, toda la producción sería llevada a cabo en suelo Neozelandés.
Una vez apuntalados los cimientos se lanza a programar un rodaje mastodóntico sin precedentes: decide rodar las tres películas de una sola vez (a excepción de unos meses de rodaje extra a posteriori previamente programados para mejorar escenas) durante un año y medio, y se rodea de grandes actores dispuestos a enfrentarse a esa loca aventura. Elijah Wood, Ian Mckellen, Ian Holm, Hugo Weaving, Viggo Mortensen, Cate Blanchet, Sean Bean... La lista es muy larga. Todos ellos se enfrentaron en mayor y menor medida a sesiones maratonianas de maquillaje, sobre todo John Rhys-Davies, que incluía orejas puntiagudas y pies peludos postizos.
Técnicamente las películas abarcan desde los trucos de efectos especiales más artesanales (maquetas, prótesis, distancias entre actores trucadas para enfatizar diferencias de tamaño) hasta los más avanzados (efectos digitales, capturas de movimiento). La trilogía de los anillos puede enorgullecerse de ser un punto de inflexión en el mundo de los efectos digitales al igual que lo fue Parque Jurásico al mostrarnos dinosaurios digitales convincentes. Quizás no tuvieran tanta notoriedad para el público pero la industria supo premiarlo con Oscars y otros premios a nivel técnico. La saga creo técnicas revolucionarias como el programa de clonación de multitudes MASSIVE, software que toma un modelo y lo clona cientos de veces variando sus características y patrones de conducta, de forma que puedes crear un ejército de orcos y ver cómo unos son valientes y se lanzan al ataque y otros, cobardes, huyen despavoridos. Es gracioso ver en los extras de los dvds cómo se producían situaciones cómicas que luego los animadores tenían que corregir.
Otro software premiado fue Real Flow, programa de simulación de líquidos patentado por los españoles de Next Limit. Éste ya existía y se usó en pelis como Lost in Space y Minority Report, pero fue con El retorno del rey cuando adquirió notoriedad.
Y, bueno, ¿qué decir de Gollum que no se haya dicho ya? Sin esta creación seguramente el Avatar de James Cameron aún seguiría en el limbo. Peter Jackson tuvo la suerte de confiar semejante reto a Andy Serkis, actor que, aparte de SER Gollum, durante el rodaje se enamoró de la captura de movimiento y desde entonces sigue explorando sus posibilidades, de hecho recientemente ha creado una escuela de interpretación centrada en esta técnica en Londres, The Imaginarium Studios, y según parece va a adaptar Rebelión en la granja de George Orwell. Pero centrándonos en Gollum, ciertamente hubo muchísima presión sobre cómo se iba a enfocar este personaje. Gollum se descubre ante nosotros por vez primera en la segunda parte de la trilogía, pero ya en la primera lo podíamos ver muy brevemente y, prestando atención, notamos que el diseño difiere del de la segunda. ¿Por qué?, pues porque durante el tiempo que transcurrió entre el estreno de La comunidad del Anillo y de Las dos Torres descubrieron que añadiéndole los rasgos de Serkis al personaje éste ganaba en todos los sentidos. Rediseñaron a Gollum en el último minuto. Esto da una idea de lo complejo que fue sacar adelante esta criatura. Ni que decir tiene que en mi humilde opinión la academia de los Oscars se equivocó al ignorar a Serkis-Gollum, pero de eso ya hace mucho tiempo y Serkis se ha ganado el respeto de la industria como pocos actores han sido capaces.
Veo que me estoy enredando y contar todo lo que supuso a nivel técnico El señor de los anillos es algo imposible solo realizable en los números extras que acompañan a las pelis en sus ediciones extendidas (reitero: visionadlos, son tan buenos como las películas). Pero antes de despedirme me gustaría reflexionar sobre lo que podremos encontrar próximamente en El hobbit. Sin duda, y por lo que se vislumbra en los diarios de producción que Peter Jackson nos ha ido regalando poco a poco, veremos como mínimo calidad. No creo que sea una revolución sino una evolución, es decir, de todo más y mejor, en 3D y a 48 fotogramas por segundo... Por cierto, esto último de los 48 fps, me parece que ha creado demasiada polémica inútil. El cine tal y como lo conocemos siempre se ha rodado a 24 fps, cierto, pero es que también se ha hecho a 48 fps alguna que otra vez para determinados efectos como puede ser la cámara lenta. No es algo nuevo. Y teniendo en cuenta que a la hora de la verdad podremos ver las películas como queramos porque tanto los cines como los televisores no darán la opción de elegir, entraremos en terreno de los gustos y aquí habrá de todos los colores. Técnicamente lo único que le ha supuesto a Peter Jackson es pagar más por cámaras un poco más caras, pero a mí como consumidor con algo de conocimiento de esto (pienso yo) no me van a vender la moto de que el verlo a 48 fps es algo revolucionario. Yo la veré a 24 fps y en un gran NO-3D, es decir, el normal de toda la vida... Y sé que disfrutaré.
Entradas anteriores de la serie:
lun
19
nov
2012
“En un agujero en el suelo vivía un hobbit…”
Uno de los comienzos más conocidos de la historia de la literatura, uno de los mejores, uno de mis favoritos (aunque en mi caso leí antes aquél de “Cuando el señor Bilbo Bolsón de Bolsón cerrado anunció que celebraría su undécimo primer cumpleaños…”), y el comienzo más adecuado para este especial de Continuará que se extenderá hasta, al menos, el 14 de diciembre (y quien sabe si más allá), cuando se estrene la primera entrega de la nueva trilogía que Peter Jackson ha preparado sobre la Tierra Media: “The Hobbit, an unexpected journey”. Las demás, “The desolation of Smaug” y “There and back again”, llegarán al cine un año y un año y medio después: diciembre de 2013 y junio de 2014. Sobre Tolkien, sobre la Tierra Media, sobre las diversas adaptaciones que la obra magna de este autor británico que se han llevado a cabo, sobre su contexto y su trasfondo, hay mucho que decir. Con este post, una breve introducción al mundo de Tolkien, comenzamos…
Lo que os voy a contar, un poco de todo y de nada, forma parte de la leyenda pero es historia: el aburrimiento tuvo mucho que ver en ello, y cualquiera que alguna vez haya tenido una larga noche de estudio por delante lo sabe. ¿Nunca os ha ocurrido? ¿No os sucede, escritores, dibujantes y artistas frustrados en general, que los periodos de gran actividad, en los que virtualmente no disponéis de un momento que perder son aquellos en los que sentís vuestra creatividad más viva? A mí me pasa todo el tiempo. Durante los largos meses de verano, por ejemplo, rara vez “tengo tiempo para escribir”, pero basta que el aburrido trabajo diario me tenga bien agarrada para que las ideas comiencen a aparecer y molestarme, a no dejarme concentrarme, a volverse urgentes y a demandar atención… Pues bien, gracias a uno de esos periodos, según una carta del propio Tolkien al poeta W. H. Auden, nació El hobbit. Fue durante una larga y presumiblemente aburrida tarde de corrección de exámenes, cuando el ya maduro y eminente profesor de filología y lenguas sajonas, John Ronald Reuel Tolkien escribió descuidadamente, en una hoja de papel, esas palabras: “En un agujero en el suelo…”. Un tiempo después las retomó y las utilizó para un cuento de hadas que contaba a sus hijos por las noches, y que iba escribiendo al mismo tiempo (y corrigiendo, según cuentan las memorias de sus hijos, con los comentarios de ellos y de su tertulia de escritores, los Inklings, entre los que se encontraba C. S. Lewis).
Los procesos de creación tanto de El hobbit como de El señor de los anillos son conocidos y están documentados, aunque de uno a otro hay un largo trecho, un innegable salto cualitativo. Todo ello se verá reflejado, sin duda, en las dos sagas cinematográficas de Jackson, que serán muy diferentes en temática y en tono: ¿recordáis esas primeras escenas en La Comarca de La comunidad del anillo, alegres y desenfadadas, antes de que toda la tragedia y la oscuridad y los nazgul y la niebla y los planos a cámara lenta y los murmullos siniestros e ininteligibles del anillo, y los primeros planos de Elijah Wood muy, MUY angustiado comenzaran a aparecer, y cómo las echasteis de menos? Pues El Hobbit será, inevitablemente, mucho más La Comarca que Mordor (en cuanto a tono, queremos decir), gracias en parte a la comicidad de Martin Freeman (el Bilbo perfecto), que, parece, ha sido muy explotada en el guión. Aunque algo en las declaraciones de Peter Jackson sobre cómo se han introducido pasajes de los Apéndices, la decisión de alargar la trama a tres películas, y el revelador casting (¿Benedict Cumberbatch como el Nigromante, además de Smaug? Para los que no lo sepáis, o no lo recordéis, el Nigromante es “esa fuerza oscura que crece al sur del Bosque Negro”, que Gandalf investiga durante gran parte de la trama de El Hobbit, que apenas se menciona un par de veces, pero que, sí, efectivamente, es Sauron. Con la voz de Sherlock) me hacen pensar que la Oscuridad se va a intuir, y mucho, en la segunda y en la tercera películas. Pero divago…
Así pues, Tolkien escribió El hobbit como un cuento para niños, no tan diferente de otras historias suyas como Mr. Bliss, o la estupenda Roverandom. El señor de los Anillos, en cambio, es harina de otro costal. ¿Cómo se pasa de un inocente y nada irónico cuento para niños o adultos con un gusto por la aventura y la fantasía, a una trilogía de proporciones monstruosas, épica clásica, reminiscencias nórdicas y bíblicas, y montones y montones de genealogía? El secreto está en la lengua, y en una propuesta editorial.
Sucede que el éxito de El hobbit, algo inesperado, provocó que los editores del libro, George Allen & Unwin, pidieran al eminente profesor “una continuación”, una segunda parte, o, como decimos hoy, en la era post-Star Wars, una secuela. Seguro que no se esperaban lo que vendría: doce años de escritura intermitente (de 1937 a 1949), de un libro que no se publicaría hasta 1955, cuando Tolkien tenía ya 63 años. La respuesta inicial del autor, tras esa primera propuesta, fue que no tenía más que contar sobre los hobbits, (je), que ya había dicho todo lo que tenía que decir sobre ellos… Al parecer, pocos días después contestó con una carta en la que afirmaba que estaba escribiendo una continuación de El hobbit. Pero, ¿hasta qué punto es realmente El Señor de los Anillos una continuación de El Hobbit?
Veamos, ambos libros tienen algunas cosas en común. Para empezar, hay hobbits, e irónicamente aprendemos mucho más sobre ellos en el segundo título que en el primero: sus costumbres, su afición por la hierba para pipa (de nuevo, je), sus peculiaridades (que en El hobbit están sólo apuntadas; de hecho, en El hobbit la única diferencia entre un hobbit y un ser humano, concretamente un ser humano inglés de la campiña de británica de principios del siglo XX, es su altura, y sus enormes pies), y su potencial como representación de “el hombre común” frente a la inmensidad. Frodo es un héroe clásico (y lo defenderé hasta la muerte, que sé que hay muchos haters por ahí), aunque tal vez es el menos hobbit de los hobbits… En fin, hay hobbits y apellidos coincidentes. También hay elfos, aunque de alguna manera los de El señor de los anillos son infinitamente más solemnes. En El señor de los anillos Elrond resulta bastante imponente y toma decisiones muy importantes. En El hobbit, básicamente, tiene un Bed and Breakfast la mar de mono llamado Rivendel. Hay arañas gigantes, y está el Anillo, claro, y por supuesto Gollum, del que se intuye su enorme potencial, pero aparte de eso ambos libros difieren mucho en el tono y en las intenciones. En El hobbit, la Aventura, con mayúsculas, rara vez supone un peligro real, más allá de la anécdota. En El señor de los anillos la amenaza es constante y a una escala mucho mayor. No es una aventura con principio y final, es una epopeya, el puente de Tolkien entre la escritura anecdótica y familiar y sus grandes trabajos, mucho más cercanos a la mitología nórdica que al cuento infantil. De ahí todas las rarezas y, según algunos (con los que no estoy de acuerdo), pasajes extraños y suprimibles en El señor de los Anillos (aún busco a alguien que me explique a Tom Bombadil, eso sí. Se aceptan voluntarios en los comentarios).
El señor de los anillos es una obra mucho más madura y trágica, en la que Tolkien plasmó algunos de sus grandes temas: la aventura, por supuesto; sus preocupaciones por la conservación de la naturaleza y los peligros de la industrialización indiscriminada (Isengard y los Ents, por supuesto); la guerra de grandes proporciones, y ahí tiene una gran importancia la presencia del joven Tolkien en las trincheras del Somme; y, sobre todo, la lucha del Bien y el Mal, en un sentido bíblico más que evidente. Sin detenernos demasiado en las implicaciones éticas de la obra, que sois libres de discutir, sí resaltaremos que la fe católica de Tolkien proporciona una base consustancial al libro (igual que el protestantismo de C. S. Lewis es el sustrato nada disimulado de su Narnia, y J. K. Rowling vuelca su fe cristiana, sí, en Harry Potter), que por sí solo daría para una o dos entradas de blog.
Así pues, sí, El señor de los anillos y El hobbit están relacionados, pero el salto entre uno y otro es demasiado grande como pasarlo por alto. De hecho, para quienes leímos El señor de los anillos antes que El hobbit, éste último es un divertimento amable, pero El señor de los anilloses una obra maestra.
Decíamos que el secreto de su complejidad está en la lengua, y no nos referimos a la inglesa, sino a las demás, a las creadas por Tolkien, pues El señor de los anillos se escribió para proporcionar un universo creíble a una lengua, y no al revés. Tolkien, profesor de lenguas sajonas en Oxford, uno de los mayores expertos de su época en el poema épico Beowulf, y politólogo, ya había creado, en la época en que comenzó a escribir El señor de los anillos, gran parte de lo que hoy llamamos “élfico” y que en realidad se compone de varias lenguas y dialectos: quenya, sindarin, etc. El señor de los anillos se creó, en gran parte, para proporcionar un background a esas lenguas, y un universo creíble y lógico al que Tolkien consideró siempre su gran libro, el Silmarillion. Después, lo que inicialmente se había planteado como una secuela de El hobbit, protagonizada por Bilbo, se convirtió en la gran epopeya que conocemos hoy en día. Gracias a Erü.
Sin embargo, lo que más diferencia a una obra de otra es la sensación de pérdida irrecuperable que embarga a la segunda. El señor de los anillos no es un libro de dragones y tesoros recuperados. En realidad, es al género de la fantasía lo que Sin perdón al western: una obra crepuscular, una despedida. Tolkien, desencantado del mundo, ha presenciado dos guerras mundiales y participado en una de ellas. Cuando El señor de los anillos llega a su fin y se inicia la Tercera Edad, la magia está abandonando el mundo, los hombres se hacen con el control. Los elfos, cansados, abandonan la Tierra Media. Ya no hay lugar en el mundo para ellos. Desde El hobbit ha llovido mucho…
Pero ahora, por obra y gracia de Peter Jackson, volvemos al principio. Un principio que no será tan inocente a medida que avance, que estará manchado por nuestro conocimiento de “lo que sucedió después”, pero que no puedo esperar a ver.
En Continuará, durante las próximas semanas, rendimos homenaje (nuestro particular homenaje) a la Tierra Media, a sus antecedentes y a sus hijos bastardos, a sus numerosas reencarnaciones, y a sus receptores. Porque ya lo sabéis, es uno de nuestros lemas: The road goes ever on and on…
Continuará…
Cpt. Flint Baker
cpt.flint.baker@gmail.com
lun
12
nov
2012
¡¡NO AL CHANTAJE!! ¡¡NO AL CHANTAJE!!
Pese a que hace mucho que la formación se disolvió, juntos o por separado se han mantenido durante años en el Olimpo del humor. Los hemos adorado, difundiendo su palabra; nos han obligado, los
muy cabrones, a hacer apología de la absurdez (a nosotros, y a nuestros padres). Y a cambio los Monty Python, ¿qué nos han
dado?
LA VIDA DE BRIAN.
¿Qué?
LA VIDA DE BRIAN.
Sí, sí, es cierto, nos han dado La vida de Brian, la película que financió George Harrison (el Beatle, sí) sólo para poder verla. Y la verdad es que mereció la pena, porque no sólo
triunfó en su momento, sino que sigue estando absolutamente vigente. Fíjate si lo está, que UpyD ha versionado una de sus escenas como parte de su campaña a las próximas elecciones catalanas con
un parlamentario Toni Cantó liderando una reunión clandestina del Frente de Liberación de Cataluña flanqueado por los actores Miguel Hermoso (madrileño) e Ignasi Vidal (barcelonés).
Y LA 'INQUISICIÓN ESPAÑOLA'.
Ah, sí, la 'Inquisición Española'. ¿Os acordáis cuando era únicamente un mecanismo de represión, en vez de una parodia enormemente referenciada? Reconozco que La vida de Brian y Nadie espera a la Inquisición Española son dos clásicos del pop que tenemos que agradecerles a los Monty Python.
Y EL LORO MUERTO.
Evidentemente el sketch del 'loro muerto' nos lo dieron los Monty Python, eso no hay ni que mencionarlo. Fue antes de La vida de Brian, en la época del Flying Circus, la serie que emitía la BBC donde también se emitió el sketch de la Inquisición. Un señor va a una tienda de animales a reclamar que le devuelvan el dinero por la compra de un loro que le vendieron como dormido, cuando en realidad había fallecido, estaba fiambre, ya no existía, era un ex-loro. Como Graham Chapman, el rubiales que dio vida a Brian, que falleció en 1989; en su despedida, John Cleese le dedicó un discurso al ya ex-Chapman con el que se convirtió en la primera persona en decir 'joder' en un funeral (otra cosa hubiera sido una gran decepción para Graham).
Pero aparte de La vida de Brian, la 'Inquisición española' y el 'loro muerto'…
SPAM. SPLUNGE… LOS CABALLEROS QUE DICEN ¡NI!
Sí, sí, de acuerdo. Spam no es que lo inventaran ellos (era una carne enlatada de origen dudoso generalizada en la II Guerra
Mundial), pero popularizaron el término usándolo en otro sketch del Monty Python's Flying Circus. Splunge sí se lo
inventaron ellos, en la misma serie, y en España sirvió para dar nombre a un programa liderado por Florentino Fernández. Y los Caballeros que dicen ¡Ni! son la bomba, la verdad…
Y TERRY GILLIAM.
Sí, Terry Gilliam, eso sí que lo echaríamos de menos si no existieran los Monty Python. El americano del grupo es un auténtico director de culto, porque incluso cuando dirige cintas más comerciales, deja una impronta de psicopatía que lo hace inconfundible y, casi siempre, brillante. Como dice el Advenedizo, cuando no tengas claro si una película es mala o buena, hazte la siguiente pregunta: ¿qué habría hecho Terry Gilliam con este guión?
UN PEZ LLAMADO WANDA.
Y LAS SERIES DE VIAJES DE MICHAEL PALIN. Nadie ha hecho documentales como él, la verdad.
Bueno, pero aparte de La vida de Brian, la 'Inquisición española' y el 'loro muerto', spam, splunge, los Caballeros que dicen ¡Ni!, Terry Gilliam, Un pez llamado Wanda y la
serie de viajes de Michael Palin, ¿qué han hecho por nosotros los Monty Python?
NOS HAN HECHO REÍR…
¿Reír? ¡Que os folle un pez!
lun
05
nov
2012
Cada uno se imagina el fin del mundo como puede. Para esa secta judía milenarista que eran los primeros cristianos, no quedaba más remedio que pensar que estaba a la vuelta de la esquina, era la única manera de coaligar el judaísmo rabínico con el concepto del Mesías griego que les iban colando poco a poco los discípulos de San Pablo. Qué cabritos. Así que el Apocalípsis era lo mismo un código encriptado que un mensaje del rollo “tranquilos, que aunque os torture y odie todo el mundo, el fin está cerca”. Cuando te están quemando en el circo, con Nerón sin saber que iba a inspirar Quo Vadis? o Murena, esa idea ayuda.
Slavoj Zizek analizó en 2006, con hiperbólica y marxista maldad, la película Hijos de los hombres, del mejicano Alfonso Cuarón. Protagonizada por Clive Owen y con Michael Caine y Julianne Moore como secundarios de lujo, retrata un mundo, en el año 2027, en el que la Humanidad al completo se ha vuelto estéril, donde el terrorismo campa a sus anchas y el protagonista debe proteger a una chica de 18 años embarazada que representa, quizás, la última esperanza del mundo.
Es un fin del mundo a cuentagotas que Zizek identifica como el anunciado por Friedrich Nietzsche, no un fin del mundo real, físico, sino metafórico, encarnado en el nihilismo de unos Últimos Hombres faltos de espíritu. Contra esa esterilidad espiritual combate el protagonista de la película de Cuarón, que despierta de su letargo pasota –ni siquiera un atentado terrorista en la cafetería de la que acaba de salir y del que se libra de milagro lo perturba– gracias a la visión de la última mujer embarazada del planeta. Una epifanía cuyas implicaciones religiosas no se evitan y que viven varios personajes más a lo largo del filme.
Una conclusión parecida es a la que llega William Whithey Gull, el Jack el Destripador de Alan Moore y Eddie Campbel en From Hell, cuando durante su último asesinato ritual, el de Mary Kelly –o no–, accede a un estadio de conciencia superior y se ve transportado a una moderna oficina de finales del siglo XX, el momento en que el cómic fue escrito.
Gull se halla rodeado por maravillas de la técnica que para los londinenses contemporáneos que contempla son cotidianas, pero encuentra a sus descendientes carentes de espíritu. Se sube a una mesa y, en apariencia sin ser percibido por ellos, les lanza un discurso que en realidad Moore está dirigiendo a sus lectores. ¿Acaso sólo le serán concedidas maravillas al hombre cuándo no le quede capacidad de asombro? Todas vuestras mujeres muestran su sexo, pero eso no despierta la más mínima reacción en vosotros. ¿Esto es el futuro? ¿Un apocalipsis de las cacatúas?
Una variante para niños de ese apocalipsis de la mediocridad, de ese fin del mundo que llega sin gritos ni suspiros, sino con gente aplaudiendo, es el que se refleja en Wall.E. Es el Apocalipsis Gordo, un mundo sobre el que a poco que se reflexiona produce auténticos escalofríos. Mientras el planeta se pudre cubierto de basura, los humanos se han visto reducidos a un grupo de bebés grandotes, cuyas vidas consisten en entretenerse de manera insustancial y comer.
La esperanza es la dignidad común y humilde es un robot de veleidades antropomorfas que cumple su programación hasta el extremo, igual que ese timonel primo hermano de Hal 9000. Sin embargo, el momento revolucionario de los gorditos espaciales no son los primeros pasos del capitán al ritmo de Así habló Zaratrusta, sino cuando los dos gordos que consiguen gustarse porque se les rompen los televisores se ponen de acuerdo para rescatar a los niños. Reflejan, eso sí, la misma decisión del capitán y de Wall.E al intentar salvar primera la planta y luego a E.V.A.: hacerse responsables de alguien más aparte de sí mismo, planificar el futuro, y, por tanto, supuestamente, madurar.
Pero se trata de apocalipsis que ya podemos considerar pasados de moda. Son apocalipsis para ricos y ya los inventó H.G.Wells en La máquina del tiempo, delirio cientifista y fabiano. El viajero del tiempo sin nombre cree en un primer momento que los desangelados ‘eloi’ que viven a la luz del sol en un aparente paraíso libre de trabajo o preocupaciones son resultado del triunfo del comunismo, hasta que descubre a los ‘morlocks’, los habitantes del subsuelo, que los utilizan como despensa
Las adaptaciones cinematográficas más recientes tienden a obviar un detalle de la novela: no hay un terrible cataclismo que acabe con la humanidad dividida y evolucionando en dos direcciones, es la propia deriva del capitalismo la que lo provoca, al “enterrar” a los obreros en las fábricas y obligarlos a sobrevivir como animales. Los ‘morlocks’ de Wells no son malos, ni los ‘eloi’ buenos, por mucho que el viajero del tiempo conviva con estos últimos. Todos son víctimas.
El apocalipsis de las cacatúas, el de los ‘eloi’, Hijos de los hombres o los gordos con poca conciencia ecológica –el mayor pecado de un californiano que viva aislado del universo, entre la mansión de Hank Moody y las preciosas casas unifamiliares de Modern Family, donde los problemas económicos no existen, donde lo malo no es ser gay o hispano, lo malo es ser pobre–, es un apocalipsis que ya no nos afecta, o no debería. ¿Qué puede decirnos? Es un apocalipsis de fin de la historia, de no hay más allá, donde las únicas batallas que quedan consisten en saber cómo de bonita dejamos la cara del mercado.
Lo mismo ocurre en engendros como 2012, por mucho que aquí respetemos en parte a su director, o El día de mañana. El fin del mundo no ocurre por nada en particular, es simplemente un fenómeno natural del que burlarnos y al que sobrevivir con perseverancia. Es como la crisis. Sólo tienes que ser emprendedor, y te librarás de ella, apretando los dientes. Sangre, sudor y lágrimas. Sólo que ya no quedan nazis para que sean los malos.
Nuestros apocalipsis empiezan con La carretera, de Cormac McCarthy, que sirve de transición, y Los muertos vivientes, de Robert Kirkman y Tony Moore, de cuyas adaptaciones audiovisuales –la de la novela a cine y la del tebeo a serie de televisión, y quien tenga odios que oiga– no voy a hablar. Son apocalipsis donde la razón importa poco y se trata de observar que ocurre con los personajes, cómo afectan a la naturaleza humana.
Un alarde de presunto análisis antropológico supuestamente reflexivo y profundo presente en la española Tres días, en la fallida serie de televisión Jericho, o, es de suponer, en la reciente Fin que ha abierto el Festival de Cine Europeo de Sevilla este año. La ciencia ficción española –o catalana, me pierdo en esas discusiones– tiene su propia vuelta de tuerca desde los 70 del siglo pasado en la inquietante El mecanoscrito del segundo origen, de Manuel de Pedrolo.
Porque la mayoría de apocalipsis anuncian un reseteo, una especie de purga para volver a empezar que a muchos les parecerá budista o hindú, pero a mí se me antoja pura y simple penitencia cristiana tras el pecado, sólo que a nivel colectivo. No sé si les suena de algo el planteamiento.
Sin embargo, lo más interesante de las propuestas de McCarthy y Kirkman, mainstream puro, es como, sin querer, afrontan la transición desde el apocalipsis del Fin de la Historia hasta el apocalipsis de la supervivencia. Recuerden las fantasías postapocalípticas que estoy obviando, a Mad Max o a El Guerrero del Amanecer, por no hablar, los santos nos valgan, de Waterworld –y sólo menciono el caviar dentro del subgénero, ojito–. Mundos medievales de chapa y óxido, porque ya avisó Einstein que, independientemente de con qué armas se luche en el Tercera Guerra Mundial, la cuarta será con palos y piedras.
Pero ese no es el problema. El problema es el que refleja Revolution, aún menos de diez episodios, la última serie anunciada como el último trabajo de J.J.Abrams. Un día, de repente, sin explicación alguna, pero está claro que con algún tipo de conspiración bizantina detrás, desafiando todas las leyes de la física, se acaba la electricidad. Tal cual. La civilización se hunde y en los antiguos EEUU florecen repúblicas de espadas y mosquetes con estética que recuerda a la de la Guerra de Secesión.
Es un planteamiento que parece sacado de la Edad de Oro de la ciencia ficción, paralelo al de Y: El Último Hombre –una extraña plaga acaba con todos los mamíferos que portan el cromosoma Y de golpe y sólo sobrevive el protagonista, Yorick, y su mono Ampersands–, pero que se revela en toda su estulticia metafórica cuando uno de los protagonistas confiesa su pasado como directivo de Google y explica cómo, después de aguantar abusos en el instituto y conseguir “ganar” a los matones gracias a su inteligencia, se siente aterrorizado por este nuevo mundo porque los matones vuelven a mandar.
Cabría mencionar que el personaje es el único ‘no guapo’ del grupo de protagonistas, un gordo inverosímil dentro de la civilización de huertos y economía de subsistencias que se desarrolla tras ‘el apagón’. También que sólo vemos escenas de lucha sobre los escombros entre señores de traje o madres en vaqueros, nunca que pasa con los verdaderos pobres. Pero ellos no ven la tele. Los muy pringados no tienen una en el cajero en el que duermen.
Es un apocalipsis de clase media, si es que en EEUU hubo alguna vez. Es el apocalipsis de la crisis. Adiós a las comodidades, a las oportunidades, al sistema de pesos y contrapesos, a lo que consideras ‘normal’. Pero no por fenómenos naturales, no, como puedan ser incluso los zombies de Robert Kirkman, sino por la acción humana. Para beneficio de unos pocos, los demás habrán de ser sacrificados.
Esa es la transición que hace McCarthy, aunque anclado en la tendencia contemporánea de la ficción mainstream a la que tan adicto es J.J.Abrams por medio de Spielberg, su maestro: la verdadera tragedia hay que reflejarla en nivel familiar. Así se puede desnaturalizar La Guerra de los Mundos –vendrán otros, serán distintos de nosotros y nos lo arrebatarán todo, porque nos lo merecemos–, o hacer una invasión marciana sin marcianos como Señales, teniendo que esperar más de una década para que Vigalondo le enmendase la plana en Extraterreste.
Lo que nos queda por delante es afrontar la realidad inhóspita de la que creíamos que nuestro supuesto Fin de la Historia nos podía aislar. No es cierto, ese fin del mundo a cámara lenta, perdiendo toda pasión, no es la realidad, nunca será posible. El 11 de septiembre nos lo advirtió –cuidado, hablo en subconsciente mainstream–, la crisis financiera que comenzó en 2007 lo demostró: la historia nunca se acaba, siempre hay que pelear. Ese es el verdadero miedo de las clases medias en extinción: no poder disolverse en su Apocalipsis Gordo, no ser de verdad los Últimos Hombres. Quizás por eso nos tengamos merecido la que se nos viene encima.
Aunque todo puede ser siempre aún peor, y no sólo que nos sustituyan los monos. En La penúltima verdad, de Philip K Dick, obreros de EEUU y la URSS sobreviven en fábricas subterráneas creando armas para una supuesta guerra que se mantiene en la superficie después del invierno nuclear, convertidos en comunidades independientes mientras esperan un mensaje del presidente –siempre el mismo, desde hace generaciones– que les diga que ya es seguro volver.
Pero la superficie no es como ellos creen. En realidad están manteniendo a una pequeña comunidad de unos pocos cientos de humanos, que han descontaminado algunas zonas y trabajan en hacer habitable el resto y son capaces de sobrevivir durante siglos gracias al acaparamiento de los pocos órganos artificiales que quedan. El presidente de los EEUU y el premier de la URSS son la misma grabación, y la última esperanza es un viajero del tiempo, un apache del siglo XI aterrizado por error en el mundo del invierno nuclear. Cuando uno de los líderes de las comunidades subterráneas descubre la verdad, desciende en busca de sus compañeros para iniciar la revolución.
¿No es este mundo un paso intermedio entre el siglo XX de nuestro diesel punk en el que Dick no era consciente de vivir y el futuro de los ‘eloi’ y los ‘morlocks’? ¿No recogía Wells el espíritu de Germinal, de Zola? Things to come es un filme de 1936 con guión de Wells, basado en sus propias novelas, que adelantaba la Segunda Guerra Mundial y las armas de destrucción masiva –ambas más que plausibles en aquél momento–. Panfletaria y demagógica, como debe ser, la película acaba cuando, en pleno futuro postapocalíptico, el héroe protagonista, John Cabal, regresa como enviado de una sociedad utópica de científicos que, con un programa basado en la razón, están aquí para salvar a la Humanidad.
Cosa que ya no sé si nos apetece o no.
dom
21
oct
2012
He aquí un secreto acerca de quien suscribe esta entrada: aunque a veces se esfuerce en negarlo, siente un profundo amor hacia el musical en todas sus formas (teatro, cine, serie), especialmente hacia el musical posterior a los años 80 del pasado siglo.
Ya está. Ya lo he dicho.
Una vez hecha la confesión, que tendrá numerosos ecos en futuras entradas (sí, me mantengo en mi intención ya manifestada en alguna ocasión de explicar, via este blog, por qué Glee es una estupenda serie, mucho más inteligente de lo que parece a simple vista), me detengo, en esta ocasión, en uno de los musicales más llamativos, para mí, de los últimos años, por varios motivos: se trata de un musical bastante famoso en Gran Bretaña y Estados Unidos, pero que por su caracter transgresor nunca ha llegado a calar tanto ni a adquirir la repercusión de los que llevan la marca de la factoría Disney, ni de los más clásicos. En parte, se debe al fondo, ya que es una comedia absurda con tintes negros, negrísimos, y, en parte, a la forma, que requiere a mecanismos que apelan a nuestra infancia para exponer un discurso muy, muy adulto, (del nivel de las comedias, tan en boga hoy, del tipo de Seth McFarlane, creador de Padre de familia y demás). Es muy realista, aunque, viendo sus pósters, nadie lo diría. Y se dirige a un público muy concreto, quizás en exceso… Todo eso ha reducido su impacto de manera inmerecida. Me refiero, ya lo sabéis por el título, a Avenue Q, hasta hace ahora un año en cartel en Madrid.
Aquí tenéis al casting de Avenue Q en su versión española, que fue excelente. ¿Hay algo en los personajes que os resulte familiar, algo que os suene, que despierte, tal vez, algún recuerdo lejano? Efectivamente, son muñecos de peluche, marionetas concretamente, articuladas por actores. Y sí, se parecen mucho a otras que seguramente habéis visto… Pero no dejéis que su aspecto peludo y suavito os engañe, estos muñecos solamente hablan de sexo y drogas. Es el musical con mayor contenido sobre sexo y drogas que he visto, de hecho. Salvo Hair. Y Rent. En cualquier caso, mucho de ambas cosas.
Avenue Q nació en 2002 muy ligado a ese precedente obvio que es Barrio Sésamo. De hecho, sus creadores, Robert López, Jeff Marx, Jeff Whitty y Jason Moore, partieron de este programa de televisión infantil en más de un sentido: uno de ellos trabajó como guionista en el show, y cuatro de los actores del reparto original eran a su vez ventrílocuos del mismo. Además, como podréis ver por la foto, muchos personajes son parodias fácilmente reconocibles de los personajes más famosos del programa.
Pero Avenue Q no tiene nada de infantil, ahí está la clave. No se trata de aprender los números ni los conceptos básicos de la enseñanza que nos ayudan a sobrellevar la infancia y a llegar a la etapa adulta. Más bien al contrario, este musical habla de lo que pasa después. El mensaje de Barrio Sésamo, siempre positivo, se centraba en las enormes posibilidades que tiene todo niño o niña al crecer. Avenue Q habla de qué pasa cuando creces y te das cuenta de que esas posibilidades no están, en su mayor parte, a tu alcance, y la mayor parte de lo que te han vendido sencillamente no era cierto. Habla, en definitiva, de cómo reaccionar ante la pérdida de la inocencia. De ahí el uso de las marionetas: este show nos habla a nosotros, los que crecimos viendo Barrio Sésamo, los que hemos sido defraudados, y lo hace con las mismas herramientas que aquel otro programa.
Pero, además de hablar de la pérdida de la inocencia, Avenue Q nos presenta a un héroe cotidiano que sigue todos los pasos del héroe clásico y que nos presenta, siguiendo el esquema de D.P. McAdams en su obra Making life: the stories we live by, en quien me baso de ahora en adelante en cuanto a terminología, un caso claro de la terapia que supone contar la propia historia y la utilidad de la autonarración ficticia.
Nuestro protagonista y nuestro guía a la hora de introducirnos a Avenue Qes Princeton, a quien os presento, y que se basa en gran parte en la propia biografía de los autores. Princeton es cualquiera de nosotros ahora o hace un par de años: acaba de terminar la universidad con buenas notas, ha estudiado lo que le gusta (una licenciatura en letras, nada menos) y ahora no sabe qué hacer con su vida. Todas sus expectativas se han visto o están a punto de verse traicionadas. El viaje de Princeton responde al esquema narrativo clásico de Bruner: principio, nudo y desenlace. Princeton es, además, un estereotipo, el self made man norteamericano, y sigue el modelo narrativo que McAdams denomina redemptive self: Princeton está convencido de que se dirige a un destino manifiesto, es un elegido. Por favor, escuchad esta canción y decidme, mirándome a los ojos, que nunca os habéis sentido así.
Pero el héroe no está sólo en el mundo. Princeton acaba de terminar la carrera y busca piso, y da con la Avenida Q, y con los numerosos personajes que la habitan, que ya son plenamente conscientes de que el brillante futuro prometido no es tan fácil de alcanzar.
Cada uno de ellos (casi todos reconocibles como parodias de personajes de Barrio Sésamo) experimentan uno o varios problemas de identidad, tienen problemas a la hora de explicarse a sí mismos, viven afectados por problemáticas muy serias y muy actuales. Un ejemplo de esta entrada en la vida adulta lo tenemos en Rod (Blas) que comparte piso con Nicki (Epi), y que está secretamente (cree él) enamorado de él, y es incapaz de admitirlo a pesar del evidente apoyo que le muestran los demás personajes. “If you were gay”, uno de los temas más famosos del musical, es un ejemplo de cuánto han crecido los niños que veían Barrio Sésamo.
La sexualidad está muy presente en el musical, como no podría ser de otra manera (¿alguna vez habéis visto a dos marionetas mantener relaciones sexuales? ¿no? ¿queréis hacerlo? Avenue Q no se anda con rodeos), pero no es el único tema: también están el racismo, la frustración laboral, la multiculturalidad, diversos tipos de adicción… Un ejemplo de ello es Trekkie Monster (imaginaoslo en azul), un monstruo peludo que apenas sale de casa porque se pasa el día entero en su apartamento… viendo porno.
Volviendo a Princeton, os decía antes que se trata de un héroe clásico en el sentido de que atraviesa algunos de los pasos habituales del héroe.
Experimenta el romance (de la mano de la profesora de preescolar más bien peluda Kate Monster) y algunos baches en éste (ahí está Lucy la Guarra. Sí, os dije que habían crecido), y, sobre todo, se guía por un objetivo, un propósito claro, el deseo explicito de mejorar las cosas y provocar una diferencia en el mundo.
El problema de Princeton es que aún no se ha encontrado a sí mismo. Está buscando su meta.
Como todo héroe contemporáneo y postmoderno que se precie, Princeton se equivoca una y otra vez, en todas sus elecciones: de novia, de carrera, de vivienda… así una y otra vez, hasta que llega a plantearse la necesidad de regresar al origen, a ese punto de nuestras vidas en el que las expectativas aún no han sido traicionadas y todo un mundo de posibilidades se abre ante nosotros. De nuevo, os lo pido: escuchad esto, queridos lectores que habéis estudiado o no, que habláis idiomas, que tenéis masters y postgrados y doctorados por doquier, y decidme que no os sentís aunque sea un poquito identificados.
Tras un periodo de autoindulgencia, Princeton experimenta un momento de epifanía, un turning point, y decide que su fracaso se debe en parte a su egoentrismo. Se convierte de nuevo en un redemptive self, y decide trabajar para los demás. Se pregunta si su meta no será tal vez hacer realidad la meta de otros, concretamente la de Kate Monster. Posteriormente, en un instante de iluminación incluso mayor, decide que su meta es contar su historia, para compartir su experiencia con otros, con los que vendrán después que él a vivir a Avenue Q, con aquellos que aún conservan su inocencia intacta, y advertirles, prevenirles…
Avenue Q no sería Avenue Q sin ese punto cruel de rechazo, pero el cierre es positivo, si no feliz. Es ilusoriamente positivo, la historia se detiene en un punto en el que todo puede, poco a poco, arreglarse. Tal y como los protagonistas dicen, todo va bien… por ahora.
¿Por qué es importante Avenue Q, aunque haya pasado desapercibido? Porque, lo repetiré una vez más, cuenta nuestra historia. Es interesante, desde el punto de vista escénico, por el terrible esfuerzo que exige a los actores, que interpretan varios papeles simultáneamente al tiempo que manejan los muñecos; que realizan un trabajo tan bueno que, al cabo de un rato, ni siquiera les vemos sobre el escenario, los personajes son las marionetas. Podríamos hablar sobre la interesante propuesta de suspensión de la incredulidad que hace este musical, sobre su enorme comicidad, y sobre su reflexión sobre la importancia de la autonarración y cómo contar nuestra historia nos cura de ella. Pero, sobre todo, es un reflejo de nuestra generación, de la inmediatamente anterior y de la que vendrá. Es el retrato fiel de lo que nos pasa, de esa insatisfacción que, inevitablemente, nos hemos encontrado de repente. Porque el héroe, aunque hable idiomas y tenga una o dos licenciaturas, no está sólo en el mundo, y las promesas que funcionaban en la infancia pierden su valor en el doloroso tránsito de la adolescencia a la vida adulta. Avenue Q recupera los temas clásicos de la literatura y nos los presenta de nuevo, traducidos a nuestro idioma. Es la historia de siempre, la nuestra. Pero con muñecos.
mar
16
oct
2012
Hace unos días me encontraba paseando por los pasillos de la Casa del Libro de la Gran Vía cuando descubrí que me faltaba algo. Ese algo me sorprendió y me entristeció. Me sorprendió el hecho de estar buscando entre las novedades editoriales la nueva novela de Michael Crichton y darme cuenta de que ¡oh!, murió hace ya cuatro años y yo sigo pendiente de sí ha salido algo nuevo de él... Eso me entristeció mucho. Es cierto que desde su fallecimiento han salido algunas novelas suyas a título póstumo revisadas por otro autor, pero no es lo mismo. Además, algo me dice que este goteo se acabó.
Como autor de best-sellers podría decirse que se adapta al molde del típico autor famoso que encadena éxito tras éxito y con una estrecha relación con Hollywood. Un gran éxito profesional pero una vida privada algo errática. No en vano se divorció cuatro veces y sólo tuvo una hija. Uno de sus personajes, el excéntrico matemático Ian Malcolm de Jurassic Park parece ser un guiño a sí mismo. "Siempre en busca de una ex-señora Malcolm", este personaje se le parece tanto físicamente como ideológicamente. Siempre con tendencia a la rebeldía. Otro personaje de ficción que se le parece es Richard Castle (de la serie del mismo nombre, Castle): éxito literario, ligón y adaptado en Hollywood.
Pero sus pasos en Hollywood no se limitaron únicamente a ver cómo adaptaban sus novelas manos ajenas. En muchos de los casos se involucró como guionista, como el citado caso de Jurassic Park de Spielberg, en el que adaptó su propia novela y obtuvo varios premios, incluyendo el Oscar (pero no por guión, sino por Mejor Desarrollo Técnico). También se atrevió con la dirección y tiene en su haber seis títulos entre los que destacan El gran robo del tren (1979) con Sean Connery como protagonista y Westworld (1973), que curiosamente es la primera película de la historia en usar efectos especiales generados por ordenador.
¿Y qué tienen en común Arthur Conan Doyle y Crichton? Pues parece ser que más de lo imaginado a simple vista. Aparte de que Crichton afirmara más de una vez que Conan Doyle era una de sus mayores influencias, ambos fueron médicos que mutaron en escritores, que se nutrían de la ciencia y lo paranormal, y ambos escribieron sobre dinosaurios (Conan Doyle escribió El mundo perdido y Crichton le homenajeo en su segunda parte de Jurassic Park, del mismo título). Ahora bien, Crichton fue bastante más allá en su aspecto científico. Todas sus novelas se han caracterizado por una concienzuda investigación científica que luego es utilizada en una obra de ficción, esa investigación solo sirve de base para el argumento pero a partir de aquí el autor se toma licencias creativas. Pero en 2004 tocó un tema muy delicado, el del cambio climático, en su novela Estado de miedo. Aquí varió su tendencia y avisaba de que era una novela en la que todos sus personajes y localizaciones eran ficticias pero sus datos en los pies de página eran todos correctos y verdaderos.
Es un cambio sutil que se entiende al saber la postura de Crichton sobre el cambio climático. Él se mostraba escéptico ante las afirmaciones sobre el cambio climático y el calentamiento global, y así lo hacía ver en conferencias a las que comenzó a asistir a raíz de la publicación de su libro y las críticas hacia éste. Defendía, básicamente, que el consenso de la comunidad científica en favor de la teoría del cambio climático era cuanto menos absurdo porque no podemos evaluar ni predecir cómo será el futuro. Y opinaba que la ciencia comenzaba a estar demasiado politizada y atacaba a la prensa por su opinión desinformada y su sensacionalismo. Todo esto revelaba su activismo escéptico cada vez más evidente con cada novela que escribía. Con esta postura, radicalmente opuesta a la de la opinión pública, enturbio su fama y credibilidad durante sus últimos años, a pesar de advertir una y otra vez que sus datos científicos son contrastados y veraces. Parece que vivía su propio tecno-thriller luchando contra lo que él consideraba una desinformación de la opinión pública.
Personalmente opino que se le ha desacreditado injustamente. Cierto es que no se debe creer los datos que nos proporciona al pie de la letra pues, como él mismo indica, la mayoría son teorías. Un ejemplo: después de Jurassic Park, muchos creían que era posible clonar dinosaurios a partir de ADN rescatado de mosquitos fosilizados (yo deseaba que así fuera), pero lo cierto es que el hecho de rescatar ese ADN no es tan fácil como en la novela. El mismo Crichton afirmaba que es una teoría. Ahora bien, a no ser que se me demuestre que algo es tan cierto como que dos más dos son cuatro, no creo que se deba creer al cien por cien una teoría como la del cambio climático de la misma forma que no debo creer que es posible devolver a la vida a un dinosaurio. Los datos científicos apoyan ambas teorías, pero son sólo teorías. No quiero decir que el calentamiento global sea falso, mi intención es sólo centrarme en defender a Crichton en el sentido de que sus teorías pueden ser tan válidas como las de cualquier otro. Salvando las distancias, recordad a Galileo...
Bueno, teorías aparte, mi intención con esta entrada es la de recordarle como fue para mí: una fuente de ideas increíbles, ciencia y diversión. Supongo que seguiré buscando entre las estanterías de las novedades su nuevo libro siempre que vaya a una librería, aunque no lo vaya a encontrar. No se me ocurre mejor homenaje para este autor que tantos buenos ratos me ha dado.
lun
08
oct
2012
El pasado viernes se cumplieron nada menos que 50 años del estreno de la primera película de la saga del archiconocido agente secreto (paradójico, pero real) James Bond, el personaje creado por el novelista Ian Fleming en 1962. Conocido ya sobre el papel, la personificación en la piel de Sean Connery y sus posteriores encarnaciones cinematográficas han otorgado una dimensión tal a 007 que el escritor probablemente nunca llegó a imaginar (ni a ver, casi, pues falleció en 1964 con 56 años), erigiéndolo como uno de los iconos 'British' más internacionales.
No es de extrañar, por tanto, que el espía con 'licencia para matar' se colara en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Londres, la cual recogió un compendio de símbolos del país,
que ha brindado al mundo un buen número de los iconos pop indiscutibles, entre los que está, obviamente, James Bond.
El tipo duro del servicio de inteligencia británico no es, sin embargo, el único elemento 'British' que se ha colado en el imaginario colectivo de la sociedad occidental (y prácticamente del
'mundo mundial', como diría Manolito Gafotas). Musicalmente hablando, por ejemplo, es imposible hablar de cultura popular y no hacer referencia a los Beatles, que precisamente el viernes también
estaban de aniversario, ya que se cumplían otras cinco décadas de la publicación de 'Love me do', el primer gran éxito del cuarteto de Liverpool.
Del mismo modo, no se puede hablar de iconos 'British' musicales y olvidarse de los Rolling Stone (que nadie se enfade, aquí hay sitio para todos), mil veces referenciados, versionados, utilizados, etc., a través de las formas y maneras más dispares (desde una incursión en Los Simpson a una revista con su nombre). Y eso que estos están todos vivos y de los Beatles sólo queda Ringo (sí, se supone que Paul McCartney no ha muerto, pero yo no termino de creérmelo del todo).
También constituyen todo un clásico auténticamente 'British' del pop los Monty Python, y a las pruebas me remito: NADIE ESPERABA LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA, pero llegó en forma de acampada 15-M, un movimiento que dio la vuelta el mundo con una paráfrasis pythoniana como lema. Y es que esta panda de colgados (sin ofender, es que creo que es una manera bastante fiel de definirlos) son muy de su país, pero las fronteras las cruzaron hace tiempo, no ya por lo conocidísimos que fueron y siguen siendo, sino por la influencia que han ejercido en la conciencia colectiva de varias generaciones (por ejemplo, los guionistas de Padre de familia, que los referencian en reiteradas ocasiones).
Una influencia que ejercen sin que mucha de la gente sea consciente realmente del origen de la misma, respondiendo, supongo, a la idiosincrasia del pop como popularización (valga la redundancia)
de elementos culturales. Algo que ocurre también con la máscara de Guy Fawkes, utilizada por Anonymous y, por extensión, por
el citado 15-M. En general, se piensa en Alan Moore y su V de Vendetta, como mucho, pues a menudo el personal se queda en la adaptación cinematográfica del cómic (o novela gráfica, si lo
preferís), pero hay que irse mucho más atrás (nada menos que a finales del siglo XVI, principios del XVII) para llegar al germen de este icono pop.
Es cierto, no obstante, que la película ha propiciado enormemente la popularización de la careta de gesto burlón, porque, señores, Hollywood es mucho Hollywood. De hecho, los Estados Unidos son
mucho Estados Unidos, y la americanición del mundo ha hecho que tengamos asumidos iconos 'British' sin que seamos conscientes de que vinieron de la pérfida Ilión. ¿Una muestra? Mary Poppins. La
asociamos a Disney, pero como ya contamos en otra entrada, en realidad es un personaje surgido en Inglaterra. Y vamos, no me diréis que Mary no es típicamente inglesa (tendría que exudar té por
cada poro de su piel para llegar a ser más británica).
El papel canalizador de Norteamérica se nota también en las referencias que nos llegan del Doctor Who. La serie se popularizó en Estados Unidos a partir de la etapa de Tom Baker como protagonista, por eso es el 4º Doctor el que aparece en Los Simpson o del que se disfraza Stuart, el vendedor de la tienda de cómics de The Big Bang Theory.
El papel canalizador de Norteamérica se nota también en las referencias que nos llegan del Doctor Who. La serie se popularizó en Estados Unidos a partir de la etapa de Tom Baker como protagonista, por eso es el 4º Doctor el que aparece en los Simpson o del que se disfraza Stuart, el vendedor de la tienda de cómics de The Big Bang Theory.
Jack el Destripador, Jekyll y Hyde… incluso William Shakespeare podrían ser considerados iconos pop británicos, como lo es, sin duda, Sherlock Holmes, sobre todo últimamente, que a todo el mundo le ha dado por hacer su propia versión, volviéndolo más o menos histriónico, convirtiendo a Watson en chica (Lucy Liu en Elementary ¿Podrán resistirse a crear tensión sexual) o lo que sea que haya hecho Garci en su Madrid days (sinceramente, no sé si estoy preparada para soportarlo). ¿Alguien da más? Obviamente, sí.
lun
01
oct
2012
Viene de aquí.
“Yo diría que también hay gente que considera sagrada a la Wendy de Peter Pan, o que podría considerar inconveniente que Mr. Hyde sodomizara hasta la muerte, literalmente, al Hombre Invisible, después de que éste último violara a un montón de niñas de una escuela. ¿Qué les hubiera parecido esta historia a Robert Louis Stevenson o H.G. Wells? No digo que no lo tendría que haber hecho, lo único que sugiero es que uno tiene que ser consecuente con su posición moral si quiere que se le tome en serio.”
Lo cual sí que se podría considerar un torpedo en la línea de flotación de Moore, aunque quizás es confundir lo que cabrea al autor y lo que cabrea a los fans. A Moore lo que le fastidia es que se interpreten las ideas que quiso expresar de maneras diferentes o, directamente, contrarias a lo que él pretendía, como en las adaptaciones cinematográficas de From Hell, V de Vendetta o la misma Watchmen. Y aparte, es un poco divo y muy snob.
Pero no es que le moleste que alguien juegue con sus juguetes, porque eso sería una incoherencia brutal en un tipo que empezó su carrera trabajando en franquicias –una de sus obras más famosas, aunque reniegue un poco de ella, es La Broma Asesina y va sobre Batman y el Joker, que tenían ya 50 años entonces– y que últimamente se dedica a abogar por la libertad de las historias, en la misma Century o, mucho antes, en Promethea. Otra cosa son los fans más fanáticos o los críticos ultramontanos. O la gente que, directamente, no se fía de DC.
Claro que también puede valer lo contrario. En el documental Taking with Gods, el guionista escocés Grant Morrison cuenta como uno de sus primeros contactos profesionales, a principios de los 80, fue enviar varios guiones a la revista Warrior, donde Moore publicaba V de Vendetta y MarvelMan -que luego fue rebautizado MiracleMan por problemas de derechos-. Morrison había escrito una historia sobre Kid MarvelMan, el 'superboy' de dicho universo, que al editor, Dez Skinn, le encantó. Pero Moore impidió que se publicase, porque no quería interferencias en su historia.
Meses después, el divo se marchaba peleado con todo el mundo en Warrior. A Morrison le ofrecieron escribir MarvelMan y le envió una carta a Moore explicándole las circunstancias, diciéndole que lo admiraba y no quería que el trabajo fuese motivo de enemistad entre ambos, pero que para él, un novato, era una gran oportunidad, y deseaba afrontar el tema con su bendición. Moore, que ya tenía un nombre en EEUU y se lo consideraba una estrella en Reino Unido, le escribió una carta mezcla de buenismo y amenaza que lo hizo renunciar. Es evidente que se trata de la versión de Morrison. Pero ninguna de las dos anécdotas suena inverosimil.
Volviendo a JMS, sería curioso escuchar sus declaraciones tras haber leído la última entrega de The League of Extraordinary Gentlemen: Century. En el tercer volumen lo que era, según el mismo Moore confesaba por boca del Capitán Nemo, “una excusa para vivir otra aventura”, se ha convertido en otra cosa, un ejercicio de metaficción a medio camino del ensayo sobre magia del caos, en el que el empeño en dar la tabarra con el ocultismo empieza a recordar a los últimos años de otro genio, Hugo Pratt, que metamorfoseó a Corto Maltés de héroe cansado a Dylan Dog avant la lettre. Y aparecen personajes con derechos de autor vigentes, a los que no se menciona por su nombre por si acaso.
Lo de Wendy es otra pasada de ‘Strac’ intentando golpear en la mandíbula de su colega inglés. La relativamente reciente Lost Girls es la ‘versión erótica’ de La Liga de los Caballeros Extraordinarios, con Alicia, Dorothy de El Mago de Oz y Wendy dando rienda suelta a las más variadas fantasías sexuales de raigambre victoriana, la época en la que mejor se desenvuelve Moore desde que se documentó lo indecible para From Hell. Obviamente, ¿quién es Moore para protestar antes de leer que se ha hecho con personajes que ni siquiera le pertenecen y sólo escribió una vez cuando ha vuelto lesbianas a Alicia y Dorothy, enrollado a Allan Quatermain y Mina Harker y escrito un combate final entre Mary Poppins y Harry Potter?
Interesante en diferente medida son las declaraciones que hiciera a Newsarama Brian Azzarello. Ya he mencionado antes que si un autor actual está preparado para enfrentarse al reto de escribir a Rorschach y El Comediante, dos de los personajes más complejos de Watchmen, es el escritor de 100 Balas y Loveless. Con buen tino, Azzarello ha pasado olímpicamente de meterse en polémicas, pero en la entrevista empieza admitiendo que, en su opinión, Watchmen es una obra hija de su tiempo, la Guerra Fría, y no le viene mal reescrituras desde la perspectiva actual.
No me atrevo a hacer una traducción literal, pero Azzarello explica que, en principio, iba a hacerse cargo sólo de la miniserie The Comedian, pero luego decidió hacerse cargo de Rorschach a pesar de las dudas que le causaba abordar al personaje. El entrevistador, un poco cabrito, le recuerda que él mismo ha explicado que aceptó escribir Wonder Woman después de conocer el nuevo enfoque que pensaba darle DC y pensar que era “horrible”. “Supongo que trataba de protegerla. Vaya”. Lo mismo vale para Rorschach, pues.
Es decir, que para Azzarello –y para los chicos de Newsrama, ya de paso–, existen una serie de interpretaciones más o menos correctas y otras que son auténticas barbaridades y de las que se debe “proteger” a los personajes. Con franquicias como Wonder Woman, los fans hemos podido contemplar a lo largo de los años como se hacían tebeos horribles o directamente insultantes. El bueno de Brian quiere evitar que lo mismo suceda con sus personajes favoritos. Tiene mentalidad de fan. Y está muy seguro de sí mismo, todo sea dicho.
Y el extracto que más nos puede interesar: “Lo que quiero decir es que no creo que el Watchmen original dictase de manera literal cómo debería manejarse a los personajes si eres capaz de sacarlos de aquella historia y eres capaz de crear otra en la que utilizarlos”. Una afirmación que es mucho más ‘blasfema’ que cualquier que pueda lanzar ‘Strac’. Lo de Azzarello no es un ataque de ego o una competición de a ver quién es más divo, es el convencimiento de que se pueden seguir contando cosas con los personajes, de que ninguna obra, por monolítica, legendaria, innovadora o estructuralmente cerrada que sea, es inabarcable.
Conviene recordar que Before Watchmen es, más que otra cosa, consecuencia directa del éxito de Watchmen (2009), de Zach Snyder. Era previsible, dado que los derechos de los personajes son de DC, que buscase la manera de capitalizar en nuevas ventas el invento. A Moore, al menos, hay que reconocerle que no ha visto un duro por ninguna adaptación posterior a From Hell, y siempre ha pedido que se lo retire de los títulos de crédito. Sus dibujantes, menos snobs o menos escrupulosos, según se mire, no han puesto ningún problema.
Watchmen la película era una reinterpretación del original, y al igual que actualmente hacen las precuelas, trataba de diferenciarse traicionándolo al hacer explícito lo implícito, algo que es la misma médula de la naturaleza hipnótica de la obra. Quizás lo mejor de la versión fílmica sean los aspectos que la alejan del tebeo, esos títulos de crédito que revelan detalles que casi era mejor no conocer y que parecen más chistes que otra cosa, o los momentos del desarrollo en que, por exigencias del público objetivo, el guión decide simplificarse. Aunque no ahorra añadir también detalles que quedan ridículos. Pero todo llegará.
En la siguiente entrega me meteré más en los detalles argumentales de Before Watchmen o Century –además de cómo, en mi modesta opinión, las películas suponen reinterpretaciones completamente contrarias al mensaje de los originales– pero ahora me conformaré con invitar al respetable a que participe del debate. Porque es obvio que siempre queremos más historias, pero ¿las necesitamos? ¿Y precisamente historias que ya nos han contado? ¿O quizás esas, más que ninguna otra?
dom
23
sep
2012
En un post anterior os hablé de un recurso narrativo muy común en la actualidad, consistente en una recuperación del clásico deus ex machina basado en casos de doble personalidad, esquizofrenias, saltos en la memoria y Williams Wilsons varios, todo ello ilustrado con ejemplos de la cinematografía norteamericana actual. En este caso me centro en otro recurso narrativo de moda, cuyas causas se me escapan, pero cuya frecuencia creciente es innegable, y que se puede observar, en este caso, en otro discurso: el de las series de televisión de los últimos cinco años, en las que se encuentra, a mi juicio, la verdadera innovación de la narrativa audiovisual (y no sólo audiovisual) actual: la presencia de personajes protagonistas aquejados de algún tipo de trastorno psicológico.
¿No os habéis fijado nunca? ¿No os parece extraño?
En este caso, el recurso que se recupera es el del antihéroe, un tipo de personaje que sólo desde mediados del siglo XX, creo, se convierte en el verdadero protagonista. Un tipo de personaje muy adecuado a nuestros días. Dejadme que me detenga un instante para definirlo.
Según la Real Academia Española de la Lengua, a quien acudo en caso de necesidad y ante la imposibilidad de consultar mis libros de Joseph Campbell, un antihéroe es, sencillamente, el personaje de una obra de ficción que “aunque desempeña las funciones narrativas propias del héroe tradicional, difiere en su apariencia y valores”. Bien, pues, ¿cuáles son esas funciones propias del héroe tradicional, que suele interpretar el rol de protagonista? De nuevo, precariamente, acudo a la RAE, que no nos da más detalles y, ciertamente, ninguna información útil: personaje protagonista, hombre que desempeña una acción heroica, varón ilustre. Excesivamente parco y excluyente, no me sirve. Sin paciencia ni tiempo para detenerme en tratados de simbología y narrativa, tiro de memoria para definirlo: el héroe lleva a cabo la acción principal, realiza un viaje narrativo, suele estar definido, en la narrativa clásica, por sus buenas intenciones, su proceso de crecimiento, su apariencia física agraciada.
El problema es que eso ya lo hemos visto, no una sino mil veces. Ante esto, el antihéroe se caracteriza por rasgos mucho más atractivos o apropiados para la época postmoderna (o post-postmoderna) en que vivimos: se guía por unos valores propios que pueden no ser honorables, sus intenciones no son necesariamente buenas, sus métodos tampoco. Para que nos entendamos, D’Artagnan es un héroe, el Capitán Alatriste un antihéroe. El antihéroe lo es por los rasgos del propio personaje, por el acercamiento paródico del narrador hacia él, por su profesión…
Ahora, en el tercer milenio, en que ya lo hemos visto todo, lo hemos leído todo y, unos más que otros, lo experimentamos todo antes y más intensamente que las generaciones precedentes, los héroes clásicos han dejado de tener interés. Es ahí, en mi opinión, donde está la clave. La serie de televisión es, en este sentido, el soporte perfecto, por su rapidez, su brevedad, y su nivel relativamente bajo de riesgo (si nos hemos pasado cancelamos y ya está). Por ello los guionistas se han decantado por los extremos, por retratar aquellos aspectos de la sociedad y de la mente humana menos conocidos, menos comunes, a veces menos atractivos, lo que sea por mostrar un punto de vista nuevo, una historia interesante, un personaje de construcción original. Los vicios, los trastornos, los comportamientos extremos son la nueva mina de oro narrativa. ¿Queréis ejemplos? Os dejo aquí unos cuantos, desde los más ingenuos (en apariencia) hasta los más extremos:
Veamos los síntomas de la adicción al sexo: consumo compulsivo de pornografía, “entrega exacerbada a la sexualidad”, sexo ocasional con desconocidos, vida que gira en torno al sexo… Según la definición clínica, las personas adictas al sexo tienen problemas en su trabajo,en sus finanzas y en sus relaciones personales. Éste no es, realmente, el caso de nuestro Barney, aunque sí podamos observar insatisfacción emocional (check), abandono o ausencia de progenitores en la infancia (check), uso de mentiras para conseguir sexo (check) o reorganización de las actividades diarias para dar cabida a las relaciones sexuales (check). Se trata, sin duda, de una frivolización inconsciente e ingenua de un problema muy serio, nada malintencionado, pero lo suficientemente obvio como para figurar en el último lugar de la lista.
Si pensáis que Glee es cursi, ñoña o estúpida estáis muy equivocados. No sólo es fruto de la imaginación de uno de los creativos más interesantes (Ryan Murphy, mente pensante de Nip/Tuck, American Horror Story o la nueva The new normal, que estoy deseando ver, sino que además es una de las comedias con más mala leche de los últimos años, mordaz, divertida y con un gran potencial normalizador. Me centro en este caso en uno de los personajes secundarios menos relevantes pero más curiosos: Emma Pillsbury, la orientadora del instituto. Es uno de los personajes que mejor encarna la inmensa ironía que empapa esta serie, ya que a pesar de su rol como pilar de estabilidad psicológica para los estudiantes es una persona traumatizada, aquejada de un grave trastorno obsesivo compulsivo que en su caso se manifiesta en una obsesión por la limpieza y en una casi completa inhibición sexual. Su virginidad y su manía de limpiar la comida dan para muchos chistes en los primeros capítulos, pero como siempre sucede en Glee, su trastorno acaba convirtiéndose en un asunto bastante más dramático, tratado, eso sí, con humor, respeto y tacto.
Voy a fingir que no estoy completamente harta del doctor House, el lupus, el “todo el mundo miente” y la vicodina, y a centrarme en los inicios de la serie, cuando aún no se había convertido en un discurso absolutamente repetitivo (de hecho, no he visto el final. ¿Se arregla? ¿Vale la pena?). Este trasunto de Sherlock Holmes (elemental, querido Wilson) es el ejemplo más evidente de cómo la adicción a las drogas se ha convertido en un interesante recurso narrativo.
En este caso hablamos de un medicamento, droga al fin y al cabo, y de cómo permite observar todas las consecuencias que se derivan de esta adicción en particular: mentiras, comportamientos extremos y manipulación para alimentar la adicción, cambios de humor, etc. Hay más ejemplos. Pienso en Charlie Pace, de Perdidos, y su interesante desintoxicación a la Locke, pero seguro que hay más. No es el elemento más novedoso, pero había que mencionarlo. Ah, Perdidos, y su interminable catálogo de personajes trastornados…
Personalmente, este ejemplo me resulta incómodo, porque el estupendo guión de Diablo Cody (Juno), la maestría de Tony Collete como protagonista o los toques de comedia no consiguen hacerme olvidar que lo que se nos cuenta es terrible e insostenible: un caso de trastorno disociativo de la personalidad en una madre y esposa contemporánea, Tara, con todo lo que ello supone para su familia.
Si bien es cierto que el acercamiento inicial es cómico y nos permite contemplar una galería de personajes muy curiosos en las distintas encarnaciones de Tara (la adolescente ruidosa y sinvergüenza T, la ama de casa clásica de los años cincuenta, Alice, o el camionero malhablado, Buck;después aparecen otros: una niña de cinco años, una psicóloga que analiza a los demás alters, los otros…), el fondo es profundamente dramático, más cuando se trata de un trastorno provocado por abusos sexuales sufridos en la infancia por la protagonista.
Fue cancelada en la tercera temporada por sus bajos índices de audiencia, pero se trata de una de las series más valientes de los últimos años.
Al principio era un secundario cómico y, con el tiempo, se ha convertido en el indiscutible protagonista (los demás son sólo un pretexto para su lucimiento, por mucho que me duela) de la serie, gracias en gran parte a la maestría interpretativa del actor Jim Parsons.
Y, por mucho que sus creadores se nieguen a pronunciarse, Sheldon Cooper, el irritante e inesperadamente tierno físico teórico de Pasadena en The Big Bang Theory, es un Asperger de libro, como muestra este interesante vídeo:
Ausencia de habilidades sociales, comportamientos repetitivos e inamovibles, ausencia de empatía y reciprocidad emocional, incapacidad para interpretar dobles sentidos, ironías y sobreentendidos, ampulosidad verbal, rarezas del discurso, lenguaje excesivamente sofisticado a una corta edad, baja tolerancia al estrés…
Ausencia de empatía, incapacidad para interpretar los sentimientos ajenos e identificarse con ellos, irresponsabilidad, falta de respeto o de nuevo incapacidad para plegarse a las convenciones sociales, incapacidad para mantener relaciones, agresividad, baja tolerancia a la frustración, ausencia de sentimiento de culpa, manipulación… son algunos de los rasgos que conforman la sociopatía y que, en un arranque de genialidad consistente en exagerar lo ya apuntado por Conan Doyle, los guionistas de la versión de Sherlock Holmes de la BBc han trasladado al personaje protagonista, potenciando rasgos como la asexualidad (casi) y la ausencia de empatía. Si a todo ello añadimos el tratamiento de la drogadicción (sutil pero acertado), se trata de una versión muy interesante, (la más interesante, creo), de este personaje.
Si a todo lo anteriormente descrito sumamos las mentiras patológicas, la ausencia de emociones, la necesidad de estímulo constante ante el aburrimiento (esto también lo experimenta Sherlock), el encanto personal y, en fin, el comportamiento criminal, tenemos a un psicópata. Un psicópata que se ha convertido en uno de los protagonistas más atractivos, paradójicamente, de la televisión reciente, aunque también le va haciendo falta ya dar carpetazo y terminar con dignidad. Por supuesto, hablo de Dexter, el asesino en serie más querido de la tele. Que la sociopatía y la psicopatía están muy cerca en el universo catódico lo demuestran tanto las versiones de Sherlock Holmes que lo convierten en un asesino (muchas, muchas), como la personalidad de Dexter, que se autodefine como sociópata. Escrúpulos morales aparte, estamos ante uno de los personajes más interesantes de los últimos años, porque además de retratar con cierta precisión el día a día (…) de un asesino en serie (…), nos provoca una serie de posicionamientos morales, cuando menos, curiosos.
Y es que es fácil ponerse de parte de Dexter. El simple hecho de conocer su punto de vista nos permite experimentar esa empatía de la que él carece hacia él. Conocemos su historia familiar (en todos los sentidos), el origen de su trauma, sus intentos por llevar una vida, y su constante doblegamiento ante el otro, el oscuro pasajero que habita en él y al que tiene que liberar de vez en cuando, con todo lo de ritualístico que ello implica. Conocemos su excusa (sólo se desahoga con criminales que, efectivamente, se lo merecían, pero mejor no entremos en las peligrosas implicaciones morales de ese razonamiento), y, como decía, nos ponemos de su parte. Lo que implica, 1, que no queremos que le cojan, y 2, que nos oponemos a quienes deben apresarle, dar con él, pararle los pies, detenerle, lo que sea. Personajes como el policía Doakes, a quien su instinto muestra que hay algo que no va del todo bien en el experto hematólogo (sí, Dexter trabaja para la policía), y que, reconocedlo, siempre tuvo razón. Esta serie y sus inteligentes recursos narrativos dan para un artículo o una serie de artículos. A lo mejor me animo alguna vez. Y, sobre todo, son el ejemplo más claro de cómo lo extremo se ha convertido en el alimento de la narración audiovisual contemporánea.
De nuevo, se trata sólo de una selección del amplio catálogo de comportamientos extremos que podemos observar, muchos de ellos insertos en contextos cotidianos: ¿queréis tráfico de drogas? Ahí tenéis Breaking Bad y Weeds. ¿Adicción al sexo más allá del inocente retrato que de ella hacen en HIMYM?, Californication. ¿Comportamientos delictivos a gran escala? Los Soprano. ¿Poligamia? Big Love. Más allá de la perspectiva de la ciencia ficción mística, Gaius Baltar (Battlestar Galactica) es un esquizofrénico con aires de grandeza. El protagonista de una comedia de éxito como la reciente Wilfred, Ryan, interpretado por Elijah Wood, es un suicida frustrado que muy bien no debe estar cuando ve a su perro como un australiano de metro ochenta porrero y enfundado en un traje de peluche. En fin, hay muchos más…
En cualquier caso, esto es lo que hace a la narrativa interesante actual, y lo que la ha hecho siempre fascinante, la capacidad, la posibilidad de vivir muchas vidas, en este caso vidas que probablemente no querríamos experimentar, pero que sin duda queremos conocer.
Continuará…
Cpt. Flint Baker
lun
17
sep
2012
Con motivo del 25 aniversario del lanzamiento del primer videojuego de la saga "Metal Gear", Konami organizó un evento en el que desveló como sería el futuro de su mejor franquicia. Entre sus anuncios destacan dos: un nuevo y alucinante juego, "Metal Gear:Ground Zeroes", y, parece que por fin, una adaptación cinematográfica.
En esto nos vamos a centrar, si os parece. El reto no es fácil pues la trama ideada por Hideo Kojima abarca más de 100 años y en ella se entrelazan decenas de historias de espías que poco a poco desgranan su trama principal. Tal extensión tiene como consecuencia una gran cantidad de personajes, algunos de los cuales los vemos en varias etapas de su vida. Su trama es, lógicamente, ficticia pero el inteligente uso de datos históricos reales como transfondo le da a la saga una identidad pocas veces lograda en cualquier tipo de producto ya sea libro, película o juego. Es, como ya he dicho, un reto gigantesco, solo solucionable de la manera que lo hacen los juegos: centrándose en un capítulo en concreto de la historia. Esto lleva a la lógica conclusión de que, si la adaptación funciona, habrá más películas (aquí, un servidor, lo desea fervientemente...). La principal cuestión es: ¿qué capítulo de la saga se usará como primera película? Lo lógico sería adaptar "Metal Gear Solid" o "Metal Gear Solid 3: Snake Eater"... lo siento por los no iniciados pero explicar cada juego nos llevaría varias entradas y tampoco deseo meterme a explicar la compleja decisión que tienen entre manos los responsables de su adaptación. Nuestra intención es más ligera y divertida: ¿quién sería quién?
Su productor es Avi Arad, mano responsable de las adaptaciones de X-men, Ironman o la reciente The Amazing Spiderman. En el apartado de dirección los responsables no se han pronunciado pero ya han descartado a Christopher Nolan (sniff) y al propio Hideo Kojima (sniff, sniff). Aparte de esto, no se saben más detalles, ni siquiera actores para el reparto. Por eso, y a falta de más información, creo que especular con las posibilidades es hoy por hoy lo más divertido. Así que aquí va la propuesta de Continuará:
- Solid y Liquid Snake
Empiezo por los gemelos Snake, Solid y Liquid (el protagonista y su hermano malo respectivamente). Estos son clones imperfectos de Big Boss por lo que no tienen por qué ser el mismo actor. Mis preferidos: Hugh Jackman, Michael Fassbender y Christian Bale. Cualquiera puede ser un buen Solid Snake aunque quizás Hugh Jackman dé más el perfil para Solid y al mismo tiempo sea el menos indicado de los tres para Liquid. Si me tengo que decantar por una pareja sería Jackman-Fassbender.
- EVA
Eva Green, no se me ocurre otra. Teñida de rubia, como en “Sombras Tenebrosas” de Tim Burton, y con esa fuerza que desprende actuando sería una perfecta EVA.
- Big Boss
Para Big Boss tengo claro que me encantaría Viggo Mortensen. Es un actor que suele ser del agrado del público y al mismo tiempo nos sorprende con actuaciones tan intensas como en "Promesas del Este", pero quizás sea, por poco, mayor. Otro es el Jeremy Irons de "El reino de los cielos" es clavadito y es JEREMY IRONS pero el gran hándicap es que ya está mayorcito para el papel. Creo que recuperaría a Christian Bale, que descarté para los gemelos Snake.
- Meryl Silverburgh
Meryl es pelirroja y hay algunas actrices interesantes para el papel: Emma Stone, Evan Rachel Wood... Pero no me acaban de encajar, creo que cogería a Olivia Thirlby, de la reciente revisión "Dredd" y le teñiría el pelo.
- Revolver Ocelot
Podría ser Jean Reno o Gary Oldman, pero me quedo con Daniel Day Lewis. Vamos, cualquiera de los tres lo petaría (perdón por la vulgaridad).
- Naomy Hunter
Aquí no tengo dudas: Rachel Weisz. Recientemente la vi en "El legado de Bourne" y el personaje es prácticamente el mismo.
- Otacon
Creo que Patrick Wilson encaja en este rol. Su papel en "Wachtmen" como Búho Nocturno es su mejor baza: cerebrito algo patético y físicamente es parecido.
- Raiden
Éste me cuesta muchísimo. Es el personaje odiado por casi todos (aunque a mí no me molestó especialmente). Se me ocurre Ben Barnes teñido de blanco a lo Targaryen...
- The Boss
Cate Blanchett...en serio ... ¿alguna duda?...
Hay que tener en cuenta que estos personajes variarán dependiendo del capítulo que vayan a adaptar. De manera que algunos estarán o no, o serán más mayores o más jóvenes. Y por supuesto que hay muchísimos más (Roy Cambell, Gray Fox, Vamp, Sniper Wolf, Solidus, Mayor Zero...), pero creo que estos diez son los más conocidos.
Ya he comentado que del reparto técnico no se sabe nada, pero no me extrañaría que Harry Gregson-Williams se encargase de la banda sonora. Este compositor ha hecho multitud de trabajos para cine (Las crónicas de Narnia, El reino de los cielos, Shrek) y, cuyos mejores trabajos han sido precisamente para esta saga en Metal Gear Solid 2, 3 y 4. Yo creo que sería un gran premio por su excelente trabajo.
lun
10
sep
2012
Este verano estamos viviendo el lanzamiento de Before Watchmen, la precuela a base de miniseries de la obra cumbre de Alan Moore y Dave Gibbons, daño colateral provocado por la película de 2009 dirigida por Zach Snyder. Moore, como viene siendo habitual cada vez que se toca alguna de sus historias, se mostró muy crítico con el proyecto cuando se anunció en febrero y se ha pasado refunfuñando los últimos meses, durante los que DC Comics ha lanzado anuncio tras anuncio para tratar de pescar lectores.
Lo más interesante de la polémica derivada –que seguramente la editorial preveía, sabiendo que sería una campaña viral gratuita, ya que aunque fuese para lamentar lo mucho que traicionan al original, las precuelas serían una lectura obligada para gran parte del fandom– no han sido los habituales improperios de Moore, sino las reacciones de sus colegas escritores. Nadie puede negar que el de Northampton tiene tendencia a tildar a todo el mundo de mercenario falto de creatividad, y lo raro es que no reciba exabruptos de retorno por parte de otros guionistas de manera más habitual.
Before Watchmen es un conjunto de 7 miniseries de cómic actualmente en publicación en EEUU y que edita DC Comics. Son ocho historias que presentan aventuras de los protagonistas de Watchmen antes de los acontecimientos que se narran en la serie original: seis miniseries dedicadas a los personajes principales –Dr. Manhattan, Rorschach, Buho Nocturno, Espectro de Seda, El Comediante y Ozymandias–, una al supergrupo que los precedió –Minutemen– y otra, que se divide en capítulos de complemento repartidas entre todas las demás, dedicado al tebeo apócrifo Crimson Corsair, que se publica dentro del universo ficticio de los Watchmen.
Lo más interesante del planteamiento editorial de Before Watchmen es el reparto de autores. Para los violentos Comediante y Rorschach escribe Brian Azzarello, autor de 100 Balas o Loveless; para la ingenuidad de los Minutemen y la Espectro de Seda adolescente, Darwyn Cooke, cuya obra más conocida, New Frontier, lo es por rescatar el espíritu de la Edad de Plata; para los introspectivos y filosóficos Dr. Manhattan y Búho Nocturno, J.M. Stracynski, guionista de Babylon 5 o El Intercambio, además de la etapa reciente más polémica de The Amazing Spiderman, y en las labores más complejas de todas, guionizar a Ozymandias y recuperar a los piratas, nada menos que Len Wein, el editor de la serie original.
Straczynski fue el primero en responder a Moore, como el más famoso de todo el reparto de autores, o al menos el que más aspira a ser una diva en el medio al nivel del propio Moore. Sus declaraciones a CBR apenas horas después de que DC hiciese oficial el proyecto no tienen desperdicio. Extracto lo más aprovechable de la traducción que hicieron los compañeros de Zona Negativa:
“Sé que mucha gente piensa que estos personajes no deberían ser tocados por nadie que no sea Alan, y aunque eso es comprensible a nivel emocional, es completamente erróneo a nivel lógico. Si nos basamos en su longevidad y en su reconocimiento a nivel popular, uno podría argumentar que Superman es el mejor personaje de cómic jamás creado. Pero ni Alan ni nadie han sugerido nunca que sólo a Siegel y a Shuster se les tenía que haber permitido escribir sobre Superman. Alan no dejó pasar su oportunidad cuando le ofrecieron escribir La Cosa del Pantano, y luego hizo un gran trabajo. Pero no dijo ‘No, no, no puedo, es un personaje de Len Wein’. Así que tampoco deberíamos hacerlo nosotros”.
Aquí ‘Strac’ obvia que Wein era el editor de la serie por aquél entonces, y que él mismo eligió a Moore para escribir The Swamp Thing, lo cual es una situación diferente a la de Before Watchmen, en la que el autor original está en contra del proyecto. Si hay que reconocerle cierta habilidad al meterlo en la discusión: Wein fue también el editor de Watchmen, y no sólo está de acuerdo con las precuelas, sino que escribe dos de ellas.
También es cierto que Wein es un autor de otra generación, la inmediatamente anterior a la de Alan Moore y en la que se crió JMS como lector, donde los guionistas pasaron a ser las estrellas y a tener pujos de artisteo y originalidad. Wein no, siempre se ha considerado un jornalero a sueldo de la compañía de turno, sea Marvel o DC, y no tiene pretensiones de propiedad sobre los personajes. Además, siempre ha dado lo mejor de sí como editor, por lo que relativiza mucho cuestiones como las que quitan el sueño a ‘Strac’ o Moore.
Igualmente, es bien sabido que los Watchmen no existirían como tales sin Wein, pues fue él quien le encargó a Moore una miniserie sobre los personajes de la editorial Charlton, cuyos derechos DC acababa de adquirir. La mayoría, por cierto, creados por Steve Ditko, otro autor polémico donde los haya. Moore les dio un tratamiento tan extremo –el que se lee en la serie, básicamente–, que Wein le pidió que los ‘recrease’ desde cero para no desaprovechar las ideas pero tampoco a aquellos personajes, franquicias reconocibles que la editorial quería explotar por otras vías.
Y viene a cuento mencionar a Ditko. El cocreador de Spiderman es un confeso seguidor de las doctrinas del ‘objetivismo’ de Ayn Rand. Sin extendernos mucho, el ‘objetivismo’ sostiene que existen los ‘creadores’ y los ‘saqueadores’. Los primeros son quienes con su trabajo hacen que el mundo gire, básicamente, y el resto los parásitos que se benefician de ello. La perturbada mental de Rand es la profeta de los neoliberales que alegremente soportamos hoy en día. Con todo, la interpretación de sus ideas que hace Ditko, en manera extremadamente coherente y honesta, lo ha llevado a rozar el anarquismo de derechas, como a Robert A. Heinlein –que no necesitaba a Rand para nada, es que él era así–.
Ditko se marchó de Marvel tras grandes peleas con Stan Lee –motivadas también porque de ‘The Man’ es más bien liberal frente al muy conservador Steve–, pero sobre todo porque estaba harto de que le “saqueasen” su trabajo. En los personajes de The Question –base de Rorschach–, Captain Atom –base del Dr Manhattan– y Blue Beetle –base de Buho Nocturno, aunque recrea a un personaje anterior de la Edad de Oro– volcaría gran parte de su ideología objetivista, aunque no tanto como en otros trabajos posteriores autoeditados en un alarde de coherencia digno de elogio. Desde el punto de vista de Ditko, Moore “saqueó” su trabajo, y DC y Marvel lo siguen haciendo cada día explotando a Spiderman, a los personajes de la Charlton o a Creeper, por poner algunos ejemplos.
Por supuesto, Moore ha criticado abiertamente en más de una ocasión las ideas de Ditko, el cual, cercano a cumplir los 90 años, ha ido empeorando en cuanto a intransigencia. De hecho, el de Northampton admite que intentó convertir a Rorschach en una especie de trasunto de toda esa ideología mal digerida. Denny O’Neill haría lo mismo años después al dotar de serie regular a The Question, y Dwayne McDuffie lo trasladaría a la serie de animación Justice League Unlimited. Los personajes han acabado convertidos en parodias de su autor, aunque extrañamente dignificados por toda una serie de escritores que se autoproclaman en las antípodas ideológicas que padre e hijos defienden. A no siempre es A, suponemos.
En fin. Como ya apuntaba antes, JMS aspira a diva –es famoso por dejar a medias, de manera bastante poco profesional, todas sus colaboraciones, lo hizo en Fantastic Four o en Superman–, así que poco después de estas declaraciones acabó enzarzándose en una discusión con los fans en Facebook. De nuevo merced a Zona Negativa, extracto las dos respuestas más significativas:
“Si en algún punto de los últimos 25 años, Alan hubiera dicho “sabéis, hay una historia de Watchmen que me gustaría contar” no hay ninguna duda de que DC le hubiera dado libertad creativa y un cheque tan grande que oscurecería sus oficinas durante una semana. Y le hicieron varias propuestas al respecto. En 2005, de hecho, DC le ofreció la propiedad de los personajes si volvía a hacer algunas historias con ellos.”
Tras su salida de DC en los 90, Moore juró que no volvería a trabajar con ninguna de las dos grandes. La creación de la línea ABC de Image Comics –esto lo analizamos otro día, pero digamos que era la editorial que aspiraba a ser la competencia de las otras dos haciendo más de lo mismo, superhéroes, pero con más violencia, más sexo, peor dibujo y ausencia absoluta de guiones– la justificó como un intento de socavar el duopolio, y fue allí donde parió obras como Tom Strong, Promethea o The League of Extraordinary Gentlemen. También escribió en franquicias como WildCATS y, de manera más destacada, Supreme, la copia barata de Superman creada por Rob Liefeld, pero dejándose de historias y convirtiendo la serie en un homenaje a la mitología del Hombre de Acero.
A finales de los 90, DC, como ha hecho muchas veces en el pasado y es previsible que siga haciendo en el futuro, fagocitó a la competencia y compró Image. Durante un tiempo el ‘Universo Wildstorm’ siguió siendo autónomo, hasta que recientemente, en el relanzamiento del Universo DC, pasaron a formar parte del paisaje, igual que sucedió con los personajes de la Charlton. Por el camino a Moore se le han acabado las excusas de que no trabajaba directamente para DC y se ha marchado a hacer la guerra por su cuenta. Porque su nombre ya es suficiente para mantener un proyecto.
Aunque la tentación de sacudirle es muy grande, hay que reconocerle a Alan que sea por coherencia, snobismo o mal carácter, ha sabido evitar repetirse, al contrario que, por ejemplo, Neil Gaiman, que ya ha anunciado que volverá a escribir The Sandman. También es cierto que Moore se arrepiente de lo que fue la onda expansiva de Watchmen: los tebeos amorales y ultraviolentos de los 90. Célebres son aquellas declaraciones en las que decía que al final su obra sólo había servido de legitimación intelectual a la basura. “Watchmen es una excusa para seguir leyendo Green Lantern”. En los años 80, el mismo Moore escribió varias historias cortas para Green Lantern, por cierto.
Igualmente es reseñable su empeño en que la innovación estaba en los recursos formales y no en los temáticos, que la industria “no lo entendió” al quedarse con los segundos y echarse en brazos del manga para los primeros. No creo que sea del todo cierto, aunque de nuevo Moore quiere pecar de querer ser el más mejor. La ola de renovación temática se puede situar en el Green Lantern/Green Arrow de Dennis O’Neill y Neal Adams, y el supergrupo ‘arreglando el mundo’ de manera ‘realista’ ya se encontraba en el Supreme Squadron de Mark Gruenwald.
Además, el mismo Moore había empezado con la parrilla de nueve viñetas y el recurso de la recurrencia semántica –el bote de colonia volador que simboliza la compresión de que El Comediante es el padre de Laurie, para que nos entendamos– en V de Vendetta. Watchmen, también por mérito de Gibbons, fue un prodigio en simetría y diseño de página al servicio de la historia que se estaba contando, quizás el mayor que han alcanzado ambos autores. Pero, repito, eran una serie de recursos que se encontraban al servicio de la historia.
Lo mismo puede valer para todos los alardes de Frank Miller, la otra gran estrella intocable del mainstream americano y, como Ditko, en las antípodas ideológicas del de Northampton, en Sin City o 300, o antes en su etapa en Daredevil. Si no hay historia a la que servir, no tienen sentido. En From Hell, Moore repetiría los mismos recursos con mayor libertad estructural, logrando otros hallazgos bien diferentes. También porque el dibujante, Eddie Campbell, era muy diferente de Gibbons, y eso influye.
Por razones de espacio y comodidad, este artículo, la primera parte de la serie sobre Watchmen, La Liga de los Caballeros Extraordinarios y derivados, se corta aquí y se editará en dos partes, pero son el mismo artículo.
lun
03
sep
2012
No sé si ha sido el destino, la casualidad o el azar, el caso es que, en mitad de la pequeña vorágine de copagos, tarjetas sanitarias y objetores de conciencia que estamos viviendo, esta semana en Continuará… ha tocado hablar de doctores. Podréis imaginar, sin embargo, que no vamos a centrarnos en los de bata blanca (no es nuestro estilo…), sino un tipo muy particular. Vamos a hablar, de hecho, de El Doctor, en mayúsculas, un apelativo que para muchos no sugiere nada más allá del médico del pueblo pero que para mí, como para otros pocos, es sinónimo de Christopher Eccleston, David Tennant y –por mucho que me costara asumirlo– Matt Smith. Hablo, como no podía ser de otra manera, de Doctor Who.
Esta serie de ciencia ficción británica –cortesía de la BBC– volvió a la parrilla televisiva este sábado después de varios
meses de larga espera para unos servidores que ya no podíamos esperar más; porque, hablando en plata, esta locura engancha. Y sí, digo locura porque a bote pronto la historia es un auténtico
disparate, pero llega un momento en que uno se encuentra tan imbuido que todo parece perfectamente lógico; diría, de hecho, que en cierto modo lo es.
Es difícil resumir en pocas palabras de qué va esto sin acabar enredándose en el argumento; aun así, vamos a intentarlo. Podemos decir que Doctor Who cuenta las aventuras de un Señor del
Tiempo (el último, de hecho, de los Señores del Tiempo, una de las muchas especies que existen en el universo, ¿o debería decir los universos?) que viaja (siempre acompañado de uno o varios
companions, o sea, compañeros de viaje) a través del tiempo y el espacio en una nave con forma de cabina telefónica azul (por fuera, porque por dentro es muy diferente y mucho más espaciosa). Su
nombre real es un misterio, pero todos lo conocen como El Doctor (“¿Qué doctor?”, se preguntan muchos, o lo que es lo mismo, “Doctor who?”).
Tal y como la venden tanto en la cadena pública británica como en Boing (donde ha podido verse en España TDT mediante) es una serie infantil-juvenil; yo, personalmente, discrepo. Los niños ven
entusiasmados Los Simpson o Padre de familia, pero, ¿podemos realmente decir que son series para niños? Bien es verdad que nuestro viajero del tiempo no es tan deslenguado ni
tan… salvaje en cualquier sentido; no obstante, algún capítulo lo considero un poco fuerte para según qué edad, y desde luego estoy convencida de que hay cierto nivel argumental que es para
adultos. Al menos, del Doctor Who moderno, por así decirlo, que es el que conozco mejor.
Efectivamente, hablar de un Doctor Who moderno implica la existencia de otro clásico; y así es, porque la serie comenzó a emitirse en los años 60 del siglo pasado y estuvo en antena hasta diciembre de 1989. Con una película noventera de por medio, El Doctor contemporáneo arrancó en 2005 de la mano de Russell T. Davies como ‘showrunner’ (algo que no existe tal cual en España pero que podríamos traducir como “el masca”, porque básicamente es el que controla por dónde va la serie en cuestión), un puesto que ahora tiene Steven Moffat.
Obviamente, a lo largo de todo este tiempo El Doctor ha cambiado de cara; lo interesante es que aquí no hicieron como con la tía de Will Smith, donde pusieron a una actriz diferente (que no se
parecía en nada a la anterior) a interpretar un mismo personaje sin dar más explicación, sino que se buscaron una excusa. Los Señores del Tiempo se regeneran, de manera que en determinadas
circunstancias adversas pueden cambiar de cuerpo, aunque siguen siendo en esencia los mismos. Bajo esta premisa, hemos tenido once Doctores –más o menos esperpénticos– desde que William Hartnell
que encarnara al primero de ellos en 132 episodios (1963-1966). Nada comparado con los 13 capítulos que protagonizó Eccleston
(ExistenZ, Los otros, 28 días después… o Héroes).
Y cuando todos creíamos que Tennant (Harry Potter y el cáliz de fuego, Cómo entranar a tu dragón o Single
father) se quedaría para siempre, llegó Matt Smith.
Ahora vuelve, en la séptima temporada de la ‘nueva era’, enfrentándose una vez más con su inseparable 'destornillador sónico' a los Daleks, unos de los villanos recurrentes de la serie (demasiado recurrentes para mi gusto, porque se supone que son lo peor de éste y otros mundos, pero El Doctor no hace más que exterminarlos, lo cual no significa que no vuelvan), en la que los protagonistas visitan lugares y momentos singulares (desde la Pompeya pre-Vesuvio hasta el fin del mundo, literalmente), conocen a seres extraordinarios (estatuas que te atacan cuando no las ves, supuestas sirenas…) y acaban cruzándose con personajes de la talla de Winston Churchill o William Shakespeare. Por no hablar de los companions, entre los que hay un perro robótico llamado K-9 (sí, /ˈkeɪ.naɪn/, que es como se dice canine, o sea, canino), la simpática pareja formada por Rory y Amy Pond o la (al principio sobre todo) misteriosa doctora River Song. Pero eso es otra historia…
lun
27
ago
2012
Antes que nada, que quede muy claro: me gusta, y mucho, lo que la HBO está haciendo con Canción de Hielo y Fuego. Dos guionistas más bien mediocres en su trayectoria (David Benioff, sin ir más lejos, fue el perpetrador de Lobezno y Troya, película que sería necesario repetir de principio a fin con exactamente el mismo casting y un guión completamente nuevo que si se pareciera en algo a lo que escribió Homero todos lo agradeceríamos bastante, gracias, Benioff) han conseguido llevar a la pantalla la novela – río de Martin, conocida por su complejidad. Su principal mérito está en que, a pesar de las necesarias reducciones, simplificaciones, explicaciones (otro día hablaremos de cómo han hecho explícito lo implícito, y si no que se lo digan a Renly Baratheon y al Caballero de las Flores, ajem), y las innecesarias muertes inventadas, personajes inventados y giros argumentales, Juego de Tronos conserva, permitidme la cursilería, el espíritu de su predecesora literaria. Lo más importante, lo que hace a Canción de Hielo y Fuego una de las construcciones literarias contemporáneas más apasionantes de las últimas décadas para los aficionados a la literatura fantástica y una lectura nada despreciable para quienes suelen considerar ese género demasiado infantil (¡ja!), está ahí: su argumento fascinante, su compleja construcción, sus personajes llenos de matices, sus estupendos diálogos, y Tyrion Lannister.
Así que sí, me gusta mucho lo que está haciendo la HBO.
Pero, a pesar de todo, yo no sería yo y Continuará no sería Continuará si no tuviéramos algo que decir. Así que aquí va mi enmienda personal al (enorme, a pesar de la intensa labor de síntesis que han hecho) casting de la serie: los errores y aciertos más destacados.
Por supuesto, la entrada que sigue está plagadita de SPOILERS de la serie de televisión Juego de Tronos y, al menos, los cuatro primeros libros de Canción de Hielo y Fuego, (quizás se me escape alguno de Danza de Dragones, aunque intentaré que eso no ocurra) de los que no me hago responsable. En absoluto.
Innegablemente.
Hace ya unos cuatro años, cuando leí por primera vez Juego de Tronos, ya imaginaba a Sean Bean como Ned Stark, sin duda a causa de su interpretación de Boromir en la adaptación cinematográfica de El señor de los anillos. Tenía la edad, la actitud, y la ropa más o menos medieval también ayudaba. Mi alegría cuando se anunció el cast fue mayúscula. Sean Bean se configuró como la estrella de la serie, el actor conocido capaz de dar legitimidad a un producto que, ya aceptado, podría seguir adelante sin él sin problemas. Este casi eterno actor secundario es perfecto para encarnar al supuesto protagonista de la saga, el hilo conductor que, posteriormente, a medida que la madeja se enreda, pierde importancia, protagonismo y brillo ante otros personajes más atractivos y fascinantes. Por todo ello, Bean es perfecto como Eddard, gracias a su sobriedad y su carisma.
Obviamente. De nuevo, se trata de una elección perfecta. Peter Dicklage, al que vi por primera vez en Un funeral de muerte (Narnia no cuenta, demasiado maquillaje), y en el que inmediatamente pensé para interpretar a Tyrion Lannister a causa de su habilidad para evitar a toda costa los papeles paródicos, se ha topado, merecidamente, con el papel de su vida. Es el favorito de todos, el que tiene los mejores diálogos. Un auténtico robaplanos del que siempre quieres ver más aunque sólo aparezca unos minutos por capítulo. Dinklage, que ha interpretado Tío Vanya en teatro, es Tyrion, por la sencilla razón de que, al igual que Bean, su carisma traspasa la pantalla.
Hubiera sido muy fácil convertir a Khal Drogo en una parodia de Conan (y no, no va con segundas), pero Momoa responde a la perfección a todo lo que el personaje de Khal Drogo debería ser cuando se lo lee. Tiene la apariencia, la actitud, la altura, la voz… Veterano curtido en series de televisión como, er, Baywatch Hawai y, ahora sí, Stargate Atlantis, Momoa fue seleccionado, entre otras cosas, por su interpretación de una danza tradicional hawaiana, cuyo nombre desconozco, pero todos sabéis de lo que hablo, en su correspondiente audición. Atentos. A ver quién le dice que no le contrata después de esto.
Una de mis elecciones favoritas, sin duda. Otra de esas ocasiones en las que el actor se funde con el personaje. Uno de los personajes más odiados de la saga por su actitud chulesca, cuando se hizo pública la elección de Alfie Allen para interpretar a Theon la respuesta fue muy positiva: tenía el aspecto adecuado para interpretar a un personaje que puede ser atractivo pero, en general, está pidiendo a gritos que le den un guantazo la mayor parte del tiempo. Conocido entre los fans-de-la-serie-pero-no-lectores-de-los-libros durante la primera temporada como “ese chico que creo que no es un Stark pero está por ahí la mayor parte del tiempo, sonríe bastante… no recuerdo su nombre y sí, creo que tiene un arco”, en la segunda temporada está demostrando tener las tablas suficientes para lo que se le viene encima. Sí, me refiero a Danza de Dragones. Definitivamente, no puedo esperar a verle interpretar… lo que se le viene encima.
Gwendoline Christie mide 1,91 metros, tiene poquita experiencia en el cine, y ha saltado a la pantalla directamente desde mi imaginación para interpretar a Brienne, la Bella. La altísima actriz ha superado con creces la desconfianza inicial (“es demasiado guapa”), y, aunque de momento no tiene mucho protagonismo, parece que tiene la química suficiente con Nicolaj Coster-Waldau (Jaime Lannister) y el aplomo necesario para interpretar a este personaje, muy querido por los lectores.
De nuevo, el actor se funde con el personaje. De nuevo, elección perfecta. Harry Lloyd se hace con el papel del Rey Mendigo desde su primera escena, y con un par de gestos, una sonrisa irritante y una peluca rubia bastante natural consigue hacernos creer sin esfuerzo que es el digno heredero del Rey Loco. De hecho, al principio resulta mucho más interesante él que Emilia Clarke como Daenerys Targaryen, hasta que ella comienza a adquirir fuerza. Si la escena de su coronación no fuera tan impactante, casi lamentaría perderlo de vista.
La interpretación de Yerolemou es la muestra de lo mucho que HBO está mimando el casting de Juego de Tronos en los papeles pequeños. Ningún rol se adjudica a la primera y el que nos ocupa, Syrio Forel, “profesor de baile”, primera espada de Braavos, es uno de esos que, a pesar de su brevedad, quedan en la memoria. De sus tres apariciones, dos de ellas constituyen dos de mis escenas favoritas de la primera temporada. En este vídeo podéis ver las dos seguidas.
Casi puedo sentir el impacto de las fans arrojando piedras contra la pantalla del ordenador por esta clasificación, pero me reitero en lo dicho. Físicamente, es cierto, Harington es perfecto para el papel. Tiene la edad adecuada, el rostro adecuado… Y, como casi todos los actores en papeles jóvenes en la serie, apenas tiene experiencia. Pero si, por ejemplo, Alfie Allen no me plantea ninguna duda como Theon, Harington me preocupa un poco más. Es demasiado intenso, demasiado denso, demasiado consciente de sí mismo, y no sabe sonreír (cierto, Jon no sonríe mucho, pero os planteo un reto: intentad encontrar dos expresiones faciales diferentes de Harington en algún capítulo. Ánimo, valientes). El actor parece, en este caso, un poco limitado para lo que se le viene encima. Espero equivocarme, deseo que me sorprenda. El tiempo dirá.
Mi alternativa.
Ben Barnes. En mi cabeza, Jon siempre fue Ben Barnes, al que podéis ver en la fallida nueva versión de El retrato de Dorian Gray. Vale. Sí. Y en Narnia.
Sin detenernos siquiera en la estúpida e injustificable decisión de cambiarle el nombre al personaje (¿por qué? ¿POR QUÉ? Asha es Asha. “Yara” ni siquiera suena bien), esta elección me plantea algunos problemas. Sucede que Gemma Whelan interpreta el personaje de Asha Greyjoy, hermana mayor de Theon, verdaderamente bien. Tiene la actitud y el aplomo de Asha, plasma con precisión su mordacidad y su fuerza. Pero su aspecto físico es completamente erróneo. No tiene nada, absolutamente nada que ver con el personaje, que es descrito de manera muy precisa en los libros.
Mi alternativa
El carisma de Asha y su atractivo físico son difíciles de clasificar, pero finalmente he dado con dos posibles reemplazos, y no soy capaz de decidirme. Por un lado está Lizzy Caplan también conocida como “la que revienta en Cloverfield”. Mi segunda opción es Catherine Moennig, la delgadísima Shane de The L Word. Ambas poseen ese aspecto andrógino pero atractivo que debería tener la hija de Balon Greyjoy.
Lena Headey es el equivalente femenino a Sean Bean en la serie: la actriz más famosa de todas las que aparecen con diferencia, una de las pocas reconocibles para el público en general. Y eso juega claramente en su contra. Es buena actriz y le aporta a Cersei un aire bastante más inteligente de lo esperado. Pero Lena Headey es una actriz que tiende a repetirse en sus gestos y ademanes, y no acaba de hacerse, desde mi punto de vista, con el personaje.
Mi alternativa.
Viene de lejos. Tal vez no es tan buena actriz y probablemente tuviera serias carencias a la hora de interpretar un personaje tan complejo, pero sin duda respondería mucho mejor al aspecto que debe tener Cersei Lannister: Tricia Helfer, la número 6 del reboot de Battlestar Galactica. Que, por cierto, se parece bastante más al actor que interpreta al Matarreyes que Headey.
De nuevo se trata de una cuestión física.
Carice Van Houten cumple, pero no llega.
Melisandre de Asshai, sacerdotisa de Roll’hor, dios del fuego es, supuestamente, una criatura impresionante, peligrosa, excesiva, ardiente en todos los sentidos.
Carice Van Houten es demasiado mayor y demasiado sobria para el papel.
Mi alternativa.
Aquí sí que lo tengo claro. ¿Pelirroja y exuberante? No hay duda. Christina Hendricks, de Mad Men.
No es que esté mal, es que no acaba de responder a mis expectativas con el personaje. En los libros, la prostituta Shae, amante de Tyrion Lannister, se caracteriza por su aspecto y su comportamiento aparentemente ingenuos, a pesar de su profesión. Eso es, de hecho, lo que la hace atractiva para Tyrion (le recuerda a Tysha, etc.). La actriz de origen turco hace un buen trabajo y tiene, de hecho, una personalidad bastante más interesante que el personaje original, pero no es Shae. No exactamente.
Mi alternativa
Difícil, pero me decanto por alguien como Zoey Deschanel, por su aire ingenuo.
El problema de Stannis Baratheon es que debe ser lo suficientemente carismático como para que sus soldados, que son unos cuantos, le sigan al combate y le consideren un líder aceptable, y al mismo tiempo lo suficientemente gris, en comparación con los señores de las demás casas, como para que le consideren aburrido. Stephen Dillane no llega a ser carismático en ningún momento. Parece, de hecho, un triste oficinista, bastante patético en algunos momentos. No, no es suficiente.
Mi alternativa.
Se va a notar que me gusta Stannis, pero debería ser Mark Strong. Puede ser excesivo (Stardust, Kick-Ass), puede ser sobrio (El topo), y en cualquier caso es un actorazo. Y, físicamente, daría la talla.
Queda claro, una vez repasado el casting, que es verdaderamente bueno. Los aciertos pesan más que los errores (salvo casos como el de Asha, que, sinceramente, cantan bastante), y la conclusión, ya intuida, es que la serie tiene el acierto de mimar a los personajes pequeños. Muchos no han llegado a aparecer en la clasificación, pero merecen ser mencionados: los niños Stark están geniales, sin excepción. Osha es un descubrimiento. Davos es calcadito a como debería ser. Lord Frey está perfectamente captado en toda su repugnancia…
En cualquier caso, se trata de mi propuesta de casting. ¿Tienes otra? ¡No dejes de comentarlo!
Continuará…
Cpt. Flint Baker
Entregas anteriores de EXPLORANDO PONIENTE:
Conociendo Poniente I: Basado en hechos reales...
Conociendo Poniente II: Ponga un dragón en su vida
lun
20
ago
2012
El otro día me entretenía contemplando la caja tonta cuando ví un reportaje sobre un cortometraje de animación realizado de una manera muy curiosa: dibujando fotograma a fotograma con acuarelas sobre cristal. El corto en cuestión era una versión de “El viejo y el mar” y ganó un Oscar... La cuestión es que me puse a reflexionar sobre lo curioso que era ver trabajos artesanales resistiéndose a caer en el olvido frente a las últimas técnicas digitales. Llama la atención cómo han evolucionado las herramientas que manejamos para hacer más rápido y sencillo crear una obra audiovisual.
Cada día que pasa se hace más sencillo crear efectos visuales. Las herramientas de montaje y composición digital se hacen más intuitivas, y se está llegando al punto de que cualquiera puede adquirir un programa, que antes era exclusivo de empresas adineradas, y con la ayuda de video-tutoriales, que los hay a cientos en la web, introducirse en el mundo audiovisual.
Mélies hacía trucos con transparencias y Harryhaussen fotografiaba frame a frame a sus criaturas hasta darles vida. Incluso Disney usaba grabaciones reales para copiar los movimientos de actores en personajes de animación. La rotoscopia, el stop-motion, incluso la animación 2d (los clásicos Disney de toda la vida), se han vuelto reliquias del pasado que sólo unos pocos se empeñan en mantener con vida porque, ciertamente, es tierno y agradable ver trabajos con estas ancestrales técnicas entre las gigantescas olas de lo digital.
Los dinosaurios de Jurassic Park eran originalmente en stop-motion hasta que alguien le enseñó a Spielberg las bonanzas de la recreación digital. Pasaron de fotografiar cada pose a animarlos digitalmente. Es cierto que las técnicas digitales ya habían sido usadas anteriormente en otras películas pero es que el ejemplo de Jurassic Park es perfecto para entender esas transición. Otras fueron pioneras pero ésta fue la que abrió la veda.
Día a día aparecen nuevos adelantos, reflejados en el cine: Toy Story, primera cinta de animación completamente digital; Final Fantasy: The Spirit Within, la búsqueda de actores digitales fotorealistas; el Gollum de El Señor de los Anillos, el primer trasplante con éxito de la actuación de un actor a un personaje digital; Avatar, el trasplante múltiple con mucha más pasta... La carrera se hace cada vez más frenética y, ¡atentos!: cualquiera puede modelar ya en 3D un dinosaurio y animarlo, tenemos Kinect de Xbox para capturar nuestros movimientos en casa, Avatar 2 será mucho más grande pero considerablemente más barata... Es de locos.
Lo que antes suponía semanas de trabajo se puede llevar a cabo en horas hoy día. Por poner un ejemplo: el tracking. Éste es un proceso para calcular la posición de un mismo pixel, o de varios, en una secuencia de fotogramas de manera que podemos “seguir” y copiar un movimiento de cámara rodado previamente para así poder insertar en el plano cualquier elemento digital que deseemos. Esto que suena a chino es un proceso que cuando yo empecé en este mundillo, hará ya ocho años, era algo complejo que requería horas y programas especialmente diseñados para esa función. Pues ya, hoy día, la marca Adobe ha sacado su versión CS6 de After Effects que, con un solo click de ratón, calcula él solito todo lo que necesitamos en pocos minuto.
La tecnología crece, a mi parecer, demasiado deprisa y el problema es que es un proceso imparable. No hay tiempo para asimilar conceptos. Trabajamos con herramientas que casi nunca sabemos realmente cómo funcionan. Un click y ya está, el ordenador lo hace por nosotros. Y muchas veces esas herramientas se usan una vez y luego se desechan por otras más potentes y sencillas que han salido sólo una semana después que la anterior. ¿Eso es bueno? Yo creo que no, creo que es frenar a la creatividad privándola de tiempo para desarrollarse. ¿Qué merito tiene ya modelar en 3D un dinosaurio?
El año que viene se cumplen 20 años de Jurassic Park. Así que uno se pregunta: ¿cómo estaremos dentro de, no otros 20, sino 10 años?
lun
13
ago
2012
Persona que hace juegos de manos y otros trucos. Así es como define la Real Academia Española la palabra prestidigitador, la profesión por
la que se conocía a finales del siglo XIX a Georges Mélies. Este ilusionista parisino –hijo de un fabricante de
calzado de lujo– ha pasado a la historia, sin embargo, por ser uno de los ideólogos del séptimo arte. Y es que, si Eisenstein dio lugar al montaje moderno con la archiconocida (y larguísima) escena de la escalera de Odesa de El
acorazado Potemkin (homenajeada en incontables ocasiones por directores tan dispares como Terry Gilliam, Brian de Palma o Peter Segal, sin olvidarnos de Los Simpson), el francés
es sin lugar a dudas el padre de los efectos especiales.
Algo tan burdo el stop trick (literalmente, el “truco de parar”, que no es otra cosa que parar la grabación, colocar a un actor y continuar grabando, haciendo aparecer ‘mágicamente’ a un
personaje, por ejemplo; o cambiar un objeto por otro, para que un arma se convierta en un plátano, por decir algo) era absolutamente incomprensible para los flamantes espectadores de cine, que
acababan de ver nacer esa nueva forma de mirar el mundo que tan bien supo aprovechar el mago.
Todo empezó el 28 de diciembre de 1895, cuando Méliès asistió como invitado a la presentación del cinematógrafo de los Lumière. Aquellas imágenes en movimiento lo dejaron fascinado, y provocaron una cascada de ideas sobre las posibilidades del invento para su campo de trabajo. Intentó incluir el aparato de los hermanos en su espectáculo; la negativa no supuso un problema: se compró su propio aparato, lo modificó y de ahí levantó todo un imperio cinematográfico en el que lo mismo estaba delante que tras la cámara, llegando a producir más de medio millar de películas.
Lamentablemente, la Gran Guerra (entre otras cosas) desinfló el negocio, el director galo acabó arruinado y la mayoría de las cintas, destruidas. Quedaron para la historia, no obstante, algunos
tesoros, entre los que se encuentra el maravilloso Viaje a la luna de 1902, en el que el ilusionista adaptaba de manera mágica (nunca mejor dicho) y magistral, en 14 minutos y 12
segundos exactamente, De la Tierra a la luna, de Julio Verne, y Los primeros hombres en la luna, de H.G. Wells.
La imagen de esa nave (con forma de supositorio, todo hay que decirlo) impactando en la superficie de esa luna con rostro marcó un antes y un después en la historia de este arte que entonces daba
sus primeros pasos y hoy se ha convertido en todo un artefacto pop, que en cierto modo ya lo era entonces, pero que ha adquirido una dimensión probablemente impensable para el propio Mélies, al
que se ha referenciado en tantas ocasiones que resultaría casi imposible hacer una enumeración. No puedo evitar mencionar, sin embargo, el homenaje que hizo al cineasta Queen a través del vídeo
que grabaron en 1995 para la canción ‘Heaven for everyone’ (escrita por el batería del grupo, Roger Taylor, y grabada por primera vez en 1988 por la banda The Cross con Freddy Mercury como
vocalista invitado).
Esa imagen, junto al resto de la película (que encierra cierto aire infantil comprensible dado el momento en que está rodada), puede verse ahora en color, tal y como la disfrutaron los
espectadores de aquellos primeros años del siglo XX gracias a las manos de Georges y su equipo, que coloreaban las cintas fotograma a fotograma, dando lugar a tonalidades perdidas durante muchos
años. En este caso perdidas, de hecho, hasta que apareció una copia en la Filmoteca de Cataluña a principios de los años 90.
La restauración dio lugar a un documental, El viaje extraordinario, en el que Serge Bromberg y Éric Lange relatan el proceso de reconstrucción, reflexionando a un tiempo sobre la
vigencia de la obra de Mélies (algo que, en mi humilde opinión, no es posible poner en cuestión). Este particular viaje se ha emitido hace poco en el canal TCM seguido de la versión restaurada de
la película. La música electrónica de los franceses Air acompaña a los personajes en este Viaje a la luna, en el que el color trae a la memoria los mármoles griegos, que el tiempo nos ha
trasladado monocromáticos, haciendo muy difícil imaginarlos coloreados pese a ser su estado original.
Esta versión del film ya pudo verse en el Festival de Cannes en 2011, año en que Mélies volvió a las salas de cine de la mano de Martin Scorsese y su Hugo (La invención de Hugo en España), una fábula preciosista (basada, una vez más, en una novela) que cuenta (a su
manera, porque se toma bastantes licencias, como no podía ser menos) la historia del francés. Un guión bastante predecible, aunque emotivo (sobre todo si eres de naturaleza sensiblera) sirve de
hilo conductor a una historia donde la fotografía es la gran protagonista (y que le pega muy poco a Martin, dicho sea de paso). Es cursilona, no termina de colar Ben Kingsley como el mago (es un actor maravilloso y tiene cierto parecido, pero si tiene que ser un personaje real siempre será Gandhi,
se siente), pero es muy bonita; todo un alarde de estética al más puro Mélies.
En el film aparecen extractos de la versión restaurada del Viaje a la luna, entre otras escenas de aquel primer cine (como secuencias de los Lumière o de películas de Buster Keaton) que
tanto impactó a este singular prestidigitador. “Cómo no podía formar parte de aquello… Era como una nueva forma de magia”, dice en boca de Kingsley el ilusionista, quien hizo lo posible por
participar “de aquella maravilla”.
lun
06
ago
2012
En septiembre de 2011, el Universo DC se reinició desde cero. Tal cual. Vuelta a empezar, desde el principio. El cohete de Superman vuelve a estrellarse contra Kansas, matan otra vez a los padres de Bruce Wayne en un callejón junto al cine, Abin Sur vuelve a entregarle el anillo verde a Hal Jordan, una estantería de productos químicos cae sobre Barry Allen al mismo tiempo que lo golpea un rayo… Sólo que en lugar de fecharlo todo en 1938, 1955 o 1986, arrancan desde el siglo XXI.
Sin que haya tanta distancia respecto a la trilogía original, hace apenas semanas que pudimos ver la llegada de The Amazing Spiderman. Nuevo director, nuevos actores, nuevos personajes… Como el reinicio de la franquicia que hiciesen en Warner con Batman Begins, como el que llegará en breve con Superman: Man of Steel. Marvel y Disney continuarán su tanda con los relanzamientos de Fantastic Four y Daredevil. Por cambiar, le cambian a Spiderman hasta la novia. Antes era Gwen con el nombre de Mary Jane, ahora es Mary Jane con el nombre de Gwen. Qué más da.
En agosto de 2011, en la páginas del universo Ultimate dentro de la editorial Marvel, debutó Miles Morales, el nuevo Spiderman afroamericano. El Ultimate es un sello dentro de Marvel que, desde el año 2000, se dedicó a relanzar desde cero, adaptados al siglo XXI, a los personajes más conocidos de la editorial: Los Cuatro Fantásticos, Los Vengadores, Spiderman y los X-Men. En 2011, el guionista Brian Bendis mató al Peter Parker de ese universo, un adolescente y no un adulto como el "verdadero" Spiderman creado por Stan Lee en los 60. Miles es su "heredero", un niño negro de Brooklyn con poderes arácnidos por accidente y una tragedia familiar a sus espaldas. Un nuevo Spiderman para la Era Obama. Tal cual.
Reventando la parrilla, o más bien los cerebros de los holmesianos, llegó hace un par de años Sherlock, la actualización al siglo XXI de las aventuras de Holmes y Watson, que ahora son compañeros de piso a los que todo el mundo les hace chistes sobre gays y se llaman por el nombre de pila, como corresponde a dos jóvenes de nuestro tiempo. Los mensajes de móvil, la informática, el blog de John Watson… contribuyen a actualizar el contexto mientras los guionistas Steven Moffat y Mark Gattis –que también interpreta a Mycroft, ya un espía con todas las letras– se lo pasan en grande. ¿Por qué? Porque siempre es 1895.
Un año antes del estreno de la serie, el director Guy Ritchie tenía a bien regalarnos su propio Sherlock Holmes, con Robert Downey Jr y Jude Law repartiéndose mal los papeles y pareciéndose más en su interacción a House y Wilson que a los originales. Un Holmes mucho más histérico, con mucha más acción, conspiraciones bizarras y el inevitable steampunk mal digerido. Ha parido una secuela en la que se estrena Moriarty, sin duda menos genial que el de la versión del siglo XXI. Al menos da por sentada la relación entre ambos protagonistas y no se empeña en contarla otra vez, desde el principio. En las dos versiones, Holmes es heterosexual, y lo sabemos por Irene Adler. Hay que estar aburrido.
Battlestar Galactica hay que buscarla en la guía con dos fechas: 1978 y 2003. La primera era una space opera en sentido estricto, remanente del éxito de Star Wars o la resurrección de Star Trek. En la versión 'modernizada', buscando la complejidad argumental y el reparto coral, el debate religioso y el giro infinito, siempre más misterios, siempre más suspense, aguantaron cuatro temporadas y una precuela, Caprica, que no pasó de una. Los malvados cylons, fanáticos monoteístas, avisan del tiempo cíclico de la historia con uno de sus lemas: “Todo esto ha ocurrido antes, y volverá a ocurrir”.
¿Alguien es capaz de decir, de memoria, cuantas versiones de la Odisea ha podido leer, visionar o escuchar, en diversas formas? ¿Cuántos actores han encarnado a Ulises? Xena y el Doctor Who se lo han encontrado en sus viajes, en la serie de animación del Hércules de la Disney, Telémaco comparte instituto con el hijo de Zeus. ¿Cuántas versiones edulcoradas hay que tragarse? Aunque el cíclope Polifemo, Scyla y Caribdis, siempre están ahí.
Nada acaba nunca, porque el placer del cuento está en la reiteración. Es el niño que siempre quiere escuchar su cuento favorito, y por eso disfruta. Si le cambian una coma, refunfuña. Nada acaba nunca, porque las marcas registradas hay que explotarlas, y existen muchas mochiles y flotadores de Spiderman en stock. Nada acaba nunca, porque los lectores envejecemos, pero los personajes no, y ellos pueden volver a empezar, desde el principio, una y otra vez. Nada acaba nunca, porque las metáforas no caducan, sólo se reinventan, y los miedos victorianos, las parodias del Siglo de Oro o los locos años 20 pueden legarnos símbolos que nosotros utilizaremos según nuestra conveniencia.
Mencionar al Doctor nunca es gratuito. El reinicio se ha convertido en parte de la mitología de la serie. Cuando el Décimo Doctor, David Tennant, se despedía junto al anterior showrunner y artífice de la resurrección de la serie, Rusell T. Davies, contenía el gesto un segundo para proclamar: “I don’t want to go”. Sabemos que la serie continuará, que el personaje será el mismo, pero Tennant y Davies se despiden y los whovians con ellos, porque sí que muere una etapa. Vendrá otra, con un Doctor nuevo, más joven para espectadores más jóvenes. Como el Spiderman de Andrew Garfield. Que, por cierto, apareció en un par de capítulos de Doctor Who, precisamente durante la etapa de Tennant.
Hay un puñado de mitos que sobreviven hasta la actualidad desde tiempos ignotos. De Jasón y sus argonautas nadie se acuerda, pero volvemos a la Ilíada cada vez que tenemos oportunidad. El Génesis, el Éxodo y David contra Goliat tienen mucho más predicamento que el libro completo de los jueces o cualquier guerra macabea contra el invasor helenístico. El Rey Arturo siempre vuelve en el momento que su reino más lo necesita. Don Juan y Don Quijote son dos caballeros españoles que cabalgan sobre el inconsciente colectivo.
Ha pasado demasiado poco tiempo para que podamos valorar quién quedará de nuestro mundo moderno, pero desde el siglo XIX parece claro que los tres mosqueteros, Frankenstein y Sherlock Holmes tienen asegurada la inmortalidad. Ya son dioses, arquetipos universales sobre los que proyectar nuestros absolutos. Quizás me centro mucho en el orbe occidental. Aladino, Simbad y Alí-Babá siguen ahí, pero, ¿quién los necesita? ¿No es Simbad un Ulises que reza mirando a La Meca y no al templo de Atenea? Al menos, eso decía Borges. En un relato que tituló ‘El Inmortal’. Por cierto, ¿dónde situamos a Drácula?
¿Volverán, iteración sobre iteración, Indiana Jones, Asterix, Wyatt Earp o James Bond, hasta que nadie recuerde quién los bautizó o si existieron de verdad? ¿Acabarán mezclándose Spiderman y Superman en algún oscuro rincón de los siglos venideros? Lanzarote no formaba parte del ciclo artúrico hasta que algún trovador cortés lo consideró necesario, y entonces, ay, llegó el adulterio. Unos cuantos siglos después los escandalizaríamos al consumar dicho amor en diferentes obras, algunas en imagen.
Nada acaba nunca. Todo esto ha ocurrido antes, y volverá a ocurrir. Porque siempre es 1895. No pasa nada, no es malo, no debemos detenerlo. ¿Cómo sabrán medir el mundo nuestros hijos si el chamán no vuelve a repetirles la historia iniciática que nos enseñó a nosotros? El problema no es la iteración. El problema es cuando no nos detenemos a preguntarnos, ¿para qué sirve esta vez?
lun
30
jul
2012
Era sólo cuestión de tiempo que desde Continuará…nos acercáramos a una de las figuras más importantes de la Literatura Universal, que tampoco se ha librado de la garra de hierro de las adaptaciones hollywoodienses: la del bardo por excelencia, uno de los escritores más importantes de la cultura occidental (el otro es Cervantes, por supuesto): William Shakespeare, que tendrá su propia serie, dedicada a la representación de su figura y su obra en el universo audiovisual hollywoodiense.
En esta primera entrega analizamos la casi desconocida Anonymous, que cuestiona la autoría de obras tan conocidas y relevantes como Hamlet, Romeo y Julieta o El sueño de una noche de verano, y, a la manera de Dumas, retuerce la historia hasta dar con una respuesta que, sin ser completamente rigurosa, no deja por ello de ser interesante.
La figura de Shakespeare es, en realidad, mucho menos conocida y está menos documentada de lo que se cree. Poco sabemos a ciencia cierta, salvo que nació en Stratford-upon-Avon, hasta el punto de que existen numerosas teorías según las cuales se duda de la autoría de sus obras. Esa indefinición hace que su figura, como personaje de ficción, sea cómoda de adaptar y de pie a la especulación.
La primera de las obras cinematográficas que vamos a analizar se centra, precisamente, en ese espacio en blanco que es la vida de Shakespeare, rellenando los huecos con la llamada teoría oxfordiana, y componiendo, en conjunto, un curioso ejercicio metalingüístico que pasó completamente desapercibido en taquilla (y, de paso, en la temporada de premios, aunque se llevó una ignorada nominación a mejor vestuario en los Oscar, que finalmente se concedió a The Artist, a mi parecer injustamente. Anonymous es, en conjunto, una película y una obra de ficción metalingüística sorprendente, por las siguientes razones:
Sí, se trata de Roland Emmerich, el mismo Roland Emmerich que dirigió Soldado Universal, El patriota, El día de mañana, 10.000 B.C., Independence Day (algún día expondré públicamente mi argumentos sobre por qué esta película es perfecta en su género), Godzilla o, sólo un año antes que Anonymous, la terrible 2012, sobre la que, en su descargo, diré que le sirvió para comprar la libertad creativa que le permitió rodar esta biografía apócrifa de Shakespeare.
Precisamente, su currículum juega en su contra, y aunque el trailer prometía, y mucho, y posteriormente cumplía con creces lo prometido, el hecho de tratarse de “una película de Roland Emmerich” hizo que mucha gente se echara atrás o, directamente, ignorara esta cinta. Aclarémonos: no, no hay explosiones ni catástrofes a gran escala, los datos históricos están tratados con relativo rigor (más o menos el mismo nivel de rigor que Shakespeare enamorado, y ésta no la crucificó nadie), y el guión es bueno, muy bueno, pero en eso me detendré más adelante. Eso sí, hay concesiones a la galería, muy Emmerichianas. Por ejemplo, algunos giros argumentales sensacionalistas, o las impresionantes (y digitales, por supuesto, pero aún así impresionantes) vistas generales, en este caso del Londres isabelino. O la casi paródica forma en que son representados algunos personajes (como el hiperhomosexualizado Christopher Marlowe, que ya interpretó, de forma más discreta, Rupert Everett). Curiosamente, los menos conocidos son tratados con más rigor. Pero todo es perdonable.
No, Emmerich no se ha inventado el argumento de Anonymous. En realidad, lleva circulando por los círculos académicos desde hace casi un siglo, concretamente desde la publicación del libro Shakespeare identified, de J. Thomas Looney, en 1920. Las teorías que ponen en cuestión la autoría de las obras de Shakespeare son mucho más antiguas, y señalan a muchos personajes históricos como posibles autores: Francis Bacon, el mismo Christopher Marlowe… Pero Anonymous se basa en la más aceptada, que señala al aristócrata Edward de Vere, conde de Oxford, como el probable autor.
¿Por qué dudar de la autoría de Shakespeare? Como decíamos, del bardo no se sabe casi nada que sea demostrable en relación con la autoría: que nació en Stratford-upon-Avon, que su padre era un zapatero analfabeto, que comenzó como actor (curiosidad: interpretó al primer Mercutio en Romeo y Julieta), que escribió la mayor parte de su obra entre 1589 y 1613 y que a partir de ese año se retiró a su pueblo natal. Quienes ponen en duda su autoría se agarran al analfabetismo de sus padres e hijos, a la total inexistencia de manuscritos y a la extraña apariencia de su firma, que según algunos demuestra que él mismo era analfabeto.
¿Por qué Edward de Vere? Según el guionista de Anonymous, John Orloff, porque el aristócrata en cuestión era un conocido dramaturgo en la corte, de quien convenientemente no se conservan las obras, fue contemporáneo del bardo y vivió un tiempo en Italia, país en el que se ubican gran parte de las obras de Shakespeare.
Basándose en esta teoría, la película construye una interesante intriga política en la que el conde de Oxford no es sólo un poeta especialmente talentoso, sino también consciente del poder que sus palabras pueden tener para incitar a la población a apoyar a uno u otro candidato en las intrigas sucesorias de la corte isabelina. Para hacer públicas sus obras, recurre al por entonces menos conocido dramaturgo Ben Jonson (en vida real rival de Shakespeare y luego prologuista de la primera edición de sus obras), que se niega a representar las obras con su nombre. Se atribuye el mérito un joven e irritante actor, Will Shakespeare, que en la película es presentado como oportunista y, ahora sí, iletrado (además de sorprendentemente parecido al conocido retrato de Chandos, que se cree el único pintado en vida del autor y se conserva en la Nacional Portrait de Londres).
Para dar credibilidad a la historia Emmerich se rodea de un plantel de actores no demasiado conocidos, a excepción de Vanesa Redgrave y Joely Richardson, madre e hija, que interpretan a la reina Isabel en diferentes etapas de su vida (el retrato que hace de ella Redgrave es especialmente llamativo, al presentarla como una anciana prácticamente senil). Rade Spall es Shakespeare, Sebastián Armesto es Ben Jonson, y David Thewlis interpreta al temible consejero de la Reina, William Cecil. Sin embargo, el auténtico robaplanos de la película es el conde de Oxford, interpretado en su juventud por Jaime Campbell-Bower y, en su edad adulta, la más interesante, por Rhys Ifans, un actor que está creciendo como la espuma, tras pasar por la saga Harry Potter e interpretar al doctor Connors en la reciente The amazing Spiderman. Aquí, como Oxford, es un personake sublime, antipático en las distancias cortas, consciente de su propio talento y fascinante, fallido hombre de estado y poeta poseído por su genio, a la manera de Platón y sus daimones. Todo lo que Shakespeare debería ser. Sorprende recordarle como Spike, el llamémosle extravagante compañero de piso de Hugh Grant en Notting Hill.
En esta película Roland Emmerich renuncia casi por completo a su forma habitual de grabar y, además de los ya citados impresionantes planos que recrean el Londres de Shakespeare, recurre a una interesante y trabajada disposición espacial que utiliza para apoyar sus ideas principales, generalmente embellecidas por iluminación a base de velas y claroscuros. Hay dos ejemplos claros (además del insistente encuadre contrapicado de Oxford, que busca enaltecerlo en cada plano): la primera discusión sobre el poder de la palabra y la representación teatral que se da en la película (y en la que participan el conde de Oxford, el de Southampton y Essex, aspirante a la sucesión) tiene lugar en un partido de tenis (o semejante), en el que Oxford es el árbitro, y en el que ambas posiciones se enfrentan. Otro ejemplo está en la escena en la que Oxford propone a Ben Jonson que represente sus obras y se las atribuya. Ocurre en un laberinto ajardinado, muy propio de la época, en el que el aristócrata enreda al dramaturgo en ciernes con sus palabras y argumentos, además de exponer claramente la teoría que sustenta el guión, sin dejarle opción ni salida posible: All art is political, Jonson, otherwise it would just be decoration. And all artists have something tos ay, otherwise they’d make shoes. And you are not a cobbler, are you Jonson.
Además de una entretenida ficción histórica, un más que digno folletín, Anonymous es, como decíamos, un ejercicio metatextual, en el que, concesiones a la galería aparte, se homenajea verdaderamente la obra de Shakespeare y se juega con las referencias a la misma, plagando la vida reinventada de Oxford de incidentes que son espejo de numerosas escenas de las obras del bardo (Romeo y Julieta, Polonio tras la cortina en Hamlet, Enrique IV…). Pero, además de esos guiños intertextuales, la misma estructura de la película es un guiño a la obra de Shakespeare: el filme se abre con un parlamento teatral, y se cierra con otro (a la manera del bardo), que en este caso interpreta nada más y nada menos que Derek Jacobi. Un Derek Jacobi al que vemos llegar, en la época contemporánea, a un teatro, en el que se representa la obra Anonymous, y que nos pone en situación sobre “la obra que vamos a ver representada”. Vemos llegar a otros actores, como el que interpreta a Ben Jonson, pero, como sucedía en Jesucristo Superstar, nunca vemos entrar ni salir al protagonista. Y ese monólogo inicial justifica, en cierta manera, las inconsistencias históricas, ya que se nos advierte de que lo que estamos viendo es, sencillamente, una teoría. Y, como decíamos, un ejercico metatextual. Así, el juego cine-teatro dentro del cine-cine sobre el teatro-literatura dentro del cine es intrincado y casi tan fascinante como el laberinto de Oxford.
Continuará…
Cpt. Flint Baker
cpt.flint.baker@gmail.com
mié
25
jul
2012
Hoy nos vamos a desviar sensiblemente de los FX en esta entrega. Vamos a centrarnos en otro aspecto fundamental de la postproducción de una película: el sonoro. Comprobaremos cómo simplente trabajando muy bien este apartado se pueden maquillar deficiencias en otros. Para ello voy a hablar de La guerra de los mundos de Steven Spielberg. Esta película de 2005, con el rey Midas al frente, prometía ser uno de los éxitos del año y más, pero no lo fue hasta cierto punto. No fue el taquillazo esperado pero recaudó casi 600 millones de dolares en todo el mundo y en cuanto a la crítica, salieron más defraudados los espectadores que los críticos porque se esperaban algo mucho más grande en plan Independence Day y no una historia minimalista de un padre y sus hijos huyendo de la invasión. Spielberg rodó una película diferente a lo esperado, corta (no llega a dos horas), con una carga de FX bastante escasa (aunque magistralmente dosificada) y en un corto periodo de tiempo (en solo 7 meses se rodó, postprodujo y estrenó). No pretendo entrar en el debate de si es una buena película o no, simplemente quiero desgranar el cómo, cómo Spielberg consigue una película tecnicamente impecable en tan poco tiempo y esto es porque vuelve a ser el Spielberg de Tiburón (enseñar menos es más y dejar que un buen sonido haga volar la imaginación del espectador).
En esta película el sonido juega un papel muy importante porque sustituye a los FX en muchos de los momentos más significativos de la película. Al ser una película con una producción muy justa de el director planificó unas secuencias espectaculares que realmente enseñan poco de los alienigenas. Al espectador siempre le cuesta ver los tripodes en toda su magnificencia ya que nos los muestra a contraluz, reflejados en cristales, entre columnas de humo o simplemente tras un árbol. En pocas ocasiones los vemos a cuerpo entero y con el uso de un sonido ensordecedor, una especie de bocina muy grave, nos anticipa que éstos hacen acto de presencia y es hora de correr.
Hay diversos momentos de la película que son interesantes de analizar. Así, tras la introducción del comienzo, escuchamos un fuerte sonido de grúa de puerto, una gigantesca máquina cuyo sonido nos muestra el poder del ser humano y hasta dónde ha llegado en su industrialización. También el sonido de la grúa recuerda vagamente al de los trípodes en movimiento, un detalle que parece tratar de establecer un paralelismo entre civilizaciones. Luego, durante gran parte de la película oímos ambientes muy silencioso, los diálogos de los protagonistas, muy poca música. Esto nos da la sensación de soledad que envuelve a los protagonistas, lo pequeños y débiles que son frente a la fuerza arrolladora de los trípodes. Pues cuando éstos aparecen todo es caos, gritos y sonido de maquinaria.
Hay un momento destacado, que es el perfecto ejemplo de lo que trato de explicar, en el que los protagonistan se esconden en un sotano mientras por las pequeñas ventanas entran haces de luces y un sonido ensordecedor lo inunda todo. Ni los protagonistas ni el público ven lo que ocurre. Sólo cuando el protagonista sale al exterior descubrimos nada menos que un Boeing 747 estrellado... sólo con el sonido y la luz Spielberg nos ha contado un accidente de avión. Este recurso lo vuelve a usar luego con una batalla entre ejército y trípodes. Aquí solo la oimos de lejos pues una colina tapa lo que ocurre y los protagonistas no pueden verlo. Cierto que vemos pasar aviones, helicópteros, vehículos terrestres y soldados pero no llegamos a ver la batalla hasta que finalmente los trípodes llegan a la colina masacrándolo todo. Nuevamente sonido ambiente como motor de la acción y todo lo que rodea a los protagonistas.
Una pasaje interesante es cuando se refugian en el sotano de Halgan (personaje excéntrico interpretado por Tim Robbins) hacia el final de la peli. Aquí durante media hora no vemos casi nada del exterior pero sí escuchamos y el ambiente sonoro evoluciona desde el silencio post batalla a un sonido de maquinaria industrial constante. Cuando los personajes vuelven al exterior descubren un mundo cambiado, el espectador se sorprende pero lo entiende rapidamente porque el sonido le ha guiado a esa conclusión.
Resumiendo, el sonido nos pone al nivel de los protagonistas haciendo que el resto parezca incontrolable. Ésta es una película en la que los personajes nos son héroes sino simples personas frente a una invasión desigual. Esto hace que los sonidos se desmarquen como un intento de subrayar lo mayúsculo y horrendo, una marea caótica. Así los personajes parecen insignificantes ante los trípodes y cualquier lucha parece inutil.
La música siempre se encuentra en un segundo plano respecto a los efectos sonoros ya que no juega un papel relevante aparte de subrayar algunas situaciones. Así, la oímos en los discursos de Morgan Freeman en off al principio y al final, cuando los trípodes se ponen en movimiento (como una especie de marcha lenta y constante pero abrumadora) o en los momentos de máxima acción. Mención especial tiene el final, en el que todo lo expuesto anteriormente desaparece. Al morir los extraterrestres, el sonido de sus naves se vuelve menos aterrador y visualmente se nos muestran los tripodes con un tipo de luz que los hace menos impresionantes y más débiles. La música se vuelve más épica cuando los humanos comienzan a derribar las naves.
Al terminar su visionado es facil criticar su duración o que no sea la batalla épica que se esperaba, pero no es mala película en absoluto. En la cuestión que nos atañe comprobamos que Spielberg salda con nota la puesta en escena y consigue hacernos pasar un mal rato huyendo de los tripodes, lo que era la intención. Creo que el “cómo” inicial planteado esta más que contestado...
vie
20
jul
2012
Finaliza la oración de la mañana. No hay formas consagradas para todos. Ambiente tenso. El suelo todavía permanece húmedo del rocío.
Así rezaba el primer tuit de @TwitstoriadeEsp el pasado 16 de julio. Como hace ocho siglos, este año la fecha ha coincidido con
un lunes, el mismo día en que tuvo lugar un acontecimiento determinante para la historia de España: la batalla de Las Navas de Tolosa, en la que las tropas cristianas vencieron al Ejército del
califa almohade Muhammad An-Nasir (quizás os suene más como Miramamolín) cerca del municipio jiennense de Santa Elena, en plena Sierra Morena.
Hay quien se empeña en asegurar que, de haber sido otro el final de la contienda, las actuales féminas ibéricas estaríamos en casa, calladitas y con un pañuelo en la cabeza, algo difícilmente
creíble. Para empezar, porque ni siquiera en muchos de los lugares en los que el Islam mantuvo su hegemonía el papel de la mujer se ciñe necesariamente a ese perfil; sobre todo, porque la
historia nos dice que realmente Las Navas no acabaron con los almohades. El imperio sobrevivió una década más y Al-Ándalus, como todos sabemos, no cayó hasta 1492 (desde 1212, echad cuentas). Un
dato más: unos años antes, en 1195, los castellanos sufrieron una estrepitosa derrota en Alarcos (Ciudad Real) y no por ello los musulmanes se quedaron en la Península ad aeternam.
Las Navas, pues, no es relevante porque en ella se salvaran las almas hispanas del moro invasor, como parece que han querido vender desde el Ayuntamiento de La Carolina, localidad que ha asumido
los actos conmemorativos del octavo centenario por encontrarse en su término la pedanía de Navas de Tolosa (único núcleo urbano que comparte nombre con la batalla según el alcalde, Francisco
Gallarín). Dejando a un lado las típicas recreaciones y mercados, los actos institucionales han tenido un marcado carácter católico y militar, obviando a una de las partes que, aun vencida, forma
parte de la historia. Una historia en la que Las Navas supuso el fin de una guerra por el control territorial del centro peninsular, que acabó cuando los cristianos se hicieron con Despeñaperros
(misterioso pastor mediante, de acuerdo con la leyenda).
Pese a todo, el aniversario ha pasado bastante desapercibido. No en la provincia, desde luego, incluso en las regiones implicadas (Andalucía, Castilla-La Mancha, Aragón y Navarra; la presencia
leonesa fue testimonial); tampoco para los amantes de la historia (como los amigos de Twitstoria de España, que crearon el hashtag #ReNavasTolosa y narraron en tiempo real la contienda como si de un acontecimiento actual se tratara). Para el gran público, no obstante, no ha sido precisamente uno de los eventos
del año (como lo fue, merecidamente por supuesto, el bicentenario de la Constitución de Cádiz). Quizás sea dejadez, quizás obsesión por lo políticamente correcto (eso de celebrar que los
cristianos hundieron a los moros no está bonito…). Quién sabe… El caso es que la cosa ha sido como ha sido.
16 de julio. Como hace ocho siglos, este año la fecha ha coincidido con un lunes, el mismo día en que tuvo lugar un acontecimiento determinante para la historia de España: la batalla de Las Navas de Tolosa, en la que las tropas cristianas vencieron al Ejército del califa almohade Muhammad An-Nasir (quizás os suene más como Miramamolín) cerca del municipio jiennense de Santa Elena, en plena Sierra Morena.
Hay quien se empeña en asegurar que, de haber sido otro el final de la contienda, las actuales féminas ibéricas estaríamos en casa, calladitas y con un pañuelo en la cabeza, algo difícilmente creíble. Para empezar, porque ni siquiera en muchos de los lugares en los que el Islam mantuvo su hegemonía el papel de la mujer se ciñe necesariamente a ese perfil; sobre todo, porque la historia nos dice que realmente Las Navas no acabaron con los almohades. El imperio sobrevivió una década más y Al-Ándalus, como todos sabemos, no cayó hasta 1492 (desde 1212, echad cuentas). Un dato más: unos años antes, en 1195, los castellanos sufrieron una estrepitosa derrota en Alarcos (Ciudad Real) y no por ello los musulmanes se quedaron en la Península ad aeternam.
Las Navas, pues, no es relevante porque en ella se salvaron las almas hispanas del moro invasor, como parece que han querido vender desde el Ayuntamiento de La Carolina, localidad que ha asumido los actos conmemorativos del octavo centenario por encontrarse en su término la pedanía de Navas de Tolosa (único núcleo urbano que comparte nombre con la batalla según el alcalde, Francisco Gallarín). Dejando a un lado las típicas recreaciones y mercados, los actos institucionales han tenido un marcado carácter católico y militar, obviando a una de las partes que, aun vencida, forma parte de la historia. Una historia en la que Las Navas supuso el fin de una guerra por el control territorial del centro peninsular, que acabó cuando los cristianos se hicieron con Despeñaperros (misterioso pastor mediante, de acuerdo con la leyenda).
Pese a todo, el aniversario ha pasado bastante desapercibido. No en la provincia, desde luego, incluso en las regiones implicadas (Andalucía, Castilla-La Mancha, Aragón y Navarra; la presencia leonesa fue testimonial); tampoco para los amantes de la historia (como los amigos de Twitstoria de España, que crearon el hashtag #ReNavasTolosa y narraron en tiempo real la contienda como si de un acontecimiento actual se tratara). Para el gran público, no obstante, no ha sido precisamente uno de los eventos del año (como lo fue, merecidamente por supuesto, el bicentenario de la Constitución de Cádiz).
Quizás sea dejadez, quizás obsesión por lo políticamente correcto (eso de celebrar que los cristianos hundieron a los moros no está bonito…). Quién sabe… El caso es que la cosa ha sido como ha sido.
De hecho, la cosa ha sido como es en general para esta batalla, que por hache o por be va desvaneciéndose (o tergiversándose) en la memoria colectiva, haciendo que se desaproveche su auténtico potencial. Porque sí, hay cienes (o decenas) de libros relacionados con la batalla, incluyendo el de un desconocido Francisco Rivas, que ha aprovechado el tirón del octavo centenario para publicar su primera obra, 1212. Las Navas (sí, muy original); hasta Juan Eslava Galán ha ambientado su última novela en Las Navas, porque está feo no responder a una petición de tu tierra (es de Arjona el hombre) y porque él se aprovecha del aniversario y el aniversario de él, que tiene un nombre y un colega tan mediático como Arturo Pérez Reverte para acompañarle a la presentación (hace unos meses, en el Museo de Las Navas de Tolosa).
Decía, pues, que sí, que el salto al papel impreso, como a las crónicas, sí que se ha producido, ¿pero qué me decís del salto a la gran pantalla? Ya lo decía el mencionado autor de Alatriste (al que, en general, y lo siento mucho por los acérrimos lectores, no soporto en sus formas, pero en esto tengo que darle toda la razón, sin que sirva de precedente) en un artículo que publicó en XLSemanal el 12 de julio de 2010: “¿Imaginan la película? ¿Imaginan ese material en manos de ingleses, o norteamericanos? Supongo que sí. Pero tengan la certeza de que, en este país imbécil, acomplejado de sí mismo, no la rodará ninguna televisión, ni la subvencionará jamás ningún ministerio de Educación, ni de Cultura”.
Aquí nos topamos, de nuevo, con la duda de si se trata de dejadez, obsesión por lo políticamente correcto… Quién sabe… Lo que sí sabemos es que, aunque no todo el cine español gira en torno a la Guerra Civil, sí lo hace buena parte de él, olvidándose de otros episodios a los que se puede sacar muchísimo jugo. No somos muy dados al cine histórico, y tenemos lo esencial: escenarios impresionantes y buenos argumentos.
En cuanto a lo primero, a los tremendos paisajes (desde el desierto almeriense a los lagos de Covadonga, por ejemplo) se unen construcciones no siempre muy conocidas que atestiguan el paso de distintas culturas y civilizaciones (sin ir más lejos, Jaén cuenta con una de las mayores concentraciones de fortalezas de Europa). Respecto a lo segundo, no hay más que abrir un libro de historia. ¿Qué quieres? ¿Fenicios? ¿Romanos? Tal vez seas más de cartagineses… Y los moros… Qué pedazo de películas se podrían hacer sobre moros y cristianos, desde comedias románticas hasta largos bélicos, con acero, sangre y vísceras (a eso le suman traiciones, sexo y dragones y tienes Juego de tronos. ¿Qué más se puede pedir?).
El problema, por tanto, no son los escenarios ni los argumentos. Tampoco los actores, porque entre tanto machito de torso pétreo y verso incomprensible hay un buen puñado de buenos profesionales, como también los hay en el resto de campos (directores, técnicos, etc.). ¿Hablamos entonces de pasta? Pse… No sé yo qué decir… Alatriste contó con 25 millones de euros de presupuesto que no sirvieron más que para crear una abominación sin sentido. Es verdad que, pese a todo, aquella peli era rentable de partida, porque se contaba con la complicidad de los adeptos a las novelas, que son muchos. Sin embargo, yo soy de la opinión de que el interés es relativo, y puede despertarse contando una buena historia. El dinero no remedia un mal guión, pero un buen argumento puede compensar otras carencias. Bueno, a Mario Casas puede que no, a menos que vaya a un logopeda…
De hecho, la cosa ha sido como es en general para esta batalla, que por hache o por be va desvaneciéndose (o tergiversándose) en la memoria colectiva, haciendo que se desaproveche su auténtico
potencial. Porque sí, hay cienes (o decenas) de libros relacionados con la batalla, incluyendo el de un desconocido Francisco Rivas, que ha aprovechado el tirón del octavo centenario para
publicar su primera obra, 1212. Las Navas (sí, muy original); hasta Juan Eslava Galán ha ambientado su última novela en Las Navas, porque está feo no responder a una petición de tu
tierra (es de Arjona el hombre) y porque él se aprovecha del aniversario y el aniversario de él, que tiene un nombre y un colega tan mediático como Arturo Pérez Reverte para acompañarle a la
presentación (hace unos meses, en el Museo de Las Navas de Tolosa).
Decía, pues, que sí, que el salto al papel impreso, como a las crónicas, sí que se ha producido, ¿pero qué me decís del salto a la gran pantalla? Ya lo decía el mencionado autor de Alatriste (al
que, en general, y lo siento mucho por los acérrimos lectores, no soporto en sus formas, pero en esto tengo que darle toda la razón, sin que sirva de precedente) en un artículo que publicó en
XLSemanal el 12 de julio de 2010: “¿Imaginan la película? ¿Imaginan ese material en manos de ingleses, o norteamericanos? Supongo que sí. Pero tengan la certeza de que, en este país imbécil,
acomplejado de sí mismo, no la rodará ninguna televisión, ni la subvencionará jamás ningún ministerio de Educación, ni de Cultura”.
Aquí nos topamos, de nuevo, con la duda de si se trata de dejadez, obsesión por lo políticamente correcto… Quién sabe… Lo que sí sabemos es que, aunque no todo el cine español gira en torno a la
Guerra Civil, sí lo hace buena parte de él, olvidándose de otros episodios a los que se puede sacar muchísimo jugo. No somos muy dados al cine histórico, y tenemos lo esencial: escenarios
impresionantes y buenos argumentos.
En cuanto a lo primero, a los tremendos paisajes (desde el desierto almeriense a los lagos de Covadonga, por ejemplo) se unen construcciones no siempre muy conocidas que atestiguan el paso de
distintas culturas y civilizaciones (sin ir más lejos, Jaén cuenta con una de las mayores concentraciones de fortalezas de Europa). Respecto a lo segundo, no hay más que abrir un libro de
historia. ¿Qué quieres? ¿Fenicios? ¿Romanos? Tal vez seas más de cartagineses… Y los moros… Qué pedazo de películas se podrían hacer sobre moros y cristianos, desde comedias románticas hasta
largos bélicos, con acero, sangre y vísceras (a eso le suman traiciones, sexo y dragones y tienes Juego de tronos. ¿Qué más se puede pedir?).
El problema, por tanto, no son los escenarios ni los argumentos. Tampoco los actores, porque entre tanto machito de torso pétreo y verbo incomprensible hay un buen puñado de buenos profesionales,
como también los hay en el resto de campos (directores, técnicos, etc.). ¿Hablamos entonces de pasta? Pse… No sé yo qué decir… Alatriste contó con 25 millones de euros de presupuesto que
no sirvieron más que para crear una abominación sin sentido. Es verdad que, pese a todo, aquella peli era rentable de partida, porque se contaba con la complicidad de los adeptos a las novelas,
que son muchos. Sin embargo, yo soy de la opinión de que el interés es relativo, y puede despertarse contando una buena historia. El dinero no remedia un mal guión, pero un buen argumento puede
compensar otras carencias. Bueno, a Mario Casas puede que no, a menos que vaya a un logopeda…
dom
15
jul
2012
Xena también se convirtió, con el andar de los capítulos, en una serie completamente intertextual e inserta en el imaginario freak y el mundillo del fandom. Además, el supuesto "subtexto" lésbico, que la convirtió en serie de culto para el colectivo homosexual estadounidense y de todo el mundo, dio lugar a piruetas curiosas. Por ejemplo, cuando la diosa Atenea hizo su aparición en la serie, fue como antagonista y luciendo una armadura dorada semejante a la de Sailor Galaxia, villana de Sailor Moon, el anime y manga de género shojo también célebre por la ambigüedad sexual –mucho mejor tolerada por la ficción japonesa y su público– de algunas de sus heroínas, muy especialmente la Sailor Urano, que prefiere vestirse y peinarse como un hombre a tiempo completo, creando toda clase de ¿simpáticos? malentendidos.
Igualmente es célebre el número #16 del volúmen #3 de la serie de cómics norteamericana Strangers in paradise. Este tebeo por entregas, obra del guionista y
dibujante Terry Moore –autor con una larga experiencia en televisión a sus espaldas–, se inserta en el género conocido en EEUU como slice of life, especializado en narrar escenas más
bien cotidianas en las vidas de sus personajes sin mucho más argumento que las relaciones entre estos, y narra las vicisitudes sentimentales de la sensible y muy maltratada por sus múltiples
exnovios Francine, su compañera de piso, mejor amiga desde el instituto Katchoo, enamorada de ella hasta las trancas nada en secreto, y David, un pretendiente de la coprotagonista que surge al
comienzo de la serie.
Hay que tener muy claro que Xena: Warrior Princess es una serie que interactuó constantemente con su propio fandom de manera mucho más directa de lo que puedan haberlo hecho recientemente, a pesar de su supuesta mayor accesibilidad, series como Lost o Héroes, por no salir del medio televisivo. Célebre es el caso de la escritora Melissa Good, autora de diversos fanfictions "Uber", que acabó guionizando dos capítulos de la sexta y última temporada.
Hay que señalar que por cada estudio que define a Xena como heroína feminista hay otro que la califica de objeto sexual, muy en la línea de las mencionadas Wonder Woman y Red Sonja, cuyos vestuarios imposibles las sitúan mejor para ser contempladas por el público masculino que tomadas como ejemplo por el femenino. Otra cosa es si tomamos el potencial "revolucionario" de la serie en estar dirigido a un público femenino homosexual, que pueda por igual tomar a las protagonistas como modelos, o al menos aferrarse a ellas como representación "normalizada" de las relaciones lésbicas, al mismo tiempo que las contempla como objetos sexuales sin que ello le suponga ninguna contradicción.
La propia Xena: Warrior princess juega al "uber" en el capítulo Deja vu all over again, que cerró la cuarta temporada de la serie, donde asistimos a las reencarnaciones de Xena, Gabrielle y Joxer en la actualidad, sólo que con el alma de Xena en un cuerpo de hombre, lo que da para otro beso entre las protagonistas. El capítulo, de 1999, fue una broma paralela a otro de la serie madre, Hercules, titulado For Those of You Just Joining Us..., en el que los actores del reparto aparecían interpretando a los productores de la serie (y decidiendo si la cancelaban o no). El antes mencionado capítulo del cómic Strangers in paradise sería una pirueta "uber", por ser precisamente un "uber" de los personajes de Sip trasladado al universo de Xena, pero al mismo tiempo señala los paralelismos de estos como "uber" del trío principal Xena-Gabrielle-Joxer. Los escritores de fanfictions sobre Xena: Warrior princess, además, son llamados "bardos" o "rookers" en honor a la aedo aprendiz Gabrielle.
lun
02
jul
2012
Fueron los griegos los que lo inventaron, como casi todo. Me refiero al recurso narrativo del deus ex machina, expresión que se refiere al hecho de que, en una narración de cualquier tipo, sea literaria, dramática o audiovisual, hacer aparecer al final de la historia un recurso de carácter más o menos sobrenatural que resuelve la historia. El uso de este término es válido cuando esa resolución procede, por así decir, de algún tipo de explicación que los autores se han sacado de la manga, y que no guarda relación aparente con la historia que se nos estaba contando. Si el final de una historia es sorprendente, pero, de alguna manera, los autores nos han dado pistas a lo largo de su desarrollo (una técnica narrativa que se llama “diseminación recolectiva”) de que los tiros podían ir por ahí, no pasa nada, se trata de una resolución perfectamente válida. Pero cuando, de repente y sin aviso de ningún tipo, un elemento externo al universo de la narración en la que nos hallamos inmersos aparece y resuelve la historia, entonces nos hallamos frente a un clarísimo deus ex machina.
En la antigüedad clásica, este recurso fue así bautizado de manera literal: “dios desde la máquina”, puesto que los complejos argumentos se resolvían gracias a una deidad del panteón griego que descendía, gracias a un complejo sistema de arneses (la máquina) y revelaba a los protagonistas lo que necesitaban saber, cambiaba las situaciones para que se resolvieran favorablemente, juzgaba benévolamente a los protagonistas… Hoy en día, los deus ex machina se han vuelto algo más complejos y sofisticados. Algunos son muy burdos y evidentes (“Los Serrano era un sueño de Resines”), otros están bien disimulados y otros, como el que aquí me ocupa, son recurrentes en el tiempo y llegan a ponerse de moda (existen las modas cinematográficas, como la apocalíptica, o la de las invasiones extraterrestres, que ahora atravesamos con mayor o menor fortuna: Cloverfield, Super 8, Skyline (¡puaj!), Extraterrestre, Attack the block, Battle L.A., …). Me refiero al recurso de la esquizofrenia, que en tantas y tantas películas recientes hemos visto utilizada como mecanismo fácil para resolver un argumento enrevesado. Huelga decir que lo que sigue está llenito de spoilers…
Por supuesto, la más famosa película en utilizar este recurso fue Una mente maravillosa (A beautiful mind), el equivalente a El sexto sentido en sentar cátedra en cuanto a formas narrativas que después se repetirían. Todos conocemos, tras esta película, la historia del socialmente inadaptado matemático John Nash, posteriormente galardonado con el Premio Nobel. Más allá de la magnífica banda sonora de James Horner, una de las escenas sobre teoría matemática más divertidas que recuerdo, o de las omisiones y edulcoradas visiones sobre su biografía que nos ha dado Hollywood (¿pero por qué dejar que la verdad estropee una buena historia?), el principal problema de esta película es que, para un público no familiarizado con el personaje, la esquizofrenia irrumpe de repente y modifica por completo la historia que se nos estaba contando, que pasa de tratarse de un retrato de un personaje curioso a un film de misterio y conspiraciones, para acabar como un drama bastante sensiblero. Lo bueno de Una mente maravillosa, su acierto y lo que la aleja de las tramas de misterio que se sucedieron después sin criterio alguno, es que sí que nos da pistas, sí que tiene un cierto desarrollo lógico que nos permite, al menos, dudar de lo que está pasando, o, al menos, darnos cuenta al final de que algo deberíamos haber intuido, desde el aspecto físico del personaje a… bueno, a esto:
A raís de este más o menos ilustre precedente, y bebiendo con grandes distancias de una de las mejores novelas de Agatha Christie, que asienta las bases de la narración falseada en convertir al personaje protagonista en asesino (si NO QUIERES que te estropee el final de, como decía, una de sus mejores novelas, NO PINCHES en este enlace), numerosas películas que utilizaban la esquizofrenia, cinematográficamente entendida y a veces mezclada con el síndrome de personalidad múltiple, o traducida sencillamente en “esto no es real, el personaje se lo imaginaba todo”, comenzaron a surgir, convirtiendo el inicial golpe de efecto en un truco que invalidaba toda la película anterior. Porque, ya está bien, a quién queremos engañar. Si todo era mentira, ¿cómo va a importarme? Posteriormente, surge una variante más, con rasgos propios, en la película de misterio. Hasta tres ejemplos se me vienen a la cabeza: Identidad, El número 23 y más recientemente Detrás de las paredes. Todas tienen algo en común: un asesino que no sabe que lo es. La primera, mucho más burda, es una especie de Diez negritos malogrado, en el que la inverosímil historia (varias personas con la misma fecha de nacimiento y otros elementos en común, todos igualmente bizarros, se encuentran en un motel de carretera y, claro, empiezan a morir de maneras ingeniosamente desagradables) recurre al truco de la personalidad múltiple. Al final todo era mentira, de nuevo, y la historia que a duras penas hemos visto ha sucedido en realidad en la mente de un asesino en serie mentalmente enfermo (valga la redundancia).
Algo más estructurada, bastante más predecible y más cansina, por sus pretensiones, es El número 23, protagonizada por un Jim Carrey que aún intentaba escapar de su destino (mucho mejor estuvo en I love you Philip Morris, que casi nadie vio). Bajo la premisa (¿?) de que todos los grandes acontecimientos trágicos de la historia han estado de alguna manera relacionados con el número 23, nos encontramos con una trama de misterio en la que un personaje se encuentra con un libro acerca de un personaje (sic) que se obsesiona con estas coincidencias, hasta acabar cometiendo un asesinato. Finalmente, y por supuesto (quién lo dudaba…), descubrimos que Jim Carrey era el asesino. De hecho, entre crimen y cálculo él mismo escribió el libro, fue internado, se curó, lo olvidó todo, se casó y se encontró con su propio libro. ¿Alguien ha exclamado “qué enorme casualidad”? El problema no está sólo en la enorme inverosimilitud de la propuesta, que como entretenimiento todavía podría valer, sino en que encima, nos están engañando. El número 23 no tiene ninguna importancia en la trama, es un mero pretexto para presentar otro caso de El asesino era yo, y ni siquiera me acordaba. Posteriormente una película más reciente, traducida en España como Detrás de las paredes, me parece que sigue la misma premisa. No la he visto, pero juzguen ustedes mismos por el tráiler. Lo bueno es que parece que aquí nadie intenta engañarnos.
Entre todas esas tramposas historias de misterio hay una que sí tiene interés, por varios motivos: Ventana secreta, dirigida por David Koepp. En primer lugar, esta basada en una novella de Stephen King, Secret window, secret garden. La historia es la siguiente: el escritor Mort Raney-Johnny Depp está recuperándose de su traumático divorcio en una aislada casita en el campo, cuando un misterioso y muy sureño John Turturro (Shooter) aparece en su puerta y comienza a acusarle de haberle robado una historia. Trouble ensues. Aparte del alarmante número de historias cortas o novelas de Stephen King que están protagonizadas por escritores que, de un modo u otro, se vuelven locos, (alguien debería hablar con ese hombre), es una película interesante.
Para empezar, no se nos engaña. La progresión es relativamente lógica, nunca confiamos del todo en la salud mental del prota, y hay pistas a lo largo de toda la historia de lo que puede estar pasando (el juego de espejos…). El mismo trailer nos da una de ellas constantemente (“lo importante es el final, lo importante es el final”; en este caso, el final no destruye lo que hemos visto, sino que le da un nuevo sentido), e incluso el título, que con algo de retintín alude a esas “ventanas secretas” en la mente del escritor.
Pero es que además la historia es buena. Ya lo era en la versión escrita, pero, algo muy raro en mí, me inclino más por la película, que tiene un final mucho más valiente, y acaba como tal vez debería haber acabado la novella. Para empezar, King añade algunos (muy pocos) elementos sobrenaturales, mientras que en la película toda la responsabilidad recae sobre Mort Raney, y es, hasta cierto punto, realista. En fin, no os voy a contar el final. No, no os lo he estropeado. Aún podéis sorprenderos.
¿Cuál es la conclusión? Que los deus ex machina son aceptables, siempre que A) No tomes al espectador por inepto y B) Me des pistas. Sí, pistas. Incluso en el Sexto Sentido hay pistas, y si no me creéis atentos al estratégico plano de Bruce Willis en el minuto 1:03 de este vídeo. ¿Casualidad? No lo creo.
El problema está en cuando este recurso, que en alguna ocasión fue original y ya no puede estar más visto, se utiliza para resolver una trama que, o “es un sueño”, o “pasó en tu mente”, o eso no hay dios que lo cierre. Es sólo un truco narrativo, muchas veces injustificable, que acaba cabreando al espectador. El primero de muchos. Avisados quedáis.
mar
26
jun
2012
Estos días se estrena una de esas películas que dada su procedencia generan cierto escepticismo al público desconocedor de su intra-historia. Alfonso Sánchez y Alberto López son dos humoristas sevillanos muy conocidos en las redes sociales. La estructura de sus trabajos es simple: unos cortometrajes de alrededor de 10 minutos en los que dos personajes charlan sobre la situación actual de la sociedad. Su magia radica en la creación de unos personajes hilarantes y unos guiones magistrales en los que predominan el humor local y la crítica más mordaz. Los compadres (sevillanos capillitas de pura cepa), y el Culebra y el Cabesa (canis: esa nueva rama de la sociedad juvenil transgresora que hace de la violencia su principal arma de persuasión) son sus personajes más reconocidos y aplaudidos. La pregunta que todos se hacen es: ¿puede hacerse un largometraje de esto? La respuesta está en los cines actualmente, e invito a todo el mundo a arriesgarse a verla, pues merece la pena.
#El Mundo es Nuestro es una película curiosa y pequeña (pequeña en duración, una hora y media, y pequeña en presupuesto). Puede enorgullecerse de ser la primera película estrenada en cines que ha sido financiada en parte por el sistema “crowdfunding” (donaciones particulares, es decir, el espectador tiene la posibilidad de invertir en un producto que le gusta), un sistema creado recientemente como alternativa a los actuales modelos de financiación. Al no ser un sistema consolidado tiene sus inconvenientes: no genera los suficientes fondos para crear un producto que compita con otros presupuestos. Esto, en este caso, se suple con pasión y fe en un gran guión humorístico que no da tregua al espectador y con una gran difusión por las redes sociales en las que este dúo se ha erigido como maestros del poder de convocatoria.
Ahora me gustaría contaros un poco de mi experiencia y aportación a esta película. El problema es que no quiero destriparos nada. De los FX visuales se ha encargado la empresa Background 3D, de la que formo parte, y nuestra aportación se ha centrado principalmente en correcciones de fallos en el rodaje: intrusión de micrófonos, reflejos no deseados o estabilizar el movimiento de cámara. Pero ha habido otros muchos auspiciados por exigencias de guión: insertar emisiones de TV en pantallas, algún que otro disparo de arma de fuego, recreación de zonas interiores vistas desde exteriores y clonación de multitudes, todos estos limitados por el presupuesto y el tiempo destinado a su ejecución. Alrededor de 160 planos con FX en apenas un mes.
¿A qué viene este pequeño resumen de datos? Pues a que el caso es perfecto para hablar de esos FX que el espectador no llega a ver y son igual o más importantes que los que inundan las salas con explosiones o seres imaginarios. En #El Mundo es Nuestro hay fallos, como en cualquier producción. Micrófonos que se cuelan o reflejos de los equipos de grabación en cristales, son fallos que, por problemas de agenda, se toma la decisión de arreglar en postproducción. Personalmente lo he vivido en mis carnes, la expresión de “se arregla en postpo...” en algunos casos es desesperante. Muchas veces, sobre todo en pequeñas producciones, no se cuenta con expertos de FX que asesoren durante el rodaje, esto genera “fallos” que podrían haber sido evitados, o el simple hecho de que un asesoramiento a tiempo simplificaría muchísimo los retoques digitales. Pero errar es humano y siempre existirán cosas que retocar, aún cuando no sean fallos.
Las series de televisión de hoy en día, sobre todo las que transcurren en la actualidad y en lugares reales, como CSI, Monk o Betty la Fea (versión norteamericana), tienen sus raciones de FX donde jamás creeríamos que hay. Hablamos de producciones con cientos de localizaciones y muchas veces se opta por grabar en los estudios y con la utilización de cromas (pantallas verdes) sustituir los fondos y de esta manera integrar a los actores en lugares reconocibles para el espectador. Mucho más barato, porque ruedas sin moverte de casa. En serio, lo de Betty la Fea es impresionante...
Y luego están los FX que vemos pero no los catalogamos como tales por la sencilla razón de que los tenemos tan asumidos por narrativa que no les prestamos atención. Me refiero, por ejemplo, a integrar emisiones de TV en la pantalla del salón del protagonista (el actor realmente mira una pantalla apagada pero por magia del cine nosotros lo vemos a él viendo su programa favorito o una invasión alien), o los disparos de armas de fuego (Bruce Willis se lo pasa pipa matando malos en la ficción en Jungla de Cristal pero sus armas son de fogueo, hoy día, además, le añadimos fuego digital a los cañones para darles “realismo”). Si el protagonista observa por la mirilla de su rifle o de la puerta de su casa, nosotros vemos lo que él ve, incluso con la deformación de lente resultante de mirar por allí... falso también.
Como vemos, en el cine actual muy pocos planos de cualquier producción audiovisual están exentos de FX. Esto en ningún caso puede ser una crítica negativa pues el retoque del fotograma en postproducción se lleva realizando desde Méliès. Hay que verlo como algo necesario, los FX que no se ven vienen a ser los acentos en la escritura y como tales hay que tenerlos en cuenta.
mié
20
jun
2012
Estoy segura de que la mayoría de vosotros reconocería esta silueta en cualquier parte. Efectivamente, es Mary Poppins, la extraordinaria niñera que ha marcado la infancia de varias generaciones
a ambos lados del Atlántico. Un personaje que ha saltado a la palestra en las últimas semanas de la mano de un proyecto que parece muy prometedor. Se trata de Saving Mr Banks, una película que pretende contar la odisea que fue para Walt Disney llevar al cine a la protagonista de las
novelas de P.L. Travers.
Sí, habéis leído bien. Aunque en España no son especialmente conocidas, existe una serie de novelas juveniles que fueron muy populares entre los zagales angloparlantes de los años 30, 40 y 50 del
siglo XX (hubo alguna más después, pero vino casi a rebufo de la película); historias que el bueno de Walt descubrió en la mesilla de su hija y que inmediatamente decidió llevar a la gran
pantalla. Casi puedo imaginármelo, completamente absorto mientras venía a su cabeza una escena llena de color, personajes sonrientes y canciones (léase esto imaginando un bocadillo-pensamiento
saliendo de la mollera de Walt).
Estoy segura de que la mayoría de vosotros reconocería esta silueta en cualquier parte. Efectivamente, es Mary Poppins, la extraordinaria niñera que ha marcado la infancia de varias generaciones a ambos lados del Atlántico. Un personaje que ha saltado a la palestra en las últimas semanas de la mano de un proyecto que parece muy prometedor. Se trata de Saving Mr Banks, una película que pretende contar la odisea que fue para Walt Disney llevar al cine a la protagonista de las novelas de P.L. Travers.
Sí, habéis leído bien. Aunque en España no son especialmente conocidas, existe una serie de novelas juveniles que fueron muy populares entre los zagales angloparlantes de los años 30, 40 y 50 del siglo XX (hubo alguna más después, pero vino casi a rebufo de la película); historias que el bueno de Walt descubrió en la mesilla de su hija y que inmediatamente decidió llevar a la gran pantalla. Casi puedo imaginármelo, completamente absorto mientras venía a su cabeza una escena llega de color, personajes sonrientes y canciones (léase esto imaginando un bocadillo-pensamiento saliendo de la mollera de Walt).
Pero, por mucho que ese señor fuese Walt Disney y su compañía fuera ya entonces algo bastante parecido a un imperio, la empresa no iba a ser tarea fácil. Helen (que así se llamaba en realidad Pamela Lyndon Travers, quien normalmente usaba las siglas para ocultar su nombre de mujer) no estaba dispuesta que su Mary se convirtiera en un monigote de esos que tanto gustaban a Disney y los suyos. Así, cuando la compañía intentó comprar los derechos en 1944 (la primera novela se publicó una década antes), la respuesta fue un rotundo no. Mary Poppins no sería una “caricatura animada”.
Sin embargo, ya en los sesenta, Travers (que había adoptado como apellido el nombre de pila de su padre) cedió, con la condición de conservar su derecho de aprobación. ¿Creéis que tuvo realmente capacidad de decisión en el proyecto? Obviamente, no. De hecho, dicen incluso que no fue invitada al estreno, pero que consiguió colarse a pesar de todo, para acabar horrorizada con el resultado. Sea verdad o leyenda, y por muy maravillosa que a una servidora le parezca la versión cinematográfica, lo cierto es que no es de extrañar que a la autora no le gustara lo que la productora hizo con su personaje y que no volviera a venderle derechos para adaptar más novelas.
Actriz, periodista y novelista, Helen (nacida en Australia) creó, basándose en una señora que conoció durante su infancia, a una Mary Poppins mucho más dura que la estricta, pero dulce a fin de cuentas protagonista de la peli de Disney. La original es menos guapa, más orgullosa (si cabe), más sarcástica y mucho más arisca, hasta el punto de que llama la atención que los niños lleguen a cogerle tanto cariño. Y eso es otra, los niños; Jane y Michael Banks tienes dos hermanos mellizos más pequeños que ellos, John y Barbara, que supongo que eliminaron porque, al ser bebés, daban poco juego.
También se cargaron al jardinero y algún que otro secundario más, dándole mucho más protagonismo al Almirante Boom y, sobre todo, a Bert, que en el primero de los libros es descrito, exclusivamente, como vendedor de cerillas o pintor de aceras, según el tiempo (la tensión sexual se palpa en ambos casos, que no me lo niegue nadie).
¿Por qué un tipo que sale en un solo capítulo se convierte en co-protagonista del film? ¿Por qué este bi-empleado se convierte en pluriempleado? ¿Por qué de un tiempo de autobuses se traslada la historia a un tiempo de coches de caballos? ¿Por qué un camarero rígido y un pingüino solitario se fusionan para convertirse en una cohorte de pingüinos-camarero que idolatran a Mary Poppins (que, por cierto, según Travers es prima hermana por parte de madre de una serpiente cascabel… Ahí lo dejo)?
Los cambios no son fortuitos, ni inocentes, claro está. Algunos responden al lenguaje audiovisual: una historia escrita no puede ser contada de la misma forma que una historia filmada. Hasta ahí estamos de acuerdo, pero también podemos estarlo en que muchas de esas modificaciones acaban desvirtuando al personaje. La Mary Poppins de Travers no es una “heroína encantadora”, como describía a la de imagen real el tráiler original de 1964. Dudo mucho que fuese una heroína y tengo clarísimo que no era encantadora (“¡Qué ocurrencia!”, diría ella misma si pudiera leer eso). La literaria es mucho más desconcertante que la de Julie Andrews, y dudo mucho que se le ocurriera cantar, aunque sí contaba con algunos de los elementos más característicos del mito Disney: iba y venía con el viento, tenía un jarabe que cambia de sabor, llevaba consigo un gran bolso “vacío” y una paraguas cuyo mango era una cabeza de pájaro (que no hablaba, por cierto) y usaba un sombrero con margaritas (aunque no siempre, porque su coquetería la hacía cambiar de vestimenta a menudo).
Lo de Bert, supongo, es por dar un contrapunto a la estirada de Mary con un personaje divertido, más humano y que sirve de excusa para subir a los tejados para ponerse a bailar como locos con la canción que los hermanos Richard M. Y Robert B. Sherman (que compusieron 37 temas de los que se usaron finalmente 14) se llevaron el Oscar. Lo que me cuesta más entender, sobre todo teniendo en cuenta lo que es la tónica habitual en Disney, es por qué la amantísima madre se convierte en el cine en sufragista. No es propio de esta compañía meterse en berenjenales políticos, aunque bien es verdad que, en el momento del estreno, el voto femenino es algo ya muy superado. Quizás sea sólo una manera de ubicar la historia en el tiempo, o de dotar a la progenitora de un factor que la convierte en más alocada aún de lo que se le supone en los libros, como contrapunto con el padre, bastante más presente en el largometraje, tal vez para darle al mismo un punto más familiar e, incluso, aleccionador.
Puede que alguno de estos misterios se desvelen en Saving Mr Banks, si finalmente el proyecto llega a buen puerto. O no, porque ya sabemos cómo es esto de las licencias cinematográficas (que se lo digan a P.L. Travers…). De momento se sabe que el tejano John Lee Hancock (director de la última revisión de El Álamo) estará a cargo del proyecto, que contará con Tom Hanks para dar vida a Walt Disney y Emma Thompson para hacer de la escritora. También se ha hablado de Colin Farrell y alguno más, pero todo está muy en el aire. Lo que tengo claro es que David Tomlinson no podrá encarnar de nuevo al señor Banks, como apunta IMDB. Más que nada, porque falleció en el año 2000 y sería raro… No sabemos quién será Mary Poppins. Eso sí: ha de ser prácticamente perfecta en todo.
Continuará…
Penelope Cleese
Pero, por mucho que ese señor fuese Walt Disney y su compañía fuera ya entonces algo bastante parecido a un imperio, la empresa no iba a ser tarea fácil. Helen (que así se llamaba en realidad
Pamela Lyndon Travers, quien normalmente usaba las siglas para ocultar su nombre de mujer) no estaba dispuesta a que su Mary se convirtiera en un monigote de esos que tanto gustaban a Disney y
los suyos. Así, cuando la compañía intentó comprar los derechos en 1944 (la primera novela se publicó una década antes), la respuesta fue un rotundo no. Mary Poppins no sería una “caricatura
animada”.
Sin embargo, ya en los sesenta, Travers (que había adoptado como apellido el nombre de pila de su padre) cedió, con la condición de conservar su derecho de aprobación. ¿Creéis que tuvo realmente
capacidad de decisión en el proyecto? Obviamente, no. De hecho, dicen incluso que no fue invitada al estreno, pero que consiguió colarse a pesar de todo, para acabar horrorizada con el resultado.
Sea verdad o leyenda, y por muy maravillosa que a una servidora le parezca la versión cinematográfica, lo cierto es que no es de extrañar que a la autora no le gustara lo que la productora hizo
con su personaje y que no volviera a venderle derechos para adaptar más novelas.
Actriz, periodista y novelista, Helen (nacida en Australia) creó, basándose en una señora que conoció durante su infancia, a una Mary Poppins mucho más dura que la estricta, pero dulce a fin de
cuentas, protagonista de la peli de Disney. La original es menos guapa, más orgullosa (si cabe), más sarcástica y mucho más
arisca, hasta el punto de que llama la atención que los niños lleguen a cogerle tanto cariño. Y eso es otra, los niños; Jane y Michael Banks tienes dos hermanos mellizos más pequeños que ellos,
John y Barbara, que supongo que eliminaron porque, al ser bebés, daban poco juego.
También se cargaron al jardinero y algún que otro secundario más, dándole mucho más protagonismo al Almirante Boom y, sobre todo, a Bert, que en el primero de los libros es descrito,
exclusivamente, como vendedor de cerillas o pintor de aceras, según el tiempo (la tensión sexual se palpa en ambos casos, que no me lo niegue nadie).
¿Por qué un tipo que sale en un solo capítulo se convierte en co-protagonista del film? ¿Por qué este bi-empleado se convierte en pluriempleado? ¿Por qué de un tiempo de autobuses se
traslada la historia a un tiempo de coches de caballos? ¿Por qué un camarero rígido y un pingüino solitario se fusionan para convertirse en una cohorte de pingüinos-camarero que idolatran a Mary
Poppins (que, por cierto, según Travers es prima hermana por parte de madre de una serpiente cascabel… Ahí lo dejo)?
Los cambios no son fortuitos, ni inocentes, claro está. Algunos responden al lenguaje audiovisual: una historia escrita no puede ser contada de la misma forma que una historia filmada. Hasta ahí
estamos de acuerdo, pero también podemos estarlo en que muchas de esas modificaciones acaban desvirtuando al personaje. La Mary Poppins de Travers no es una “heroína encantadora”, como describía
a la de imagen real el tráiler original de 1964. Dudo mucho que fuese una heroína y tengo clarísimo que no era encantadora (“¡Qué ocurrencia!”, diría ella misma si pudiera leer eso). La literaria
es mucho más desconcertante que la de Julie Andrews, y dudo mucho que se le ocurriera cantar, aunque sí contaba con algunos de los elementos más característicos del mito Disney: iba y venía con
el viento, tenía un jarabe que cambia de sabor, llevaba consigo un gran bolso “vacío” y un paraguas cuyo mango era una cabeza de pájaro (que no hablaba, por cierto) y usaba un sombrero con
margaritas (aunque no siempre, porque su coquetería la hacía cambiar de vestimenta a menudo).
Lo de Bert, supongo, es por dar un contrapunto a la estirada de Mary con un personaje divertido, más humano y que sirve de excusa para subir a los tejados y ponerse a bailar como locos con la
canción con la que los hermanos Richard M. Y Robert B. Sherman (que compusieron 37 temas de los que se usaron finalmente 14) se llevaron el Oscar. Lo que me cuesta más entender, sobre todo
teniendo en cuenta lo que es la tónica habitual en Disney, es por qué la amantísima madre se convierte en el cine en sufragista. No es propio de esta compañía meterse en berenjenales políticos,
aunque bien es verdad que, en el momento del estreno, el voto femenino es algo ya muy superado. Quizás sea sólo una manera de ubicar la historia en el tiempo, o de dotar a la progenitora de un
factor que la convierte en más alocada aún de lo que se le supone en los libros, como contrapunto con el padre, bastante más presente en el largometraje, tal vez para darle al mismo un punto más
familiar e, incluso, aleccionador.
Puede que alguno de estos misterios se desvelen en Saving Mr Banks, si finalmente el proyecto llega a buen puerto. O no, porque ya sabemos cómo es esto de las licencias cinematográficas
(que se lo digan a P.L. Travers…). De momento se sabe que el tejano John Lee Hancock (director de la última revisión de El
Álamo) estará a cargo del proyecto, que contará con Tom Hanks para dar vida a Walt Disney y Emma Thompson para hacer de la escritora. También se ha hablado de Colin Farrell y alguno más,
pero todo está muy en el aire. Lo que tengo claro es que David Tomlinson (estafadorzuelo de pacotilla en La bruja novata) no podrá encarnar de nuevo al señor Banks, como apunta IMDB. Más que nada, porque falleció en el año 2000 y
sería raro… No sabemos quién será Mary Poppins. Eso sí: ha de ser prácticamente perfecta en todo.
Continuará…
Penelope Cleese
penny.cleese@gmail.com
jue
14
jun
2012
M. Night Shyamalan (Pondicherry, India, 1970). Director y guionista nacido en India pero criado en Pennsylvania, EEUU, tiene una nominación al Oscar por la película que le dio la fama, su tercer filme, The Sixth Sense (1999). Admirador convicto y confeso de Alfred Hitchcock, al que imita incluso en los cameos de sus filmes, su carrera ha sido una montaña rusa en cuanto a éxito de crítica o público (nos atrevemos a decir que en cuestiones creativas tiene unas pautas muy constantes y reconocibles) y genera tantos filias como fobias. Su último estreno fue la muy comercial y fuera de sus estándares The Last Airbender (2010) y ahora prepara con Will Smith After Earth. En Continuará... nos preguntamos cuál es su mejor película.
(Atención: Este artículo está lleno de spoilers. Spoilers gordísimos, de los de reventar las películas y quitarles toda la gracia).
The Sixth Sense (1999)
LA MEJOR PELÍCULA DE M. NIGHT SHYAMALAN ES... El sexto sentido.
Bruce Willis está muerto. Siento mucho haber reventado el final a aquellos que hayan vivido en un refugio nuclear o en la última tribu amazónica aislada durante esta última década (larga), pero es así y ése es, precisamente, el principal motivo por el que defiendo que El sexto sentido (1999) es la mejor película de Shyamalan. Es cierto que, una vez que la has visto, la historia pierde casi toda la gracia. El tipo era un fantasma y, cuando uno se sienta sabiéndolo, es imposible no ver las pistas que el indio, emulando a Pulgarcito, nos había ido dejando en el camino. De hecho, no quiero ni imaginar lo que tiene que ser pasar por la situación de los varones Whitmore viven noche tras noche en 50 primeras citas, fingiendo ver el film como si fuera la primera vez para no causarle un trauma a la adorable Drew Barrymore.
Dicho esto, mi respuesta es: sí, ¿y qué? Ninguna historia puede ser recibida como la primera vez más que una vez, la primera, y M. (Manoj Shyamalan, no la de 007) consiguió que el acercamiento a la suya fuese toda una experiencia para unos espectadores (los de finales de los 90) a los que ese giro de guión final les pilló desprevenidos.
Prueba de ello es el hecho de que la película haya supuesto un antes y un después en la historia del cine. El 'Bruce Willis está muerto' no es sólo un final, es el final; diría, incluso, que es un género en sí mismo, una categoría en la que colocamos todas aquellas ficciones que incluyen ese vuelco inconfundible que supone que el protagonista esté muerto (literal o metafóricamente) y sea el último en enterarse.
Sí, amigos, el personaje principal no se entera de que va su película hasta el final, momento en que caen en la cuenta con él la mayoría de los espectadores (sí, algunos sois muy listos y os disteis cuenta antes incluso de ver el tráiler). No es que todos seamos lerdos, es que nuestro colega M., aunque deja pistas, hace algunas trampas. Para empezar, frente al chaval de la cabeza destrozada por una escopeta, la actriz de la cara quemada o la niña de la gastritis perpetua, el Dr. Malcolm Crowe no tiene la más mínima muestra visible de haber sido tiroteado (la bala, aparentemente, salía por detrás, pero por algún sitio tendría que entrar, digo yo…).
El pequeño que en ocasiones ve muertos está aterrado cada vez que se encuentra con uno de ellos, pero con él parece que se lleva mal, así que, en principio, uno no se plantea esa opción. Y eso a pesar de los diálogos que, una vez conocido el desenlace, se parecen a Luciano Pavarotti en sus buenos tiempos, de lo que cantan. Que si dicen que tengo un don (¿un sexto sentido? No lo creo…), que si antes era un buen psicólogo, que si "supongo que no volveré a verle" (o similar)…. y el colmo de las sutilezas: "Sólo ven lo que quieren ver". Todo muy evidente, cuando ya sabes de qué va la cosa, claro.
Aun así, no deja de ser interesante revisarla, descubriendo esas miguitas de pan que nos llevan al 'Bruce Willis está muerto'. Que sí, que se ha vuelto un recurso bastante manido que no pasa desapercibido ni aunque se vista se camuflaje. La originalidad se quedó en el siglo XX (Amenábar llegó tarde y no pudo convencerlos de que su historia estaba escrita "más antes". No importa, Los otros también mola, por razones distintas), pero el hecho de que hablemos de ese recurso como un ‘Bruce Willis está muerto’ me da la razón. El sexto sentido es la mejor película de Shyamalan porque hizo lo que otros no habían hecho, o de forma distinta, o con la suficiente originalidad como para convertir a este largo en una genialidad. Y eso que Bruce ahí sale limpito…
Penelope Cleese
Unbreakable (2000)
LA MEJOR PELÍCULA DE M. NIGHT SHYAMALAN ES...El protegido.
De acuerdo, he de admitir que me ha costado mucho decidir entre ésta y La joven del agua, por la que también siento una debilidad especial, y que en este Desafío analiza Drender. No es raro, ya que ambas comparten la característica que más me atrae hacia ellas: actualizan discursos y formas narrativas clásicas, y los sitúan en un contexto cotidiano, respetando todos sus mitemas con precisión matemática. Aquélla se centra en los cuentos infantiles (aludiendo a un supuesto mito asiático) y ésta, de la que me ocupo, en el género del cómic.
¿Por dónde empezar? El protegido me parece una película redonda, un ejemplo claro de precisión, cálculo y gusto por el detalle, y creo que sufre, como la mayoría de las películas de este autor, de un enfoque erróneo en su promoción. Si ésta película se hubiera vendido, como Kick-Ass, como una deconstrucción del héroe de cómic, en lugar de como la siguiente obra (de terror) del maestro que creó El sexto sentido, todo hubiera ido mejor, y hoy hablaríamos de ella como una revisión muy cuidada del género, o en cualquier caso como una reescritura actualizada intachable.
El propio Shyamalan se encarga de subrayar esto, quizás con excesiva insistencia, en varios elementos de la película: la relación de Elijah Price (Samuel L. Jackson) con su madre, que le introduce en los cómics, su profesión como dueño de una galería, su reivindicación del género… Es cómic dentro del cine sobre cómics, un cuidado ejercicio de metalenguaje. En cualquier caso, Unbreakable (superior título original) resiste un visionado tras otro, y no pierde un ápice de creatividad. Precisamente es ese carácter de reescritura (junto con la memorable escena final de la película) lo que justifica mi elección.
Vaya por delante que me gusta la forma de narrar de Shyamalan. Frecuentemente se le acusa de ser demasiado aficionado a dar un “giro final” a sus películas, hasta el punto de que el espectador lo busca conscientemente. Personalmente, lo asocio con las normas de la buena cuentística: un buen comienzo y un final impactante. Lo bueno de ese giro final en El protegido es que está anunciado previamente en varias ocasiones, pero el guionista es lo suficientemente inteligente como para sorprendernos y transformar una película de suspense en un drama familiar, y éste en una película de superhéroes muy inteligente, y apta para el espectador no aficionado al género, mientras que el sí-aficionado se alegra al reconocer todos los elementos necesarios, que se combinan con los propios de Shyamalan como autor.
¿Cuáles son esos elementos? Dado el escaso espacio de que dispongo, los enumero: Un héroe, falible y traumatizado, de nombre resonante: David Dunn (Bruce Banner, Peter Parker… ¿Lo pilláis?). El héroe tiene un don especial. En este caso, es capaz de percibir las malas acciones de las personas a las que toca. De la misma manera que Bruce Willis no habla con nadie en El sexto sentido, aquí no toca a nadie, por lo que el descubrimiento resulta sorprendente. Y, sobre todo, es irrompible (la película se inicia cuando descubre que es el único superviviente de un accidente de tren). Además, es guardia de seguridad y jamás ha enfermado (tiene, pues, ciertas predisposiciones heroicas). Pero además, como es un superhéroe, tiene una debilidad, su kriptonita: el agua, que le debilita, como descubrimos gracias a una anécdota del pasado y en otra de las escenas más aplaudidas, la del rescate en la casa. Y que es, también, el punto débil del villano.
En la película, los elementos fantásticos y superheroicos se entrelazan con el mundo de lo cotidiano y entran en conflicto con éste (Dunn, su hijo y una pistola…). Shyamalan utiliza esto tanto para perfilar a los personajes (el hijo como cómplice necesario y futuro sidekick) como para introducir su visión, estremecedora por lo realista y sin sentido, de la violencia, presente en todas sus películas.
Usa además una narración visual inteligente, que intenta imitar la disposición de las viñetas. Recupera elementos clásicos como el uniforme del héroe (en este caso una capa impermeable con capucha) y los colores: el héroe va de verde, el villano de morado.
Y llegamos al villano. Si hay algo que me gusta de El protegido, sorprendentemente, es la construcción de los personajes arquetípicos, que es simultánea y recibe la misma cantidad de tiempo y atención. Frente a David Dunn tenemos a Elijah Price, infinitamente más interesante y carismático, tanto que deseamos centrarnos más en él y roba la atención del héroe (¿pero no es esto un clásico de los cómics de superhéroes? ¿qué interés puede tener Batman sin el Joker?). Su identidad como villano es, precisamente, la “sorpresa” del filme, aunque el propio Price se encarga de señalar en su monólogo final (otro clásico) que esto era evidente, porque cumple con todas las convenciones del género: ambos son opuestos (irrompible frente a aquejado de una enfermedad de los huesos), crecen como héroe y villano juntos, vemos el origen de ambos y el villano actúa, además, de guía y mentor. Es más, son amigos íntimos, como tantas veces sucede. Es la existencia del villano, del genio del mal, la que justifica la del héroe, el primero crea al segundo y es “recluido en un sanatorio mental” al final de la película (otro elemento familiar y clásico)… Y todo ello se nos revela en una de las escenas finales más afortunadas que recuerdo. A quién quiero engañar. Más allá de la reescritura, el uso inteligente de los elementos que configuran el lenguaje del cómic, la banda sonora o el guión, es esta frase la que convierte a El protegido en la mejor película de Shyamalan: Me llamaban Don Cristal...
Cpt. Flint Baker
The Village (2004)
LA MEJOR PELÍCULA DE M. NIGHT SHYAMALAN ES... El bosque.
Porque es la única película en la que se molesta en hablar de algo en lugar de intentar sorprendernos con lo ocurrentes que son sus guiones. Es Shyamalan parándose a pensar cómo y por qué funciona su propio estilo y poniéndolo al servicio de un argumento propio de En los límites de la realidad, jugando con nuestras expectativas de cuento gótico. No es una historia de miedo, es una historia sobre el miedo y la represión.
Para empezar, el doble misterio que envuelve el pueblo –es curioso como la traducción cambia el foco de atención respecto al título original, The Village– es fácilmente deducible casi desde el principio. No se trata tanto de jugar a sorprender al espectador con las revelaciones como de jugar con lo que implican y cómo se reflejan las diferentes opciones ante el miedo en los personajes principales.
Más que hablar sobre el miedo en sí, la película explica cómo éste provoca la represión y cómo esta acaba creando nuevos miedos, o trayendo de vuelta los antiguos. Cuando el personaje de Alice Hunt le dice a su hijo que no debe olvidar los males del pasado porque significaría que renacerían con otra forma, no es consciente de la ironía de lo que plantea, ya que precisamente eso es lo que intenta ella y el Consejo al aislar de la verdadera naturaleza de su aislamiento al resto del pueblo.
La represión de todo, incluido los propios sentimientos, por miedo directamente a vivir, es la del personaje de Edward Walker, cuyos vicios se reflejan en las relaciones que establecen sus hijos. El Consejo transmite el miedo de maneras terribles, explicando a Lucius que la esencia de lo que desea es el cadáver desnudo y desvalijado de tu padre. Pero él sabe que cada rincón de la aldea guarda algún secreto.
Noah es el personaje central del filme en la medida en que, en su supuesta inocencia, rompe el tabú, y también la víctima principal del mismo. Al mismo tiempo, que ejecute algunas de sus supuestas travesuras llorando sugiere que hasta cierto punto es consciente de lo que hace, esto es, que es consciente de que su supuesta diferencia es una excusa para no hacerse responsable de sus actos. Le ocurre lo mismo que al resto de la segunda generación del pueblo: está imitando a sus mayores.
Al mismo tiempo, la ambigüedad del resquicio de la esperanza se centra en la irracionalidad del miedo y su paralelismo con el amor: donde uno paraliza el otro mueve a la acción. El miedo se mantiene en Ivy hasta el final, a pesar de conocer el secreto tras los monstruos. El miedo es irracional, y el único remedio conocido contra él es el amor. En ningún momento los personajes corren los riesgos reales que piensan que están corriendo.
El miedo y el amor son presentados como contrarios complementarios, como sentimientos paralelos: es el miedo, no por sí mismo, sino por Ivy, el que fuerza que por primera vez Lucius la toque. Es el miedo, pero también el cinismo, lo que mueve a Edward Walker a romper el tabú.
El final es ambigüo porque debe responderlo el espectador. Shyamalan no cierra El Bosque con una moraleja, al contrario que el resto de sus fábulas, porque su conclusión es no tener conclusión: el miedo a la muerte, a la violencia, a los desconocido o al amor es algo con lo que cada uno de nosotros debemos decidir como lidiar.
El Advenedizo
Lady in the water (2006)
LA MEJOR PELÍCULA DE M. NIGHT SHYAMALAN ES... La joven del agua.
Lady in the Water es, sin lugar a dudas, la mejor y más comprometida película del director indio. En su séptimo trabajo como director filmó un pequeño cuento de hadas enmarcado en un entorno cotidiano actual, en este caso un pequeño complejo de apartamentos en el que todos los inquilinos juegan un papel más o menos importante en la historia.
Podemos decir que existe una etapa en la carrera profesional de Shyamalan en la que éste sufre una evolución personal, abarcando cinco de sus trabajos, en orden temporal: El Sexto Sentido, El Protegido, Señales, El Bosque, y, por último, La Joven del Agua. En resumen, podemos decir que el gran éxito de El Sexto Sentido fue lo que le abrió las puertas a Hollywood y le dio el poder suficiente para acometer sus siguientes trabajos como él quisiera (algo de lo que pocos directores pueden presumir).
A partir de aquí, comienza a experimentar y realiza cuatro grandes trabajos, arriesgados en gran medida, que no han tenido el reconocimiento que se merecen debido, principalmente, a dos factores: primero, a unas nefastas campañas de marketing que vendían al espectador unas películas que finalmente no eran lo que se prometía, y, segundo, que desde El Sexto Sentido la gente tiene la errónea idea de que todas las películas de Shyamalan deben tener un final sorpresa (paradójicamente, los tienen pero parece ser que son tan "profundos" que al espectador simple no le gustan, tienen que ser como: "¡Ostras!, ¡está muerto!", si no, no vale...).
Siguiendo el análisis-resumen, en sus siguientes películas manda mensajes que van moldeando sus propias creencias: El Protegido (aceptación personal), Señales (recobrar la fe, sea el dios que sea), El Bosque (esconderse de la realidad es tan peligroso como afrontarla)... Todas ellas nos llevan a una eclosión final con La joven del Agua: toda esta situación, toda esta sociedad, debe cambiar. Hace un llamamiento a una revolución que corrija lo que, para él, es una sociedad corrupta y enfermiza (es curioso, ¿alguien más ve un 15M por aquí revoloteando...?). Aparte de si se está de acuerdo o no con sus ideas, el hecho es que todas sus reflexiones le han llevado a esta película que es para mí la que cierra este "ciclo Shyamalan", que es realmente bueno y merece ser visto bajo este prisma.
Existe un capitulo más de este trabajo de reflexiones que dejo aparte deliberadamente. Se trata de El Incidente, su siguiente película, que es un intento fallido (de hecho, es una mala película) de cerrar este ciclo con una especie de apocalípsis en el que unos extraños vientos (sí, "vientos", literal) nos provocan deseos suicidas, digamos que una fuerza superior nos castiga por pecadores... En fin, una conclusión delirante y desafortunada, mejor olvidarla.
Volviendo a La joven del Agua, un relato fantástico en un bloque de apartamentos de Cleveland, tenemos un jefe de mantenimiento (un correcto Paul Giamatti) que rescata a una misteriosa joven (Bryce Dallas Howard) de la piscina del complejo. El protagonista pronto descubre que la joven es una ninfa de un cuento de hadas que debe entregarle un mensaje a una persona para poder regresar a su mundo. Mientras, él debe protegerla de un peligroso ser que trata de acabar con ella. No pretendo desvelar la trama, pero he de decir que, curiosamente, sus actores protagonistas no tienen los papeles más importantes de la misma. Éste se lo reserva el propio director, que después de aparecer en todas sus películas en pequeños cameos (papeles secundarios de apenas unos segundos), en ésta se atreve a afrontar el que es el verdadero protagonista del film (aquí esta la sorpresa), el de un escritor que descubre y acepta su importante futuro. Puede parecer que la importancia radica en la ninfa y sus protectores contra el mal, representado por un terrorífico lobo, pero son meras fachadas. En realidad, tenemos a dos protagonistas secundarios que son los que nos envían el mensaje principal oculto en la trama: el escritor (Shyamalan), el bueno, que metafóricamente es el constructor de un futuro esperanzador, y el crítico (Bob Balaban), el malo, que representa lo negativo, y al que Shyamalan ridiculiza hasta niveles hirientes (aquí se nota el rencor que el director tiene hacía los críticos que tan mal han tratado sus películas).
Para acabar, quiero resaltar nuevamente la importancia de este film como resultado de las reflexiones que el director ha ido desgranando en sus anteriores trabajos. Siempre bajo el prisma de films de carácter fantástico, el director trata de transmitirnos sus ideas y reflexiones, y con La Joven del Agua nos muestra ese anhelo personal de deseo de cambio, de romper con las reglas sociales actuales y construir un mundo nuevo y mejor. Un mensaje arriesgado y hasta puede que visionario. Por esto creo que es su mejor película.
Drender
EL DESAFÍO es la sección de Continuará... en la que, periódicamente, varios de nuestros redactores presentarán sus argumentos a favor y en contra de algún artefacto concreto de la cultura popular. Esperamos que toméis partido tanto en los comentarios como en las redes sociales.
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Continuará...
dom
10
jun
2012
Xena: Warrior Princess fue una serie de televisión emitida entre 1995 y 2001 en EEUU, coproducción mitad norteamericana mitad neozelandesa rodada íntegramente en el país oceánico. Considerada serie de culto, nace casi por casualidad como spin off de Hercules: The legendary journeys, antepenúltima adaptación de las aventuras del semidios griego. La serie, de argumentos sencillos que mezclaban sin demasiadas pretensiones diversos mitos griegos, usaba las entonces novedosas y por mejorar técnicas de animación por ordenador para crear efectos especiales muy limitados por el presupuesto.
Xena nació como personaje secundario de la serie madre, una señora de la guerra antagonista del héroe, a la que conocemos por primera vez cuando seduce a Iolus, el fiel compañero del protagonista. La popularidad del personaje, una especie de mezcla de femme fatale y guerrero temible, que mantiene la obediencia de su ejército combinando la atracción que produce en sus hombres con el miedo que les infunde su espada –cóctel freudiano donde los haya–, la hizo reaparecer para ser redimida por el amor del héroe y, finalmente, acabar mereciendo su propia cabecera.
Así, Xena, encarnada por la actriz Lucy Lawless –que había interpretado previamente hasta tres o cuatro personajes secundarios diferentes dentro de la serie de Hércules, uno de ellos una amazona con malas pulgas que adelantaba algunos aspectos de la “princesa guerrera”– consiguió su propia serie, un spin off que partía de mayor precariedad de medios y argumental que su hermana mayor. La despiadada antagonista de Hércules recibió en el primer capítulo su “Robin” correspondiente, la joven e inocente aspirante a bardo Gabrielle, encarnada por Renée O´Connor, que le sirve de contrapunto.
Los parentescos de Xena dentro de la floresta mitológica, que diría Román Gubern, y del superpoblado imaginario del fandom no son pocos. Para empezar, recuerda poderosamente a la Wonder Woman de DC, con la que comparte el contexto griego, la filiación a las amazonas, el título de princesa y, por supuesto, la capacidad de amenazar al orden patriarcal por su agresividad tanto física como sexual. Xena y Gabrielle interactúan a menudo con las amazonas, aunque no con Hipólita, madre de Wonder Woman en su propio universo, ya que este personaje fue “quemado” por la serie madre. El diseño de la armadura de Xena recuerda también al del traje original de la superheroína de la DC, con la combinación de coraza “escotada”, falda y botas altas. Incluso el ‘chakram’ de la guerrera cuelga de su cintura en posición similar a la del lazo de Wonder Woman.
Sobre las lecturas lésbicas del asunto, cabe citar al psicólogo austriaco Frederic Wertham, creador del tópico sobre la homosexualidad latente de Batman y Robin en su obra Seduction of the Innocent, publicada en 1954 y que dio lugar al Comics Code, equivalente del Código Hays de Hollywood para la industria del cómic, en el cual no sólo tenía dobles lecturas para el vigilante de Gotham City: “Para los muchachos, Wonder Woman es una imagen temible. Para las chicas es un ideal mórbido. Ahí donde Batman es antifemenino, Wonder Woman y su contraparte son definitivamente antimasculinas”.
En la célebre serie de televisión de Batman de los 60, con su estilo desenfadado que se recreaba en el camp y su propio ícono gay en Julie Newmar, una de las tres actrices que interpretaron a Catwoman, los productores introdujeron el personaje de una tía nunca mencionada de Bruce Wayne, y más tarde a Batgirl y su romance con Robin para alejar el fantasma de la homosexualidad. En los cómics, durante los 50, el justiciero enmascarado ya había conocido a Batwoman, diseñada a tal fin. Xena y Gabrielle, además de los múltiples novios encontrados por el camino –incluidos Hércules y Iolus–, recibirían una parodia de estos personajes ideados para “deshomosexualizar”, el torpe Joxer, canijo aspirante a guerrero y eterno pretendiente de Gabrielle.
Xena también es, de manera más o menos explícita, paralela a Red Sonja, el personaje surgido de la adaptación al cómic de las novelas de Robert E. Howard sobre el universo de Conan el bárbaro. Sonja la roja, humilde granjera cuya familia es asesinada por bárbaros saqueadores –y ella misma violada por el líder de la banda–, se convierte en una guerrera sin igual tras pactar con una diosa pagana que utilizará su habilidad para defender a los más débiles –sobre todo a las mujeres– y que sólo se entregará al hombre que sea capaz de vencerla en combate –esto es, al muy testosterónico Conan–. Igual que Sonja, el impulso guerrero de Xena surge al ser su pueblo arrasado por los bárbaros y pactar con Ares, dios de la guerra, del que además se convierte en amante. En este caso, el dios es malvado y la guerrera acabará traicionándolo por amor a su medio hermano Hércules, a cuya sombra comienzan las aventuras de la nueva heroína como las de Sonja lo hacen a la de Conan.
Aquí es preciso subrayar como, pese a su supuesta condición de heroínas feministas, ambas fueron diseñadas para suponer un doble desafío a los muy patriarcales protagonistas tanto en el terreno físico como en el sentimental, desafío además que éstos acaban superando sin demasiados problemas. Comparten igualmente un vestuario inverosímil para una espadachina, diseñado en ambos casos –el bikini de cota de malla de Sonja y la coraza de escote generoso de Xena– para satisfacer la mirada lúbrica del público más que para proteger de inoportunas estocadas, aunque la vestimenta de la heroína televisiva dejase un margen a la comodidad de la actriz y sus dobles a la hora de hacer cabriolas en el aire.
Por otra parte, la traición de Xena a su “dios protector” alimentará gran parte del argumento de su serie con los intentos de éste por devolverla al redil de la maldad, sustituirla por su número opuesto –Callisto, otra pacífica granjera reconvertida en máquina de matar al ver cómo era asesinada toda su familia, en esta ocasión, oh ironía de ironías, por el ejército de la propia Xena– o, finalmente, redimirse él mismo a través del explícitamente enfermizo amor que ambos personajes continúan profesándose. El contrapunto a Ares, en todos los sentidos, lo pondrá Gabrielle, y es sobre este equilibrio, que en un primer momento es ingenuamente ajeno a las implicaciones sexuales presentes en la relación del trío de protagonistas, que se construirá la serie.
Podríamos incluso emparentar a Xena con toda una serie de amazonas y “vaginas dentadas” a lo largo de la genealogía mitogénica. Destacan la misma Hipólita y Pentesilea, la amazona defensora de Troya cuyo hipotético romance con Aquiles, inexistente en el mito original, fue desarrollado por obras galantes de los siglos XII y XIII. También Atalanta, compañera de aventuras del Hércules mítico –aparecida como personaje secundario en la serie madre de Xena– y cuota femenina de Los Argonautas, esa suerte de Liga de la Justicia de la Grecia clásica. Igualmente reflejaría a mitos paralelos de otras culturas, como la Mulan china y la Gord Afarid persa, entre otras. Por el camino, podemos volver a citar a Roman Gubern en su célebre Máscaras de la ficción y su análisis de las “mujeres sublimadas” Ayesha, Antinea y Barbarella. Esta última prima lejana de Red Sonja también surgida en cómic.
En última instancia, y en un looping mitogénico, Xena emparenta con Don Quijote por medio de Gabrielle. La aspirante a bardo, que llega a encontrarse con un Homero joven que da sus primeros pasos como narrador, pretende narrar las aventuras de su compañera en un poema épico respecto al cual la guerrera se muestra bastante escéptica. Estas Don Quijote y Sancho avant la lettre, con los papeles intercambiados, se van influenciando la una a la otra mientras la vocación de la Gabrielle da para juegos intertextuales al principio bastante obvios que ganan complejidad conforme avanza la historia.
También cabe destacar que la serie remite explícitamente al mundo de las películas de acción de serie B, no sólo por sus limitaciones en la producción, que también, sino por las peleas, cabriolas y recursos exagerados, propios de cine de artes marciales de Hong Kong –que los títulos de los capítulos homenajean– y el modelo conocido como “pelea de masillas”, en que el héroe –o heroína– se enfrenta a un puñado de rivales sin cara. Igualmente la premisa de la que parte la serie no es muy diferente al de otras como The A-Team, etc., en que el héroe o héroes van de pueblo en pueblo ayudando a campesinos contra mafiosos genéricos, cual pistolero solitario o ronin del japón feudal.
El mérito de la serie, quizás, se halle en un comienzo más que convencional y formulaico, en el que Xena y Gabrielle no pasan de ser contrapartidas femeninas de Hércules y su compañero Iolus con los roles ligeramente trocados –ya que Iolus suele representar un punto de vista más práctico frente al idealista Hércules– que fue evolucionando, casi inconscientemente, hacia un discurso mucho más rompedor, original y falto de complejos que el de su serie madre. Sobre todo, hay que señalar que Xena nace en medio de la ficción en serie propia de los 90 para perecer como una de las primeras pica del “nuevo estilo”, más intertextual, autoconsciente y desenfadado del cambio de siglo –aunque impregnado de la misma y grandilocuente “voluntad de trascendencia” de sus predecesores–. La serie era, en principio, un producto de entretenimiento de serie B –lo cual no tiene nada de malo– destinado a un público más bien joven con el reclamo de la acción, bastante humor y, a qué negarlo, las raciones de piel al aire que el vestuario permitía, tanto de las protagonistas como, en aras de la paridad, del musculado dios Ares y algunos de sus secuaces.
Pero Xena acaba liberándose de la fórmula consabida en la que las dos protagonistas caminan de pueblo en pueblo desfaciendo un entuerto por capítulo, mientras Xena ejerce de mentora y la inocencia de Gabrielle la ayuda a redimirse, con el enfrentamiento a Ares como telón de fondo para los cliffhangers de final de temporada. En lugar de eso, se entregará al más delirante sincretismo histórico y mitológico, ampliando el restringido mundo de aldeas saqueadas por bárbaros impuesto por el presupuesto hasta el punto que las protagonistas llegan a enfrentarse a Julio César o a salvar a Ulises de las sirenas, además de hacer de guardaespaldas de un trasunto de Jesucristo llamado Eli o interactuar con el mismísimo arcángel Miguel, que llega para anunciarles sendos embarazos inmaculados –coincidentes con el primero en la vida real de la actriz Lucy Lawless– que resultarán en el nacimiento de dos niños mesíanicos destinados a provocar la extinción de los antiguos dioses.
Continuará...
El Advenedizo
advenedizo@hotmail.es
dom
03
jun
2012
Cuando tenía nueve años se estrenó en España la que desde entonces ha sido, sin excepción, una de mis películas favoritas de todos los tiempos, Parque Jurásico, que puedo recitar casi de principio a fin y defenderé ante cualquier tribunal. Junto a la película en sí, que a esa edad me resultó terrorífica y fascinante, recuerdo la locura por los dinosaurios que se extendió por todas partes. Concretamente, recuerdo llegar al por entonces único Toys’re us de la ciudad y encontrarme el suelo lleno de huellas de dinosaurio, que formaban un rastro inconfundible que se adentraba en las profundidades de la tienda. Seguí las huellas, pegatinas en el suelo, y éstas me condujeron a una interminable estantería llena de peluches de dinosaurio, tazas de dinosaurio, juguetes de dinosaurios, y, por supuesto, las inevitables figuritas con las caras de los protagonistas de la película que, allá por los años noventa, no eran tan comunes ni tan fáciles de encontrar en mi ciudad. Ésa fue, creo, mi primera experiencia directa con el merchandising.
Hoy en día todos, absolutamente todos los productos de la cultura popular, tienen su propio merchandising. La idea de éste, sobre cuya legitimidad podríamos discutir, no se aleja demasiado de los propósitos de este blog: continuar, transformar la experiencia cultural básica, que en su origen es literaria, o fílmica, o televisiva, o de cualquier otro tipo, y extenderla más allá de sus límites, convertirla en un todo transdiscursivo. De manera que si, como en mi caso a aquellos tempranos nueve años, el cuerpo me pide más y con la película o el libro no es suficiente, puedo llenar las paredes de mi cuarto con pósters, comprar los libros sobre cómo se hizo (esos famosos El arte de…), llevar mis libros en la mochila con el logotipo de la película, plantarme una de las frases más famosas en una camiseta o en una chapa, beber mi desayuno en una taza serigrafiada… La lista de posibilidades es interminable.
El caso de Jurassic Park, además, es paradigmático porque se trata de uno de los primeros casos (después Pixar recogería la antorcha) en los que el merchandising forma parte de la propia película. ¿Recordáis esa estupenda escena, hacia el final de la película, en la que John Hammond le cuenta a Ellie Satler sus orígenes como empresario, con su célebre circo de pulgas, en lo que parece ser el centro de visitantes de Jurassic Park? ¿Recordáis las estanterías llenas de peluches y juguetes articulables con forma de dinosaurio, que con la música de John Williams de fondo adquirían una nueva dimensión? Son los mismos que podían comprarse, poco después, en las estanterías a las que me condujeron las huellas de dinosaurio. Es metamerchandising, publicidad de la película dentro de la película.
Sería divertido ver a Ned Stark desayunando en una taza con el símbolo del lobo huargo, ahora que lo pienso.
Y es que Poniente, por supuesto, no se halla a salvo de las garras del merchandising. Nunca lo ha estado, desde luego, ni siquiera antes de que la HBO se apropiara de los contenidos y personajes de la famosa saga. De hecho, existe un antes y un después en el merchandising de Canción de Hielo y Fuego antes y después de Gameofthroneslapelícula: el aspecto de los personajes. Antes de la HBO, las figuritas de Daenerys Targaryen, que también las había, daban al personaje un aspecto más salvaje, más cercano al de una bárbara tradicional de los juegos de rol, más parecida a Red Sonja, por ejemplo.
Hoy, las figuritas, considerablemente más caras pero también más fáciles de encontrar, tienen todas un rostro que intenta parecerse, con mayor o menor éxito, a las adorables facciones de Emilia Clarke, que sí, se ha hecho con el personaje, pero resta agresividad al mismo. Hablaremos de los aciertos y errores del casting (y propondremos nuestras alternativas) en la tercera entrada de esta serie.
También eran diferentes las camisetas con los emblemas de cada casa, más complejas, más extrañas, menos aptas para el consumo masivo.
Pero, sobre todo, la principal diferencia con el merchandising pre- y post- HBO está en la cantidad y la variedad. Antes, con algo de voluntad y mucha paciencia, podías comprarte una camiseta y, con mucha suerte, un parche para la chaqueta, de esos que se cosen.
Hoy puedes encontrar de todo en cualquier tienda. En serio. De todo.
Chapas.
Camisetas.
Tazas.
Libros sobre los libros.
Libros sobre la serie.
Libros que surgen de los libros.
(Horrendas) adaptaciones a cómic.
Figuritas.
Cartas para jugar al rol.
Juegos de mesa.
Y aquí empieza lo extraño o lo ridículo: libros de cocina, broches (con la forma de la mano), peluches (qué monos esos huargos de ojos rojos…), y huevos, huevos de dragón por todas partes: colgantes con forma de huevos de dragón, pendientes con formas de huevos de dragón… ¿Quieres oler a khaleesi? Puedes comprarte el dispensador de colonia con forma de huevo de dragón. Y no, no es broma, a las pruebas me remito.
Así, los bastardos de Canción de Hielo y Fuego, (no pun intended), nos permiten prolongar la experiencia, estirarla y alargarla hasta casi la náusea. Sin embargo, nada es comparable, en este caso, al original. Ni siquiera la serie de televisión. ¿Para qué sirve entonces el merchandising, además de para tomar partido? Además de la respuesta evidente (sip, todo es muuuuuy caro), para contentar al fan. Hablaremos en otra ocasión de los distintos tipos de fan que existen (desde el fetichista al elitista pasando por el inconsciente, el enfermizo, el entusiasta, el novato y el mago de nivel 10.000), pero lo cierto es que a veces es difícil resistirse, y en este caso soy yo, Cpt. Flint Baker, quien toma partido, como lectora pre-HBO de los primeros cuatro volúmenes de Canción de Hielo y Fuego, seguidora (contestataria en ocasiones) de la serie, yo, que desayuno en mi taza de los Lannister y me fotografíe en ese Trono de Hierro de cartón piedra con mi camiseta, de nuevo de los Lannister (sí, qué pasa, me atraen esos malnacidos de cabello rubio: la culpa es del bajito que lee libros gruesos y polvorientos).
De hecho, a veces el papel activo de los fans (ficticiamente activo gracias al merchandising, dirían algunos) da al asunto una vuelta de tuerca curiosa, hasta el punto de que los propios lectores-espectadores-compradores se fabrican sus propios objetos de continuación de la experiencia: ¿conocéis la customización de ponys? ¿No? Pues es fascinante…
Así que mi preocupación con el tema del merchandising no es exactamente ideológica (aunque a veces se producen casos curiosos. Como el de la línea de lacas de uñas que ha sacado una conocida marca imitando los “colores del Capitolio”, de otra saga, Los juegos del hambre: puedes escoger a qué distrito quieres seguir, lo que, sí, inevitablemente, y a un nivel tan básico que pasa desapercibido, conlleva una elección ideológica; y luego está el merchandising siniestro, el que va más allá de lo cultural y pasa a otras esferas de la vida. No, como decía, al menos en el caso de Poniente, mi preocupación no es ideológica, sino puramente literaria. Así que lanzo mi mensaje.
Por favor, señores de la HBO y de Hasbro (o quien se ocupe de estas cosas): dejen de distraer al señor Martin. Necesitamos que escriba, y necesitamos que escriba ya, así que más allá de aprobaciones de casting y el ocasional guión les pedimos desde Continuará que no le planteen tonterías innecesarias que puedan robarle tiempo de su verdadera misión, que no es otra que acabar la dichosa saga. En serio. Por favor. Toda ayuda es poca. No lo distraigan, repito, no lo distraigan, o jamás sabremos… No, es una entrada spoiler free. Nada de detalles. Ya continuaré en otra ocasión…
Continuará…
Cpt. Flint Baker
cpt.flint.baker@gmail.com
Si quieres leer la primera entrega de esta serie, puedes hacerlo en: